martes, 12 de abril de 2011

Presidentes y presidentes

El pasado día siete de abril el primer ministro portugués José Sócrates anunció que su país necesitaba un rescate internacional, a fin de evitar la quiebra. Desde el veintitrés de marzo, Sócrates presidía un gobierno interino, ya que había presentado su dimisión al jefe del estado, el presidente Aníbal Cavaco Silva. De éste último quiero hablar un poco.
Portugal es una república parlamentaria, como Alemania, Italia, Grecia, Estonia, Letonia, Lituania o Polonia. Eso significa que su jefe de estado, además de electo, es una figura de mero carácter simbólico, cuyas facultades de poder real son muy limitadas. Algunos tacaños –por no usar una palabra más fuerte- critican la existencia de una presidencia del estado y una del ejecutivo, asegurando que esta bicefalia no sirve de nada más que para gastar dinero. Bueno, soy de la opinión que, si la economía de un país depende del gasto que genere la figura del jefe del estado, la economía del país está en quiebra. El estado requiere de una figura que se mantenga imparcial en el ámbito político, que pueda hablar de forma imparcial e impulsar el consenso entre las fuerzas políticas al tiempo que su opinión es tenida a modo de referente por la opinión pública. En este sentido, el regime de la republica presidencialista es poco aconsejable, ya que priva al jefe del estado de una posición imparcial que le asigne el papel de árbitro. Sin embargo, esta es la teoría que se cumple pocas veces. En la práctica, a menudo, el cargo de Presidente de la República acaba siendo ocupado por individuos que ven en él un retiro dorado tras años de política activa o bien por figuras anodinas que se convierten en un mero apéndice del jefe de gobierno en funciones, haciéndole de máquina automática de firmar decretos. Este caso, hoy es muy apreciable en Alemania, donde tras la dimisión el pasado año del presidente Kolher, la canciller Merkel dispuso que su sucesor fuese el gobernador de la Baja-Sajonia, Herr Wulf, un hombre falto de prestigio intelectual y demasiado implicado políticamente para esta magistratura.
Hay casos más tristes, como el de Niceto Alcalá-Zamora, el primer Presidente de la República, en la Segunda República Española. Alcalá-Zamora había presidido el gobierno provisional y fue elevado a la jefatura del estado gracias a la absoluta indiferencia que suscitaba en todo el mundo.
Su presidencia fue patética, porque empleó el poco poder que tenía en hacer caer el gobierno de izquierdas-republicano de Azaña. Al disolver las Cortes, so pretexto de verificar si la moción de confianza que por tan ajustada mayoría había superado el jefe de gobierno, arrastró al país al negro Bienio de Derechas. Lo más triste de esta actitud no hiciese un uso indebido de sus atribuciones constitucionales, es que ni tan siquiera lo hizo porque quería un gobierno de otro color. Su único motivo era su animadversión personal hacía Azaña de la que acabó haciendo un problema nacional.
No obstante, estos casos que muestran la cara más desagradable del Presidente de una república parlamentaria no garantizan que desde dicho cargo no se puedan desempeñar muy dignas y útiles funciones: Vaira Vīķe-Freiberga fue presidenta de Letonia de 1999 a 2007. Como la mayoría de repúblicas parlamentarias, Letonia elige a su presidente a través del sufragio de una de las cámaras. Cuando el 1999 la Saeima no se puso de acuerdo para nombrar un presidente, llamaron a la señora Vike-Freiberga, rectora de la universidad de Riga para que se hiciese cargo del puesto.
Su elección casi de consenso dio lugar a una de las presidencias más notables e imparciales del país. Vike-Freiberga no sólo desempeñó sus funciones, sino que realizó una importante labor diplomática.
Johannes Rau, presidente de la República Federal Alemana de 1999 a 2004 desarrolló a lo largo de su mandato una oratoria de reivindicación patriótica conocida como “los discursos de Berlín”.
El Presidente Rau reflexionaba en estos discursos de una forma objetiva sobre los asuntos más importantes por los que transcurría la realidad nacional. No sé si alguien pensará lo mismo, pero hubiese estado bien que los españoles hubiésemos conocido que pinaba nuestro jefe de estado de asuntos como la guerra de Irak, el matrimonio homosexual o el Estatut de Catalunya. Sin embargo, la obligación constitucional impone a los reyes un silencio igualmente constitucional que los convierte en una figura ambigua y alejada de la opinión pública.
En Italia tenemos el caso del actual Presidente de la República Don Giorgio Napolitano, en la presidencia desde 2006.
Este presidente de marca tendencia progresista tiene verdadero altercado con su primer ministro cada vez que este intenta hacer algún desmán. Sus atribuciones no le permiten disolver las cortes sin la petición de las mismas o la del jefe de gobierno. Del mismo modo, tampoco puede hacer su gabinete por decisión propia. Sin embargo, muchos le señalan a él (por delante del Tribunal Constitucional) como el freno de Berlusconi, ya que el Presidente se ha negado a firmar muchas de las leyes con las cuales el pequeño Mussolini se inmunizaba, obligándolo primero a reformar leyes base del estado, para hacerlo sin más alternativa, y obteniendo tiempo para que los procesos empezasen en los tribunales.
Tal vez el caso más relevante sea el del Presidente Von Hindenburg.

Este hombre de convicción monárquica fue elegido en 1925 segundo presidente de la República de Weimar. Fue el mayor adversario que encontró Hitler para llegar al poder, derrotó al líder nazi en las presidenciales de 1932 cuando ya contaba con 80 años y postergó la subida al poder de los nacionalsocialistas promoviendo gobiernos de coalición, hasta 1933 (un año antes de su muerte), cuando se vio obligado a entregar a Hitler la Cancillería.
Visto lo visto, no podemos negar que un Presidente de República puede llegar a ser una figura de gran valía dentro de lo que establecen sus atribuciones. Volviendo a Portugal, vemos que allí el caso no tiene nada que ver. Portugal elige a su Jefe del Estado por sufragio directo, a diferencia de Letonia, Alemania o Italia que eligen a su presidente a través de una cámara legislativa (regional, tipo senado). Estos comicios suelen despertar poco interés entre el pueblo luso, consciente del escaso poder efectivo del Presidente. Cavaco Silva es la antítesis del buen jefe del estado en una República Parlamentaria: ascendió al cargo después de haber sido primer ministro del país (1985-1996) en 2006 y adopta siempre una actitud partidista a favor del partido socialdemócrata (partido de centroderecha portugués al que pertenecía hasta ser Presidente)

Cuando Sócrates le presentó su dimisión, Cavaco Silva ya había pactado su caída. No apoyó las medidas de ajuste, que hubiesen podido salvar al país, en el Parlamento, dejando a su gobierno huérfano de autoridad para aprobarlas. Después aceptó la dimisión del primer ministro y ha convocado elecciones legislativas sumiendo a su país en un tránsito electoral que contribuye a agravar su situación económica. Sólo le mueve un fin: la llegada de los socialdemócratas al gobierno. Cavaco Silva ha demostrado con sus actos de las últimas semanas se indigno de la excelente magistratura que es la Presidencia de Portugal desde la Revolución de los Claveles (1974). Su actitud partidista ha llevado ha arrastrado al país al rescate económico y a la esclavitud de plenipotenciarios económicos externos y tendrá que cargar con la responsabilidad histórica de haber hecho un daño irreparable a la república lusa desde un puesto que prácticamente sólo le permitía hacerle bien.

2 comentarios:

  1. Molt bon extracte del que és una república i la política europea recent.

    I el comte de Barcelona, Joan Carles I, fent de florero!

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