Mostrando entradas con la etiqueta Clarín. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Clarín. Mostrar todas las entradas

lunes, 21 de abril de 2014

Apuntes: Clarín, "Cuento Futuro"



Cuento Futuro es quizá el relato más original de toda la obra de Clarín. Sin duda es el más interesante de cuantos agrupó en El Señor y lo demás, son cuentos (1893). La originalidad de su temática lo acerca a las formas más avanzadas del realismo mágico, con un siglo de antelación. Incluso se le debe reconocer algo de ciencia a ficción, más en la línea de Julio Verner que en la de Isaac Asimov, pero ciencia ficción después de todo.

Busto de Leopoldo Alas "Clarín" (1852-1901)
 
El cuento nos narra la apocalíptica historia del doctor Adambis y su mujer Evelinda -apreciese la proximidad de los nombres con Adán y Eva. Este científico empieza a lanzar consigas por todo el planeta de que el día del juicio se puede anticipar mediante la muerta colectiva de toda la humanidad. Pese a los protestas del Papa contra el suicidio colectivo, los hombres van creyendo en sus palabras, de modo que al final todos los seres humanos del mundo se conectan a la máquina del doctor. Cuando éste la activa sólo quedan vivos él y su joven esposa.
Las razones que le mueven a tan macabro plan no quedan muy claras. Se da a entender que desea reconstruir a la humanidad de cero sobre unas bases más civilizadas. Su mujer, en cambio, anhela apoderarse de las riquezas del mundo, una vez que sus propietarios han muerto.

Portada de El Señor y lo demás, son cuentos (1893)

Mientras el matrimonio sobrevuela el mundo en globo las desavenencias entre la pareja crecen. Un súbito terror derivado del remordimiento se ha apoderado de Adambis, quien no quiere bajar a tocar tierra. Le ofrece a su mujer quedarse flotando, alimentándose de unos cigarrillos comestibles cuanto más tiempo les sea posible, pero ella nada desea más que entrar a comer los manjares que puedan quedar en las mesas y despensas de los palacios y rebuscar entre las joyas de las difuntas damas para apropiarse de las que más le gusten.
La relación entre el matrimonio se muestra inestable. El científico que ha cedido a los impulsos eróticos por una mujer que se ha acercado a él por ambición, poco a poco, toma conciencia de su error. A partir de ahí, la diferencia entre el carácter reflexivo de Adambis y el narcisismo de su esposa sólo conducirá al distanciamiento.

Adán y Eva

Justo entonces ven a una figura paseando por la tierra, un hombre anciano vestido de blanco, se trata de Dios. El Creador saluda a sus criaturas y les ofrece la vida en el Paraíso. En tan fabuloso lugar les garantiza una vida regalada, siempre que no coman de las manzanas prohibidas, que resultan ser “ricas manzanas de Balsaín”, pueblo próximo a La Granja de Segovia; comentario que nos muestra la ironía más típica de Clarín.
Evelinda terminará comiendo la manzana cuando la serpiente le diga que en el Paraíso lo único que una mujer, incluso una tan atractiva e inteligente como ella, puede hacer es parir hijos. En esta ocasión, la mujer no ha sido tentada, sino convencida por el diablo. Tiene plena conciencia de que al comer la manzana será expulsada del Paraíso, por eso la come.

Los cuatro jinetes del Apocalipsis

Sin embargo, el segundo Adán se niega a comer esa manzana, prevenido por el paso de la historia. De modo que cuando Dios va a expulsar a la pareja del Paraíso, el doctor reivindica quedarse, pues él no ha comido la fruta prohibida. El Señor le advierte de que si el hombre y la mujer se separan la humanidad se extinguirá, pero Adambis no cede.
Evelinda abandona el Paraíso y vagará por el mundo exterior hasta su muerte. Con el tiempo Adambis también se cansará de su felicidad y su eternidad, le pedirá a Dios la muerte, tras intentar si éxito quitarse la vida. La narración de Clarín, pues, muestra el fin de la raza humana con una estrcutura circular que se cierra prácticamente como empezó en la historia sagrada. Tampoco se debe olvidar la dimensión más pequeña y personal de los personajes, tan simbólica como el paralelismo con La Biblia, pues la humanidad termina, con una crisis matrimonial irresoluble entre dos personas que no estaban hechas la una para la otra.

