A la una de la noche, tras casi doce horas de sueño, se despertó. La cabeza la dolía mucho menos. Se llevó la mano a la frente. Sí, la fiebre había disminuido. Miró a su alrededor, no había nadie en la casa. Probablemente los criados se habían marchado pensando que ya no despertaría hasta el día siguiente.
Se levantó y fue a la nevera a rellenarse el vaso
con agua fría. Inconscientemente miró por la gran pared de cristal. Su jardín a
la luz de la luna tenía un aspecto plácido y distante, como si fuese un lugar
apartado del desorden del mundo. Sonrió.
De repente se dio cuenta de que en la mansión
había una luz encendida. Era la del cuarto marital, bueno ahora era un
dormitorio de soltera. Una sombra negra se paseaba por los cristales.
-Lily…
Regresó a él la idea de que ella podía sentirse
engañada por no haber ido aquella noche a la cena. Después de todo había sido
él quien había insistido en que mantuviesen la vida pública juntos. Y ahora, a
la primera ocasión…
A los veinte minutos la luz del dormitorio se
apagó y, al perder su único faro, la mansión desapareció entre las faldas de la
noche, casi se volvió invisible.
Durante el desayuno, Halifax pidió ver a la
cocinera. La felicitó por lo bien que le había quedado el desayuno y añadió
alguna otra formalidad, pero lo que quería saber como se había levantado Lily.
La mujer le dijo que no había hablado con ella.
-Normalmente la señora y yo nos vemos a media
mañana, cuando me da instrucciones para la comida y la cena.
Ya por la tarde, Halifax trató de sonsacarle algo
a ella y los otros criados. Quería saber si su mujer parecía enfadada. Pero todos
le dijeron que estaba como siempre. Tal vez le había creído. Después de todo,
tras más de cuatro décadas de convivencia, Lily sabía que aquella clase de
trucos no era propios de él. Aunque también cabía la posibilidad de que no hubiese
mostrado sus sentimientos al personal de la casa. Con aquel sentido de la
elegancia que tenía, siempre había sido muy discreta con su emociones.
Había otra posibilidad… mucho más dolorosa: que le
hubiese sido indiferente.
Con el paso de los días, mientras todavía
permanecía convaleciente aquella hipótesis cobró fuerza. Se dio cuenta de que
Lily no lo había venido a ver. Ni siquiera había mandado un recado preguntando
por cómo se encontraba. Le daba igual… Tal vez ni siquiera fuese a su entierro
cuando él se muriese.
Trató de apartar aquella idea tan penosa de su
cabeza. Se puso a leer algunos de los libros más aburridos de su biblioteca,
esos que requerían tanta concentración que eran capaces de aliviar el dolor.
Por la noche, a eso de las once, como no podía conciliar el sueño, por falta de
cansancio después de tantos días de reposo, volvió a salir de la cama y anduvo
un rato a oscuras, hasta que sus deseos inconscientes lo colocaron frente al
gran cristal. Como la noche anterior, la única luz de la casa que seguía
encendida era la del dormitorio marital. Se quedó un rato mirando la sombra que
se movía tras la ventana. Al poco rato, la luz se apagó.
A partir de entonces aquello se convirtió en una
rutina. Cada noche, en cuanto terminaba la cena, le pedía a los criados que lo
dejasen solo, apagaba las luces, se sentaba en el sofá y observaba como poco a
poco desaparecía la vida en la mansión hasta a que únicamente la luz del
dormitorio seguía encendida.
¿Cómo debía estar Lily? A diario se le preguntaba
un número infinito de veces. Era sorprendente que tuviese tiempo para hacer
otras cosas. No paraba de pensar cuándo se volverían a ver. Imaginaba tan a
menudo ese momento que empezó a preocuparse.
Noche tras noche se quedaba allí en el sofá,
desahogando su melancolía. Una vez le pareció que Lily se había caído al suelo.
Iba a salir disparado para la casa, cuando ella se incorporó de nuevo.
Simplemente se había agachado, tal vez para quitarse los zapatos o algo por el
estilo.
8 de Agosto de 2013
Eudard Ariza
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