Mostrando entradas con la etiqueta Apuntes. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Apuntes. Mostrar todas las entradas

lunes, 21 de abril de 2014

Apuntes: Clarín, "Cuento Futuro"



Cuento Futuro es quizá el relato más original de toda la obra de Clarín. Sin duda es el más interesante de cuantos agrupó en El Señor y lo demás, son cuentos (1893). La originalidad de su temática lo acerca a las formas más avanzadas del realismo mágico, con un siglo de antelación. Incluso se le debe reconocer algo de ciencia a ficción, más en la línea de Julio Verner que en la de Isaac Asimov, pero ciencia ficción después de todo.

Busto de Leopoldo Alas "Clarín" (1852-1901)
 
El cuento nos narra la apocalíptica historia del doctor Adambis y su mujer Evelinda -apreciese la proximidad de los nombres con Adán y Eva. Este científico empieza a lanzar consigas por todo el planeta de que el día del juicio se puede anticipar mediante la muerta colectiva de toda la humanidad. Pese a los protestas del Papa contra el suicidio colectivo, los hombres van creyendo en sus palabras, de modo que al final todos los seres humanos del mundo se conectan a la máquina del doctor. Cuando éste la activa sólo quedan vivos él y su joven esposa.
Las razones que le mueven a tan macabro plan no quedan muy claras. Se da a entender que desea reconstruir a la humanidad de cero sobre unas bases más civilizadas. Su mujer, en cambio, anhela apoderarse de las riquezas del mundo, una vez que sus propietarios han muerto.

Portada de El Señor y lo demás, son cuentos (1893)

Mientras el matrimonio sobrevuela el mundo en globo las desavenencias entre la pareja crecen. Un súbito terror derivado del remordimiento se ha apoderado de Adambis, quien no quiere bajar a tocar tierra. Le ofrece a su mujer quedarse flotando, alimentándose de unos cigarrillos comestibles cuanto más tiempo les sea posible, pero ella nada desea más que entrar a comer los manjares que puedan quedar en las mesas y despensas de los palacios y rebuscar entre las joyas de las difuntas damas para apropiarse de las que más le gusten.
La relación entre el matrimonio se muestra inestable. El científico que ha cedido a los impulsos eróticos por una mujer que se ha acercado a él por ambición, poco a poco, toma conciencia de su error. A partir de ahí, la diferencia entre el carácter reflexivo de Adambis y el narcisismo de su esposa sólo conducirá al distanciamiento.

Adán y Eva

Justo entonces ven a una figura paseando por la tierra, un hombre anciano vestido de blanco, se trata de Dios. El Creador saluda a sus criaturas y les ofrece la vida en el Paraíso. En tan fabuloso lugar les garantiza una vida regalada, siempre que no coman de las manzanas prohibidas, que resultan ser “ricas manzanas de Balsaín”, pueblo próximo a La Granja de Segovia; comentario que nos muestra la ironía más típica de Clarín.
Evelinda terminará comiendo la manzana cuando la serpiente le diga que en el Paraíso lo único que una mujer, incluso una tan atractiva e inteligente como ella, puede hacer es parir hijos. En esta ocasión, la mujer no ha sido tentada, sino convencida por el diablo. Tiene plena conciencia de que al comer la manzana será expulsada del Paraíso, por eso la come.

Los cuatro jinetes del Apocalipsis

Sin embargo, el segundo Adán se niega a comer esa manzana, prevenido por el paso de la historia. De modo que cuando Dios va a expulsar a la pareja del Paraíso, el doctor reivindica quedarse, pues él no ha comido la fruta prohibida. El Señor le advierte de que si el hombre y la mujer se separan la humanidad se extinguirá, pero Adambis no cede.
Evelinda abandona el Paraíso y vagará por el mundo exterior hasta su muerte. Con el tiempo Adambis también se cansará de su felicidad y su eternidad, le pedirá a Dios la muerte, tras intentar si éxito quitarse la vida. La narración de Clarín, pues, muestra el fin de la raza humana con una estrcutura circular que se cierra prácticamente como empezó en la historia sagrada. Tampoco se debe olvidar la dimensión más pequeña y personal de los personajes, tan simbólica como el paralelismo con La Biblia, pues la humanidad termina, con una crisis matrimonial irresoluble entre dos personas que no estaban hechas la una para la otra.

miércoles, 9 de abril de 2014

Apuntes: Clarin "El Centauro" y "Rivales"



Quizá ninguno de estos relatos se considere de los mejores entre los escritos por Clarín. Su originalidad es tanta que hasta se vuelven incómodos a la crítica, pues rompen, por completo, con los marcos realista-naturalista y realista-espiritualista en los se suele clasificar la obra del autor. Ambos fueron publicados en 1893 dentro de la recopilación El Señor y lo demás, son cuentos.
El Centauro nos cuenta la historia de Violeta Pagés, una joven catalana, que pese a tener el sentido común, que, según dice el texto, nos caracteriza a los de esta tierra, vive obsesionada con encontrar a un centauro del que enamorarse. Por este motivo ha rechazado a más de un pretendiente. El narrador se queda bastante asombrado ante esta confesión. ¿Está loca la joven?
Al final Violeta, a falta de híbrido humano y equino, se casará con un oficial de caballería. Por desgracia, será demasiado hombre y no lo bastante centauro para complacerla, como confiesa al narrador.

Busto de Clarín (1852-1901)
Lejos de tener alguna visión lasciva, el narrador se mueve en el idealismo desde un tono irónico. La joven desea fervientemente un amor imposible -y ridículo. Al final, debe resignarse al desamparo de la realidad.
Rivales es un título que pocos cuentistas no han utilizado en alguno de sus relatos. En el caso de Clarín, nos cuenta la historia de Víctor Cano, joven escritor que, frustrado por el mundo editorial y la crítica, decide hacer un viaje. En el tren coincide con un matrimonio, los Carrasco. No tarda en quedar prendado de la mujer, Cristina, pero, por miedo a que no le conozca como escritor, o tal vez por miedo a que sí le conozca, le da un nombre falso. La dama habla con él y se muestra atenta. De repente Víctor se percata de que ella lee un libro, a cuyo autor empieza a percibir como su rival amoroso, pues, en lo tocante al señor Carrasco ve claro que el matrimonio no nada en el romanticismo, precisamente. Así pues, antes que el hombre de carne y hueso, cónyuge legal de Cristina, el joven ve estimulados sus celos hacia alguien de quien la mujer no conoce más que el nombre.
Tal como le confiesa Cristina, eso es algo más que una suposición: ella ama al autor de ese libro y por ese motivo lo rechaza. El joven escritor pide, al menos, saber cuál es el nombre de su rival. Para su sorpresa, el libro resulta ser suyo. En ese momento, revela su verdadera identidad a Cristina esperando encontrar por fin la ansiedad correspondencia amorosa, pero una vez más ella lo rechaza.