miércoles, 9 de abril de 2014

Apuntes: Clarin "El Centauro" y "Rivales"



Quizá ninguno de estos relatos se considere de los mejores entre los escritos por Clarín. Su originalidad es tanta que hasta se vuelven incómodos a la crítica, pues rompen, por completo, con los marcos realista-naturalista y realista-espiritualista en los se suele clasificar la obra del autor. Ambos fueron publicados en 1893 dentro de la recopilación El Señor y lo demás, son cuentos.
El Centauro nos cuenta la historia de Violeta Pagés, una joven catalana, que pese a tener el sentido común, que, según dice el texto, nos caracteriza a los de esta tierra, vive obsesionada con encontrar a un centauro del que enamorarse. Por este motivo ha rechazado a más de un pretendiente. El narrador se queda bastante asombrado ante esta confesión. ¿Está loca la joven?
Al final Violeta, a falta de híbrido humano y equino, se casará con un oficial de caballería. Por desgracia, será demasiado hombre y no lo bastante centauro para complacerla, como confiesa al narrador.

Busto de Clarín (1852-1901)
Lejos de tener alguna visión lasciva, el narrador se mueve en el idealismo desde un tono irónico. La joven desea fervientemente un amor imposible -y ridículo. Al final, debe resignarse al desamparo de la realidad.
Rivales es un título que pocos cuentistas no han utilizado en alguno de sus relatos. En el caso de Clarín, nos cuenta la historia de Víctor Cano, joven escritor que, frustrado por el mundo editorial y la crítica, decide hacer un viaje. En el tren coincide con un matrimonio, los Carrasco. No tarda en quedar prendado de la mujer, Cristina, pero, por miedo a que no le conozca como escritor, o tal vez por miedo a que sí le conozca, le da un nombre falso. La dama habla con él y se muestra atenta. De repente Víctor se percata de que ella lee un libro, a cuyo autor empieza a percibir como su rival amoroso, pues, en lo tocante al señor Carrasco ve claro que el matrimonio no nada en el romanticismo, precisamente. Así pues, antes que el hombre de carne y hueso, cónyuge legal de Cristina, el joven ve estimulados sus celos hacia alguien de quien la mujer no conoce más que el nombre.
Tal como le confiesa Cristina, eso es algo más que una suposición: ella ama al autor de ese libro y por ese motivo lo rechaza. El joven escritor pide, al menos, saber cuál es el nombre de su rival. Para su sorpresa, el libro resulta ser suyo. En ese momento, revela su verdadera identidad a Cristina esperando encontrar por fin la ansiedad correspondencia amorosa, pero una vez más ella lo rechaza.

Portada de El Señor y lo demás, son cuentos (1893)
 
¿Había vivido Clarín algún episodio similar? Es posible, aunque tampoco seguro. Víctor Cano recibe una dolorosa lección al descubrir que ha sido desplazado en el corazón de Cristina por él mismo: el autor es el autor, el artista, el genio…, la magia de su esencia no tiene por que mostrarse en modo alguno en el hombre.
Cualquier ficción, especialmente las que creamos nosotros mismos, superan con creces a la realidad. Esto parece ser lo que viene a decir Clarín con estos relatos.

martes, 18 de marzo de 2014

Apuntes: Clarín, "¡Adiós Cordera!"



“Ella ser, era una bestia, pero sus hijos no tenían otra madre ni otra abuela.” Clarín “¡Adiós, Cordera!”

