miércoles, 27 de mayo de 2015

Dos hombres de Derechas y la Segunda República (XII)

Fin del Primer Gobierno radical-cedista


Aunque para el 19 de octubre de 1934 la revolución de Asturias había sido aplastada, aquel alzamiento y el del President Companys siguieron monopolizando la acción política del gobierno radical cedista de Lerroux constituido el 4 de octubre. Había que juzgar a los responsables y ver qué se hacía con Cataluña cuyo gobierno autonómico se encontraba ahora a la espera de un procesamiento criminal.
El Estatuto Catalán había sido aprobado en el congreso por amplia mayoría en 1932, gracias fundamentalmente al apoyo que le brindó a Azaña quien lo defendió en un discurso de más de tres horas. Su derogación en 1935 parecía imposible, ya que Alcalá Zamora, temeroso de encender los ánimos de los catalanes, los federales y de las izquierdas en general, había anunciado que vetaría la ley que lo derogara. Así las cosas, lo más lógico hubiese sido permitir al Parlament elegir a un nuevo Govern. Propuesta a la que no era plenamente contrario Lerroux.

El President Companys.

Sin embargo, Gil Robles, que, pese a definir su partido como de “orientación regionalista”, era acérrimo defensor del Estado unitario, vio aquí una posibilidad de acabar con la autonomía catalana, de modo que forzó a Lerroux a suspender de forma indefinida el Estatut. Con él se suspendieron la Generalitat y el Parlament hasta 1936, cuando, de nuevo con Azaña en la jefatura de gobierno, se los restauraría levantando la suspensión.
No sólo en ERC, sino entre las izquierdas y los federales causó malestar semejante componenda. También muchas fuerzas de derechas, como el partido republicano conservador de Antonio Goicoechea y sobre todo la Lliga Regionalista de Cambó la criticaron. Goicoechea llegó a calificar la medida de Gil Robles de “azote de verdugo” a Cataluña.

Francesc Cambó, líder de la Lliga partido regionalista catalán de centro derecha.

No hay que olvidar que desde el 27 de marzo de aquel año, la pena de muerte estaba restablecida en España fuera de la ley militar. Esto hacía que muchos de los acusados por los sucesos de Asturias y Cataluña pudiesen afrontar la pena capital, escenario que hubiese provocado graves disturbios por todo el país. Alcalá Zamora se mostró partidario de conmutar aquellas penas mediante indulto aprobado por el Consejo de Ministros. Lerroux tampoco veía en las ejecuciones nada positivo, pero ante la amenaza de Gil Robles de romper el gobierno, decidió no ponerles trabas inicialmente.
El sometimiento del partido radical al chantaje de la CEDA en la cuestión catalana y asturiana para evitar la caída del gobierno causó un hondo malestar en muchos de sus propios miembros. Finalmente el 16 de noviembre, Gil Robles provocó una crisis parcial para limpiar el gabinete de críticos.

Cuadro de Alcalá Zamora.

Los radicales Ricardo Samper y Diego Hidalgo, titulares de Estado y Guerra, así como el liberal demócrata Villalobos, ministro de Instrucción Pública, dejaron sus carteras. Rocha, hasta el momento ministro de marina pasó a ocupar la cartera de Estado. La suya quedó en manos del radical Abad Conde. Lerroux simultaneó la presidencia con el ministerio de la guerra. El nuevo titular de Instrucción Pública fue el también liberal demócrata Joaquín Dualde.
Finalmente el dos de enero quedó aprobada la ley que suspendía el Estatuto. Su articulado dejaba competencias de la Generalitat en manos de un gobernador general. Aquí fue donde Gil Robles hizo su jugada: para evitar el prometido veto presidencial, le ofreció al jefe del Estado la posibilidad de elegir él al gobernador y apoyar su nombramiento. Seducido por esta oferta, Alcalá Zamora olvidó de repente sus reticencias a clausurar la autonomía. Su propuesta recayó en un centro-derechista muy próximo a él en lo político y en lo personal, el gallego Manuel Portela Valladares, que había sido diputado independiente en las Cortes Constituyentes en 1931, y cuyo nombre no debemos olvidar. El 10 de enero el gobierno publicaba su nombramiento en la Gaceta.

Gil Robles, líder de la CEDA.

¿Qué pasó con el govern de Comanys? Pues el President y sus consellers quedaron retenidos en un buque de la armada fondeado en el puerto de Barcelona. No recibieron un mal trato. De hecho se les permitió recibir visitas con bastante frecuencia y hasta se vivió una escena cómica cuando un conseller fue visitado simultáneamente por su mujer y por su amante.
No obstante, hubo un preso en aquel barco que nada tuvo que ver con el alzamiento de octubre: Manuel Azaña. El ex presidente del gobierno se encontraba en Barcelona cuando ocurrió todo. Lerroux y Gil Robles vieron ahí una posibilidad para desacreditar a al mandatario involucrándolo en un golpe del que nunca tomó parte, para presentarlo ante los españoles como enemigo del país. El Presidente de la República se avino también a la sucia maniobra.

Alejandro Lerroux, líder del Partido Radical.

