miércoles, 28 de noviembre de 2012

Una partida jamás jugada


Estos versos se fingen muy complejos
pero no oculta nada.
Vagamente nos dicen
lo que escriben sus blandas palabras.

Sueño que nuestras miradas se cruzan
jugando al ajedrez.
Imagino tus ojos de caoba
arañar mis ideas
por la posición que ocupan mis fichas.

Pero todo esto nunca ha sucedido.
No te gusta jugar al ajedrez.
Al menos no conmigo.
Te da miedo perder.
Así decido inventar un recuerdo.

Mientras te imagino frente al tablero
deposito en mi mente
las emociones que hubiese sentido:
Miedo y felicidad
pero ante todo miedo.

El miedo más cruel
                                   el más infantil.
El miedo a que te fueses.
A perderte hasta en mi recuerdo falso
por las prisas del tiempo
y su justa agonía.

El miedo a imaginar
en la negra soledad de mi cuarto
que revivo en mi triste fantasía
el doloroso recuerdo (real)
                                               de pérdida
de ti
                        que ya no estás
y un tablero, y una tarde que no existen.

Pero te hubiese dejado ganar.
Cada día que oculto mi tristeza
pienso que venzo al mundo
y por eso agradezco la derrota.
Por eso te dejaría ganar.

Tú, luz trémula de la fantasía.
Tú, textura real.
Eres la perfección.
Al menos la alcanzable
Por mi mente angustiosa.
Esta mente incapaz
de soñar que recuerda
los pasos de un juego de ajedrez.

12/8/2012.
Eduard Ariza

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Anécdotas de esta mañana...



Esta mañana estoy enfrascado en la lectura de mis libros de derecho. La palabra “consuetudinario” me sigue sonando igual de rara, a pesar de que ya sé su significado. Al final decido levantarme del escritorio para ir hacia el balcón donde espero encontrar algo de aire fresco que me despeje.
Mi padre está en allí, mirando a la calle. Abajo se oyen las sirenas y las proclamas voceadas por unos veinte “piquetes”. A nervioso paso de hormigas desorientadas caminan sin marcar un ritmo estable. Diseminados por la calle, los del principio del grupo parecen ansiosos por encontrar un comercio abierto ante el que ponerse a gritar sus consignas. Un Mercadona no tarda en concederles esa satisfacción. Los de atrás del grupo, más rezagados y dispersos, aunque en sus pechos cuelgue el identificador del sindicato CCOO o UGT, llevan acabo su misión con mucha más parsimonia. Algunos tienen el móvil en la mano sobre cuya pantalla digital teclean algo con el dedo. Otros van charlando con el compañero más cercano.

A veces los políticos demuestran que ven las papeletas de sus propios votos como papel mojado.

-Esto no es serio –comenta mi padre con disgusto.
Él ha secundado la huelga y esta tarde irá a la manifestación, pero no puede menos que disgustarse ante semejante escena. Yo, mucho más escéptico para todo, siempre he mirado a la lucha sindical con reservas, cuestionando su utilidad y viendo la mayoría de sus instrumentos como anacronismos que necesitan una renovación. Me quedo callado e intento sacar una composición objetiva del panorama.
Justo en ese momento, un señor vestido con camisa roja, americana negra y corbata también negra bien sujeta con una aguja al pecho, y que, según dice mi padre, llevaba peluquín –cosa de la que no estoy muy seguro- grita al paso de los piquetes.
-¡No, no, no a la huelga general! ¡Queremos trabajar!
Uno de los piquetes más jóvenes y una señora de mediana edad no tardan en encararse con él. El señor se siente muy seguro rodeado por sus siete u ocho amigos, con quienes se estaba fumando unos gruesos cigarros de hoja, aunque no me ha parecido que fuesen puros. La conversación no tarda en subir de tono.
-¡Yo estoy en paro! –le grita la señora.
-Pues busca trabajo –le responde el señor.
-¡Tú lo que eres es un mafioso cabrón! –a este último piquete joven tienen que sujetarlo sus compañeros para que no se abalance sobre el provocador.
Desde el balcón por un momento temo que voy a presenciar una pelea callejera en su faceta más cruda. Si aquel chico joven se hubiese tirado encima del señor y éste se hubiese visto ayudado por sus amigos, los piquetes también habrían entrado en la pelea. A saber cómo hubiese terminado… Por suerte, el chico es retenido por sus colegas y a paso lento y desorientado el grupo de piquetes se aleja de donde puedo verlos, no sin volver a mostrarme a los dispersos que siguen tecleando en sus móviles como si nada hubiese pasado. Al poco rato, una señora mayor, de pelo rubio teñido, vestida con un abrigo de futon blanco se acerca al señor de la corbata para felicitarlo.