“¡Adiós, Cordera!”, segundo relato de El Señor y lo demás, son cuentos (1893), narra la historia de Cordera, la vaca de Antón de Chinta y sus hijos gemelos Rosa y Pinín. Don Antón es un humilde viudo, que a duras penas subsiste vendiendo la leche de su vaca. Sus hijos cuidan del animal con esmero y cariño. Llegan a querer a la vaca como si fuese un ser humano, casi como si de una madre se tratase.
Por desgracia, llega un día en que don Antón ya no puede sostener más la economía de su casa. No le queda otro remedio que vender al animal en el mercado. La noticia resulta devastadora para los niños que, tras la muerte de su madre, sienten que con Cordera se les quita a una segunda mamá. La emotiva despedida al grito de “¡Adiós, Cordera!” muestra el desgarrado dolor de los pequeños.

Leopoldo Alas "Clarín" (1852-1901)
 
Años más tarde, cuando don Antón ya ha muerto, estalla la tercera guerra carlista (1872-1876). Como Pinín es un joven fuerte, sano y sin influencias no puede rehuir el reclutamiento forzoso. Con su marcha Rosa siente que pierde al último ser cercano, como si el mundo exterior a su comarca no parase de robarle a quienes quiere, primero a cordera y después a su hermano. El joven recluta, por su parte, en la medida en que se aleja de su tierra siente en su interior un eco que repite “¡Adiós, Cordera! ¡Adiós, Rosa!”.
Bajo su aparente sencillez, el relato profundiza en ideas muy complejas. La más evidente es la intensidad que la relación entre los hombres y los animales puede llegar a adquirir. La narración, focalizada en buena medida en los sentimientos que se suponen a Cordera, remite a otro relato de Clarín, Quin cuyo protagonista es un perro. El siguiente concepto que se aborda es el dolor y la perdida como características inocuas a la vida. Complementariamente se presenta la comarca donde habitan los personajes como un microcosmos que les proporciona una aparente estabilidad. Todo cuanto llega de fuera suele ser malo. Del mismo modo, salir al mundo exterior se percibe como algo peligroso.

Portada de "¡Adiós, Cordera!" en una edición separada de El Señor y lo demás, son cuentos.
 
Ya dentro de un carácter filosófico mucho más trascendente, encontramos la cuestión de la identidad del ser. Cuando los niños despiden a Cordera, se sienten consternados porque el animal a quien tanto estiman se convertirá en breve en un montón de piezas de carne comestibles. El ser queda condicionado por su aspecto, por su sustancia, cualquier cambio que se opere sobre ellos condiciona su esencia y por lo tanto la forma de percibirlo de los demás, lo que a su vez afecta implícitamente a los vínculos emocionales que el ser mantenga con otros.
En último lugar, no se puede ignorar la crítica social que contiene el relato cuya narración muestra las miserias del mundo rural de la época. El hambre y la pobreza obligan a don Antón a desprenderse de Cordera, su principal fuente de ingresos, y en un orden más sentimental, el ser a quien más aman sus hijos. Esa es la verdadera tragedia de la historia.

lunes, 10 de febrero de 2014

Apuntes: Clarín, "El Señor"


“Los trabajos iban teniendo menos color y más alma” Clarín Cambio de luz

Recogido en el libro El Señor y lo demás, son cuentos (1893), este relato abre la recopilación de narraciones breves que componen esta obra. Como sucede en Pipá, El Señor, primero en el índice, da nombre al volumen, hecho que muestra la importancia de este cuento dentro de la antología, pues Clarín, no se limitaba al criterio cronológico para ordenar sus compendios de narraciones breves. Si bien, nunca se ha conseguido establecerse un consenso unánime respecto al fin que sus ordenaciones perseguían.

  Portada de El Señor y lo demás, son cuentos.

De entre los otros doce cuentos del volumen, encontramos algunos que no son menos importantes dentro de la obra del autor, tales como ¡Adiós “Cordera”!, Cambio de Luz o La Rosa de Oro, que cierra el volumen, ubicación no menos significativa que el inicio. En consecuencia, no se debe pensar que ni la calidad literaria ni la trascendencia de El Señor es superior a la de sus compañeros de volumen. Sin embargo, su temática, profundamente arraigada a lo espiritual, tuvo quizá mayor importancia para el “último Clarín”, tan influenciado por el espiritualismo que Tolstoi había depositado en su obra, después de su conversión religiosa.