El tiro les salió por la culata. El 28 de diciembre, ante la bochornosa falta de pruebas, el Tribunal Supremo dictó sobreseimiento de la causa y constató la ilegalidad del arresto. En su condición de diputado, Azaña no podía ser detenido ni juzgado, sin conceder la cámara el suplicatorio - salvo ser sorprendido cometiendo delito flagrante.
Pero el daño personal ya estaba hecho. El hermano del ex presidente que lleva años arrastrando una larga enfermedad entró en agonía pocas semanas después de su arresto. Trató de ir a Barcelona para que pudieran despedirse, pero falleció en Zaragoza camino de la ciudad condal. Pese a sus peticiones porque le dejaran encontrarse con su hermano, aunque fuese como arrestado, no se permitió a Azaña salir del buque.

Manuel Azaña.

A lo largo de la historia, los españoles no nos hemos distinguido por nuestra reflexividad, nivel cultural o sagacidad, pero sí por ser un pueblo sensible a las injusticias. Este bochornoso atropello hirió la sensibilidad social de la época y resucitó a Azaña como figura política. Sin embargo, según dijeron su mujer y su cuñado, como hombre hubo un Manuel Azaña antes y otro después de su arresto en Barcelona.
Los primeros días de enero, Alcalá Zamora convocó tres consejos de ministros en Palacio presididos por él, en los que dejó clara su posición a favor de indultar a los múltiples condenados a muerte, entre otros González Peña, apodado el generalísimo de los revolucionarios asturianos. Llegó a amenazar con dimitir de la Presidencia si no se aprobaban los indultos. Al final Lerroux terminó por ceder y el consejo de ministros aprobó los indultos. Pero desde entonces la crisis con la CEDA se hizo inevitable.

Portada del diario Región con González Peña.

Las páginas de las memorias de Gil Robles referidas a estos sucesos incitan a la risa. Trata de presentar al lector como coherente su apoyo a la amnistía de la que se beneficiaron el general Sanjurjo y sus cómplices un año antes y su oposición a la amnistía de los sublevados de octubre. Para él, la razón es sencilla: los revolucionarios del 34 ponían en peligro la identidad de España. Hay que entender que no veía tal riesgo en los golpistas del 32.
Frustrado un intento de reforma del Tribunal Supremo que la CEDA quería hacer más dependiente de las Cortes, la coalición entre cedistas y radicales se rompió. El 29 de marzo, tras un consejo de ministros de cuatro horas se indultó a González Peña, los ministros cedistas, Aizpún, Giménez Fernández y Anguera de Sojo anunciaron su salida del gobierno. El momento estaba estratégicamente calculado. Rota la coalición parlamentaria, no quedó otro remedio a Lerroux que dimitir.
Ese mismo día Alcalá Zamora abrió consultas. Desde el primer momento le encargó a líder radical intentar negociar un nuevo gabinete.

Portela Valladares, político allegado a Alcalá Zamora, asumió el cargo de gobernador general de Cataluña.

El día 31, Lerroux visitó a Gil Robles en el domicilio particular del líder cedista, quien hipoteco el apoyo de su partido al líder radical a la entrada de más de sus correligionarios en el gobierno. En palacio, Alcalá Zamora rechazó drásticamente esta posibilidad, de modo que Lerroux renunció al encargo.
En aquellas consultas, las primeras de 1935, fiel a su histriónico estilo, el Presidente de la República llamó a todos los llamables a la cámara presidencial. Azaña excusó su asistencia en una carta cargada del más negro sarcasmo, que remitió al Secretario General de la Presidencia, para que, escribió, el jefe del Estado no recibiera “los consejos de un presunto delincuente”.


Bibliografía Consultada

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lunes, 25 de mayo de 2015

Dos Hombres de Derechas y la Segunda República (XI)

Las Sublevaciones de Asturias y de Companys


La sublevación en Asturias y el pronunciamiento del President Companys en Barcelona monopolizaron la vida del gobierno Lerroux IV y a la postre fueron la causa de su muerte. La complejidad e importancia de ambos sucesos resultan imposibles de exponerse aquí, aunque parece oportuno hacer un breve apunte.
Desde su derrota electoral en noviembre de 1933, las izquierdas se pusieron muy nerviosas. El temor a que, si la CEDA, cuyo líder flirteaba con Mussolini, Hitler y Dollfuss, accedía al gobierno, la República se desmantelaría desde dentro impulsó a muchos izquierdistas moderados a sumarse a las tesis extremistas de Largo Caballero y los comunistas. Estos sectores propugnaban que la izquierda revolucionaria debía hacerse con el poder, si era preciso, por la fuerza.

El socialista Largo Caballero, apodado el Lenin español.

Las políticas involucionistas de los gobiernos radicales de Lerroux en materia religiosa y policial alimentaron la convicción de que se preparaba un asalto al nuevo régimen desde dentro. La debilidad del gobierno Samper que produjo graves descoordinaciones en materia de seguridad permitió que los sindicatos trajeran armas de contrabando, sobre todo de la URSS. Estas se concentraron en la cornisa cántabro-astur, en silos clandestinos.
Tras la formación del gobierno del 4 de octubre en que la CEDA obtuvo tres carteras, se tuvo por fin la ansiada excusa para dar el golpe. El objetivo era formar un gobierno revolucionario en el norte para luego marchar sobre Madrid haciéndose así con el poder en toda España. Entonces el país se convertiría en una suerte de Estado soviético gobernado bajo una dictadura proletaria.
El día seis de octubre de 1934 se confirmaron los peores pronósticos. El gobernador civil de Oviedo era incapaz de mantener el control en el principado asturiano por los medios policiales ordinarios. En pocos días los cargos oficiales debían ser evacuados y no sólo de los pueblos, sino incluso de algunas ciudades que también cayeron en poder de los revolucionarios.

