miércoles, 18 de julio de 2012

Breve reencuentro con el mar


¿Tú sabes qué es el cielo?
La profusión de ese color azul
en realidad no existe.
Pero la belleza de su ilusión
nos oculta del vacío.

Tú materializaste un nuevo cielo
sobre los andenes de la estación.
Y no te diste cuenta…

Un cielo aguamarino: inmaterial.
Un cielo imperceptible.
Cielo turquesa sólo para mi alma.

Las caricias eléctricas
de las catenarias me desplazaron pronto.
Mi cuerpo flotó sobre los raíles
Con el paso del correo digital.

Fue sólo una ilusión.
El desvarío de unas horas fingidas.
Pero por un instante
mis angustias, mi tristeza, el dolor,
todo lo oscuro se ocultó en azul.

Eduard Ariza

martes, 3 de julio de 2012

Desproporciones


Nunca me cansaré de repetir que el futbol no es el problema. Desde luego tampoco lo es la selección española. Sí, las reacciones desproporcionadas del chovinismo antesdeayer dejaron ver alguna bandera preconstitucional entre la marea rojigualda que enarbolaba la bandera monárquica. También dieron muestra de un modelo de celebración estridente a la par que rudo. Pero desengañémonos, porque tales manifestaciones de patriotismo de hojalata, las vivimos igual a nivel catalán cada vez que gana el Barça.
Lo malo no es que la gente se apasione. En los tiempos que corren, vale la pena que la sociedad encuentre motivos de alegría. El problema es que los deportes sean la única fuente de pasión a disposición; y lo que es peor, la única razón de orgullo.
Respecto a la sobredimensión mediática, se evidencia, una vez más, que los españoles tenemos una desagradable tendencia a engrandecer nuestro presente inmediato, sin darle tampoco demasiada importancia a la larga. En realidad, no tardamos demasiado en precipitar al olvido cualquier acontecimiento, incluidas estas celebraciones multitudinarias. Sin embargo, estas merecen la cobertura mediática que reciben. Es como la vieja cuestión que se desata cada vez que el Papa viene a España, pero que se piense bien, y que se cuente bien, también: El lunes había 2 millones de personas, muchas de ellas de fuera de Madrid, esperando en la capital para recibir a la selección. El domingo se calcula que casi 10 millones de personas vimos el partido y cuatro lo celebraron en la calle. A esto hay que sumar los once mil españoles que lo presenciaron en directo, en el estadio de Kiev.
Ahora bien, llama mucho la atención como nuestros medios de comunicación menosprecian ciertos datos. Muy pocos seguidores saben que en la Eurocopa de 2008, de los 300.000€ embolsados por cada miembro de la selección, ni un solo céntimo fue ingresado en La Hacienda española. Los patrióticos jugadores aprovecharon la coyuntura legar de la Eurocopa para declarar sus impuestos en Austria cuya fiscalidad les beneficiaba más que la de España.
Se desconoce cómo o a quién pagarán en esta ocasión. Sí es conocido que la selección italiana donará sus primas a la región de L’Aquila, reciamente afectada por un catastrófico terremoto; bueno, en España se conoce un poco menos. Tampoco damos demasiada publicidad a los 900 millones de euros que los equipos de futbol adeudan con Hacienda, de los que más de la mitad pertenece tan sólo al Barça y al Real Madrid.
En su conjunto, más allá de las críticas obvias, la situación da pie a más de una reflexión bastante profunda. La que sigue me vino a la cabeza al recordar las palabras de un profesor mío de instituto que en su día me aconsejó: “No admires nunca a nadie, excepto a ti mismo. Es la mejor forma de ahorrarse decepciones.”
Parece ser que tras mucho degradar la idea de esfuerzo a lo largo plazo a favor de vivir la constante inmediatez, la sociedad se ha ahuecado. Sólo las formas más triviales de diversión les son conocidas. Del mismo modo que la abstención permanente de ciertas formas de desenfreno deja un hueco vacío en la vida de quien viva así. Consagrarse sólo a éstos medios como única vía de diversión, conduce fácilmente a un profundo sentimiento de insignificancia en la vida de quien conduzca su vida de este modo.
Pese a esta nueva y nihilista filosofía de vida, no parece que la sociedad se haya liberado de esa necesidad de trascendencia inmanente a todo ser humano. Desgraciadamente, a falta de haber cultivado otros intereses, debe conceder toda su trascendencia a aquellas cosas que cree comprender, por muy imperfectas que sean.
A fin de cuentas, si los medios no protegiesen la exagerada mitificación de nuestro fútbol, ocultando algunos de sus defectos, ¿qué quedaría digno de admirar en la vida de muchos?

domingo, 1 de julio de 2012

El origen del cosmos finlandés

Cualquier cultura inicia su mitología con una narración sobre el origen del mundo, o lo que las religiones monoteístas prefieren llamar el génesis. Mi afición por los cultos paganos me ha dado a conocer un diverso número de estas historias. Sin embargo, pocas me han parecido tan curiosas como la que aparece en el Canto I de Kalevala.


Portada de Kalevala de Elías Lönnrot traduido al castellano por Alianza Editorial. Traductores: Joaquín Fernández y Úrsula Ojanen

Escrito por Elias Lönnrot (1802-1884), Kalevala compila en sus más de 20.000 versos toda la tradición de mitología, leyendas, cuentos populares y fábulas de Finlandia. Fue especial empeño de su autor conseguir este ambicioso objetivo. Se debe tener en cuenta que hasta el S.XIX, la literatura finlandesa era prácticamente nula, pues tenía como única manifestación la lírica oral. Lönnrot, impulsado por las corrientes nacionalistas del romanticismo, creó una obra depositaria de la tradición de su cultura, que además sirvió, en buena medida, de fundamento para el establecimiento de unas letras finlandesas sólidas.


Elías Lönnrot (1802-1884)

El origen del mundo en la mitología finlandesa empieza con un gran mar, típica imagen asociada al caos. Ilmata, la diosa virgen, desciende a este mar, donde es fecunda por las olas y el viento. A partir de ahí la diosa nada, flotando boca arriba, durante siete siglos en estado de preñez de norte a sur, de este a oeste. Infructuosamente busca un lugar firme sobre el que pueda dar a luz.
Finalmente invoca al dios supremo, Ukko que le envía un pato, descrito en el cantar como un animal de gran elegancia y belleza.


El ave pide a Ilmata su roidilla para hacer en ella un nido donde incubar sus huevos. Seis huevos de oro y uno de hierro pone el pato sobre la rodilla de Ilmata. La diosa, sin embargo, empieza a quemarse por culpa del intenso calor de la incubación. Finalmente se mueve y los huevos caen al vacío.


Ilmata emerge de las aguas.

De sus cáscaras emerge la tierra, sus yemas dan lugar al sol, mientras sus claras son el origen de la luna. Así, con el cosmos constituido, Ilmata encuentra al fin la tan ansiada tierra firma y puede dar a luz a su hijo, Väïnämömën, el héroe.