“La envidia nació en Cataluña”, me decía una
vez Cambó en la plaza mayor de Salamanca. ¿Por qué no en España? Toda esa
apestosa enemiga de los neutros, de los hombres de sus casas, contra los
políticos, ¿qué es sino envidia? ¿Dónde nació la vieja Inquisición, hoy
redivida?” Miguel de Unamuno Prólogo a la
Segunda Edición de Abel Sánchez 1928
Paradójicamente, a lo largo de S.XX, cuando el cristianismo iniciaba su acuciado declive, iniciado un siglo antes, en cuanto a influencia social y política, al tiempo que no practicar ninguna fe o declararse de ateo dejó de ser motivo de oprobio, para normalizarse en nuestra cultura, muchos escritores de nacionalidades bien distintas reinterpretaron los antiguos mitos bíblicos. Thomas Mann hizo un tanto al novelar la saga familiar del patriarca Jacob en la tetralogía José y sus hermanos. También destaca su relato La Ley. André Guide no se quedó atrás a la hora de reelaborar mitos e historias religiosas, ambientándolos en nuestros días. Detrás de alguno pasajes del Ulises de Joyce algunos escritores ven mitología cristiana mezclada con el la reelaboración de la antigua Odiesea.
Miguel De Unamuno en su escritorio.
Resulta
bastante complejo determinar por qué a lo largo de este siglo tantos
escritores, Proust, Virginia Wolf, Baroja, Borges, García Márquez, Mercè
Rodoreda, Saramago… y tantos otros quisieron, de formas más o menos directas,
recuperar los argumentos de la mítica cristiana o cuanto menos sus ideas. En términos
generales, dado que se hace muy difícil pensar que a personas tan dispares las
moviesen los mismos motivos. Se presupone que todos tomaron conciencia del peso
que la cultura cristiana tenía sobre occidente. Como bien dijo Josep Pla “No sé pas que vol dir odiar el cristianisme
¿Vol dir odiar la història dels dos últims mil anys?” [No sé en absoluto lo
que significa odiar al cristianismo. ¿Significa odiar la historia de los dos últimos
mil años?] A esta tendencia a rescribir la leyenda cristiana desde la
conciencia de la influencia de esta religión en la sociedad occidental, hay que
añadir el lujo que supuso para cualquier artista poder tomar una serie de tópicos
hasta entonces sólo manipulables dentro de la rígida doctrina impuesta por la
iglesia para desarrollar su trabajo artístico, sin miedo a que sus transgresores
resultados les acarreasen graves peligros, como siglos atrás habían supuesto.
Dicho esto, no se debe olvidar que no todos los países se liberaron tan rápido del yugo de la iglesia. En algunos casos, como es el de España no fue hasta el último tercio del siglo pasado cuando, por fin desprotegidas de leyes opresoras, las historias cristianas adquirieron el estatus que nunca debieron dejar de tener: precisamente el de historias y tópicos literarios aptos para el trabajo que cualquier artista, mediante su técnica e imaginación quisiese realizar con ellos.
Marcel Proust (1871-1922).
Dicho esto, no se debe olvidar que no todos los países se liberaron tan rápido del yugo de la iglesia. En algunos casos, como es el de España no fue hasta el último tercio del siglo pasado cuando, por fin desprotegidas de leyes opresoras, las historias cristianas adquirieron el estatus que nunca debieron dejar de tener: precisamente el de historias y tópicos literarios aptos para el trabajo que cualquier artista, mediante su técnica e imaginación quisiese realizar con ellos.
Desde
luego, no todos los autores que reelaboraron mitos cristianos fueron ateos.
Algunos, desde profundas convicciones cristianas, trataban de dar nuevas
respuestas a la doctrina, para adaptarla a los nuevos tiempos a fin de que
conservase su utilidad para los fieles. Tal es el caso que nos atañe.
Thomas Mann (1875-1955).
Unamuno
publicó Abel Sánchez Historia de una
Pasión en 1917. La narración, de sintaxis sencilla, diálogos directos,
carente de toda descripción física o ambiental, como todas las nívolas del autor,
excepto la prematura Paz en Guerra (1895),
nos cuenta la historia de dos amigos de la infancia, el pintor Abel Sánchez y
el médico Joaquín Montenegro. Su destino los lleva a una lucha fratricida que
terminará con la muerte de Abel.
Las
desavenencias empiezan, como no puede ser de otro modo, por una mujer, que además
se llama Helena, igual que la princesa por quien ardió Troya. Joaquín le pide a
Abel que le ayude a conquistarla, pero la hermosa mujer se acabará enamorando
del pintor con quien se casa. La envidia corroe al médico, y se agrava en la
medida en que el éxito de las pinturas de Abel crece en la sociedad.
Caín mata a Abel, el hermano que gozaba del favor de Dios.
En una
ocasión, cuando el pintor cae enfermo, debe asistirlo. En un momento de
histeria, Helena lo acusa de querer matar a su marido. Al propio Joaquín se le
pasa esa macabra idea por la cabeza; la parte más oscura de su ser se manifiesta contra
su voluntad. No obstante, al final es capaz de tomar la decisión correcta y
salvar a su amigo. A partir de ese momento, el médico, un poco como el autor de
la novela, tratará desesperadamente de aferrarse al cristianismo en un intento forzado por ser bueno. Helena
se ríe de estas creencias y de su matrimonio con la anodina Antonia. El desgraciado médico
trata de fingir que nada de esto le afecta, aunque por desgracia las burlas van
calando en su ser.