Lluís Comapnys, segundo President de la Generalitat catalana.

Simultáneamente ese mismo día, Companys, President de la Generalitat desde la muerte de Macià, fallecido el día de navidad de 1933, proclamó el Estado catalán sublevándose contra el gobierno central. La proclama que se hizo por radio instaba al alzamiento popular de los catalanes y todos los verdaderos republicanos.
En nuestros días, con el independentismo más rancio tratando de reescribir la historia, se pretende buscar en aquel suceso un antecedente de las aspiraciones secesionistas. Nada más falso.
No está de más recordar que ERC no abrazó el independentismo hasta después de la marcha del President Tarradellas, en los años ochenta. En cuanto a Companys, él proclamó el “Estado Catalán” como miembro de una especie de república federal ibérica compuesta de Estados con amplia capacidad de autogobierno, tal como EEUU, México o Alemania con sus Länder. Según su concepción, en una federación no volverían repetirse lo que él consideraba “vulneraciones de la autogobierno catalán” como la anulación de la ley catalana de contratos de cultivo por el Tribunal de Garantías Constitucionales ocurrida pocos meses antes.

General Batet, militar leal a la Segunda República.

El President se puso a sí mismo a la cabeza de un gobierno provisional para marchar sobre Madrid desde Barcelona. Una vez en la capital forzarían la implantación de España como una república federal. Para su desgracia nadie respondió a su llamada. Los catalanes se quedaron tranquilos en sus casas indiferentes a la alocución. Su suerte fue que el general Batet a cargo de la capitanía general de Barcelona era un hombre muy razonable; tan razonable que el 18 de febrero de 1937 los golpistas le fusilaron por haberse negado a tomar parte en el alzamiento del 18 de julio en Burgos.

Las órdenes de Batet fueron rodear el Palau de la Generalitat, pero prohibió el uso de la fuerza.

Aunque recibió órdenes del mismo Lerroux de asaltar el Palau de la Generalitat a sangre y fuego si era preciso, Batet entendió lo innecesario de uso de la violencia que sí hubiese podido dar lugar a un motín popular. Se limitó a rodear el edificio y la plaza Sant Jaume. Cuando por fin consiguió contactar telefónicamente con Companys que se había atrincherado con un puñado de guardias de asalto en la sede del gobierno catalán, le convenció para que se rindiera.
Pocas horas más tarde Companys se entregaba junto con su gobierno que quedaron arrestados.

Companys y su gobierno fueron encarcelados.

En Asturias, por desgracia, la cosa no se saldó de un modo tan cómico. Una vez sofocados los motines revolucionarios aislados en Euskadi y zonas de Madrid, el gobierno puso el principado bajo la ley marcial. Los generales Goded y Franco fueron enviados allí con carta blanca para someter la sublevación.
Mientras tanto, el proyecto revolucionario había quedado desdibujado ante la imposibilidad de mantener una jerarquía estable. Los comunistas, impulsores del alzamiento, apenas gozaban de influencia entre los asturianos, a diferencia de la CNT. El sindicato anarquista sí disfrutaba de una adhesión prácticamente unánime entre los mineros. Sus líderes se hicieron con el control y con las armas que socialistas y comunistas habían pagado para dar su golpe. Sin un poder central Asturias quedó desguazada en un mar de comunas. Aisladamente, también se autoproclamó, en pequeños municipios, alguna que otra república soviética.

Generales Goded y Franco. El 18 de julio de 1936 el primero se sublevó en Mallorca y segundo en Canarias.

Ninguno de esos gobiernos actuó precisamente con humanidad hacia cualquier disidente catalogado de “reaccionario”. Sin embargo, ni sus asesinatos ni otros crímenes rozaron si quiera la brutalidad empleada por los mandos militares en la represión. Numerosas ciudades y pueblos fueron bombardeados con artillería, sin necesidad alguna. Después de que el 19 de octubre se sometieran los últimos reductos en poder de los revolucionarios, se multiplicaron los encarcelamientos, torturas y ejecuciones –a menudo clandestinas, sin siquiera un juicio castrense.


Bibliografía Consultada

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TORRES DEL MORA, Antonio. Estado de derecho y democracia de partidos. Universitatis. Madrid.             2012.

jueves, 21 de mayo de 2015

Dos Hombres de Derechas y la Segunda República (X)

El nuevo gobierno radical cedista y sus desafíos

Bandera

Al día siguiente de la dimisión de Samper, el 1 de octubre de 1934, Alcalá Zamora abrió nuevas consultas en Palacio. Esta vez fue el propio Lerroux quien exigió la entrada de la CEDA para aceptar el encargo de formar gobierno. El Presidente cedió a regañadientes, aunque puso como condición que ningún cedista se hiciera con una “cartera clave”. En palabras del periodista británico Henry Buckley equivalía “a decirle a alguien que es “suficientemente leal a la República” para ocupar el ministerio de Agricultura, pero no el de Gracia y Justicia” (BUKLEY, 2009:106).
Lo cierto es que Gil Robles seguía sin declararse explícitamente republicano -ni demócrata. A diferencia de en sus memorias, en su vida política nunca ocultó sus simpatías por regímenes totalitarios. Tampoco se debe olvidar que Alcalá Zamora recelaba de una coalición de partidos fuertes que rechazara su influencia en el gobierno como había ocurrido en el bienio azañista.

