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lunes, 21 de octubre de 2013

Apuntes: Thomas Mann "El Elegido"


Portada de El Elegido de Thomas Mann.

Quizá esta obra tan poco conocida sea una de mis novelas preferidas. Thomas Mann la escribió cuatro años antes de su muerte, en1951, lo que convierte a El Elegido en una de sus obras más tardías y maduras. Como autor, la producción literaria del escritor alemán se puede dividir en dos grandes grupos, según si ambienta la narración en un presente cercano a su tiempo, como sucede en La Montaña Mágica, Los Buddenbrook, o La Muerte en Venecia; o en un tiempo remoto, casi legendario, como en la tetralogía de José y sus hermanos, La ley o Las cabezas trocadas. A este último grupo pertenece El Elegido.

Thomas Mann.

La novela se abre con un narrador reflexivo, un monje benedictino, Clemente el Irlandés, quien se presenta al lector, para contarle una historia fabulosa. Como narrador es esmerado a la par que irónico, especialmente agudo es su sentido del humor en aquellos pasajes en que se siente limitado por narrar sucesos que su vida monacal no le ha permitido conocer.
El sonido de las campanas que escucha desde la biblioteca de convento le hace hablarnos del sentido del tiempo y el espacio, desde una concepción inequívocamente adscrita a las ideas de Schopenhauer. Prácticamente, no hay novela en la que Thomas Mann no reflexione sobre el sentido del tiempo, bien desde la concepción del autor de El mundo como voluntad y representación o desde el eterno retorno de Nietzsche. En esta novela, la ubicación de estas ideas justo al principio no es casual. A fin de cuentas, Clemente el Irlandés se dispone a contarnos una historia que reelabora un mito antiquísimo. En otra época y con otro nombre respecto al mito original, pero la misma historia.

Edipo y la Esfinge.
 
El mito reelaborado no es otro que el de Edipo, el hombre maldito por su destino y por el incesto que, aunque ascienda gracias a sus dotes, debe caer a la desgracia. Sin embargo, no esta la única fuente que basa el texto de la novela, de ahí que no termine trágicamente como la leyenda griega. Aunque con el desventurado hijo y esposo de Yocasta en mente, Thomas Mann escribe sobre otro mito, la leyenda que rodea al papa Gregorio X, que encuentra recogida en el poema germánico Gregorio vida de un pecador, y en la novela de caballerías Vida de Gregorio. No le pasa desapercibida la conexión de ambos textos con el mito clásico, cuya vinculación afianza y amplifica en el curso de su novela a través de la narración y explica la reflexión personal del inicio.

 Gregorio X, papa entre 1272 y 1276.

En una obra de este autor nunca puede faltar un poco de Wagner. Para la mayoría de los críticos, la expresión sentimental de Gregorio, cuando alcanza la redención, conecta estrechamente con el final de la ópera Tannhaüser, cuando su protagonista descubre que se salvará, pues ha sido perdonado por dios.
La historia de Gregorio empieza con la de sus padres, hijos de un noble franco. La misma noche en que fallece su padre, hermano y hermana se entregan el uno al otro. Ella no tardará en quedar embarazada, suceso que la sorprende mucho por pensar que tal cosa no podía suceder entre hermanos. Solicitan el auxilio de un caballero, leal servidor de su padre, de toda confianza, quien les aconseja abandonar al niño en el mar dentro un tonel tan pronto nazca, para que sean las olas y Dios quienes decidan su destino. En efecto, así sucederá, mientras su padre trata de redimirse luchando en las cruzadas, de las que no regresará con vida.

 
Gregorio será hallado y criado por una familia de pescadores. Su inteligencia le abre las puertas de un convento donde aprende con gran maestría letras y música. Tampoco serán un misterio para él la lucha a espada o montar a caballo, materias para las que demuestra una habilidad natural casi intuitiva. Se produce un conflicto cuando descubre que no es hijo de sus padres. En ese momento, abandona a quienes creía su familia y marcha a Francia. Allí luchará a favor de una gran dama, su madre, cuyo castillo está siendo cercado.

 
 Pese a la diferencia de edad ella sigue siendo muy hermosa, así que consigue seducir al joven y no tarda en casarse con él para convertirlo en su señor. Una día, después de haber tenido varias hijas, Gregorio confesará a su mujer que su origen no es tan elevado como el de ella, que fue abandonado de niño por unos padres pecadores y le muestra unas tablillas que así lo demuestran. Su madre-esposa-tía no tarda en reconocerlas y queda horrorizada.
Gregorio abandona a su familia y sale huyendo. Morará muchos años en una diminuta isla, en el centro de un lago, hasta que un hombre guiado por la providencia vaya a buscarle. En Roma, una profecía señala al habitante de aquella roca como próximo papa.

