La fragilidad del gobierno Samper
Con la dimisión del tercer gobierno Lerroux, segundo gobierno después de
las elecciones del 19 de noviembre de 1933, se empezó a evidenciar lo que Azaña
había advertido al Presidente de la República en las consultas de diciembre:
cualquier gobierno republicano que saliese de aquellas Cortes quedaría
secuestrado por la CEDA.
La obstinación, por desgracia, era una característica de Alcalá Zamora
quien tras la nueva dimisión de Lerroux trató de impulsar un nuevo gobierno
radical, excluyendo, una vez más, a Gil Robles y su partido. Este último había ofrecido a Lerroux su
apoyo para destituir al Presidente de la República, pero, temeroso del efecto que
tendría para el régimen ante la imposibilidad de conciliar un sustituto, Lerroux prefirió seguir con las comparsas palaciegas de Alcalá Zamora.
Alcalá Zamora posa con su familia en el Palacio de Oriente.
El líder radical, pese a sus recelos, sabía que antes o después la CEDA tendría que entrar en el gabinete para que el Parlamento fuese gobernable, él debía reservarse para cuando el Presidente diese su brazo a torcer. Para su preocupación empezaba a verse muy quemado tras sus tres
desastrosos gobiernos, así que prefirió ceder el testigo a un edecán, sin personalidad
propia a través del que pudiera gobernar a la sombra, a la espera de poder
formar un gobierno más sólido.
La propuesta agradó a don Niceto. Un jefe de gobierno débil dependería de
él como jefe del Estado para sostener su gabinete. Así pues, invitó a formar
gobierno al radical Ricardo Samper cuyo ministerio tomó posesión el 27 de abril
de 1934.
La composición del gobierno Samper, prácticamente heredada de gobierno
Lerroux III, demuestra hasta qué punto fue un hombre de paja: Presidencia, Ricardo Samper (radical); Estado, Leandro Pita Romero
(independiente de centro derecha); Justicia,
Vicente Cantos Figuerola (radical); Guerra,
Diego Hidalgo (radical); Marina,
Juan José Rocha (radical); Hacienda,
Manuel Marraco (radical); Gobernación,
Rafael Salazar Alonso (radical); Obras
Públicas, Rafael Guerra del Río (liberal demócrata de Alcalá Zamora); Agricultura, Cirilo del Río (radical); Trabajo, José Estellada (radical); Industria y Comercio, Vicente Iranzo
(independiente de centro derecha); Comunicaciones,
José María Cid (agrario).
Ricardo Samper presidió un inestable gobierno entre mayo y septiembre de 1934.
En el debate de presentación ante las Cortes el 2 de mayo fue desastroso.
Algunos creyeron que el gobierno no sobreviviría a aquella jornada. Muchos diputados
bromearon con el parecido del nuevo consejo de ministros con su predecesor
diciendo que el Lerroux se había equivocado al sentarse fuera del banco azul.
Samper no había hecho mucho por evitar estos comentarios cuando después de
prometer el cargo cinco días antes, públicamente, se abrazó a Lerroux diciéndole con lágrimas
en los ojos que él no era más que “un asteroide sin luz” que siempre giraría
entorno al verdadero astro que era él.
Durante el debate, sus carencias como orador se pusieron en evidencia. La
torpeza de su discurso obligó a Gil Robles y a los agrarios, que querían
mantenerse neutrales para no forzar una nueva crisis, a sumarse a la hostilidad
de los socialistas. Particular virulencia mostró Indalecio Prieto cuyas sus
palabras “Habrá una lucha entre las dos Españas” vaticinaron sin saberlo el
trágico futuro del país.
Indalecio Prieto líder socialista.
Aunque el gobierno de Samper resistió al debate de presentación, su
debilidad hizo que este gabinete naciera muerto. Su labor legislativa fue prácticamente inexistente. Enfrentado a las izquierdas y a la CEDA, la incapacidad
de Samper de asegurarse la disciplina de los radicales sólo leales a Lerroux,
le hizo perder el apoyo de su propio grupo, y progresivamente el de los agrarios
y liberal demócratas.
Los desórdenes sociales que se habían estado gestando empezaron a manifestarse en el país con cruda
agresividad. Se sabía que las izquierdas radicales se armaban en el norte con
dinero soviético. En las ciudades se sucedían las huelgas. El déficit de tesoro
público empezaba a abultar peligrosamente. Otro hecho aparentemente inofensivo, como la declaración por parte del Tribunal de Garantías Constitucionales de la inconstitucionalidad por falta de competencia de la ley de contratos de cultivo de la
Generalitat catalana, no tardaría traer graves consecuencias.
Alejandro Lerroux, gobernó a la sombra durante el gobierno Samper.
Cuando las Cortes se cerraron en julio por las vacaciones de verano, nadie
esperaba que el gobierno siguiera en septiembre, la cuestión era cómo derribarlo.
Gil Robles mantuvo reuniones con Alcalá Zamora, a quien sugirió que el gobierno
dimitiese fuera del parlamento. Así la CEDA se evitaría hacer caer a otro gobierno radical
También se reunió con Lerroux, Martínez de Velasco y Melquíades Álvarez, estos
últimos líderes de los grupos agrario y liberal demócrata, para esbozar la
composición del nuevo gobierno. En esta ocasión exigía que la CEDA formase parte de él
o lo obstruiría en el Parlamento desde el primer momento, sin contemplaciones.
En 1933 las huelgas en España y protestas aumentaban.
El 31 de setiembre, a la vuelta de un entierro en Salamanca de un amigo
personal, Gil Robles pronunció un durísimo discurso contra el gobierno en el
Congreso. “No pueden perpetuarse” declaró “las combinaciones [de gobierno] que
no reflejen la voluntad del país en las elecciones de noviembre”. Muchas voces críticas se le unieron contra Samper quien viéndose atacado trató de resistir,
apelando a su fortaleza personal oponiéndola a la debilidad de la que acusaban
a su gobierno. Fue una estrategia torpe, nadie la acusaba a él como individuo
de nada. Samper conoció la pobreza de joven, su vida no fue fácil. Tampoco era
un estúpido como algunos pretendieron caricaturizarle. Sencillamente carecía de peso político para seguir de jefe de gobierno, posición a la que no había
accedido por sí mismo.
Las minas en el verano de 1933 eran un polvorín
Al terminar el debate, Samper entendió que estaba acabado. Reunió a sus
ministros para darles las gracias por su entrega personal, en el despacho del
presidente de las Cortes. Después se encaminó al Palacio de Oriente para
presentar su dimisión irrevocable.
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