 
Hace una semana me preguntaron si creía que había motivos para una huelga.
-Si consideras la huelga un medio para reivindicarte sí. –respondí.
Quizá me encubrí demasiado, pero creo que conseguí decir exactamente lo que pensaba. Y eso, no siempre es fácil. Naturalmente que hay motivos para el descontento social. La gestión gubernamental de la crisis económica se aparta a menudo de toda empatía hacia los ciudadanos. Si bien, la cosa es aún peor. Porque el gobierno Rajoy no sustituye su vocación de servicio a los ciudadanos por un pragmatismo maquiavélico. Entonces al menos, se podría decir que el gobierno salvaguarda los intereses del estado; intereses que cuesta concebir al margen de los ciudadanos, aunque según algunos teóricos de la política, bastante rancios por cierto, aseguren lo contrario. Pero es que ni por esas. Nuestro gobierno actual, con el estilo de su predecesor, da palos de ciego sin saber que está haciendo. El resultado es una interminable lista de daños colaterales para las personas más frágiles desde el punto de vista económico.

 
Sin embargo, aunque acepto esto, no puedo dejar de tener mis reservas entorno a la idea de la huelga. Personalmente la considero un mecanismo que ha perdido su efectividad. Especialmente, cuando las victorias que obtienen sus convocantes en la calle no se traducen después en victorias en el parlamento. Que nadie se engañe, en una democracia tan necesario es lo uno como lo otro.
Debe de ser monstruosa la desconfianza de la izquierda en su clase política para que su desplome en la intención de voto no parezca tener fin. Resulta realmente extraño, que tras todas las medidas adoptadas, el PP aguante al grueso de sus votantes y el PSOE siga cayendo en lugar de producirse la inversión de valores típica de la alternancia política. Y, si a alguien no le gustan las siglas del principal partido de oposición, me valen las de cualquier otro. El caso es que ninguna formación de izquierdas se constituye ahora por ahora en una alternativa de poder con propuestas sólidas y creíbles.

¿Por qué aquí dentro no se expresa la voluntad de la ciudadanía de quien emana el poder que ostenta?
 
De todos modos, esta reflexión se aparta un poco de lo que estábamos tratando. Volviendo a la huelga, a mí me deja un sabor agridulce. Es agradable ver la respuesta ciudadana, aunque inquieta un poco saber que el pequeño comercio de tu barrio no va a cerrar por convicción, sino por miedo a que los piquetes les rompan un cristal. También es lamentable la imagen de mucha gente siendo abucheada por sus compañeros de trabajo por el sencillo hecho de no compartir su ideario. Ya no hablemos de los incidentes, siempre puntuales hay que decirlo, de violencia callejera. Estos problemas, fácilmente corregibles, deberían solventarse para que la huelga no se tiñese de ningún toque autoritario como los que ahora empañan la actitud del gobierno.

Y la gran pregunta es si volveremos a esto... A veces todo parece tan negro que llegas a creer que sí.

Sobre qué métodos emplearía yo… Casi me avergüenza decirlo, por lo utópico de la idea. Creo que la ciudadanía debería recurrir a la insurrección fiscal masiva cuando considerase que la clase política no gestiona bien su dinero, es decir, el poder del estado. Confieso que es más improbable que esto llegue a suceder que obligar a rectificar su rumbo a unos políticos sordos, de corazón endurecido, mediante una cívica muestra de descontento social en las calles. Así que… no sé por qué critico tanto.


lunes, 5 de noviembre de 2012

Noches Lúgubres



“¡Qué noche! La oscuridad, el silencio pavoroso interrumpido por los lamentos que se oyen en la vecina cárcel, completan la tristeza de mi corazón. El cielo también se conjura contra mi quietud, si alguna me quedara. El nublado crece. La luz de esos relámpagos… ¡qué horrorosa!”