 
Una vez coronado, como Gregorio X rige la fe cristiana como uno de los mejores patriarcas que ha conocido la historia, tal vez porque es un pecador. La novela se cierra con el encuentro final con su madre y sus hijas, a quienes llama sobrinas aprovechando que no lo reconocen. En un principio, su propia madre, que ha ido a Roma esperando la absolución del santo padre, no reconoce a su hijo-esposo. El segundo reconocimiento de la verdadera identidad de Gregorio, la hace sentirse atrapada por un destino horrible nacido de su propio pecado, del que no puede escapar. Entonces recibe la absolución de su hijo, a quien ha hecho desgraciado desde antes de nacer.
Este final se distancia de la concepción clásica, para acercarlo al cristianismo y en mayor medida al indeterminismo filosófico. Los actos de Gregorio, manifestaciones de su voluntad, le permiten romper con su condición predestinada de maldito y conseguir la gloria y la salvación.

lunes, 25 de febrero de 2013

Carlota en Weimar


Si el amor es lo mejor de la vida, el beso es lo mejor del amor” Thomas Mann, Carlota en Weimar

El 1 de enero de 1936 Thomas Mann escribe en su diario:
Si este año me aporta la terminación del tomo III del José y la novela corta sobre Goethe, estaré satisfecho.
Lo cierto es que Carlota en Weimar no estuvo acabada hasta 1939. Se publicó ese mismo año en Estocolmo, pues los nazis había censurado a Thomas Mann en el Tercer Reich que por aquel entonces ya englobaba Austria, los Sudets y Chequia, además de Alemania.
El autor se encuentra en uno de los periodos más tristes de su vida: el exilio. Como escritor se ve obligado a publicar sus obras traducidas a otro idioma para tener público, dado que tan solo los alemanes exiliados pueden leerlo en versión original.

El Tercer Reich hacia 1939, poco antes de que estalle la Segunda Guerra Mundial.

En una visión más amplia y literaria, Thomas Mann se encuentra en una etapa de su obra posterior a La Montaña Mágica (1924) y a la concesión en 1929 del Premio Nobel. En las grandes obras de esta etpa queda impreso el sello de Goethe de uno u otro modo. La tetralogía de José y sus hermanos responde a una observación de este poeta quien lamentaba que la historia familiar de Jacob se expusiese en La Biblia con tanta parquedad narrativa. Atendiendo a esta observación decidió Thomas Mann novelar la historia sagrada.
Más evidente es la presencia de Goethe en Doktor Faustus. La última gran novela del escritor lübeckés pretende reinventar el mito de Fausto y su pacto con Mefistófeles en un compositor de música del S.XX.

Mefistófeles tienta a Fausto.

Sin embargo, Carlota en Weimar va mucho más allá pues reelabora la figura histórica de Goethe en un personaje de ficción literaria. El complejo entramado metaliterario no se detiene ahí. La novela empieza con una visita de Carlota Buff, viuda de Kestner a Weimar. El propósito oficial del viaje de Lotta es visitara su hermana y de pasada, si fuese posible, ver a Goethe.
Las sinceras intenciones de la consejera son exactamente las contrarias. Bajo pretexto de la visita a su hermana, Lotta Kestner quiere reencontrarse con el escritor a quien le un fuerte e íntimo vínculo. Tan grande se ha hecho la fama de fama de frau Kestner en Alemania que tiene que viajar de incógnito. A fin de de pasar inadvertida se aloja en una posada a las afueras de la ciudad. Pero no resulta como ella pretende. El mesonero la reconoce y empieza a acosarla con sus preguntas. Poco después una viajera inglesa que recorre el mundo retratando a gente importante insiste en esbozar un retrato de su rostro. A lo que la consejera consiente muy a su pesar. Finalmente el rumor de su llegada corre como la pólvora y la gente se encamina a la posada en multitud para expresarle su afecto y admiración.

Portada de Carlota en Weimar editorial Edhasa.

¿A qué se debe todo esto? Pues bien, Carlota Kestner es, según ha contado el propio Goethe, la Carlota amada del desventurado Werther.
La consejera fue en efecto una de las muchas amantes de Goethe, quien siempre mostró predilección por las mujeres más jóvenes que él. Particular escándalo levantó su tardío matrimonio, pues su esposa bien podría haber sido su hija.
Con una lista de mujeres tan extensa a sus espaldas se convirtió en un motivo de gran interés por la crítica saber cuál de ellas era Carlota. La respuesta de Goethe complació a sus contemporáneos, aunque sumió en una profunda inquietud a frau Kestner. La consejera aparenta mostrarse molesta y asegura que no se la puede considerar un personaje literario.
Todo esta humildad desaparece al final de la novela, cuando al salir de la ópera Carlota toma el carruaje que Goethe le ha prestado para moverse por la ciudad. En su interior la espera el propio autor para sorprenderla. Entonces Carlota le confiesa el verdadero motivo de su inquietud: teme que llegue a saberse que quien en realidad inspiró el personaje de Carlota no fue ella sino de su hermana enterrada en Baden. De conocerse esto, su inmortalidad literaria quedaría en entredicho.