Portada de El Señor y lo demás, son cuentos (1893)
 
¿Había vivido Clarín algún episodio similar? Es posible, aunque tampoco seguro. Víctor Cano recibe una dolorosa lección al descubrir que ha sido desplazado en el corazón de Cristina por él mismo: el autor es el autor, el artista, el genio…, la magia de su esencia no tiene por que mostrarse en modo alguno en el hombre.
Cualquier ficción, especialmente las que creamos nosotros mismos, superan con creces a la realidad. Esto parece ser lo que viene a decir Clarín con estos relatos.

martes, 18 de marzo de 2014

Apuntes: Clarín, "¡Adiós Cordera!"



“Ella ser, era una bestia, pero sus hijos no tenían otra madre ni otra abuela.” Clarín “¡Adiós, Cordera!”

“¡Adiós, Cordera!”, segundo relato de El Señor y lo demás, son cuentos (1893), narra la historia de Cordera, la vaca de Antón de Chinta y sus hijos gemelos Rosa y Pinín. Don Antón es un humilde viudo, que a duras penas subsiste vendiendo la leche de su vaca. Sus hijos cuidan del animal con esmero y cariño. Llegan a querer a la vaca como si fuese un ser humano, casi como si de una madre se tratase.
Por desgracia, llega un día en que don Antón ya no puede sostener más la economía de su casa. No le queda otro remedio que vender al animal en el mercado. La noticia resulta devastadora para los niños que, tras la muerte de su madre, sienten que con Cordera se les quita a una segunda mamá. La emotiva despedida al grito de “¡Adiós, Cordera!” muestra el desgarrado dolor de los pequeños.

Leopoldo Alas "Clarín" (1852-1901)
 
Años más tarde, cuando don Antón ya ha muerto, estalla la tercera guerra carlista (1872-1876). Como Pinín es un joven fuerte, sano y sin influencias no puede rehuir el reclutamiento forzoso. Con su marcha Rosa siente que pierde al último ser cercano, como si el mundo exterior a su comarca no parase de robarle a quienes quiere, primero a cordera y después a su hermano. El joven recluta, por su parte, en la medida en que se aleja de su tierra siente en su interior un eco que repite “¡Adiós, Cordera! ¡Adiós, Rosa!”.
Bajo su aparente sencillez, el relato profundiza en ideas muy complejas. La más evidente es la intensidad que la relación entre los hombres y los animales puede llegar a adquirir. La narración, focalizada en buena medida en los sentimientos que se suponen a Cordera, remite a otro relato de Clarín, Quin cuyo protagonista es un perro. El siguiente concepto que se aborda es el dolor y la perdida como características inocuas a la vida. Complementariamente se presenta la comarca donde habitan los personajes como un microcosmos que les proporciona una aparente estabilidad. Todo cuanto llega de fuera suele ser malo. Del mismo modo, salir al mundo exterior se percibe como algo peligroso.

Portada de "¡Adiós, Cordera!" en una edición separada de El Señor y lo demás, son cuentos.
 
Ya dentro de un carácter filosófico mucho más trascendente, encontramos la cuestión de la identidad del ser. Cuando los niños despiden a Cordera, se sienten consternados porque el animal a quien tanto estiman se convertirá en breve en un montón de piezas de carne comestibles. El ser queda condicionado por su aspecto, por su sustancia, cualquier cambio que se opere sobre ellos condiciona su esencia y por lo tanto la forma de percibirlo de los demás, lo que a su vez afecta implícitamente a los vínculos emocionales que el ser mantenga con otros.
En último lugar, no se puede ignorar la crítica social que contiene el relato cuya narración muestra las miserias del mundo rural de la época. El hambre y la pobreza obligan a don Antón a desprenderse de Cordera, su principal fuente de ingresos, y en un orden más sentimental, el ser a quien más aman sus hijos. Esa es la verdadera tragedia de la historia.

lunes, 10 de febrero de 2014

Apuntes: Clarín, "El Señor"


“Los trabajos iban teniendo menos color y más alma” Clarín Cambio de luz

Recogido en el libro El Señor y lo demás, son cuentos (1893), este relato abre la recopilación de narraciones breves que componen esta obra. Como sucede en Pipá, El Señor, primero en el índice, da nombre al volumen, hecho que muestra la importancia de este cuento dentro de la antología, pues Clarín, no se limitaba al criterio cronológico para ordenar sus compendios de narraciones breves. Si bien, nunca se ha conseguido establecerse un consenso unánime respecto al fin que sus ordenaciones perseguían.

  Portada de El Señor y lo demás, son cuentos.

De entre los otros doce cuentos del volumen, encontramos algunos que no son menos importantes dentro de la obra del autor, tales como ¡Adiós “Cordera”!, Cambio de Luz o La Rosa de Oro, que cierra el volumen, ubicación no menos significativa que el inicio. En consecuencia, no se debe pensar que ni la calidad literaria ni la trascendencia de El Señor es superior a la de sus compañeros de volumen. Sin embargo, su temática, profundamente arraigada a lo espiritual, tuvo quizá mayor importancia para el “último Clarín”, tan influenciado por el espiritualismo que Tolstoi había depositado en su obra, después de su conversión religiosa.


Billete conmemorativo de Clarín.