Sello de correos con la efigie de Lerroux.

Con todo el Presidente hubo de transigir. Gil Robles estaba dispuesto a conformarse con solo tres carteras, pese a tener más diputados, pero alguna de ellas debía tener peso.
Llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿Estas dinámicas institucionales eran normales en Europa? Veamos, con la salvedad de Inglaterra, habituada a la alternancia de grandes partidos con mayorías absolutas, las democracias parlamentarias europeas como Francia, Bélgica o Italia (hasta la llegada de Mussolini) se sucedían unos gobiernos de durada más corta que los actuales.
No fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando las reformas constitucionales reforzaron la figura del jefe de gobierno desplazando al Rey o Presidente de la República que hasta ese momento se veían obligados a intervenir excesivamente en la conformación del gobierno.

Lerroux con su edecán, Ricardo Samper, a quien había "prestado" la presidencia del gobierno.

Ahora bien, aunque con una vida más corta que los actuales, los gobiernos europeos solían durar más de un año y hasta podía llegar cómodamente a tres. En la Segunda República sólo el gobierno Azaña I se asemejó a estos. El resto de gabinetes hasta la guerra civil se aquejaron de una debilidad extrema que no les permitía superar el mes de vida, o el trimestre en el mejor caso. La victoria de un partido “hostil” al régimen en Cortes de 1933 y el presidencialismo bastardo de Alcalá Zamora explican esta circunstancia.
En cualquier caso, el 4 de octubre de 1934 juraba el cargo el primer gobierno compuesto por ministros de las dos fuerzas mayoritarias en la cámara la CEDA y los Radicales. Este fue el gobierno Lerroux IV: Presidencia, Alejandro Lerroux (radical); Estado, Samper (radical); Justicia, Rafael Aizpún (CEDA); Guerra, Diego Hidalgo (radical); Marina, Juan José Rocha (radical); Hacienda, Manuel Marraco (radical); Gobernación, Vaquero (radical); Instrucción Pública, Filiberto Villalobos (liberal demócrata); Obras Públicas, José María Cid (agrario); Trabajo, José Oriol Anguera de Sojo (CEDA); Agricultura, Manuel Giménez Fernández (CEDA); Industria y Comercio, Andrés Orozco (radical); Comunicaciones, César Jalón (radical); ministros sin cartera, Martínez de Velasco (agrario) y Leandro Pita Pizarro (independiente de centro derecha).

El gobierno Lerroux IV tomó posesión el 4 de octubre.

Este gobierno tuvo en seguida que afrontar dos retos de extrema gravedad. El mismo día de su toma de posesión llegaron a Madrid las noticias de un levantamiento en Asturias. Dos días después, la tarde del 6 de octubre, el President de la Generalitat, Lluís Companys, proclamaba el Estado Catalán sublevándose contra el nuevo gobierno. 



Bibliografía Consultada

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lunes, 18 de mayo de 2015

Dos hombres de Derechas y la Segunda República (IX)

La fragilidad del gobierno Samper


Con la dimisión del tercer gobierno Lerroux, segundo gobierno después de las elecciones del 19 de noviembre de 1933, se empezó a evidenciar lo que Azaña había advertido al Presidente de la República en las consultas de diciembre: cualquier gobierno republicano que saliese de aquellas Cortes quedaría secuestrado por la CEDA.
La obstinación, por desgracia, era una característica de Alcalá Zamora quien tras la nueva dimisión de Lerroux trató de impulsar un nuevo gobierno radical, excluyendo, una vez más, a Gil Robles y su partido. Este último había ofrecido a Lerroux su apoyo para destituir al Presidente de la República, pero, temeroso del efecto que tendría para el régimen ante la imposibilidad de conciliar un sustituto, Lerroux prefirió seguir con las comparsas palaciegas de Alcalá Zamora.

Alcalá Zamora posa con su familia en el Palacio de Oriente.

El líder radical, pese a sus  recelos, sabía que antes o después la CEDA tendría que entrar en el gabinete para que el Parlamento fuese gobernable, él debía reservarse para cuando el Presidente diese su brazo a torcer. Para su preocupación empezaba a verse muy quemado tras sus tres desastrosos gobiernos, así que prefirió ceder el testigo a un edecán, sin personalidad propia a través del que pudiera gobernar a la sombra, a la espera de poder formar un gobierno más sólido.
La propuesta agradó a don Niceto. Un jefe de gobierno débil dependería de él como jefe del Estado para sostener su gabinete. Así pues, invitó a formar gobierno al radical Ricardo Samper cuyo ministerio tomó posesión el 27 de abril de 1934.
La composición del gobierno Samper, prácticamente heredada de gobierno Lerroux III, demuestra hasta qué punto fue un hombre de paja: Presidencia, Ricardo Samper (radical); Estado, Leandro Pita Romero (independiente de centro derecha); Justicia, Vicente Cantos Figuerola (radical); Guerra, Diego Hidalgo (radical); Marina, Juan José Rocha (radical); Hacienda, Manuel Marraco (radical); Gobernación, Rafael Salazar Alonso (radical); Obras Públicas, Rafael Guerra del Río (liberal demócrata de Alcalá Zamora); Agricultura, Cirilo del Río (radical); Trabajo, José Estellada (radical); Industria y Comercio, Vicente Iranzo (independiente de centro derecha); Comunicaciones, José María Cid (agrario).