Sellor de Goethe.

Por supuesto este giro argumental pertenece a la ficción de Thomas Mann. Mediante él, amplía el horizontes de expectativas del lector con el personaje de Carlota. También cierra el círculo literario de la obra.
La novela se cierra con estas palabras de Gohete: Ayudar a la Carlota de Werther a salir del coche de Goethe es una experiencia… ¿cómo diré? Es digno de ser consignado. En esta frase se condensa la doble metaliteralidad de la obra: por un lado la conciencia de Carlota y Goethe de su relación estrecha con los personajes de Las desventuras del joven Werther, y además su condición externa de personajes de la novela Carlota en Weimar.
El ejercicio del autor lübeckés va mucho más allá de la metaliteralidad. Como Goethe, Thomas Mann amaba la literatura profunda de gran densidad filosófica. Plasma a lo largo de los diálogos y monólogos de la novela una basta concepción sobre el papel del arte y la literatura.

Thomas Mann en su casa californiana en el exilio.

Las opiniones de la propia Carlota se ven complementadas con las del doctor Riemer, asistente de Goethe, la joven madame Adela Schopenhauer y Augusto von Goethe, hijo del escritor. La mayoría de deas expuestas tratan de ubicar el papel del arte y la figura del artista intelectual en el mundo. Dos de las grandes constantes de Thomas Mann a lo largo de su obra.
Se centra en la figura de Goethe cuya personalidad se aclara durante el largo monólogo de su personaje en el capítulo séptimo.
El poeta es elevado por el resto de personajes a una talla semidivina. Con estas palabras lo describe el doctor Riemer: Dios es objeto de entusiasmo, pero él mismo permanece necesariamente ajeno: no puede evitarse asignarle una peculiar frialdad, un indiferencia aniquiladora. Apenas Lotta modera un poco esta concepción del artista.

Sello de Thomas Mann.

Durante su monólogo, el autor se muestra como un anciano cansado, embuido en la edición de sus Obras Completas y en redactar sus memorias. En la decadencia de su senectud afloran muchos de sus prejuicios. Discrepa con Schiller, quien era “un demócrata” hasta en el reino de las letras, en que el arte deba ser accesible a todos. El éxito de Las desventuras del joven Werther le resulta lamentable, pues entiende que sus obras de mayor densidad filosófica son mejores, aunque el público no las valore.
Presenta gustos burgueses. A saber, su placer por los pasteles, su gusto para andar con las manos cogidas a la espalda si viste un batín de suave franela, o su afición al vino de Madeira. El café de la mañana es más bien para la cabeza, pero el Madeira es para el corazón dice. Todos estos rasgos, más que remitir a una fiable documentación histórica buscan aproximar el carácter de Goethe al de Thomas Mann, escritor burgués por excelencia.

Ayuntamiento de Weimar.

Más objetivo para el disgusto de Goethe por la especialización: El diletantismo es noble, y quien es noble es diletante. Por el contrario, es vulgar todo lo que significa gremio y especialidad y profesión. Y por la originalidad: La originalidad es lo tremendo, la locura, el ser artista sin obra, el orgullo cerrado, el celibato y la solteronería del espíritu, la locura estéril.
En efecto a lo largo de su vida el consejero de la corte Goethe se especializó en ser un aficionado, con notable éxito en la mayoría de las materias. Aparte de su producción literaria, son notables sus investigaciones geológicas y anatómicas. En éstas últimas encontró el hueso intermaxilar de los mamíferos dentro de un cráneo humano.

Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832)

Para algunos críticos Thomas Mann escribió Carlota en Weimar como respuesta a los nazis. Si bien este pensamiento no es del todo erróneo, hay que ir con cuidado para confundir sus intenciones. Su novela es una novela; es literatura. La respuesta política ya la dio desde el exilio con su contundente Manifiesto al mundo civilizado y después en sus discursos radiofónicos durante la guerra.
No obstante, su condición de literatura no impide que lo largo de la novela se hagan muchos guiños en contra del nazismo. Algunos tan claros como este: La sociedad, por lo menos la alemana estropea a sus dueños y favoritos llevándoles a un penoso abuso de su superioridad, en lo que, al fin y al cabo, ninguna de ambas partes encuentra placer.

Ejemplar de la Constitución de Weimar.

