Para P...
Cuántas veces no he soñado
que mis ojos eran ceniza
y
que la carne de mis manos
mudaba en dos pequeñas sombras.
Así mi compañía no te ofendería
resquebrajando el púlpito de tu
integridad.
El murmullo de lo oscuro que
sondea en fuego los segundos
desliza entre las bambalinas
abúlicas de la mente
el
vicio.
como un infarto placentero.
A su dulce herida le sigue el
beso del remordimiento.
Después, la mancha en la memoria.
Esa flagelación de éxtasis
involuntario
anhela la fiebre espumada en la
horca
autoerótica.
Y aunque me ate la cadena de la
ética,
y aunque cada palabra mía escribe
una mentira de corrección
la apariencia rastrera (me llora
de angustia).
El silencio de plomo pesa en mis
labios
como una náusea taticárdica.
Así
el crimen de la distancia
ha hecho de mí su arma, y ahora
tatúa mi conciencia.
Petrificado en la depresión, mi
espíritu
anida exhausto, mordiendo la
arena de la melancolía.
30 de enero de 2016
Eduard Ariza
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