Billete conmemorativo de Clarín.

Quizá porque no se veía a sí mismo como un pecador, Clarín nunca sintió la necesidad por romper con su obra pasada, a diferencia de Tolstoi que renegó de sus grandes obras Guerra y Paz y Ana Karenina por considerarlas literatura anticristiana. De hecho, su trayectoria como escritor, aún con los cambios de estilo, mantiene la homogeneidad constructiva de un todo completo. La carencia de puntos de ruptura, sin embargo, no limitó su evolución. Hacia el final de su vida, tras haber luchado contra una larga y penosa mala salud, el autor krausista necesita potenciar la espiritualidad del hombre, fuente de su bondad, por encima de cualquier otra consideración, lo que le conduce a simplificar sus argumentos, descripciones y demás recursos narrativos a favor del mensaje que desea transmitir. Esta evolución ideológica no afectó sólo al escritor, el jurista que daba clases en la universidad también experimentó esta transformación ideológica.

La influencia del Tolstoi cristiano apartó a Clarín del naturalismo puro y lo llevo hasta el realismo espiritual.
 
Después de su muerte e incluso en vida, Clarín fue calificado por muchos como anticlerical, o directamente ateo. Su obra quedó sometida a todo tipo de vejaciones. Cuando recuerda sus años de juventud en el instituto de San Lorenzo de El Escorial, en su novela autobiográfica El jardín de los frailes, Azaña escribe “para los frailes [Clarín] era arquetipo de lo impío” (Azaña. 2003, pág. 10). Pero contra lo que muchos –incluso entre sus partidarios- creen, Clarín se encontraba muy lejos del ateísmo, no tanto así del anticlericalismo. Toda su vida se estructuró entorno a unas firmes convicciones religiosas. Precisamente éstas lo llevan a atacar con saña al alto clero en La Regenta y otros tantos escritos. Lo espiritual impregna su obra de múltiples maneras. Tanto en lo que se refiere a la temática como a la exposición narrativa, su subyugación a la moral es total. Para muestra véase su puritanismo, que excluye prácticamente toda descripción de temática sensual, apenas y aún con reticencias tolera los besos. También el trasfondo, el mundo interior de sus personajes, reflexivo y poblado de emociones inexpresables deriva de ahí.

De profundas convicciones morales, pero con sentido del humor. A Clarín siempre le divirtieron sus caricaturas, como ésta que lo parodia como crítico implacable que era.
 
El Señor es la historia de la evolución espiritual de Juan de Dios que termina con un encuentro místico con Dios. Hijo de una viuda humilde, atrapada en una situación de pobreza casi indigente, la devoción de su madre lo lleva a diario a la iglesia, donde la vocación de Juan no tardará en manifestarse. Los curas le hacen cabida en el seminario y empieza a estudiar.
Desde el principio, su personalidad parece construirse en oposición a la de Fermín de Pas. Carece de toda ambición, su inocencia es tal que ve el universo en los siguientes términos: “venía a ser como un gran nido que flotaba en infinitos espacios; las criaturas piaban entre las blandas plumas pidiendo a Dios lo que querían, y Dios, con alas, iba y venía por los cielos , trayendo a sus hijos el sustento, el calor, el cariño, la alegría.” (Clarín: 2013, pág 13). Cualquier honor le repugna, le parecen una “diabólica invención” (Clarín: 2013, pag 15) que atenta contra el papel de igualdad que Dios tiene asignados a los hombres. A fin de no ser más que ninguno de sus compañeros, rehúsa la carrera eclesiástica. Se conforma con ayudar a otros, pues no quiere ningún protagonismo. ¿Es que no tiene ningún sueño? Sí, desea ir a evangelizar a las tierras de Asia, donde podrá sufrir el martirio que cree le tiene reservado Dios, pero su madre, que hasta el momento ha aceptado todas las peculiaridades de su carácter, se niega a esta posibilidad.

Portada ilustrada por Llimona, de la primera edición de La Regenta (1884).
 