Especial relevancia adquiere la narración que se hace en el capítulo ocho sobre el judío habitante de Eger, quien fue indemnizado por el príncipe alemán de la ciudad tras ser el único hebreo en escapar a un estallido de antisemitismo. Igualmente, la exaltación de la ciudad de Weimar que en la novela se identifica con la filosofía, el arte, el amor y la belleza no es sino una exaltación a la República de Weimar, régimen derribado por Hitler.
Del mismo modo, la admiración de Goethe por Napoleón, invasor de Europa y dictador, es tratada bajo el signo del error que muchos intelectuales cometen al simpatizar con los autoritarismos por clasismo o por debilidades estéticas.

Francisco Ayala (1906-2009)

La edición castellana muestra un rasgo de carácter político muy significativo. La traducción de Carlota en Weimar una novela de un exiliado escrita en el exilio fue traducida al castellano por Francisco Ayala desde Suramérica, donde otro régimen dictatorial, el franquismo, lo había obligado a exiliarse.
Ni Carlota en Weimar ni Thomas Mann fueron los únicos autores que tradujo Francisco Ayala quien aprovechó bien sus conocimientos de alemán. Sus traducciones son de una elevada calidad. Motivo por que Edhasa ha mantenido su textos para las últimas ediciones de esta novela.



Bibliografía Consultada

KURZKE, Hermann. Thomas Mann. La vida como obra de arte. Una Biografía. Galaxia Gutemberg. Barcelona. 2003. Trad. Sala, Rosa.
LUDWIG, Emil. Obras Completas I. Editorial Juventud. Colección Clásicos y Modernos. España. 1966.
MANN, Thomas. Diarios 1918-1936. Plaza &Janés Editores. España. Diciembre 1986. Ed. y trad. Gálvez, Pedro.
MANN, Thomas. Diarios 1937-1939. Plaza &Janés Editores. España. Junio 1987. Ed. y trad. Gálvez, Pedro.
MANN, Thomas. Carlota en Weimar. Edhasa. Barcelona. 2006. Trad. Ayala, Francisco.

domingo, 21 de octubre de 2012

"José y sus hermanos" por Thomas Mann


Si exceptuamos la redacción del complejo Doktor Faustus, la tetralogía de José y sus Hermanos es el último trabajo titánico de Thomas Mann. De estos libros, le dijo su hermano Henrich Mann que era su más bella poesía. Comentarios fraternales al margen, fue una reflexión de otro coloso de la literatura alemana, Goethe, lo que inspiró a Thomas Mann.

 Thomas Mann (1875-1955)

Decía el autor de Fausto que la historia de Jacob y la de José, últimos patriarcas del Génesis, si bien tiene un sublime argumento, se narra con una desagradable brevedad. ¿Tuvo el propio Goethe intención de escribir esta historia en versión novelada o más extensa? Con independencia de sus intenciones, fue durante los años treinta del siglo pasado, cuando otro gran autor de la lengua alemana exiliado en Checoslovaquia tomaba para sí esta idea.

Primera Parte: Las Historias de Jaacob.

Thomas Mann decidió novelar las narraciones que cierran el primer libro del Pentateuco. Préstese mucha atención al verbo: novelar, ya que su significado excluye al autor de toda responsabilidad inventiva, pues limita a sus funciones a reelaborar una historia ya contada desde una perspectiva estética y una estructura más compleja. En efecto, Thomas Mann se limita a contar la historia. Es evidente que nadie puede estirar una veintena de capítulos bíblicos a cuatro volúmenes sin inventar personajes, situaciones, retocar determinados momentos o ampliarlos; sin embargo, el autor mantiene una total lealtad a la narración de las Sagradas Escrituras.

 Segunda Parte: El Joven José.

Su profundo trabajo de investigación previo a la redacción de manuscrito se palpa en la complejísima mezcla de diferentes culturas que expone. Los ritos egipcios son descritos con profusión y detallismo. Cada divinidad del Egipto pagano, que merece ser nombrada, aparece en la narración, pero no como una mera curiosidad filosófica, sino al servicio de ideas filosóficas sobre el tiempo, el espacio y la vida tan cercanas a Schopenhauer como a Nietzsche, entre otros filósofos importantes en la era contemporánea. El Dios hebreo, a menudo vinculado con Baal; u otras divinales del desierto tienen más o menos la misma función. Thomas Mann va incluso más allá. Según su relato el farón que elevará a José es Amenonfis IV. Este hecho es un objetivamente inexacto desde el punto de vista histórico. La cronología y la propia descripción de Thomas Mann relacionan más al faraón con Amenonfis III que con el cuarto. Si bien, el optar por Amenonfis IV, también llamado Aquenatón, da pie a explicar, a causa del interés que el faraón toma por la cultura de José, la conversión al monoteísmo que realizó Egipto bajo su reinad.

Tercera Parte: José en Egipto.