Quizá porque no se veía a sí mismo como un pecador, Clarín nunca sintió la necesidad por romper con su obra pasada, a diferencia de Tolstoi que renegó de sus grandes obras Guerra y Paz y Ana Karenina por considerarlas literatura anticristiana. De hecho, su trayectoria como escritor, aún con los cambios de estilo, mantiene la homogeneidad constructiva de un todo completo. La carencia de puntos de ruptura, sin embargo, no limitó su evolución. Hacia el final de su vida, tras haber luchado contra una larga y penosa mala salud, el autor krausista necesita potenciar la espiritualidad del hombre, fuente de su bondad, por encima de cualquier otra consideración, lo que le conduce a simplificar sus argumentos, descripciones y demás recursos narrativos a favor del mensaje que desea transmitir. Esta evolución ideológica no afectó sólo al escritor, el jurista que daba clases en la universidad también experimentó esta transformación ideológica.

La influencia del Tolstoi cristiano apartó a Clarín del naturalismo puro y lo llevo hasta el realismo espiritual.
 
Después de su muerte e incluso en vida, Clarín fue calificado por muchos como anticlerical, o directamente ateo. Su obra quedó sometida a todo tipo de vejaciones. Cuando recuerda sus años de juventud en el instituto de San Lorenzo de El Escorial, en su novela autobiográfica El jardín de los frailes, Azaña escribe “para los frailes [Clarín] era arquetipo de lo impío” (Azaña. 2003, pág. 10). Pero contra lo que muchos –incluso entre sus partidarios- creen, Clarín se encontraba muy lejos del ateísmo, no tanto así del anticlericalismo. Toda su vida se estructuró entorno a unas firmes convicciones religiosas. Precisamente éstas lo llevan a atacar con saña al alto clero en La Regenta y otros tantos escritos. Lo espiritual impregna su obra de múltiples maneras. Tanto en lo que se refiere a la temática como a la exposición narrativa, su subyugación a la moral es total. Para muestra véase su puritanismo, que excluye prácticamente toda descripción de temática sensual, apenas y aún con reticencias tolera los besos. También el trasfondo, el mundo interior de sus personajes, reflexivo y poblado de emociones inexpresables deriva de ahí.

De profundas convicciones morales, pero con sentido del humor. A Clarín siempre le divirtieron sus caricaturas, como ésta que lo parodia como crítico implacable que era.
 
El Señor es la historia de la evolución espiritual de Juan de Dios que termina con un encuentro místico con Dios. Hijo de una viuda humilde, atrapada en una situación de pobreza casi indigente, la devoción de su madre lo lleva a diario a la iglesia, donde la vocación de Juan no tardará en manifestarse. Los curas le hacen cabida en el seminario y empieza a estudiar.
Desde el principio, su personalidad parece construirse en oposición a la de Fermín de Pas. Carece de toda ambición, su inocencia es tal que ve el universo en los siguientes términos: “venía a ser como un gran nido que flotaba en infinitos espacios; las criaturas piaban entre las blandas plumas pidiendo a Dios lo que querían, y Dios, con alas, iba y venía por los cielos , trayendo a sus hijos el sustento, el calor, el cariño, la alegría.” (Clarín: 2013, pág 13). Cualquier honor le repugna, le parecen una “diabólica invención” (Clarín: 2013, pag 15) que atenta contra el papel de igualdad que Dios tiene asignados a los hombres. A fin de no ser más que ninguno de sus compañeros, rehúsa la carrera eclesiástica. Se conforma con ayudar a otros, pues no quiere ningún protagonismo. ¿Es que no tiene ningún sueño? Sí, desea ir a evangelizar a las tierras de Asia, donde podrá sufrir el martirio que cree le tiene reservado Dios, pero su madre, que hasta el momento ha aceptado todas las peculiaridades de su carácter, se niega a esta posibilidad.

Portada ilustrada por Llimona, de la primera edición de La Regenta (1884).
 
Juan se resigna a permanecer en su tierra natal. Cuidar de los enfermos y de los más desfavorecidos se convierte en su principal ocupación. Particularmente le interesan aquellos enfermos con dudas de fe, a quienes debe consolar doblemente para devolverlos a la doctrina. Para su sorpresa, esto no le hace feliz, pues comienza a sentirse mal por forzar las convicciones de otros en su lecho de muerte, aunque estuviesen equivocados. “Él hubiera querido vencer sin luchar” (Clarín: 2013, pág 20) a esos “infelices heterodoxos” (Clarín: 2013, pág 21) que sabe que en el fondo poseen alma de verdaderos cristianos. Estas sensaciones lo desesperan y sus deseos por ir a Asia o a otro lugar lejano a predicar y sufrir el martirio van aumentando.
Con esta angustia vive, hasta que el amor llega a su vida. Mientras va por una plazoleta de la ciudad, ve a Rosario en un balcón: “cerca de la torre esbelta, que en las noches de luna, […] se destacaba romántica tiñendo de poesía mística todo lo que tenía sombra” (Clarín: 2013, pág. 23). La fisionomía de la muchacha la seduce desde el primer momento:

“La niña era ya una joven esbelta, no muy lata, delgada, de una elegancia como enfermiza, como una diosa de la fiebre. El amor por aquella mujer tenía que ir mezclado por una dulcísima caridad.” (Clarín: 2013, pág. 21)

Rosario se presenta, pues como un prototipo de belleza enferma, heredada del romanticismo. La salud quebradiza y la cercanía de la muerte, si no a Dios, al menos la acercan a la pureza.

Busto conmemorativo de Clarín.
 
Juan de Dios va conociendo la historia de la joven preguntando por la ciudad. Descubre que su enfermedad no permite albergar esperanzas de recuperación. No es la salud el único aspecto donde la joven ha sido desgraciada, ya que tuvo un novio cuyos padres, que querían para su hijo a una mujer más adinerada, lo mandaron de viaje mucho tiempo hasta que la relación se cortó. Desde entonces vivía enclaustrada, rodeada de médicos, sin salir nunca, sin conocer a nadie. “Había, lo decía el doctor, que evitar una emoción fuerte. Era menos malo dejarse matar poco a poco” (Clarín: 2013, pág. 23), dice el autor, quien por sus propios problemas de salud debió escribir esto desde la experiencia de la hiperestesia emocional que se deriva de una mala salud física.

En Pipá (1886) el primer cuento también da nombre a la antología.