Juan se resigna a permanecer en su tierra natal. Cuidar de los enfermos y de los más desfavorecidos se convierte en su principal ocupación. Particularmente le interesan aquellos enfermos con dudas de fe, a quienes debe consolar doblemente para devolverlos a la doctrina. Para su sorpresa, esto no le hace feliz, pues comienza a sentirse mal por forzar las convicciones de otros en su lecho de muerte, aunque estuviesen equivocados. “Él hubiera querido vencer sin luchar” (Clarín: 2013, pág 20) a esos “infelices heterodoxos” (Clarín: 2013, pág 21) que sabe que en el fondo poseen alma de verdaderos cristianos. Estas sensaciones lo desesperan y sus deseos por ir a Asia o a otro lugar lejano a predicar y sufrir el martirio van aumentando.
Con esta angustia vive, hasta que el amor llega a su vida. Mientras va por una plazoleta de la ciudad, ve a Rosario en un balcón: “cerca de la torre esbelta, que en las noches de luna, […] se destacaba romántica tiñendo de poesía mística todo lo que tenía sombra” (Clarín: 2013, pág. 23). La fisionomía de la muchacha la seduce desde el primer momento:

“La niña era ya una joven esbelta, no muy lata, delgada, de una elegancia como enfermiza, como una diosa de la fiebre. El amor por aquella mujer tenía que ir mezclado por una dulcísima caridad.” (Clarín: 2013, pág. 21)

Rosario se presenta, pues como un prototipo de belleza enferma, heredada del romanticismo. La salud quebradiza y la cercanía de la muerte, si no a Dios, al menos la acercan a la pureza.

Busto conmemorativo de Clarín.
 
Juan de Dios va conociendo la historia de la joven preguntando por la ciudad. Descubre que su enfermedad no permite albergar esperanzas de recuperación. No es la salud el único aspecto donde la joven ha sido desgraciada, ya que tuvo un novio cuyos padres, que querían para su hijo a una mujer más adinerada, lo mandaron de viaje mucho tiempo hasta que la relación se cortó. Desde entonces vivía enclaustrada, rodeada de médicos, sin salir nunca, sin conocer a nadie. “Había, lo decía el doctor, que evitar una emoción fuerte. Era menos malo dejarse matar poco a poco” (Clarín: 2013, pág. 23), dice el autor, quien por sus propios problemas de salud debió escribir esto desde la experiencia de la hiperestesia emocional que se deriva de una mala salud física.

En Pipá (1886) el primer cuento también da nombre a la antología.

El joven sacerdote “no dio nombre a lo que sentía, ni aun al llegar a verlo en forma de remordimiento.” (Clarín: 2013, pág. 23). Para él, sus sentimientos tienen un componente “inefable, incalificable” (Clarín: 2013, pág. 24). Trata de buscar consuelo en el confesionario, o con compañeros de hábitos que puedan haber experimentado una sensación similar. Ni estos ni los confesores le dan la importancia que él espera, lo reducen todo a una “tontería sentimental” (Clarín: 2013, pág. 25) que habrá de pasarse antes o después.

Portada de "¡Adiós, Cordera!"  en una edición separada de El Señor y lo demás son cuentos.

Ante tan fría reacción, el joven opta por guardar para sí sus sentimientos. En su mundo interior sus emociones maduran. Empieza a ir a la plazoleta muy a menudo para verla en el bacón, incluso de noche, “sin remordimiento ya, saboreando Juan aquella dicha sin porvenir, sin esperanza y sin deseos de mayor contento. No pedía más, no quería más, no podía haber más.” (Clarín: 2013, pág. 26). A menudo se pregunta si ella sospecha que alguien la está observando. De este modo, se manifiesta uno de los rasgos típicos de los personajes de Clarín, el goce de la contemplación. Ni siquiera aspira a conocerla, esta situación le basta, porque de alguna manera siente que ya existe una conexión espiritual entre ambos. Semejante relación recuerda a otras de los personajes del escritor, particularmente a los sentimientos de Fermín de Pas hacia Ana Ozores y más todavía a los protagonistas de El dúo de la tos.