Aunque muy sutil, la narración no queda exenta de una fuerte carga irónica. Thomas Mann recuerda a Proust en muchos casos, claro que a un Proust domesticado, que mantiene el argumento como un continuo telón de fondo; y ajustado su sintaxis para que, aunque compleja, no resulte ininteligible a sus lectores. Este estilo se suele hacer un poco pesado, aunque su lentitud, reiteración y extensión –tanto en lo descriptivo como en lo dialógico- obedecen al intento del autor de condensar en palabras la pesadez del tiempo. Desde Las leyendas de Jacob, que comprende las peripecias vitales del nieto de Abraham, hasta José el Proveedor que cierra la saga, la insistencia con el paso del tiempo como motor constante y repetitivo de la vida es continuo.

José y sus hermanos por Antonio Castillejo y Saavedra. Lienzo. Museo de El Prado

El eterno retorno está casi omnipresente en la novela. Así pues, José terminará tres veces en un pozo: la primera, al que lo arrojan sus hermanos, la segunda, cuando vaga por el desierto en calidad de esclavo, y la tercera al ser encerrado en la cárcel acusado de abusar de la mujer de Putifar. Del mismo modo, la vida de los patriarcas es cíclica, hasta el extremo que ni Isaac, ni Jacob, ni José fueron los primogénitos naturales, aunque los tres ejercieron como tales. Con intervención de la pluma de Mann, Jacob también intentó ofrecer a su hijo predilecto a Dios, aunque él no tiene valor de esperar la intervención del ángel. La repetición supera a menudo el ámbito del Génesis, por ejemplo el sufrimiento y redención de José son equiparados en un sueño de éste a la muerte y resurrección de Jesucristo.

Cuarta Parte: José el Proveedor.

Thomas Mann busca explicaciones sutiles y divertidas para muchos dilemas que la Biblia deja abiertos. La elevación de José, un hecho sorprendente si tenemos en cuenta que pasa a ser la segunda autoridad de Egipto des del rango de preso, se explica por el carácter, del farón que vislumbra alguna deficiencia mental. Pero la explicación más conmovedora es la del perdón de José a sus hermanos, quien considera que son ellos los causantes en última instancia de su buena fortuna. Se evidencia la vinculación al canon judeocristiano, dentro del cual todos somos instrumentos de Dios. No obstante, no se debe olvidar lo que se menciona al principio: durante la redacción de José y sus hermanos, Thomas Mann, como su protagonista, es un exiliado a causa del régimen nazi. Tal vez, él también soñaba con reencontrarse con sus hermanos alemanes y abrazarse con ellos de nuevo.

 La tetralogía reunida. Fue un regalo de mis tíos para mi último cumpleaños.

Quizás estas novelas no sean literatura de fácil divulgación. Siempre soy partidario de desmitificar la dificultad de leer un cláscio, pero en este caso sería pura hipocresía. Más que recomendarlas, pretendía compartir con vosotros algunas impresiones sobre las mismas, con cuya lectura yo sí he disfrutado mucho.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Thomas Mann: Dentro y fuera de la jaula de oro

Thomas Mann 1875-1955.
 
“El gran hombre de nacionalidad alemana es aquel cuya influencia espiritual debe paralizar […] la nivelación y el ordenamiento democráticos de Alemania, llámese ese gran hombre Lutero, Goethe, Bismarck o Nietzsche”

“Mientras nuestro pueblo no llegue a reconocer que es un pueblo como cualquier otro, con sus excelencias y sus defectos, también grandes, se verá amenazado de caer en una condición paria.”

Puede resultar increíble, pero ambas citas son del mismo autor, Thomas Mann. Sólo que pertenecen a obras diferentes, escritas en momentos vitales distintos. La primera pertenece a Consideraciones de un apolítico (1918). La segunda es un extracto de sus discursos radiofónicos a los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, concretamente, de febrero de 1942.

El autor entre sus papeles.
 
La introducción de cualquier edición en conjunto de La Muerte en Venecia (1911) y Mario y el Mago (1929) suele contraponer el espíritu de ambos relatos. El primero nos ubica al Thomas Mann esteta, un hombre que se limita a contemplar el mundo con la mirada con que se admira una obra de arte. La visión de Aschembach, personaje principal del relato, no admite ética, por eso no siente remordimientos por su pasión, con la contemplación del joven Tadzio. Incluso el sufrimiento, resto penoso de la hipersensibilidad artística, debe permanecer oculta en el interior del protagonista. Únicamente se puede manifestar con su muerte, para no dañar la belleza del conjunto.
No es extraño que quien ve así el mundo escriba siete años más tarde.

“Se me crea o no: soy capaz de pensar que el odio y la enemistad entre los pueblos de Europa es, en última instancia, una ilusión, un error, que los bandos que se despedazan entre sí, en el fondo, no son siquiera bandos, sino que trabajan de común acuerdo bajo la voluntad de Dios y fraternalmente atormentadas, en la renovación del mundo y del alma.”