Ricardo Samper presidió un inestable gobierno entre mayo y septiembre de 1934.

En el debate de presentación ante las Cortes el 2 de mayo fue desastroso. Algunos creyeron que el gobierno no sobreviviría a aquella jornada. Muchos diputados bromearon con el parecido del nuevo consejo de ministros con su predecesor diciendo que el Lerroux se había equivocado al sentarse fuera del banco azul. Samper no había hecho mucho por evitar estos comentarios cuando después de prometer el cargo cinco días antes, públicamente, se abrazó a Lerroux diciéndole con lágrimas en los ojos que él no era más que “un asteroide sin luz” que siempre giraría entorno al verdadero astro que era él.
Durante el debate, sus carencias como orador se pusieron en evidencia. La torpeza de su discurso obligó a Gil Robles y a los agrarios, que querían mantenerse neutrales para no forzar una nueva crisis, a sumarse a la hostilidad de los socialistas. Particular virulencia mostró Indalecio Prieto cuyas sus palabras “Habrá una lucha entre las dos Españas” vaticinaron sin saberlo el trágico futuro del país.

Indalecio Prieto líder socialista.

Aunque el gobierno de Samper resistió al debate de presentación, su debilidad hizo que este gabinete naciera muerto. Su labor legislativa fue prácticamente inexistente. Enfrentado a las izquierdas y a la CEDA, la incapacidad de Samper de asegurarse la disciplina de los radicales sólo leales a Lerroux, le hizo perder el apoyo de su propio grupo, y progresivamente el de los agrarios y liberal demócratas.
Los desórdenes sociales que se habían estado gestando empezaron a manifestarse en el país con cruda agresividad. Se sabía que las izquierdas radicales se armaban en el norte con dinero soviético. En las ciudades se sucedían las huelgas. El déficit de tesoro público empezaba a abultar peligrosamente. Otro hecho aparentemente inofensivo, como la declaración por parte del Tribunal de Garantías Constitucionales de la inconstitucionalidad por falta de competencia de la ley de contratos de cultivo de la Generalitat catalana, no tardaría traer graves consecuencias.

Alejandro Lerroux, gobernó a la sombra durante el gobierno Samper.

Cuando las Cortes se cerraron en julio por las vacaciones de verano, nadie esperaba que el gobierno siguiera en septiembre, la cuestión era cómo derribarlo. Gil Robles mantuvo reuniones con Alcalá Zamora, a quien sugirió que el gobierno dimitiese fuera del parlamento. Así la CEDA se evitaría hacer caer a otro gobierno radical También se reunió con Lerroux, Martínez de Velasco y Melquíades Álvarez, estos últimos líderes de los grupos agrario y liberal demócrata, para esbozar la composición del nuevo gobierno. En esta ocasión exigía que la CEDA formase parte de él o lo obstruiría en el Parlamento desde el primer momento, sin contemplaciones.

En 1933 las huelgas en España y protestas aumentaban.

El 31 de setiembre, a la vuelta de un entierro en Salamanca de un amigo personal, Gil Robles pronunció un durísimo discurso contra el gobierno en el Congreso. “No pueden perpetuarse” declaró “las combinaciones [de gobierno] que no reflejen la voluntad del país en las elecciones de noviembre”. Muchas voces críticas se le unieron contra Samper quien viéndose atacado trató de resistir, apelando a su fortaleza personal oponiéndola a la debilidad de la que acusaban a su gobierno. Fue una estrategia torpe, nadie la acusaba a él como individuo de nada. Samper conoció la pobreza de joven, su vida no fue fácil. Tampoco era un estúpido como algunos pretendieron caricaturizarle. Sencillamente carecía de peso político para seguir de jefe de gobierno, posición a la que no había accedido por sí mismo.

Las minas en el verano de 1933 eran un polvorín

Al terminar el debate, Samper entendió que estaba acabado. Reunió a sus ministros para darles las gracias por su entrega personal, en el despacho del presidente de las Cortes. Después se encaminó al Palacio de Oriente para presentar su dimisión irrevocable. 



Bibliografía Consultada

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jueves, 14 de mayo de 2015

Dos hombres de Derechas y la Segunda República (VIII)

