Pisaba tus ropas
desnudas de arrugas
en el suelo.
Y mientras yo avanzaba,
los colores
de tus camisas blancas
devoraban el polvo
maloliente
el de ceniza oscura.
Las baldosas
cubiertas por el manto
de tejidos
y de escorias disueltas
semejaban
piedras de un recto templo
que invitaban
a descalzar mis pasos.
Muy de cerca
tumbada en el sofá
que tu gato
arañó sañudo
recobraste
tu presencia corpórea:
suave y frágil
que te había robado
mi memoria.
Y ya de carne y hueso
compartimos
la comida y la tarde
como amigos.
Al amparo insalubre
de lo real,
tu hogareño desorden
recobró
esa esencia terrena
que después
mis ingratos recuerdos
volverían
hoy a mitificar.
12/8/2012
Eduard Ariza
Críptic com tants poemes íntims però molt bonic.
ResponderEliminarSegueix, poeta!
Sí, una mica críptic. Hauri d'apendre a fer poemes més oberts, suposo.
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