Aunque suene a misticismo, no debemos olvidar la condición de Dios como un gran artista, dentro de la visión del arte decadentista.

Katia Mann, esposa del autor, el año de su compromiso con Thomas, 1905.


Thomas Mann es un prisionero de la jaula de oro que él mismo se ha construido. También de su conciencia de élite. Él no es sólo un escritor de renombre, es hijo de un importante burgués, senador en Lübeck. De su clasismo se deriva buena parte de sus disgusto con la democracia. Dicen las Consideraciones:

“La democracia en cuanto a institución permanente carecería de todo mérito individual.”

Su condición y procedencia social no aclaran, sin embargo, el apoyo del escritor al nacionalismo belicista de la Alemania del Káiser en estallar la gran guerra. La explicación de cómo un hombre de su indudable sensibilidad mostró su adhesión a la Gran Guerra se encuentra en su propia tendencia a una vida solitaria, casi de anacoreta, en su mar de lujo.

Ejemplar de  Consideraciones de un apolítico (1918)

Como Aschembach, Thomas Mann mira al mundo de lejos. Se siente solo, abandonado por todos, hasta se considera amenazado. De aquí viene su desprecio por el hombre en general:

“El gobierno del pueblo... Esta expresión tiene su parte de horror.”
Encerrado en su jaula de oro, el esteta toma demasiada distancia del mundo, para ver la realidad del sufrimiento. Alivia su sentimiento de soledad, producto de su incomprensión social, mediante su identidad alemana, que le concede el derecho a pertenecer a un colectivo. Quizás el viejo uniforme de húsar prusiano que le regaló su padre cuando era niño influye en su amor hacia una Alemania autoritaria, así como por su deseo de sobreponerse a su naturaleza afeminada y sentirse hombre, por una vez:

“¿Qué sería el humanitarismo privado de un componente viril?”

El progresismo democrático amenaza a su identidad alemana. Por eso lo ataca fieramente junto al humanitarismo, la democracia e incluso la libertad. La única posibilidad de salvar a la Alemania Imperial es ganar la guerra. Por eso se adhiere a la contienda.
Las Consideraciones supusieron la ruptura entre Thomas Mann y su hermano mayor Heinrich Mann, también escritor. El autor de Los Buddenbrook se sintió insultado en un pasaje del libro de su hermano, Zola, crítico con el belicismo alemán, partidario del modelo demócrata francés. Todo pareció ser un malentendido, ya que Heinrich, si bien discrepaba en mucho con Thomas, no pretendió ofenderle. Pero un malentendido llevó a otro, y ambos hermanos se enzarzaron en una lucha en la prensa durante la guerra. La publicación de las Consideraciones supuso la culminación.

Los dos hermanos, Heinrich y Thomas.

Tras años de desencuentros, sin apenas contacto, por fin, en 1922, al caer Heinrich gravemente enfermo, a punto estuvo de morir, llamó a Thomas. Su hermano menor no se negó a ir a verle.
La conversión de Thomas a la democracia es, no obstante, anterior a la reconciliación con su hermano. Ya en la defensa de la ironía en las Consideraciones se percibe la incapacidad de un hombre como él para apoyar sin fisuras el autoritarismo. ¿Pueden ser estás frases producto de una mentalidad dictatorial?:

“¿Qué es el conservadurismo? Es la ironía del espíritu. […] El irónico es conservador.”

Medio siglo después, Borges escribirá que para él afiliarse al partido conservador es otra forma de resignación. Sin establecer un paralelismo sólido, no cabe duda de que la ironía es para Thomas Mann una forma de resignarse cínicamente a su condición de intelectual incomprendido y homosexual.

La República de Weimar 1918-1933, frágil intento de establecer una Alemania democrática.

A lo largo de los años veinte, el dolor de la posguerra le golpea más cerca de lo que lo había hecho los lejanos frentes de combate. Su odio contra los sectores de la ultraizquierda se patenta en sus Diarios en notas que se alegran del asesinato de Rosa de Luxemburgo (1918) o que hablan críticamente contra la breve República Soviética de Baviera (abril-mayo 1919). Sin embargo, pronto empieza el autor a comprender la necesidad de una democracia alemana, para los alemanes. Se sabe que votó por el Partido Democrático de Baviera, formación de corte nacionalista escorada hacia la izquierda. Si bien, su presencia en política activa fue siempre muy menguada. En sus Diarios vemos pronto una gran admiración hacia Friedrich Ebert, socialdemócrata, primer presidente de la República de Weimar, cuya repentinamente muerte en 1925 lamenta. Se opone ese mismo año a la candidatura del general Paul von Hindenburg para nuevo presidente. Sin embargo, lo apoyará en 1932, cuando el octogenario mariscal de campo derrotará ampliamente a Hitler en los comicios presidenciales.