El joven sacerdote “no dio nombre a lo que sentía, ni aun al llegar a verlo en forma de remordimiento.” (Clarín: 2013, pág. 23). Para él, sus sentimientos tienen un componente “inefable, incalificable” (Clarín: 2013, pág. 24). Trata de buscar consuelo en el confesionario, o con compañeros de hábitos que puedan haber experimentado una sensación similar. Ni estos ni los confesores le dan la importancia que él espera, lo reducen todo a una “tontería sentimental” (Clarín: 2013, pág. 25) que habrá de pasarse antes o después.

Portada de "¡Adiós, Cordera!"  en una edición separada de El Señor y lo demás son cuentos.

Ante tan fría reacción, el joven opta por guardar para sí sus sentimientos. En su mundo interior sus emociones maduran. Empieza a ir a la plazoleta muy a menudo para verla en el bacón, incluso de noche, “sin remordimiento ya, saboreando Juan aquella dicha sin porvenir, sin esperanza y sin deseos de mayor contento. No pedía más, no quería más, no podía haber más.” (Clarín: 2013, pág. 26). A menudo se pregunta si ella sospecha que alguien la está observando. De este modo, se manifiesta uno de los rasgos típicos de los personajes de Clarín, el goce de la contemplación. Ni siquiera aspira a conocerla, esta situación le basta, porque de alguna manera siente que ya existe una conexión espiritual entre ambos. Semejante relación recuerda a otras de los personajes del escritor, particularmente a los sentimientos de Fermín de Pas hacia Ana Ozores y más todavía a los protagonistas de El dúo de la tos.

Sello conmemorativo de Clarín, con la catedral de Oviedo detrás.

Un día, como tantas veces, en la iglesia lo mandan a dar la extremaunción a casa de una moribunda. Ésta resultará ser Rosario. Las primeras palabras que entabla con el ser a quien tanto ama son para despedirla de este mundo. De vuelta a la iglesia, absorto en su dolor, tropieza y los sagrados óleos se le caen al suelo. Por todos los medios trata de limpiarlos para que ningún inocente cometa el sacrilegio de pisarlos. Mientras se arrodilla sobre las baldosas para frotarlas con ahínco, una voz interior le dice: “¿No querías el martirio por amor Mío? Ahí le tienes. ¿Qué importa en Asia o aquí mismo? El dolor y Yo estamos en todas partes.” (Clarín: 2013, pág. 32)

Monumento a Ana Ozores en Oviedo.

Los críticos más reticentes pretenden presentar esta voz como aun proyección de su conciencia, pero se trata de Dios, sin ninguna duda. Juan, por fin ha llegado al misticismo, su periplo vital recorre la vía purgativa, la vía iluminativa y finalmente estas palabras consagran la vía unitiva del encuentro con el Señor. El sufrimiento lo ha a llevado hasta la divinidad; como ya se dijo al principio, Clarín fue un hombre de profundas convicciones religiosas, atípico es un texto suyo que de un modo no encierre un lema moral.


Bibliografía Consultada

AAVV. Historia de la literatura. (Vol. 5) Madrid. Ediciones Akal. 1993. Pág. 367-387
ALVAR, Carlos, MAINER, José-Carlos, NAVARRO, Rosa. Breve historia de la literatura española. Madrid. Alianza Editorial. 2011. Pág. 482-542.
AZAÑA, Manuel. El jardín de los frailes. Madrid. El País Ediciones. 2003.
CLARÍN, Leopoldo Alas. El Señor y lo demás son cuentos. Ed. Sobejano, Gonzalo. Barcelona. Austral Básicos. 2013.
CLARÍN, Leopoldo Alas. La Regenta. Ed. Torres Nebrera, Gregorio. Barcelona. Debolsillo. 2007.
CLARÍN, Leopoldo Alas. Pipá. Ed. Ramos-Gascón, Antonio. Madrid. Cátedra. 2010.

lunes, 13 de enero de 2014

Apuntes: Blasco Ibáñez, "Los cuatro jinetes del Apocalipsis"


Como el autor nos cuenta el prólogo, la idea de escribir esta novela partió de una recomendación del propio presidente Poincaré, con quien se entrevistó en Burdeos a las pocas semanas de haber estallado la Primera Guerra Mundial (1814-1818). El jefe del estado, apasionado lector de autores nacionales y extranjeros, entre ellos Blasco Ibáñez,  le animó a escribir sobre el conflicto, pero no como periodista. En su opinión otros podían llevar a cabo ese trabajo. Él debía escribir una novela, así el horror de la guerra se recordaría por encima del eterno momentáneo del periodismo.


Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928)

El escritor justo regresaba de Argentina a bordo de un vapor alemán, uno de los últimos, sino el último que pudo tocar tierra francesa en cuatro años. La noticia del estallido bélico, le llegó en alta mar. Como la mayoría de los españoles de ideas progresistas, Blasco Ibáñez se sentía francófilo de caras a un conflicto entre la República Francesa y el Imperio Alemán, pero su tendencia se agravó más cuando vio las entusiastas reacciones de la tripulación y el pasaje alemán del barco, que alababan la guerra preventiva contra Francia y Rusia. “Por eso sonrío con desprecio o me indigno siempre que oigo decir que Alemania no quiso la guerra y que los alemanes no estaban deseosos de llegar a ella cuanto antes” escribe en el prólogo.


Mapa de las potencias contendientes en la Primera Guerra Mundial (1914-1918)

La novela que escribió en los suburbios de Paris, en unas condiciones bastante lamentables, dada la precariedad a la que la guerra abocó a la ciudad, quedó terminada en 1916. Nos narra la historia de la familia Desnoyers, cuyo patriarca, don Marcelo, hizo su fortuna en Argentina, a donde emigró, precisamente cuando en 1870 los alemanes derrotaron a Napoleón III y arrebataron Alsacia y Lorena a Francia. En las tierras latinoamericanas entra al servicio de un rico, brusco y violento terrateniente, Maradiaga, con cuya hija Luisa se acabará casando. El matrimonio tendrá dos hijos: Julio y Chichí. La hermana de Luisa, Helena, para disgusto de padre que nunca verá bien el enlace ni a los nietos, se fugará con un peón alemán, Hartrott, con el que llega a casarse.