Sello conmemorativo de Clarín, con la catedral de Oviedo detrás.

Un día, como tantas veces, en la iglesia lo mandan a dar la extremaunción a casa de una moribunda. Ésta resultará ser Rosario. Las primeras palabras que entabla con el ser a quien tanto ama son para despedirla de este mundo. De vuelta a la iglesia, absorto en su dolor, tropieza y los sagrados óleos se le caen al suelo. Por todos los medios trata de limpiarlos para que ningún inocente cometa el sacrilegio de pisarlos. Mientras se arrodilla sobre las baldosas para frotarlas con ahínco, una voz interior le dice: “¿No querías el martirio por amor Mío? Ahí le tienes. ¿Qué importa en Asia o aquí mismo? El dolor y Yo estamos en todas partes.” (Clarín: 2013, pág. 32)

Monumento a Ana Ozores en Oviedo.

Los críticos más reticentes pretenden presentar esta voz como aun proyección de su conciencia, pero se trata de Dios, sin ninguna duda. Juan, por fin ha llegado al misticismo, su periplo vital recorre la vía purgativa, la vía iluminativa y finalmente estas palabras consagran la vía unitiva del encuentro con el Señor. El sufrimiento lo ha a llevado hasta la divinidad; como ya se dijo al principio, Clarín fue un hombre de profundas convicciones religiosas, atípico es un texto suyo que de un modo no encierre un lema moral.


Bibliografía Consultada

AAVV. Historia de la literatura. (Vol. 5) Madrid. Ediciones Akal. 1993. Pág. 367-387
ALVAR, Carlos, MAINER, José-Carlos, NAVARRO, Rosa. Breve historia de la literatura española. Madrid. Alianza Editorial. 2011. Pág. 482-542.
AZAÑA, Manuel. El jardín de los frailes. Madrid. El País Ediciones. 2003.
CLARÍN, Leopoldo Alas. El Señor y lo demás son cuentos. Ed. Sobejano, Gonzalo. Barcelona. Austral Básicos. 2013.
CLARÍN, Leopoldo Alas. La Regenta. Ed. Torres Nebrera, Gregorio. Barcelona. Debolsillo. 2007.
CLARÍN, Leopoldo Alas. Pipá. Ed. Ramos-Gascón, Antonio. Madrid. Cátedra. 2010.

domingo, 31 de marzo de 2013

"La Regenta" ¿la mujer infiel?



El lector de La Regenta de Leopoldo Alas “Clarín” se sumerge en la densidad de una obra donde muchas veces no termina de asimilar por completo la complejidad de sus descripciones, ni los gestos sutiles que encierra la verdadera intención del autor detrás de éstas y de los pasajes narrativos.
De entre estas múltiples sutilezas que dotan a la novela de su colosal rango literario, por esta vez, prefiero centrarme en uno que conjuga las dos vocaciones vitales del Clarín: la literatura y la ley.
¿Verdaderamente recrea el escritor el tópico de la mujer infiel como parece en apariencia? Si la analizamos, nos damos cuenta de la opresiva atmósfera en que fluyen las emociones de Ana Ozores, la regenta, con el sexo opuesto.

Leopoldo Alas "Clarín" (1852-1901) escritor y catedrático de Derecho Civil.

Su marido, Víctor Quintanar la protege con paternal devoción. No en vano su mujer, sinceramente agradecida, lo describe siempre como “la madre que nunca tuve”. Tan inusual definición para un marido queda explicada por impotencia de don Víctor quien ni siquiera ha compartido cama con su esposa.
La desesperación de su celibato impuesto arrastra a Ana Ozores a la iglesia, donde intenta dar alivio a sus ataques de histeria y depresiones, con una pasión mística. El magistral Fermín De Pas, su confesor, se enamora de Ana. No del todo feo, a excepción de su algo prominente apéndice nasal, el ejercicio físico ha dado al magistral un cuerpo hercúleo, cuyo vigor no puede exponer su feligresa, hacia quien sus hábitos y el pudor social le imponen otro tipo de impotencia, más nociva incluso que la de don Víctor.
Merece la pena aclarar que Ana tampoco corresponde nunca a los sentimientos de don Fermín. Sí se rendirá, tras muchas vacilaciones, a los encantos del seductor Álvaro Mesía. Según se deduce de la narración, pierde su virginidad con él, ya que hasta ese momento no se mencionan anteriores experiencias sexuales de la protagonista. Sin embargo, cuando, a través de las intrigas de don Fermín, Álvaro mate a Víctor en un duelo, y huya inmediatamente, Ana se sumirá en una nueva desolación al comprender cuan frívolos eran los afectos de su amante y lo vacías que estaban sus promesas de amor.


