Otra noche sucedió algo terrible. Vio otra sombra en el dormitorio. La sombra de un hombre. ¿Quién era? Los peores pensamientos le vinieron a la cabeza. ¡No! No…, aquello no era posible. Lily tenía casi setenta años ¿cómo iba a estar rehaciendo su vida con alguien? Debía de ser un criado o algo así.
En las dos noches siguientes no volvió a ver a
nadie más. Pero a la tercera volvió a ver a la sombra. ¡Qué angustia! ¿Qué
significaba aquello?
Trató de contener sus suposiciones. Lo mejor era
ir a la casa y preguntarle directamente. ¿Pero qué le iba a decir? Llevo más de
un mes observando como te vas a dormir y recientemente he visto que hay alguien
más en tu cuarto. No, no era muy razonable.
En los días siguientes no se sentó más en el sofá.
En vez de eso se tomó un somnífero y fue directo a la cama. Cómo le dolía la
cabeza.
Así estuvo un par de semanas, cuando finalmente en
un impulso de irreflexión resolvió marcharse de allí. Aquella situación era
estúpida. Al margen de que hubiese o no otro hombre en el dormitorio de su
mujer, en aquella casa perdía el tiempo. Tenía demasiado dinero como para
sufrir en una espacio tan pequeño. Si no podía estar bien por lo menos
viajaría. Un largo viaje, cuyo retorno se demoraría para siempre.
En aquel estado de ebullición mental se le ocurrió
otra necesidad. Decidió llamar a una agencia de chicas para conseguir a una muy
joven.
-Que tenga pocos más de veinte. La quiero bajita,
pelo oscuro. Con los ojos azules. –su voz sonaba a viejo.
-¿Cuántos años tiene usted?
-Setenta y tres.
Al otro lado del teléfono una mano versada en las
necesidades de hombres mayores hizo un par de clicks sobre el catálogo digital
para buscar entre varias opciones que chica reunía aquellas características
junto con la necesaria experiencia para estar con un hombre de edad avanzada.
Dos días más tarde dio el día libre al servicio.
Se tomó una viagra, llevaba más de una década necesitando aquella pastilla para
hacer el amor. Claro que Lily y el no habían estado juntos desde hacía una
eternidad.
Cuando llegó la chica comprendió que no iba a
poder hacer nada. ¿Por qué la había pedido con los ojos azules? ¿Por qué no
verdes o marrones? Tenía una mirada de una azul intenso clavadita a la de Lily.
Además miraban igual. Era como si los ojos de su mujer se hubiesen incrustado
en aquel cuerpo joven para espiarle, para ver el humillante acto que estaba a
punto de cometer.
Cogió su billetera y sacó algunos billetes, más de
los que hubiesen sido necesarios.
-Puedes pagarme después.
-No habrá un después. No vamos a hacer nada. Me encuentro
mal.
-A veces, en el primer momento, cuando uno está
cansado y es… mayor… Pues los nervios, pueden… Pero se pasa rápido. Déjame
relajarte.
-No, no. Necesito estar tenso.
La chica se fue nada decepcionada. Se ha ahorrado
acostarse con un vejestorio y se ha llevado una propina sustanciosa, se dijo
Halifax amargado, mientras se tumbaba bajo la sábana en posición fetal,
esperando que el efecto de la pastilla azul desapareciese y todo su cuerpo
volviese a la normalidad. Por primera vez desde su adolescencia un sentimiento
de vergüenza nacido de la frustración sexual se apoderó de él. De algún modo,
toda la respetabilidad que había acumulado a lo largo de su vida se acababa de
evaporar en unos pocos minutos.
En los días siguientes volvió a caer en un estado
depresivo. El médico que le vino a ver para un chequeo rutinario le detectó enseguida
el trastorno anímico. Le recetó unas pastillas además de la recomendación de
un cambio de aires.
-Debería hacer algo que le gustase, William.
-Ya…
Nunca había hecho nada realmente a su gusto.