File:Poincare larger.jpg
Raymond Poincaré, Presidente de la República de Francia entre 1913 y 1920

Al morir Maradiaga cada pareja recibe un dinero; más la familia Desnoyers. Poco después emigraran a Europa, los Hartrott a Berlin y los Desnoyers a Paris. La prosperidad alcanzada por sus negocios permite a ambos clanes familiares hacer vida de millonarios. Las visitas de los primos alemanes muestran un nacionalismo cada vez más exacerbado, cuya principal convicción es la superioridad del pueblo alemán sobre los demás a los que debe dirigir.
La historia del joven Julio, el protagonista, abre la narración después de estos sucesos. Las primeras páginas de la novela remiten a la experiencia vivida por propio escritor, pues el joven también vuelve de un viaje de Argentina, en el último vapor alemán que podrá atracar en Francia. La euforia germánica deseosa de que empiece la contienda lo sorprende, hasta le produce enfados y desencuentros con los pasajeros de esa nacionaldiad. Ya en Francia un último encuentro con su primo alemán termina de desconcertarlo. Ni él ni su amigo el poeta español, Argensola, entienden que alguien pueda fundamentar en la superioridad racial sus planteamientos imperialistas para dominar el mundo a través de la guerra.


Guillermo II, káiser alemán entre 1888 y 1918.

Julio Desnoyers, sin embargo, piensa en cosas más personales que en la guerra. Ha ido a Argentina a tratar de juntar algún dinero para casarse con su amada Margarita, quien se está divorciando de su marido, monsieur Laurier. Sus proyectos de boda son truncados por la guerra, en cuyo conflicto se reconciliará el matrimonio y terminará muriendo el Julio.
Los cuatro jinetes del Apocalipsis se puede contemplar desde cuatro perspectivas complementarias entre sí: las trayectorias individuales de los personajes, la familia, y por último la sociedad. Blasco Ibáñez demuestra una gran destreza en estos planos, todos ellos truncados por la guerra. Tan penetrantes resultan sus diálogos en los que se discuten ideas, los sentimientos de desgarro y dolor de una familia, como la visión de los sangrientos despojos de la batalla, el hermanamiento entre franceses enemistados al empezar el conflicto, o la evacuación a Burdeos del gobierno, las cámaras, el presidente de la república y el cuerpo diplomático. El colosal equilibrio entre lo colectivo y lo singular que aparece en la novela permite a la narración fluir de plano íntimo al sociológico con naturalidad.


El horror de la trinchera.

Aunque puntualmente su francofilia aparta al autor de la plena objetividad, no hace naufragar a la novela en la literatura panfletaria. Los dos bandos son humanos, en los dos muere gente, en ambas naciones las familias tienen que llorar la pérdida antinatural de los más jóvenes, cuando no su mutilación. O simplemente, padecen  la prolongada tragedia de una angustiosa separación, sometidos a la incertidumbre de que un día pueda llegar la peor de las noticias. Así pues, ambos países y ambas familias, los Desnoyers y los Hartrott son humanos, si bien, las motivaciones del nacionalismo alemán son criticadas mediante la sutil puesta en evidencia de sus contradicciones y despropósitos.


Cementerios colectivos para los caídos en el campo de batalla.

Como no puede ser de otro modo, el tono pesimista domina en la narración. Sin embargo, también queda presente el empeño por vivir de todos quienes de un modo u otro sufren a consecuencia de la guerra. La romántica escena entre Chichí y su prometido mutilado por una explosión que se produce después de la visita a la tumba de Julio concluye la novela enfatizando este mensaje de apego a la vida.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Apuntes: Unamuno, "Abel Sánchez"


“La envidia nació en Cataluña”, me decía una vez Cambó en la plaza mayor de Salamanca. ¿Por qué no en España? Toda esa apestosa enemiga de los neutros, de los hombres de sus casas, contra los políticos, ¿qué es sino envidia? ¿Dónde nació la vieja Inquisición, hoy redivida?” Miguel de Unamuno Prólogo a la Segunda Edición de Abel Sánchez 1928

Paradójicamente, a lo largo de S.XX, cuando el cristianismo iniciaba su acuciado declive, iniciado un siglo antes, en cuanto a influencia social y política, al tiempo que no practicar ninguna fe o declararse de ateo dejó de ser motivo de oprobio, para normalizarse en nuestra cultura, muchos escritores de nacionalidades bien distintas reinterpretaron los antiguos mitos bíblicos. Thomas Mann hizo un tanto al novelar la saga familiar del patriarca Jacob en la tetralogía José y sus hermanos. También destaca su relato La Ley. André Guide no se quedó atrás a la hora de reelaborar mitos e historias religiosas, ambientándolos en nuestros días. Detrás de alguno pasajes del Ulises de Joyce algunos escritores ven mitología cristiana mezclada con el la reelaboración de la antigua Odiesea.

Miguel De Unamuno en su escritorio.

Resulta bastante complejo determinar por qué a lo largo de este siglo tantos escritores, Proust, Virginia Wolf, Baroja, Borges, García Márquez, Mercè Rodoreda, Saramago… y tantos otros quisieron, de formas más o menos directas, recuperar los argumentos de la mítica cristiana o cuanto menos sus ideas. En términos generales, dado que se hace muy difícil pensar que a personas tan dispares las moviesen los mismos motivos. Se presupone que todos tomaron conciencia del peso que la cultura cristiana tenía sobre occidente. Como bien dijo Josep Pla “No sé pas que vol dir odiar el cristianisme ¿Vol dir odiar la història dels dos últims mil anys?” [No sé en absoluto lo que significa odiar al cristianismo. ¿Significa odiar la historia de los dos últimos mil años?] A esta tendencia a rescribir la leyenda cristiana desde la conciencia de la influencia de esta religión en la sociedad occidental, hay que añadir el lujo que supuso para cualquier artista poder tomar una serie de tópicos hasta entonces sólo manipulables dentro de la rígida doctrina impuesta por la iglesia para desarrollar su trabajo artístico, sin miedo a que sus transgresores resultados les acarreasen graves peligros, como siglos atrás habían supuesto.

Marcel Proust (1871-1922).
 