Primeros gobiernos radicales del Bienio Negro


Por fin el 16 de diciembre tomó posesión el gobierno Lerroux II cuya composición fue la siguiente: Presidente, Alejandro Lerroux (radical); Estado, Leandro Pita Romero (independiente de centro derecha); Justicia, Ramón Álvarez Valdés (Partido Republicano Liberal Demócrata, centro derecha de Melquíades Álvarez); Guerra, Martínez Barrio (radical); Marina, Juan José Rocha García (radical); Hacienda, Antonio Lara Zárate (radical); Gobernación, Manuel Rico Avello (independiente, centro derecha); Instrucción Pública y Obras Públicas, Rafael Guerra Río (radical); Trabajo, José Estellada Arnó (radical); Agricultura, Cirilo del Río Rodríguez (derecha liberal republicana de Alcalá Zamora); Industria y Comercio Ricardo Sámper Ibáñez (radical); Comunicaciones, José María Cid Ruiz-Zorrilla (agrario).
Desde que echó andar el gobierno, sus problemas con el parlamento fueron evidentes. Las izquierdas le profesaron antipatía y la CEDA condicionaba su apoyo al cumplimiento de su programa contrarrevolucionario. Aunque ideológicamente Lerroux y Gil Robles no estaban tan distanciados, los desunía su común ambición por el poder.
El 23 de enero de 1935, tras la salida del gobierno de Avello incómodo por las presiones internas, se entregó a Barrio la cartera de gobernación. La de guerra pasó al radical Diego Hidalgo Durán. Se salvó así la crisis de gobierno parcial.

Alejandro Lerroux, líder del Partido Radical Republicano.

Sin embargo, pocas semanas más tarde, el 4 de febrero la revista Blanco y negro publicó unas declaraciones de Martínez Barrio en las que criticaba el acercamiento del Partido Radical a la CEDA. La pugna entre el presidente del gobierno y su ministro de gobernación se agravó. Este último, mucho más avenido a pactar con la izquierda que con una formación de perfil autoritatario, se escindió del partido radical, fundado el 1 de marzo el Partido Radical Demócrata, al que se incorporaron una veintena de diputados radicales y de otros partidos minoritarios.
Este suceso provocó una crisis de gobierno que Lerroux confió en poder saldar otra vez de forma parcial. Pero Alcalá Zamora decidió provocar una crisis total, con lo que el presidente del gobierno tuvo que dimitir.

De izquierda a derecha, Gregorio Marañón, Menéndez Pidal, Alcalá Zamora, Pío Baroja, Royo Villanova y Emilio Cortarelo.

El Presidente de la República volvió a invitar a Lerroux a formar gobierno, prohibiéndole una vez más incorporar a cedistas en su gabinete. El resultado fue que la composición del ejecutivo fue casi idéntica a la de su predecesor: Presidente, Alejandro Lerroux (radical); Estado, Leandro Pita Romero (independiente de centro derecha); Justicia, Ramón Álvarez Valdés (Partido Republicano Liberal Demócrata, centro derecha de Melquíades Álvarez) sustituido el 17 de abril por Salvador de Madariaga (independiente); Guerra, Diego Hidalgo Durán (radical); Marina, Juan José Rocha García (radical); Hacienda, Manuel Marraco (radical); Gobernación, Manuel Rico Avello (independiente, centro derecha); Instrucción Pública y Obras Públicas, Salvador de Madariaga (independiente); Trabajo, José Estellada Arnó (radical); Agricultura, Cirilo del Río Rodríguez (derecha liberal republicana de Alcalá Zamora); Industria y Comercio Ricardo Sámper Ibáñez (radical); Comunicaciones, José María Cid Ruiz-Zorrilla (agrario). Como podemos ver, el gobierno Lerroux III sólo se distingue de su predecesor por las ausencias de Barrio y de quienes con él dejaron el grupo radical.
Horas después de tomar de nuevo posesión de su cargo el 3 de marzo de 1935, el presidente del gobierno se entrevistó con Gil Robles. Quería saber qué apoyo podía esperar de los cedistas. El líder derechista se mostró muy frío. Tras dos consultas, la del 16 de diciembre la de dos días atrás, en que Alcalá Zamora no sólo le había negado la posibilidad de formar gobierno, sino la entrada de su partido en el mismo, se sentía abofeteado por el Presidente de la República. Condicionó todo apoyó al gobierno a la realización de este del programa de la CEDA. Lerroux no tardó en complacerle.

Lerroux y Gil Robles.

Desde su descalabro electoral, los socialistas radicalizaron su actitud en las calles. En la clandestinidad empezaron a armarse a grupos paramilitares entrenados en los sindicatos para dar un golpe. La violencia y los disturbios se multiplicaron. Como drástica medida de represión el 27 de marzo el gobierno reimplantó la pena de muerte en España tras obtener el voto favorable de las Cortes, pese a ser contraria a la Constitución.
El 4 de abril siguiendo con la táctica de la “guillotina”, en palabras de Gil Robles, arrancó el apoyo del gobierno para la Ley de Haberes del Clero. Irónicamente, Lerroux que había sido un furibundo anticlerical y un ateo declarado, sacó adelante esta ley que restableció las ayudas públicas y privilegios legales de la Iglesia Católica en España.
El 20 de abril, la tenaza de la CEDA forzó a Lerroux a respaldar una amnistía para el general Sanjurjo y los golpistas de 1932 que el Parlamento aprobó por amplia mayoría, 279 votos contra uno –el del señor Miral-; las izquierdas se ausentaron del hemiciclo como protesta en el momento de la votación. Sin embargo, Alcalá Zamora se negó a firmar la ley.

Sanjurjo, imagen del juicio, ya fue indultado por el gobierno Azaña de la pena de muerte en 1932. Dos años después lo era de la pena de cárcel. Salió barato dar un golpe de Estado.