Aunque bien pudiese pertenecer a algún texto de Lord Byron, o alguna narración de Poe, esta descripción es el inicio de una obra casi un siglo anterior a estos escritores, Noches Lúgubres (1771). Su autor, el coronel José Cadalso (1741-1782) es víctima de esa desgraciada costumbre que padece el canon literario español (y en general todos los cánones literarios). Me refiero al desprecio por la incomprensión en su tiempo, que lleva a la marginación en la posteridad.

 José Cadalso (1741-1782)

Si hubiese vivido un siglo más tarde, el romanticismo español, no se compondría sólo de Larra y Espronceda –romanticismo en su periodo inicial-, sino de un triunvirato de ambos al que se sumaría el nombre de Cadalso. De por sí, esto no le hubiese dado ni le hubiese quitado lectores, aunque sí hubiese salvado a su figura de quedar asfixiada por la etiqueta anodina –también algo injusta- que la tradición ha impuesto a la literatura dieciochesca de España.
Pese a los inquebrantables esfuerzos de muchos grandes filólogos y literatos, sigue siendo tópico aceptado que fue mala la literatura del S.XVIII. Como es improbable triunfar donde ellos han fracasado, este escrito carece de tal pretensión. No obstante resulta importante entender la trayectoria vital de Cadalso como hombre dieciochesco, no tanto como ilustrado, sino precisamente como uno de aquellos que ya empezaba a sentir resquebrajarse la ideología de la razón pura. Dentro de este contexto, salvado muchas distancias, su figura, un poco como la de Goya, puede entenderse tanto como un elemento de transición, o incluso como un visionario del futuro romanticismo. Todo depende de la benevolencia de quien lo mire.


Cartas Marruecas y Noches Lúgubres editadas por Cátedra.


Ya hemos visto que Noches Lúgubres se adelanta casi cincuenta años a la llegada del romanticismo a España. No es esta la única obra que convierte a Cadalso en un adelantado a su tiempo. Sus Cartas Marruecas (1774), aunque muy marcadas por la influencia de las Cartas Persas de Montesquieu (1717), muestra a diferencia de las del filósofo francés, claros rasgos costumbristas. En ellas, sus descripciones críticas comparten similitudes con las de Larra. En el terreno poético, Cadalso se mantiene más discreto, asociado a las poesías bucólicas de su tiempo llamadas anacreónticas así como alguna letrilla satírica o erótica. Destaca mucho más su Autobiografía (1781) que, aunque no ha alcanzado tanta fama como las Confesiones (1782) de Rosseau, es uno de los primeros ejemplos de autobiografía intimista. Escrita, además, como revelan las fechas, en total autonomía respecto a la obra del filósofo francés, que no pudo conocer.

Carlos III rey de España de 1759 a 1788. Cadalso fue siempre un leal soldado de este monarca.

¿Pero en qué consisten Noches Lúgubres? Como la mayor parte de la obra de Cadalso, este pequeño libro, de apenas cincuenta páginas, tuvo que ver la luz póstumamente en 1789. Fue escrito en forma de diálogo, a imitación de una obra inglesa del Dr. Young, como señala su autor en el inicio. Su narración nos expone la historia de Tediato a lo largo de tres noches especialmente lúgubres.
En la primera espera al sepulturero, Lorenzo, en la puerta de una iglesia. El joven (porque el carácter de Tediato, aunque no sepamos su edad, da motivos para creerle joven) espera maldiciendo al género humano. Incluso a Lorenzo a quien a cusa de ayudarle por mero interés.

“¡Interés! ¡El único móvil del corazón humano! Aquí tienes el dinero que te prometí.”

Le espeta nada más verle, mientras le arroja el dinero prometido. Tediato desea abrir una tumba. Asegura que le orienta a este macabro propósito una especie de encuentro sobrenatural, que aconteció la noche antes del entierro, cuando quedó encerrado en el templo por accidente. Al final, se aclara que con lo que se encontró no fue otra cosa que el perro de Lorenzo. El animal, de quien la noche con su negrura hizo un monstruo, se quedó a dormir en la tumba recién cavada. Lorenzo intenta adivinar de quién se trata el cadáver que Tediato añora. Pregunta, si es un padre, una madre, un hermano, un hijo… A cada hipótesis, el joven contesta con una cruel invectiva contra tal rango de parentesco:

“¡Un padre! ¿Por qué? Nos engendran por su gusto, nos crían por obligación, nos educan para que les sirvamos, nos casan para perpetuar sus nombres […] nos abandonan por vicios suyos. […] [Las madres] nos engendran también por su gusto, tal vez por su incontinencia […] nos sacrifican a sus intereses, nos hurtan las caricias que nos deben, y las depositan en un perro o un pájaro. […] Otras cosas semejantes imprimen el odio a los hermanos, que parecen fieras de distintas especies, y no frutos de un vientre mismo. […] ¡Hijos! ¡Sucesión! […] ¿Qué es un hijo? Sus primeros años… un retrato horrendo de la miseria humana… […] los siguientes años… un dechado de los vicios de los brutos, poseídos en el más alto grado…”

Llama la atención que Lorenzo no piense en ningún momento pregunte por una amada, quien evidentemente subyace bajo la lápida. El amanecer les impide proseguir con su sacrílega empresa.

 Jovellanos retratado por Goya. El gran ilustrado y Cadalso se conocieron en 1766, año del motín de Esquilache.

A la noche siguiente, Tediato es confundido con un asesino por la Justicia que lo pone en manos del Carcelero. El diálogo entre estos dos últimos personajes muestra un terrible desprecio a la condición humana y una total falta de compasión por el hombre. Tal crítica contra la falta de humanidad del sistema penitenciario no se distancia en exceso de El delincuente honrado de Jovellanos, ni del poema El reo de Espronceda.

Bajo el título de Noches Lúgubres Cadalso nos informa que imita el estilo del dr. Young.
 
Al descubrirse el error, el joven es liberado. La casualidad lo hace encontrarse con el hijo menor de Lorenzo. Durante el diálogo más tierno de la obra, el niño le cuenta que ha perdido a dos hermanos y a su madre. Tediato comprende la dureza de la situación familiar de Lorenzo, quien, además de afrontar el dolor de sus terribles pérdidas, debe buscar el modo de alimentar a sus numerosos hijos. Pero es incapaz de sentir compasión, sólo alcanza a expresar desprecio.
En la tercera noche, Tediato espera de nuevo a Lorenzo en el cementerio. Pide la muerte, el suicido, como lo puede pedir Werther. Sin embargo, el libro se cierra con una declaración bastante ambigua (como buena parte de la obra), que con toda seguridad perseguía evitar que Noches Lúgubres terminase dentro del Índice de Libros Prohíbidos:

“[Lorenzo] No te deseo con corona y centro para mi bien… Más contribuirías a mi dicha co ese pico, ese azadón, viles instrumentos a otros ojos… venerables a los míos… Andemos, amigo, andemos.”

Como podemos ver, si bien por la trayectoria del personaje, el pico y la pala del sepulturero son obvias metáforas instrumentales de su deseo de morir; también admiten la lectura cristiana de que Virtelio desea unirse a un humilde oficio, buscando en su renuncia a la riqueza, el consuelo y la felicidad.

Ilustración de la portada de la Noches Lúgubres, Edición de Cabreriz, 1817.

El esfuerzo del autor sirvió de muy poco. El hecho de que Tediato se dirija en varias ocasiones al “Criador”, término que señala sus creencias deístas. Por si esto no dificultó bastante la libre circulación de la obra, hacia 1819, una viuda analfabeta de Valencia no encontró otra explicación al carácter violento de su hijo con ella que el modo en como insistentemente leía Noches Lúgubres. Un vecino denunció ante el Tribunal de la Inquisición una ejemplar de la obra, Edición de Cabreriz, 1817. El tribunal condenó el libro por “contener muchas expresiones escandalosas, peligrosas e inductivas al suicidio, al desprecio de los padres, y al odio en general de todos los hombres”. Así quedó prohibido el pequeño libro durante muchos años, hasta después de 1830.



Bibliografía Consultada.

AAVV. Poesía española del siglo XVIII. Catedra. Madrid. 2011. Quinta Edición. Edición de Rogelio Reyes.
ALVAR, Carlos. MAINER, José-Carlos. NAVARRO, Rosa. Breve historia de la literatura española. Alianza Editorial. Madrid. 2011. Octava Reeimpresión.
DE CADALSO, José. Cartas marruecas. Noches Lúgubres. Cátedra. Madrid. 2011. Octava Edición. Edición de Russell P. Sebold.