La composición número 50 del poemario Áspero Mundo (1956) es a menudo conocida por su primer verso (como tantas otras composiciones sin título), “Para que yo me llame Ángel González”.
Como poeta, Ángel González, tal vez, haya sido una de las últimas aportaciones al canon. Si bien no deja una huella tan profunda como Celaya, Blas de Otero o Gil de Biedma, en la senda literaria de la segunda mitad del pasado siglo, sus doce poemarios marcan en buena medida la transición y evolución de la experiencia. Su ubicación grupal es la Generación de los 50. Aunque siempre tuvo presente el entorno que le rodeaba y se dirigía al mismo, sus poemas no dejan de basarse en una experiencia o sentimiento personal que pretende elevar al colectivo, ya que cualquiera podía sentir la experiencia como propia. Por lo tanto, viendo su obra en conjunto y también este poema, podemos concluir que fue un poeta de la experiencia.
La composición empieza con una frase simple, una subordinada adverbial final, “Para que yo me llame Ángel González” a la que sigue una larga enumeración de oraciones principales que buscan narran las causas de ese fin. Como la mayoría de los poetas del grupo, su atención por la métrica es más bien escasa. Combina desde el verso pentasílabo al endecasílabo, sin mostrar en ningún momento rima alguna.
“El viaje lento y milenario” de la carne del poeta es el fin de la larga senda de la historia humana. Una historia llena de desalientos y dolores que, sin embargo, no ha impedido a los hombres y las mujeres seguir fundiendo sus cuerpos, en una larga cadena de la que él es la última anilla. “La enloquecida/ fuerza del desaliento” es lo único que ha mantenido viva a la especie humana. Al describirse a sí mismo como “podrido” el yo poético intenta mostrar su sentimiento de inferioridad respecto a sus predecesores. Debemos situarnos en el contexto de la poesía de la experiencia y de la Generación de los 50, para entender que en esa época. Todos lo jóvenes con afanes revolucionarios contra la dictadura se sentían a menudo pequeños frente a la generación anterior, los que había combatido en la guerra, y sentían la impotencia de poder llegar nunca a ese nivel.
La exposición del sentimiento de ser el heredero menor de un gran linaje es la idea Ángel González transmite en este poema elevándola a un nivel colectivo, pues era frecuente esta idea en las mentes de la juventud española de la segunda mitad del siglo pasado.
Está muy bien, estimado Neonovecentista, esta serie de comentarios de poetas. Gabriel Celaya, pero sobre todo Blas de Otero y Ángel González son ya, para quienes todavía no los conozcan, lecturas imprescindibles para ser más personas y menos individuos y, así, poder opinar desde la masa que no quiere ser turba y que tiene vocación de cuerpo inteligente. Ellos ya no pueden ser personas, pero son libros: la mejor forma de ser cuando ya no se es.
ResponderEliminarRespecto a Blas de Otero y Celaya no te quito razón, pero yo prefiero a Biedma y a Costafreda antes que a Ángel González. Llámame inmaduro.
ResponderEliminarEstimat immadur Eduard,
ResponderEliminarAquest poema, i altres d'Àngel González, és molt bo. No podem fer un top ten de poetes i triar-ne uns per rebutjar els altres.
Qualsevol vers que ens aporti alguna cosa... benvingut sigui!
Jo no he dit això Galderich. Primer per una qüestió de gust personal m'agraden més un poetes que uns altres, això crec jo que és normal.
ResponderEliminarI d'altra banda també hauràs d'admetre que no tots els artistes tenen el mateix valor per una època. Vull dir prenem per exemple el barroc espanyol, Velázquez (qui per cert no és dels meus preferits) va deixa una impremta en la pintura que molts dels seus contemporanis no van aconseguir. No sé si hi estàs d'acord.