Como ya se expuso en Neonovecentimo al comentar la Constitución de 1931, se produjo una situación jurídico-institucional atípica. El art. 83 de aquella carta magna permitía al Presidente de la República vetar cualquier ley del parlamento, devolviéndola a la cámara con unas notas explicativas de su decisión. Para levantar su veto, los diputados debían volver a aprobar la ley por mayoría cualificada de dos tercios. En aquella ocasión, Alcalá Zamora se limitó a mandar al Parlamento unas notas explicativas de su negativa a firmar la ley, aunque sin vetarla formalmente, con que técnicamente no hubo veto. Tras un tira y afloja, el Presidente firmó la ley del amnistía el 24 de abril. Al día siguiente, completamente desacreditado por el desplante, el tercer gobierno Lerroux dimitía en pleno.

Bibliografía Consultada


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lunes, 11 de mayo de 2015

Dos hombres de Derechas y la Segunda República (VII)

Las Elecciones de 1933: Victoria de las Derechas



El periodo republicano de 1933 a 1936 es conocido como bienio de derechas o bienio negro. Personalmente, la segunda expresión me parece más adecuada. De los muchos gobiernos constituidos durante esta época, ninguno estuvo presidido por un derechista de partido. Las derechas ni siquiera llegaron a ser mayoría en el gabinete. Además, la inestabilidad política y la violencia social que lo caracterizaron, hacen merecedores a estos años del calificativo "negro".
El gobierno de Martínez Barrio, que tenía el mandato expreso de supervisar las elecciones generales del 19 de noviembre de 1933, cumplió fielmente con su cometido y dimitió tras la constitución del nuevo parlamento. Su imparcialidad propició que aquellos comicios fueran de los más limpios en la historia de España.

El gobierno Martínez Barrio (en el centro del sofá) supervisó las elecciones generales de 1933.

También fue la primera vez que las mujeres pudieron votar el Congreso. Las españolas se habían estrenado en las urnas a principios de ese mismo año en unos comicios municipales, en los que las derechas obtuvieron una victoria arrolladora. Respecto a las anteriores citas electorales, en el 1931 se les permitió ser candidatas, pero sin derecho a voto. Temeroso del voto femenino conservador, en 1932, Macià impidió que las mujeres votaran el Parlament catalán –pese a que la constitución estatal ya les reconocía ese derecho- amparándose en que todavía no había una ley catalana aprobada.
En cuanto a nuestros dos memorialistas, vivieron los comicios de un modo muy diferente. Gil Robles consiguió impulsar una gran federación de partidos de derechas, Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) que tuvo como eje central Acción Popular, partido joven fundado por él mismo poco después de llegar la república. En sus memorias, No fue posible la paz, dedica largas redacciones a narrar como fraguó sus alianzas electorales.

Gil Robles en un mitin electoral.

Define Acción Popular y la CEDA como partidos conservadores, católicos, de perfil democrático. Su insistencia en asegurar que admitía el sistema republicano, pese a confesarse de corazón y estética monárquicos, se convierte en una constante desde este momento hasta el final del libro. Incluso se molesta en detallar unas entrevistas que mantuvo con el ex rey Alfonso XIII en París a quien le prometió restaurar a la monarquía cuando fuese posible, pero advirtiéndole que como político sería leal a la república, porque era un "hombre de honor".
Algo más olvidadizo es su relato respecto a sus numerosos contactos y entrevistas con Hitler, Mussolini, Dollfuss y numerosos líderes fascistas europeos, como el belga León Degrelle. ¿Por qué estas omisiones y aquella perorata? Pues bien, mientras escribe sus memorias, Gil Robles pretende reconciliarse con los monárquicos a cuyo lado participará en el “Contubernio de Munich”. Como sabemos, en aquella cumbre se reunieron la oposición monárquica y republicana al franquismo para fraguar acuerdos de caras a la transición. Eso sí, ningún partidario totalitario era bien recibido.
De ahí se explica su necesidad de  elidir sus amigables relaciones con los regímenes totalitarios, a los que apenas dedica un pie de página en las más de 800 de su libro (!) y su participación como ministro de la guerra en 1935 en la fragua del golpe del 18 de julio, pretendía lavar su imagen. Así mismo, al desvincularse del fascismo, Gil Robles trata de argumentar que Alcalá Zamora obstruyó su camino a la presidencia del gobierno por antipatía personal y por provenir de una familia monárquica –su padre fue diputado carlista por Salamanca-, en lugar de sus simpatías hacia el totalitarismo.

Hitler y Mussolini, la democracia se ahogaba en Europa.

Sin embargo, sus ataques de amnesia no bastan para ocultar su naturaleza totalitaria que, de vez en cuando, se trasparenta a pesar de sus esfuerzos. No fue posible la paz está plagada de estas transparencias, como cuando describe el objetivo de la CEDA como: “la prosecución del bien común exigen la participación en las tareas de gobierno de los llamados cuerpos intermedios; es decir, las sociedades infraestatales –región, municipio, familia-, que deben concurrir al perfeccionamiento colectivo […] en el goce de una autonomía, mayor o menor, de acuerdo con el grado de personalidad” (Gil Robles, 1968: 125).
Para cualquiera que conozca un poco acerca de la concepción social del fascismo italiano o austríaco, este discurso le sonará a paráfrasis de Mussolini y Dollfuss a quienes se acerca no sólo por las palabras que dice –familia, región, perfeccionamiento, bien común- sino también por las silenciadas - política, democracia, soberanía popular o libertad. Expresiones como estas conviven en su libro con otras que las matizan, las corrigen o directamente las contradicen, pero se aprecia en esas modificaciones la falta de naturalidad espontánea.