La
casualidad lleva al hijo de Abel a entrar de aprendiz de Joaquín El joven Sánchez
está bastante cansado de su padre, quien, como todo artista, vive ensimismado en
su arte sin dedicar demasiada atención a su familia ni a ninguna persona del mundo
exterior a su propio ser. Al pasar tanto tiempo en la casa el joven se enamora
de la hija de Joaquín con quien se casa.
Portada de Abel Sánchez publicado en 1917.
En el futuro
nieto ve el médico una buena oportunidad de resarcirse por todos sus malos instintos,
pero para su desgracia el niño, Joaquinito, prefiere a su abuelo el pintor. En medio
de una discusión con su amigo artista, Joaquín le pide a Abel que se aleje del nieto con su “maldito
arte”. En ese momento Abel sufre un infarto. Helena lo acusa de asesinato.
Apenas un año después de la muerte de su
rival, Joaquín se confiesa ante sus familiares en su lecho de muerte. Le ruega
su mujer, “la víctima” a su parecer de toda la historia, que lo perdone, aunque le
confiesa que nunca la ha querido. También implora el perdón a su hija y a su
yerno. A su nieto le pide que no se olvide de su otro abuelo
que tan hermosos dibujos le hacía. Desea morir y se olvidado por todos: “¿Me
olvidará Dios? Sería lo mejor, acaso, et eterno olvido. ¡Olvidadme, hijos
míos!”.
Herman Hesse (1877-1962).
La idea del fratricidio, implícita en el
mito, que lleva a las división de la humanidad capaces de acarrear desastres
tan graves como la Gran Guerra (1914-1918), se muestra presente en autores de
todo Europa, por unas razones u otras. Unamuno no fue el único autor que trató de
reinterpretar el mito de Caín y Abel. Singular es la reelaboración novelesca
que hizo Herman Hesse en su Demian, apenas
dos años después de que la historia de Abel Sánchez y Joaquín Montenegro se
empezase a vender en las tiendas españolas. El escritor alemán enfocó el mito
del caínismo de un modo muy distinto, pues presentó a quienes llevaban la “marca
de Caín”, estigma que Dios le impuso al hijo de Adán tras asesinar a su
hermano, como una especie de elegidos entre la sociedad, personas con unas
cualidades tan especiales que suscitaban el miedo entre sus semejantes quienes los marginaban.
Miguel De Unamuno (1864-1936).
Como declara el propio Unamuno, en su caso,
fue el Caín de Lord Byron su fuente de inspiración. De hecho, lleva
a cabo la idea que trató de realizar el autor inglés, mezclando la sangre del
linaje de Caín con la de Abel, si bien, de esta unión tampoco se deriva un ser
humano distinto, como se inducía en el Caín byroniano. Con toda probabilidad, para Unamuno, debió de ser
mucho más importante responder a la pregunta de por qué Dios, no fulminó a Caín
tras cometer fratricidio. Desconcertaba al escritor la idea de que Jehová se
contentase con obligarlo a vagar errante y además dotase de protección mediante
su estigma para que ningún hombre que lo viese, mientras erraba por el mundo, le
hiciese daño. En las reflexiones de su Diario
Íntimo Unamuno apunta además al hecho de que fue Caín el primer hombre en
fundar una ciudad, Enoc, a la que bautizó con el nombre de su hijo. Aunque no
termina de quedar claro, por lo escueto de la frase, parece ser una crítica generaliza
a la civilización que nace de un origen corrupto, si bien, no habría que
descartar la sencilla sorpresa del pensador por tan extraños designios del
Creador. Tal vez, por esa duda, Unamuno reelabora el mito convirtiendo a Caín
en una víctima, una víctima de su suerte, del destino y en cierto modo de sí
mismo por ser incapaz de ser feliz con la vida que Dios le ha dado.
José Saramago (1922-2010).
Con esta nívola
Unamuno pretendía fabular una moraleja contra la envidia, causa de los males de
los hombres. En su lecho de muerte, Joaquín Montenegro entiende que podría
haber sido feliz, si hubiese sabido amar su vida, pero la desperdició entera,
anhelando enfermizamente la suerte de Abel Sánchez. Una sociedad menos
envidiosa, al parecer del escritor, no sólo tendría menos conflictos sino que
incluso sería más justa. Al correr de los años, por desgracia, este pecado
sigue entre nosotros.
Joan Oliver (1899-1986).
Por ir concluyendo este apunte, que ha
quedado más largo de lo que debiera, hay que citar, para quien le interese el
mito cainita en la literatura del S.XX, a los Caínes de Saramago, con su novela Caín (2009), último libro que el autor
portugués publicó en vida, y la obra de teatro tan cómica como extraordinaria del catalán,
Joan Oliver, conocido con el seudónimo de "Pere
Quart", Allò que tal vegada s’esdevingué (1936) [Lo que una vez ocurrió].
Abel Sánchez es uno de mis libros favoritos y me hizo plantearme algunas cosas sobre cómo estaba viviendo mi vida y cómo veía la vida de los demás.
ResponderEliminarLo realmente fabuloso que tiene Unamuno en sus nívolas es su capacidad para tocar los rincones íntimos del alma humana, en especial aquellos que no nos atrevemos a mirar de nosotros mismos. La psicología interna de Joaquín Montenegro, en determinados momentos, nos revela más a una bestia que a un hombre; luego tratará de aproximarse a la santidad sin mucho éxito. A mí modo de ver, Uanmuno veía gran cantidad de estos horrores en su propio ser, de ahí que escribiese para combatirlos -una vez más sin demasiado éxito. A mi modo de ver esa es la razón de que su obra sea tan terapéutica para quien la lee.
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