Friedrich Ebert presidente de la república alemana entre 1919 y 1925, año de su muerte.

A lo largo de este periodo no se puede olvidar la publicación de La Montaña Mágica en 1925. Allí su crítica hacia el fascismo se evidencia cuando Hans Castorp dice al masón demócrata, Settembrini que, aunque sus ideas no son mejores (en el sentido de perfectas) son, sin duda, más honestas que las de Naptha, jesuita que defiende el pensamiento totalitario.

Paul von Hindenburg, presidente de Alemania entre 1925 y 1934, también muerto en el cargo. Thomas Mann apoyó su reelección en 1932.

Thomas Mann fue, con diferencia, el autor de su tiempo que combatió al fascismo. El mago de su relato, Mario y el mago no es otra cosa que un charlatán farsante que encandila a la gente con trucos, igual que Mussolini. En 1929, año que recibe el Premio Nobel, el esteta ya ha dejado atrás la jaula de oro, para convertirse en intelectual.
“Corres hacia el abismo Alemania” dice el autor de Doktor Faustus (1947). En 1933 Thomas Mann va de viaje por Europa para hacer unas conferencias sobre Wagner. Sus amigos le recomiendan que no vuelva. Checoslovaquia le concede la nacionalidad a él y su familia, para evitar que los Mann se conviertan en apátridas. Pronto su casa y otros bienes en Alemania son embargados.

Con la llegada al poder de Hiter Thomas Mann debe exiliarse.

El escritor no establece su residencia en Praga, sino en Zurich y después en EEUU cuya nacionalidad obtendrá en 1943. Un año y medio después de estallar la guerra el literato exiliado lleva a cabo una acción insólita, sin ningún paralelismo: inicia una serie de discursos radiofónicos contra los nazi, que se retransmitieron en Alemania.

“La guerra que vuestro Führer embustero achaca a los judíos, ingleses, masones […] en cuyas cadenas os veis sujetos!; una enrome, alocada aventura sin esperanza, un tremedal de sangre y crímenes, es en el que Alemania amenaza hundirse.” dice a los alemanes en noviembre de 1941.
Evita siempre dirigirse a sus compatriotas para hablarles de las grandes derrotas que van a sufrir de de 1942 en adelante. No desea ser visto como un enemigo de su patria, sino como un opositor al régimen:

“que el temor “¡Hay que aniquilar a los nazis!” no se convierta en “¡Hay que aniquilar a los alemanes.”

Les cuenta algunos detalles de su exilio y el padecimiento de los exiliados. Normalmente no centra la atención sobre sí mismo, pero en abril de 1945, en una alocución visiblemente emotiva, recuerda como trece años antes, poco antes de su inesperado exilio, recibió cartas de amenazas y un ejemplar de Los Buddembrook quemado.

Thomas Mann sigue luchando desde Los Angeles contra los nazis a través de la palabra.

Sí combate muy activamente el antisemitismo.

“Los judíos son casi siempre amigos de Alemania; y cuando llegue el momento […] tratarán de desaconsejar que se os pague con la misma moneda.” dice a sus compatriotas el 27 de agosto de 1942.

“Sobre Alemania se precipitan las fuerzas de la destrucción. Entre los escombros de nuestras ciudades engordan las ratas con carne de cadáver.”

No se me ocurre mejor testimonio literario del final de la guerra para Alemania que esta frase de Doktor Faustus. Thomas Mann siente la situación como un fracaso. Sus alocuciones pidiendo la rebelión contra Hitler, no han servido de nada. Los alemanes se han mantenido leales hasta el final.

Thomas Mann un ejemplar de Doktor Faustus entre las manos.

Irónicamente, tanto Roosvelt como Churchill consideraron la posibilidad de investir a Thomas Mann como presidente de la Alemania de la posguerra. Esta idea provenía de círculos bastante amplios de exiliados alemanes, que veían al escritor como un patriarca espiritual. Tal cargo, evidentemente, hubiese sido puramente nominal. El escritor Nobel lo rechazó, angustiado, antes de que la propuesta se materializase en algo oficial.

Sello conmemorativvo de Thomas Mann.

Jamás regresó a Alemania para vivir en ella. Muchos autores que se quedaron en Alemania, la mayoría colaboracionistas sin excusa, no dudaron en acusar al autor de La Montaña Mágica de haber contemplado la guerra desde un palco dorado, cual si su exilio hubiese sido un mero capricho. Se estableció de nuevo en Zurich, ya que McCarty empezó a acosarlo en los EEUU. Allí murió en 1955.


 Thomas Mann frente a un gramófono. Probablemente Wagner suena en esta foto.

