El
beso en su piel siempre ha sido caníbal.
Y
al retirarse los labios
las migas de su
carne
le
ensombrecen en sangre la sombra.
En
silencio, una lágrima invisible
sucede
a cada sorbo de agua para tragar las pastillas.
Entonces
ves que una planta carnívora
le
devora el alma.
Desde
niña le envenena la sangre en plomo.
Le
confunde realidad y pesadilla
para
que hasta los miedos más imposibles
la
consuman de dolor
(antes
siquiera de que existan).
Además
la cicatriz del abandono
todavía
la quema como una brasa en la tráquea
y
el tacto de las caricias le parecen violaciones.
Entonces
la muerte
le ocupa el
lugar de sus esperanzas.
Su
salvación es el agotamiento
que
todavía la detiene.
Alguien
vendrá que la bese sin herir su carne
que
desdente con sus labios
las
fauces del parásito.
Pero
no seguirán juntos.
Naufragarán
entre la dependencia y el recelo.
31
de enero de 2016
Eduard
Ariza
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