Dicho esto, no se debe olvidar que no todos los países se liberaron tan rápido del yugo de la iglesia. En algunos casos, como es el de España no fue hasta el último tercio del siglo pasado cuando, por fin desprotegidas de leyes opresoras, las historias cristianas adquirieron el estatus que nunca debieron dejar de tener: precisamente el de historias y tópicos literarios aptos para el trabajo que cualquier artista, mediante su técnica e imaginación quisiese realizar con ellos.
Desde luego, no todos los autores que reelaboraron mitos cristianos fueron ateos. Algunos, desde profundas convicciones cristianas, trataban de dar nuevas respuestas a la doctrina, para adaptarla a los nuevos tiempos a fin de que conservase su utilidad para los fieles. Tal es el caso que nos atañe.

Thomas Mann (1875-1955).

Unamuno publicó Abel Sánchez Historia de una Pasión en 1917. La narración, de sintaxis sencilla, diálogos directos, carente de toda descripción física o ambiental, como todas las nívolas del autor, excepto la prematura Paz en Guerra (1895), nos cuenta la historia de dos amigos de la infancia, el pintor Abel Sánchez y el médico Joaquín Montenegro. Su destino los lleva a una lucha fratricida que terminará con la muerte de Abel.
Las desavenencias empiezan, como no puede ser de otro modo, por una mujer, que además se llama Helena, igual que la princesa por quien ardió Troya. Joaquín le pide a Abel que le ayude a conquistarla, pero la hermosa mujer se acabará enamorando del pintor con quien se casa. La envidia corroe al médico, y se agrava en la medida en que el éxito de las pinturas de Abel crece en la sociedad.

Caín mata a Abel, el hermano que gozaba del favor de Dios.

En una ocasión, cuando el pintor cae enfermo, debe asistirlo. En un momento de histeria, Helena lo acusa de querer matar a su marido. Al propio Joaquín se le pasa esa macabra idea por la cabeza; la parte más oscura de su ser se manifiesta contra su voluntad. No obstante, al final es capaz de tomar la decisión correcta y salvar a su amigo. A partir de ese momento, el médico, un poco como el autor de la novela, tratará desesperadamente de aferrarse al cristianismo en un intento forzado por ser bueno. Helena se ríe de estas creencias y de su matrimonio con la anodina Antonia. El desgraciado médico trata de fingir que nada de esto le afecta, aunque por desgracia las burlas van calando en su ser.
La casualidad lleva al hijo de Abel a entrar de aprendiz de Joaquín El joven Sánchez está bastante cansado de su padre, quien, como todo artista, vive ensimismado en su arte sin dedicar demasiada atención a su familia ni a ninguna persona del mundo exterior a su propio ser. Al pasar tanto tiempo en la casa el joven se enamora de la hija de Joaquín con quien se casa.

Portada de Abel Sánchez publicado en 1917.

En el futuro nieto ve el médico una buena oportunidad de resarcirse por todos sus malos instintos, pero para su desgracia el niño, Joaquinito, prefiere a su abuelo el pintor. En medio de una discusión con su amigo artista, Joaquín le pide a Abel que se aleje del nieto con su “maldito arte”. En ese momento Abel sufre un infarto. Helena lo acusa de asesinato.
Apenas un año después de la muerte de su rival, Joaquín se confiesa ante sus familiares en su lecho de muerte. Le ruega su mujer, “la víctima” a su parecer de toda la historia, que lo perdone, aunque le confiesa que nunca la ha querido. También implora el perdón a su hija y a su yerno. A su nieto le pide que no se olvide de su otro abuelo que tan hermosos dibujos le hacía. Desea morir y se olvidado por todos: “¿Me olvidará Dios? Sería lo mejor, acaso, et eterno olvido. ¡Olvidadme, hijos míos!”.

Herman Hesse (1877-1962).
 
La idea del fratricidio, implícita en el mito, que lleva a las división de la humanidad capaces de acarrear desastres tan graves como la Gran Guerra (1914-1918), se muestra presente en autores de todo Europa, por unas razones u otras. Unamuno no fue el único autor que trató de reinterpretar el mito de Caín y Abel. Singular es la reelaboración novelesca que hizo Herman Hesse en su Demian, apenas dos años después de que la historia de Abel Sánchez y Joaquín Montenegro se empezase a vender en las tiendas españolas. El escritor alemán enfocó el mito del caínismo de un modo muy distinto, pues presentó a quienes llevaban la “marca de Caín”, estigma que Dios le impuso al hijo de Adán tras asesinar a su hermano, como una especie de elegidos entre la sociedad, personas con unas cualidades tan especiales que suscitaban el miedo entre sus semejantes quienes los marginaban.

Miguel De Unamuno (1864-1936).

Como declara el propio Unamuno, en su caso, fue el Caín de Lord Byron su fuente de inspiración. De hecho, lleva a cabo la idea que trató de realizar el autor inglés, mezclando la sangre del linaje de Caín con la de Abel, si bien, de esta unión tampoco se deriva un ser humano distinto, como se inducía en el Caín byroniano. Con toda probabilidad, para Unamuno, debió de ser mucho más importante responder a la pregunta de por qué Dios, no fulminó a Caín tras cometer fratricidio. Desconcertaba al escritor la idea de que Jehová se contentase con obligarlo a vagar errante y además dotase de protección mediante su estigma para que ningún hombre que lo viese, mientras erraba por el mundo, le hiciese daño. En las reflexiones de su Diario Íntimo Unamuno apunta además al hecho de que fue Caín el primer hombre en fundar una ciudad, Enoc, a la que bautizó con el nombre de su hijo. Aunque no termina de quedar claro, por lo escueto de la frase, parece ser una crítica generaliza a la civilización que nace de un origen corrupto, si bien, no habría que descartar la sencilla sorpresa del pensador por tan extraños designios del Creador. Tal vez, por esa duda, Unamuno reelabora el mito convirtiendo a Caín en una víctima, una víctima de su suerte, del destino y en cierto modo de sí mismo por ser incapaz de ser feliz con la vida que Dios le ha dado.

José Saramago (1922-2010).