¿Alguien lo hace? Había disfrutado de muchas cosas, pero hacerlas porque le
apetecían… eso era algo desconocido para él. Si lo pensaba fríamente ni
siquiera se había casado por amor. Se gustaban, cierto, al menos entonces. Pero
aquello no fue amor, fue un contrato no muy diferente a la mayoría de
transacciones en las que había tomado parte a lo largo de su vida. Él le
ofreció a Lily una vida cómoda y feliz, a cambio de su compañía y lealtad. Los
hijos no habían venido porque Dios no lo había querido, ni ellos tampoco habían
insistido demasiado. A partir de ahí él había cumplido su parte.
-¡Ella! ¡Ella ha roto nuestro acuerdo! –balbuceó en
la cama a punto de dormirse.
El remordimiento le despertó a la mañana
siguiente. ¡Claro que había habido amor entre ellos! Por su parte aún lo había.
¿Dónde dejaba a Lily el razonamiento de la noche anterior? Pues ni que ella
fuese un objeto. Aquello se tenía que acabar. Necesitaba hablar con ella. La
última vez que conversaron se había portado como un comerciante. Si su
matrimonio debía acabar, al menos quería terminarlo como marido… y quería
suplicarle una última oportunidad.
Durante la siguiente semana se dedicó a merodear
por los jardines tratando de que se produjese un encuentro fortuito. Para su
frustración se dio cuenta de que su mujer no paseaba demasiado por ellos. Ni
siquiera pasaba mucho tiempo en la casa.
Su deseo se convirtió en necesidad, después
degeneró en obsesión y por fin en desesperación.
Pero un día, por fin, la vio. Paseaba por el lado
opuesto del estanque de nenúfares donde él estaba. Al principio la tomó por un
espejismo, una ilusión de su mente atrofiada, pero no, estaba allí, paseando
mientras leía un libro. Aquel hábito de leer de pie lo había mantenido desde
que era muy pequeña.
No se ha dado cuenta de que estoy aquí, peno. E
inmediatamente el miedo de que quisiera ignorarlo se apoderó de nuevo de él.
Unos lagrimones calientes se formaron en el borde
de sus párpados. Sin darse cuenta metió un pie en el estanque que apenas tenía
dos palmos de profundidad y chapoteó hasta su mujer. El lodo que cubría los
azulejos le hizo resbalar. El sonoro chasquido de su cuerpo en el agua captó al
fin la atención de Lily que se giró muy sorprendida al ver la escena.
Halifax siguió arrastrándose como pudo. Se había
hecho mucho daño en una pierna. Cuando finalmente después de un largo esfuerzo
llegó al borde del estanque donde estaba su mujer iba empapado, cubierto de
lodo y una hoja verde y circular de un nenúfar le colgaba del hombro.
-Lily, Lily… ¡Por favor, Lily! No quiero… no puedo
volver… volver a la casa de invitados. Por favor, déjame volver a casa. Siento
todo lo que ha sucedido. Yo aún te quiero. Y te quiero mucho.
Su mujer se había agachado instintivamente. Lo
examinaba con cuidado para ver si se había herido en alguna parte, no ver
sangre la tranquilizó. Miró a la cara suplicante de su marido con aquella
fortaleza que él sólo había encontrado en sus densos ojos azules.
[FIN]
[FIN]
8 de Agosto de 2013
Eudard Ariza
Excelente!!
ResponderEliminarBuscaba algo de poesía en este día de san Pedro y volví a Neonovecentismo para saciar esa sed lírica.
ResponderEliminarY he caído en esta prosa de dimensiones líricas.
La ilustración inicial me desaminó; sin embargo, por la deuda que tengo contraída contigo, Eduard, empecé a leer. Empecé y acabé. Y la fotografía de ese ojo azul, anuló mi prejuicio y se llenó de la luz de tu texto.
Muy bien secuenciada la intriga del detalle trascendente y transparente del otoño amoroso de la vida.
Buscaba poesía y la encontré en tu prosa.
Gracias, Eduard.
Fragmenté este relato para que no se hiciese tan largo de leer en una sola entrada. Sin embargo, mucho me temo que al ser un texto "breve" al partirlo en tres semanas le he restado propiedades.
EliminarMuchas gracias por tus amables comentarios. "Posponiendo el regreso" pretende ser una expresión sintética de la peligrosa combinación de frustración, vergüenza y melancolía.