Es muy posible ni sus Consideraciones ni sus alocuciones durante la Segunda Guerra Mundial ocupen un lugar destacado entre las obras completas de Thomas Mann. Realmente no pueden priorizarse por encima de sus grandes novelas y relatos. Sin embargo, tampoco deberían caer en el olvido. En ellas se constata la transformación de uno de los mayores genios de la literatura del S.XX. Thomas Mann jamás renunció a sus ansias de apolinia perfección artística, pero se transfiguró de desentendido esteta a intelectual comprometido con la sociedad de su tiempo.



Blibliografía Consultada:

KURZKE, Hermann. Thomas Mann. La vida como obra de arte. Una Biografía. Galaxia Gutemberg. Barcelona. 2003. Trad. Rosa Sala.
MANN, Thomas. Consideraciones de un apolítico. Capitán Swing Libros. Col. Entrelíneas. Salamanca. Febrero-2011. Trad. Grijalbo.
MANN, Thomas. Oíd, alemanes... Discursos radiofónicos contra Hitler. Península/Atalaya. Barcelona. 2003. Trad. Luis Tobío y Fernando Moreno.

jueves, 29 de diciembre de 2011

Memorias de Los Buddenbrook

Hacia finales de septiembre, leí Los Buddenbrook de Thomas Mann (1875-1955), prolífico escritor alemán del pasado siglo y ganador del premio Nobel de literatura en 1929. Este dato, representativo de su valía como autor, tiene una gran importancia cuando nombramos a Los Buddenbrook, pues la excelencia literaria de esta novela (y, todo sea dicho, su gran éxito editorial) contribuyó, en gran medida, a situarlo cercano al galardón.





Thommas Mann.


La obra, acabada en 1900, fue editada en una primera tirada en 1901. El editor tuvo frecuentes discusiones con el autor, pues quería convencerlo de que la acortase. De extensión considerable (casi 900 páginas en edición de bolsillo) se temía que esto desincentivase su lectura y por lo tanto su compra. En efecto, la primera tirada tuvo poco calado. Sin embargo, dos años después, en 1903, una segunda edición supuso la consagración literaria de Thomas Mann en el canon literario germánico.

 Mansión señorial alemana asociada a la novela.


Los Buddenbrook o La decadencia de una familia recrea la vida de un linaje familiar de comerciantes de Lübeck –si bien, el nombre de la ciudad nunca se menciona directamente, sí se nombran sus calles principales- entre 1835 y 1877. A lo largo de este período, la pequeña burguesía, notoria dentro de los estados alemanes, aún no unificados, vive su período de esplendor y su caída. Históricamente, la obra arranca en una época propicia para los negocios: el fin de las revoluciones de 1830. Más de una década después, estallan las revoluciones de 1848, aunque llegan a la ciudad septentrional de Alemania de una forma bastante parodiada, como muy bien se narra, suponen un importante crack en los negocios familiares de los Buddenbrook. Finalmente, tras la unificación alemana en 1871, en el Segundo Reich (hecho que tampoco se menciona directamente en la novela) los negocios de la pequeña burguesía que no se han sabido adaptar a los nuevos tiempos terminan por desaparecer.

 Casco antiguo de Lübeck, donde transcurre la novela.

La inevitable decadencia del clan burgués, que, al inicio de la novela, vive rivalizando con los modos lujosos de la alta aristocracia, se materializa con la desaparición del apellido. Durante todo este proceso de hundimiento, los golpes económicos, el arraigo en los negocios de toda la vida y algunos escándalos borran de la sociedad urbana el nombre de una familia que se había labrado un importante renombre tanto en el terreno comercial como en el político.
La cálida literaria de esta obra radica en la descripción de las percepciones humanas sobre los ambientes que frecuentan. Así pues, es muy lógico que un cambio de ambiente propicie se cambien los caracteres de los personajes. De menor contenido filosófico que otras de sus novelas, como La montaña mágica (1924) se hace más amena al lector.

 Richard Wagner, inspirador de Thomas Mann.

No deja de sorprender, sin embargo, que Los Buddenbrook  fuesen un éxito. Esta obra, aunque ciertamente accesible, no está exenta de profundidad y trascendencia de todos los tipos, para quien quiera buscarla. Su estructura, verbigracia, imita la de la tetralogía wagneriana de El Ciclo del Anillo por eso termina con el “Götterdämmerung” (crepúsculo de dioses). Que tales vestigios de riqueza despertasen el interés del lector medio revela cuanto han decaído este y otros perfiles, en el conjunto de la sociedad occidental actual. ¿A fin de cuentas, quién hoy día vería como un gesto de rebeldía que un alumno abriese Las narraciones de Edgar Allan Poe bajo su Biblia, durante la clase de religión?

 William Faulkner.



Os animo a leerla, porque, no en vano, el notorio escritor norteamericano, William Faulkner (ganador del Nobel en 1949), calificó a Los Buddenbrook como “La mejor novela del siglo”.