Engelbert Dollfuss, canciller autríaco entre 1932 y 1934 fue capaz de adaptar su gobierno al fascismo desde la democracia.

Mientras la lucha electoral se preparaba, Joaquín Chapaprieta disfrutaba en Alicante de lo que ya consideraba su jubilación, ajeno a todo. Recordemos que tras ver frustradas sus aspiraciones electorales en 1931, había abdicado de la política.
Sin embargo, un día, sin previo contacto, recibió una carta del líder de la CEDA en la provincia levantina, el señor Alberola. Consciente de su popularidad electoral en la provincia entre el centro derecha conservador, la federación de Gil Robles le hizo una oferta inmejorable. Le propondrían como cabeza de lista y además le permitirían ser elegido como diputado independiente, libre de disciplinas de partido, si hacía campaña por ellos. Tentado por volver a la arena política, el sexagenario aceptó. Así obtuvo en 1933 su acta de diputado independiente.

Chapaprieta encabezó la lista de la CEDA en Alicante como independiente.

El suyo no fue un caso aislado. Una estructura de partido de nuevo cuño como aquella se dedicó a la “caza de talentos”, ofreciéndoles grandes ventajas, para incorporar a sus listas a todos lo que pudiesen aportar votos, a pesar de que no fuesen demasiado próximos a su ideario, como ocurrió en el caso de don Joaquín partidario siempre de la democracia y la libertad.
Por su parte las izquierdas parecían no entender la gravedad de su situación. Los socialistas seguían peleados entre sus familias, a la vez que con los comunistas. Los sindicalistas anunciaron que no pedirían el voto por las formaciones de izquierda. En saco roto cayeron las advertencias de Azaña instando a una unión electoral para no verse perjudicados por la ley electoral que las mismas izquierdas habían aprobado en verano. Ya se sabe que la izquierda nunca ha tenido demasiado sentido de la supervivencia.
Así estaban las cosas, el 19 de noviembre el resultado electoral fue el siguiente: el primer grupo de la cámara, que tenía 473 escaños, fue la CEDA de Gil Robles que obtuvo 115 escaños, amén de una decena más de diputados elegidos como independientes entre los que se encontraba Chapaprieta. Este hecho en sí mismo suponía una crisis del régimen, pues ganaba las elecciones un partido que jugaba a la ambigüedad en lo de definirse republicano e incluso cuestionaba la necesidad de la democracia –aunque Gil Robles reescribiera las cosas de otra manera.

Las Cortes de 1933.

El segundo partido fue el centro derecha del Partido Radical de Alejandro Lerroux con 102 escaños. El PSOE bajó al tercer puestos respecto a las constituyentes quedando con 59 escaños de los 133 que tenía.
El cuarto puesto, con 30 escaños, fue para los agrarios que recogían buena parte de los elementos monárquicos liderados por Martínez Velasco. Tras ellos venía la Lliga Regionalista, partido de derechas catalán, liderado por Cambó con 24. Su homólogo vasco, el PNV, obtuvo 11. No muy lejos de la Lliga los carlistas de Comunión Tradicionalista se hicieron con 20 escaños.
Esquerra Republicana de Catalunya con 17 escaños, los mismos que el Partido Republicano Conservador, fue la última minoría “sólida” de izquierdas. El resto de fuerzas izquierdas obtuvieron exiguas representaciones. Acción Republicana de Azaña únicamente pudo salvar 5 escaños de sus antiguos 26. Los radical socialistas de UGT bajaron de 61 escaños a 1 y así suma y sigue.

Colas electorales.

El descalabro para la izquierda fue de sepulcro, apenas consiguieron en total un centenar de representantes, frente a los 170 del centro derecha, conformado por los radicales y los partidos regionalistas conservadores, y los más 200 diputados de derechas, entre quienes, por cierto, se encontraba el hijo del dictador Primo de Rivera, José Antonio Primo de Rivera único diputado de Falange que no quiso integrarse en la CEDA.
Las nuevas Cortes eligieron presidente a un diputado radical, don Santiago Alba, antiguo liberal monárquico –bisabuelo de Esperanza Aguierre- como su presidente.
Desde el primer momento Alcalá Zamora quiso apartar la CEDA del poder. Además quiso buscar gobiernos que se dejaran tutelar por su persona, gobiernos débiles en el Parlamento. Abrió una de sus largas rondas de consultas en la que departió con personas de todas las posiciones políticas. El consejo más contundente se lo dio Azaña quien sin ambages les dijo que lo mejor era disolver las Cortes antes de que los gobiernos políticamente republicanos quedasen presos en ellas de Gil Robles.

Santiago Alba, nuevo Presidente de las Cortes.

Algunos quisieron ver ambición tras estas palabras, pero como sabemos por las cartas a su cuñado, Cipriano Rivas de Cherif, el ex presidente del gobierno se sentía entonces políticamente acabado. Tras su bienio en el poder, había conseguido salvar su escaño porque un amigo electo por Valencia le cedió el suyo. Poco podía depararle ya la política. O eso creía él…
Finalizadas las consultas, el Presidente de la República encargó a Lerroux formar gobierno.


Bibliografía Consultada

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