 Los dos tomos de La Regenta de la Primera Edición (1884-1885)

A este triángulo amoroso de cuatro vértices, se puede añadir un quinto: Petra, la doncella de Ana. Representa la antítesis de la protagonista, no sólo por su condición social y su amoralidad, sino por su relación con los hombres que rodean a la regenta. Se entrega con lascivia, sin romanticismo alguno, a Álvaro. Incluso se acuesta con Fermín de Pas; sabe emplear la lujuria del clérigo para ponerse a servir en su casa. Hasta al impotente Quintanar consigue tentarlo en varias ocasiones, si bien, por razones obvias con él nunca se produce la consumación sexual.
No corresponde ahora extenderse demasiado en analizar la idiosincrasia de las relaciones entre los personajes de la novela. Basta con este breve apunte sobre la claustrofobia vital que impone a Ana Ozores su matrimonio, para referirnos a una interpretación sorprendentemente extendida entre la crítica que sugiere que, así como Zola reclama jornadas laborales justas y seguras, y salarios dignos en Germinal, Clarín aboga en La Regenta por una ley del divorcio.
Aunque a lo largo de su carrera como jurista Clarín destacó por sus ideas reformistas sobre estos y otros puntos de la legislación, se peca de superficial quien cree que La Regenta reivindica algo tan concreto. Se trata más bien de una profunda reflexión, más filosófica que política, sobre la forma de vida de la mujer en España. La mujer desgraciada que cae constantemente en la depresión y la histeria hasta resolver arriesgarse a abandonar las convenciones sociales, para aspirar a la porción de felicidad que todo ser humano merece.

Portada de la edición de 1884 ilustrada por Joan Llimona.

 
Las similitudes entre Ana Ozores y Emma Bovary resultan innegables, aunque hay matices que no se deben ignorar. Ambas se unen por el hastío vital y infelicidad conyugal. No obstante, Ana se diferencia de Emma su deseo de ser madre. Tampoco comparte con la protagonista de Flaubert esa tendencia a la ensoñación que le hace creer que el mundo es una novela. Ana Ozores sencillamente es víctima de la hipersensibilidad a la que la ha conducido su sentimiento de perpetuo abandono. Además, caben muchas dudas acerca de que Clarín pretendiese recrear en su personaje el tópico de la mujer infiel, pues quien lea atentamente se dará cuenta de que el escritor no ve en absoluto a la desgraciada joven de ese modo.
Debemos tener en cuenta la legislación del matrimonio en 1885, año de publicación de la novela. Por aquella época seguía en vigor la Ley de Matrimonio Civil de 1870, a falta de que en 1888 se aprobase por fin el tardío Código Civil Español, que fue incapaz de armonizar con los diferentes derechos forales.


Facsímil de la Ley de Matrimonio Civil de 1870 1/3

 
El Art. 4.2 de esta ley del Sexenio Liberal determina que, para contraer matrimonio, es imprescindible: “No adolecer de impotencia física, absoluta ó relativa, para la procreación con anterioridad á la celebración del matrimonio y de una manera patente, perpétua é incurable”.
Este precepto, heredero de la primera Ley de Matrimonio de España aprobada bajo el reinado de Isabel II, también fue recogido tácitamente con posterioridad en Código Civil, dentro del grupo de "errores de identidad" (Art. 73.4). Actualmente resulta anacrónico, pues difícilmente, hoy en día, se llega virgen al matrimonio por lo que cada vez es menos frecuente que alguien se tome, como en el caso de Ana Ozores con una decepcionante sorpresa después de haberse atado legalmente. Pero en una época donde la primera consumación sexual de la pareja se daba a partir de la noche de bodas, parecía lógico señalar en la impotencia masculina una causa de nulidad, si ésta era previa al matrimonio.