Con esta nívola Unamuno pretendía fabular una moraleja contra la envidia, causa de los males de los hombres. En su lecho de muerte, Joaquín Montenegro entiende que podría haber sido feliz, si hubiese sabido amar su vida, pero la desperdició entera, anhelando enfermizamente la suerte de Abel Sánchez. Una sociedad menos envidiosa, al parecer del escritor, no sólo tendría menos conflictos sino que incluso sería más justa. Al correr de los años, por desgracia, este pecado sigue entre nosotros.

 Joan Oliver (1899-1986).

Por ir concluyendo este apunte, que ha quedado más largo de lo que debiera, hay que citar, para quien le interese el mito cainita en la literatura del S.XX,  a los Caínes de Saramago, con su novela Caín (2009), último libro que el autor portugués publicó en vida, y la obra de teatro tan cómica como extraordinaria del catalán, Joan Oliver, conocido con el seudónimo de "Pere Quart", Allò que tal vegada s’esdevingué (1936) [Lo que una vez ocurrió].




lunes, 25 de noviembre de 2013

Apuntes: Unamuno, "Don Sandalio jugador de ajedrez" o la ambigüedad del ser

"También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días."
Jorge Luis Borges, Ajedrez

Portada de Don Sandalio, jugador de ajedrez, de don Miguel Unamuno.


Unamuno, ególatra como pocos, vivió angustiado por la inmortalidad de su ser y la definición del mismo. Decía que la identidad se divide en cuatro yo: el yo que los demás creen que somos, el yo que pretendemos que los demás crean que somos, el yo que creemos que somos, y el yo que realmente somos.
Su novela breve, o nívola como él llamaba a sus obras, Don Sandalio, jugador de ajedrez (1930) aborda esta idea de la diversidad de identidad de un mismo individuo. Su texto se compone de una serie de cartas del narrador, quien en apariencia se identifica con el propio Unamuno, dirigidas a su “querido don Felipe”. El ficticio epistolario, fechado entre verano y finales de año de 1910, recoge la relación del narrador con don Sandalio, un hombre a quien conoce en el casino y con quien mata el tiempo jugando al ajedrez. La relación entre ambos se describe como de mera cortesía, más allá de intercambiar los saludos antes de sentarse frente al tablero, no se dicen prácticamente nada. Sin embargo, don Sandalio en ocasiones se ausenta del casino, hasta que terminará por no volver.

Miguel de Unamuno (1864-1936).
 
Durante las ausencias, el narrador va descubriendo inquietantes informaciones, siempre incompletas y muy sesgadas, sobre su contrincante. Lo primero que descubre es que don Sandalio ha perdido a un hijo, después que está en la cárcel y por último que ha muerto en la cárcel. Finalmente conoce al yerno del misterioso personaje, quien le asegura que el padre de su mujer sentía por él un tierno afecto y que valoraba en gran medida sus consejos. Tales palabras dejan desconcertado al narrador. No sólo le sorprende que don Sandalio, con quien tan poco había hablado, lo apreciase tanto, es que no recuerda haberle aconsejado nunca nada. Sin embargo, parece que por fin podrá saber quién era rival sobre el tablero, que motivos lo llevaron a prisión y de qué murió allí, pero en ese momento, para sorpresa del lector, se niega a saber.
El narrador hace tiempo que ha comprendido que no echa de menos a don Sandalio, sino a “mi don Sandalio”, a la imagen que había construido en su cabeza sobre el hombre real. Las últimas cartas de la nívola recogen las quejas del narrador a don Felipe a quien le reprocha su insistencia para que escriba una novela sobre esta historia.

Unamuno en su escritorio.
 
Como en toda obra el autor bilbaíno, los rasgos autobiográficos están bien presentes, después de todo Unamuno siempre escribió hacia adentro, tanto en el narrador cuya persona se asimila a la del autor, como en el propio don Sandalio, más sutil en este último, especialmente en el rasgo de la pérdida del hijo. Sin embargo, la historia de don Sandalio proviene en su mayor medida de la imaginación, no de una anécdota vivida. En su epílogo, Unamuno aborda la cuestión de identidad, empezando por la del propio narrador a quien hasta el momento se ha dado por sentado que era la misma persona que él. Después aborda la cuestión de don Sandalio ¿quién es en verdad? ¿realmente tiene una identidad? Incluso plantea al lector si realmente existe don Felipe.


Monumento conmemorativo a Miguel de Unamuno en Salamanca.

La cuestión va mucho más allá del juego de espejos cervantino, la identidad se convierte en un enigma de tanta profundidad filosófica como los planteamientos de Kant, Schopenhauer o Kierkegaard, sólo que expuestos con sencillez. ¿El hombre existe en sí mismo o se reduce a una proyección de quien lo observa? ¿Es un compendio de proyecciones? ¿Tiene una identidad en sí mismo, una sustancia propia? Unamuno parece decantarse por una definición ambigua de la identidad del ser, dependiente de la percepción ajena. Si bien, en la línea de Schopenhauer, esto no impide al “yo” haberse creado su propia visión del mundo, imagen que depende de él y que con él habrá de desaparecer, si la inmortalidad no existe.
No obstante, junto al enigma filosófico de ser, la historia de don Sandalio nos muestra un duelo entre dos hombres. Después de todo, cualquier relación entre dos personas es una lucha de estrategia e inteligencia, para conocer de verdad a nuestro interlocutor.

lunes, 21 de octubre de 2013

Apuntes: Thomas Mann "El Elegido"


Portada de El Elegido de Thomas Mann.

Quizá esta obra tan poco conocida sea una de mis novelas preferidas. Thomas Mann la escribió cuatro años antes de su muerte, en1951, lo que convierte a El Elegido en una de sus obras más tardías y maduras. Como autor, la producción literaria del escritor alemán se puede dividir en dos grandes grupos, según si ambienta la narración en un presente cercano a su tiempo, como sucede en La Montaña Mágica, Los Buddenbrook, o La Muerte en Venecia; o en un tiempo remoto, casi legendario, como en la tetralogía de José y sus hermanos, La ley o Las cabezas trocadas. A este último grupo pertenece El Elegido.

Thomas Mann.

