Las Sublevaciones de Asturias y de Companys
La sublevación en Asturias y el pronunciamiento del President Companys en
Barcelona monopolizaron la vida del gobierno Lerroux IV y a la postre fueron la
causa de su muerte. La complejidad e importancia de ambos sucesos resultan
imposibles de exponerse aquí, aunque parece oportuno hacer un breve apunte.
Desde su derrota electoral en noviembre de 1933, las izquierdas se pusieron
muy nerviosas. El temor a que, si la CEDA, cuyo líder flirteaba con Mussolini,
Hitler y Dollfuss, accedía al gobierno, la República se desmantelaría desde
dentro impulsó a muchos izquierdistas moderados a sumarse a las tesis extremistas
de Largo Caballero y los comunistas. Estos sectores propugnaban que la
izquierda revolucionaria debía hacerse con el poder, si era preciso, por la
fuerza.
El socialista Largo Caballero, apodado el Lenin español.
Las políticas involucionistas de los gobiernos radicales de Lerroux en
materia religiosa y policial alimentaron la convicción de que se preparaba un
asalto al nuevo régimen desde dentro. La debilidad del gobierno Samper que produjo
graves descoordinaciones en materia de seguridad permitió que los sindicatos trajeran armas de
contrabando, sobre todo de la URSS. Estas se concentraron en la cornisa cántabro-astur, en silos clandestinos.
Tras la formación del gobierno del 4 de octubre en que la CEDA obtuvo tres carteras, se tuvo por fin la ansiada excusa para dar el
golpe. El objetivo era formar un gobierno revolucionario en el norte para luego
marchar sobre Madrid haciéndose así con el poder en toda España. Entonces el país
se convertiría en una suerte de Estado soviético gobernado bajo una dictadura proletaria.
El día seis de octubre de 1934 se confirmaron los peores pronósticos. El
gobernador civil de Oviedo era incapaz de mantener el control en el principado
asturiano por los medios policiales ordinarios. En pocos días los
cargos oficiales debían ser evacuados y no sólo de los pueblos, sino incluso de algunas ciudades que también cayeron en poder de
los revolucionarios.
Lluís Comapnys, segundo President de la Generalitat catalana.
Simultáneamente ese mismo día, Companys, President de la Generalitat desde
la muerte de Macià, fallecido el día de navidad de 1933, proclamó el Estado catalán sublevándose
contra el gobierno central. La proclama que se hizo por radio instaba al alzamiento popular de los catalanes y todos los verdaderos republicanos.
En nuestros días, con el independentismo más rancio tratando de reescribir
la historia, se pretende buscar en aquel suceso un antecedente de las
aspiraciones secesionistas. Nada más falso.
No está de más recordar que ERC no abrazó el independentismo hasta después
de la marcha del President Tarradellas, en los años ochenta. En cuanto a Companys, él proclamó el “Estado
Catalán” como miembro de una especie de república federal ibérica compuesta de Estados con amplia capacidad
de autogobierno, tal como EEUU, México o Alemania con sus Länder. Según su concepción, en una federación no volverían repetirse lo que él consideraba “vulneraciones de la
autogobierno catalán” como la anulación de la ley catalana de contratos de
cultivo por el Tribunal de Garantías Constitucionales ocurrida pocos meses antes.
General Batet, militar leal a la Segunda República.
El President se puso a sí mismo a la cabeza de un gobierno provisional para
marchar sobre Madrid desde Barcelona. Una vez en la capital forzarían la
implantación de España como una república federal. Para su desgracia nadie respondió a su llamada. Los catalanes se quedaron
tranquilos en sus casas indiferentes a la alocución. Su suerte fue que el
general Batet a cargo de la capitanía general de Barcelona era un hombre muy razonable;
tan razonable que el 18 de febrero de 1937 los golpistas le fusilaron por haberse
negado a tomar parte en el alzamiento del 18 de julio en Burgos.
Las órdenes de Batet fueron rodear el Palau de la Generalitat, pero prohibió el uso de la fuerza.
Aunque recibió órdenes del mismo Lerroux de asaltar el Palau de la
Generalitat a sangre y fuego si era preciso, Batet entendió lo innecesario de
uso de la violencia que sí hubiese podido dar lugar a un motín popular. Se
limitó a rodear el edificio y la plaza Sant Jaume. Cuando por fin consiguió
contactar telefónicamente con Companys que se había atrincherado con un puñado
de guardias de asalto en la sede del gobierno catalán, le convenció para que se
rindiera.
Pocas horas más tarde Companys se entregaba junto con su gobierno que quedaron
arrestados.
Companys y su gobierno fueron encarcelados.
En Asturias, por desgracia, la cosa no se saldó de un modo tan cómico. Una vez sofocados los motines revolucionarios aislados en Euskadi y zonas de Madrid, el
gobierno puso el principado bajo la ley marcial. Los generales Goded y Franco
fueron enviados allí con carta blanca para someter la sublevación.
Mientras tanto, el proyecto revolucionario había quedado desdibujado ante la imposibilidad de mantener una jerarquía estable. Los comunistas, impulsores del alzamiento, apenas gozaban de influencia entre los asturianos, a diferencia de la CNT. El sindicato anarquista sí disfrutaba de una adhesión prácticamente unánime entre los mineros. Sus líderes se hicieron con el control y con las armas que socialistas y comunistas habían pagado para dar su golpe. Sin un poder central Asturias quedó desguazada en un mar de comunas. Aisladamente, también se autoproclamó, en pequeños municipios, alguna que otra república soviética.
Generales Goded y Franco. El 18 de julio de 1936 el primero se sublevó en Mallorca y segundo en Canarias.
Ninguno de esos gobiernos actuó precisamente con humanidad hacia cualquier
disidente catalogado de “reaccionario”. Sin embargo, ni sus asesinatos ni otros
crímenes rozaron si quiera la brutalidad empleada por los mandos militares en la represión. Numerosas
ciudades y pueblos fueron bombardeados con artillería, sin necesidad alguna. Después de que el 19 de
octubre se sometieran los últimos reductos en poder de los revolucionarios, se
multiplicaron los encarcelamientos, torturas y ejecuciones –a menudo
clandestinas, sin siquiera un juicio castrense.
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