Facsímil de la Ley de Matrimonio Civil de 1870 1/3


Que nadie se equivoque, la ley de 1870 determina que el matrimonio es “perpétuo é indisoluble” en su Art. 1. No se habla de una posibilidad de divorcio, sino de declarar nulo el matrimonio, lo que para el derecho significa que éste nunca ha existido.
Téngase presente que la posibilidad de la nulidad por falta de consumación marital queda recogida también en el derecho canónico. Éste va incluso más allá, pues no sólo entiende la no consumación como causa de nulidad, sino como efecto de la mista. Incluso en la actualidad, la nulidad religiosa declarada por un tribunal eclesiástico católico sigue restituyendo la virginidad en los cónyuges. Particularmente divertidas de leer son las sentencias de tribunales eclesiásticos que, por los intereses políticos de las épocas, sentenciaban como nulos matrimonios de diferentes monarcas y otras personalidades, a fin de que estos pudiesen volver a casarse. La capacidad de estos tribunales para restituir a ambos cónyuges la virginidad, a pesar del leve inconveniente de que hubiese hijos de por medio, mediante complejos (y arbitrarios) procedimientos eclesiásticos es sin duda llamativa cuanto menos.

 Ilustración de la La Regenta de Joan Llimona

Un catedrático en derecho civil de la Universidad de Oviedo, como Clarín, no podía desconocer los términos de la ley vigente para el matrimonio. Así pues, cabe preguntarse por qué Clarín señala con tanto empeño que Ana y Quintanar nunca han compartido cama, lo que convierte su matrimonio en nulo a ojos del derecho.
La única explicación posible apunta a que precisamente el jurista que junto al escritor conformaba la personalidad de Clarín se apiadó de la protagonista y mediante un subterfugio legal, poco visible para la mayoría de los lectores, la absolvió del delito de adulterio, pues no se puede ser adúltero de un matrimonio que legalmente es inexistente. El jurista va incluso más allá, a través del personaje de Frigilis, quien en el desenlace de la novela actúa como un buen abogado, al consiguir que Ana herede las posesiones de su marido y la pensión de viuda. Se trata de otro principio jurídico básico, si un negocio jurídico (incluido el matrimonio) es declarado nulo, la parte que ha obrado de buena fe, en este caso Ana de quien nada indica que conociese la impotencia de su marido antes de casarse, puede defender sus propios intereses en el momento de deshacer el negocio, e incluso solicitar una indemnización a la otra parte.


Facsímil de la Ley de Matrimonio Civil de 1870 1/3

Bien es cierto que ni la ley de 1870 ni la vigente redacción del Código Civil permiten a un cónyuge, cuyo matrimonio se ha declarado en nulidad, el derecho a una pensión de viudedad. Si bien, cabe entender que el jurista Clarín, muy discreto en su influencia sobre el trabajo de novelista, no quiso enquistar la narración con tecnicismos legales y abandonó los efectos resultantes de la acción del derecho, a una velada alusión a los principios de la ley, casi simbólica. 



Bibliografía Consultada

ALVAR, Carlos. MAINER, José-Carlos. NAVARRRO, Rosa. Breve Historia de la literatura. Alianza Editorial. Madrid. 2012.
Alas "Clarín", Leopoldo. Pipá. CATEDRA Letras Hispanas. Madrid. 2010. Ed. Ramos-Gascón, Antonio.
Alas "Clarín", Leopoldo. La Regenta. Debolsillo. Sant Llorenç d'Hortons (Barcelona). 2007. Ed. Torres Nebrera, Gregorio.
Codigo Civil Español. Tecnos. Septiembre 2012. Ed. Erdozain López, José-Carlos y Bercovitz Rodríguez-Cano, Rodrigo.