lunes, 16 de marzo de 2015

"Némesis" de Philip Roth

A sus ochenta años, Philip Roth ha legado a la humanidad una voluminosa obra diversificada en numerosos estilos de narración. La prosa es su dominio y esperemos que antes de que deje este mundo, Estocolmo tenga a bien concederle el máximo galardón de la literatura.
Némesis, el nombre de la diosa griega de la venganza, ha encabezado un sinfín de obras literarias de distinto estilo, temática y género. Desde el S XIX la reinterpretación de la divinidad clásica vinculada en exclusiva al contexto bélico ha permitido vincularla venganzas militares y amorosas, colectivas y personales, se ha vinculado a destinos trascendentes y se ha zambullido en la cotidianidad.

Philip Roth 

El tema central de esta novela corta es el sentimiento de culpa absurdo que antes o después todos sentimos en la vida por esta o aquella razón. Su protagonista, Bucky Cantor, ejerce de profesor de educación física en la década de los cuarenta, en Estados Unidos. Su trabajada musculatura le ha hecho ganarse el respeto y la admiración de sus alumnos. No obstante, le queda una frustración personal: pese a su buen físico, un defecto de visión de nacimiento le ha impedido alistarse. El joven arrastra un gran complejo a causa de esto. Cree que ha decepcionado a su abuelo que lo crió y se siente culpable por no poder ayudar a su país.
Aunque las recetas financieras del presidente Roosevelt van dando sus frutos, en esta década en que Estados Unidos todavía se está recuperando de la gran depresión. Mas si con la carestía económica el país no tuviese bastante, las epidemias de la polio hacen estragos a lo largo y ancho de su territorio. Aunque hombres de edad avanzada, el propio presidente entre ellos, la pueden llegar a padecer, es entre los más jóvenes sobre todo los niños entre quienes se produce el mayor número de víctimas.

Víctima de la polio, F D Roosevelt quedó en silla de ruedas poco antes de llegar a la Casa Blanca en 1933.

Las escuelas se han convertido en un núcleo de contagio. Cuatro chicos de Cantor mueren por esta causa. Las diferentes formas por las que las familias expresan en dolor de estas pérdidas exploran la psicología humana frente a estas pérdidas irreparables. Cuando el profesor las visitas para transmitir su pésame encuentra desolación, ira, ofuscación, abatimiento...
Típico en estos ambientes de histeria colectiva es que la sociedad busque culpables. La narración de Roth expone como los perjuicios y el medio se mezclan para dar lugar a las tesis más inverosímiles. Estar en el S XX no impide a la población suscribir teorías que en nada en envidian a las pruebas de brujería que la inquisición aportaba en el medievo. Se acusa a los italianos de propagarla, a los pobres de envenenar el agua, para otros el calor es el único responsable de este mal que te ataca invisible.

Muy temida, la polio mataba a la mayoría de sus víctimas y dejaba graves secuelas físicas a los supervivientes.

Al margen de su actividad como docente, en su vida personal, Cantor va descubriendo el amor de una chica con la que se quiere casar. Deseosa de ver seguro de la polio a su prometido le ruega que deje la escuela. La relación entre ambos evoluciona, alcanzando su clímax tras su primer encuentro sexual.
La tragedia de Cantor es descubrir que está infectado de polio. Las secuelas de la enfermad acaban con él como deportista, pero es su culpabilidad por creer que fue el quien contagió a sus niños el que destroza sus relaciones humanas condenándose a un abandono de todos.


La culpabilidad en el personaje evoluciona pues desde la insatisfacción personal por no poder servir en las fuerzas armadas del inicio de la novela, hasta la autoflagelación más masoquista. La genialidad de Roth en el trazado psicológico del personaje es que consigue que el lector asimile simultáneamente la injusticia con la que Cantor se culpa a sí mismo, y su imposibilidad de renunciar a su martirio. La actitud de protagonista se contempla como estúpida, o al menos inútil, pero igualmente inevitable.

lunes, 2 de marzo de 2015

La espuma del jabón




Me he disuelto
en la agitación afrodisíaca
del agua cálida.

El remolino de vuestra carne,
una galaxia en miniatura
cristalizaba sus jadeos
en las burbujas de mi espuma.

Ese fuego que arde
hasta dentro del agua
se encendía, se reavivaba…
                                               Humeante…
Olía a hidrógeno
                                   de una estrella cercana.

Luego llegó la calma.
En el hueco de un átomo
(más distancia no separaba vuestros cuerpos)
se abrió un vacío cósmico confortable.

Y ya no hubo más sonidos.
En la bañera dos constelaciones se abrazaban.
Ya ni siquiera su chapoteo
se oía entre mi aroma.

Y yo quedé
suspendido cual anodina nebulosa,
hasta que al agua devoró el desagüe.

3 de octubre de 2014

Eduard Ariza