La novela se abre con un narrador reflexivo, un monje benedictino, Clemente el Irlandés, quien se presenta al lector, para contarle una historia fabulosa. Como narrador es esmerado a la par que irónico, especialmente agudo es su sentido del humor en aquellos pasajes en que se siente limitado por narrar sucesos que su vida monacal no le ha permitido conocer.
El sonido de las campanas que escucha desde la biblioteca de convento le hace hablarnos del sentido del tiempo y el espacio, desde una concepción inequívocamente adscrita a las ideas de Schopenhauer. Prácticamente, no hay novela en la que Thomas Mann no reflexione sobre el sentido del tiempo, bien desde la concepción del autor de El mundo como voluntad y representación o desde el eterno retorno de Nietzsche. En esta novela, la ubicación de estas ideas justo al principio no es casual. A fin de cuentas, Clemente el Irlandés se dispone a contarnos una historia que reelabora un mito antiquísimo. En otra época y con otro nombre respecto al mito original, pero la misma historia.

Edipo y la Esfinge.
 
El mito reelaborado no es otro que el de Edipo, el hombre maldito por su destino y por el incesto que, aunque ascienda gracias a sus dotes, debe caer a la desgracia. Sin embargo, no esta la única fuente que basa el texto de la novela, de ahí que no termine trágicamente como la leyenda griega. Aunque con el desventurado hijo y esposo de Yocasta en mente, Thomas Mann escribe sobre otro mito, la leyenda que rodea al papa Gregorio X, que encuentra recogida en el poema germánico Gregorio vida de un pecador, y en la novela de caballerías Vida de Gregorio. No le pasa desapercibida la conexión de ambos textos con el mito clásico, cuya vinculación afianza y amplifica en el curso de su novela a través de la narración y explica la reflexión personal del inicio.

 Gregorio X, papa entre 1272 y 1276.

En una obra de este autor nunca puede faltar un poco de Wagner. Para la mayoría de los críticos, la expresión sentimental de Gregorio, cuando alcanza la redención, conecta estrechamente con el final de la ópera Tannhaüser, cuando su protagonista descubre que se salvará, pues ha sido perdonado por dios.
La historia de Gregorio empieza con la de sus padres, hijos de un noble franco. La misma noche en que fallece su padre, hermano y hermana se entregan el uno al otro. Ella no tardará en quedar embarazada, suceso que la sorprende mucho por pensar que tal cosa no podía suceder entre hermanos. Solicitan el auxilio de un caballero, leal servidor de su padre, de toda confianza, quien les aconseja abandonar al niño en el mar dentro un tonel tan pronto nazca, para que sean las olas y Dios quienes decidan su destino. En efecto, así sucederá, mientras su padre trata de redimirse luchando en las cruzadas, de las que no regresará con vida.

 
Gregorio será hallado y criado por una familia de pescadores. Su inteligencia le abre las puertas de un convento donde aprende con gran maestría letras y música. Tampoco serán un misterio para él la lucha a espada o montar a caballo, materias para las que demuestra una habilidad natural casi intuitiva. Se produce un conflicto cuando descubre que no es hijo de sus padres. En ese momento, abandona a quienes creía su familia y marcha a Francia. Allí luchará a favor de una gran dama, su madre, cuyo castillo está siendo cercado.

 
 Pese a la diferencia de edad ella sigue siendo muy hermosa, así que consigue seducir al joven y no tarda en casarse con él para convertirlo en su señor. Una día, después de haber tenido varias hijas, Gregorio confesará a su mujer que su origen no es tan elevado como el de ella, que fue abandonado de niño por unos padres pecadores y le muestra unas tablillas que así lo demuestran. Su madre-esposa-tía no tarda en reconocerlas y queda horrorizada.
Gregorio abandona a su familia y sale huyendo. Morará muchos años en una diminuta isla, en el centro de un lago, hasta que un hombre guiado por la providencia vaya a buscarle. En Roma, una profecía señala al habitante de aquella roca como próximo papa.

 
Una vez coronado, como Gregorio X rige la fe cristiana como uno de los mejores patriarcas que ha conocido la historia, tal vez porque es un pecador. La novela se cierra con el encuentro final con su madre y sus hijas, a quienes llama sobrinas aprovechando que no lo reconocen. En un principio, su propia madre, que ha ido a Roma esperando la absolución del santo padre, no reconoce a su hijo-esposo. El segundo reconocimiento de la verdadera identidad de Gregorio, la hace sentirse atrapada por un destino horrible nacido de su propio pecado, del que no puede escapar. Entonces recibe la absolución de su hijo, a quien ha hecho desgraciado desde antes de nacer.
Este final se distancia de la concepción clásica, para acercarlo al cristianismo y en mayor medida al indeterminismo filosófico. Los actos de Gregorio, manifestaciones de su voluntad, le permiten romper con su condición predestinada de maldito y conseguir la gloria y la salvación.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Apuntes: Seutonio



Le he dedicado muchas horas de lectura a la historiografía clásica, un género interesante por diversas razones. Evidentemente el interés histórico es la primera. Las páginas de Herodoto, Tácito o Salustio contienen una época vista con posterioridad a los sucesos que exponen, pero relatadas por quienes todavía pertenecían a esas civilizaciones.
No faltará quien diga que el historiado moderno poco interés encuentra en la vieja historiografía clásica. Ni quien replique que la deshumanización del ensayo histórico de nuestros días ha apartado de ellos al gran público y lo ha reducido a lecturas de autoconsumo para los propios historiadores.

Portada de Los Doce Césares

Sea como sea, aunque hoy se afirme lo contrario, el historiador romano y griego no se despreocupa por la economía ni mucho menos por las leyes. Simplemente explica la historia desde la voluntad de los grandes hombres y no desde su productividad financiera. No obstante, recoge cualquier factor que explique el desarrollo de su sociedad. Por convicción, no separa con claridad los límites entre la leyenda y la historia. En ocasiones, como Tácito, recoge la versión mítica de los sucesos junto a otras más verosímiles. Pero entendamos que para el historiador clásico renunciar a sus dioses, por increíble que su intervención entre los hombres sea, hubiese sido tan traumático como para el moderno historiador cristiano negar por completo la divinidad de Cristo.

Ilustración de Seutonio en Las Crónicas de Núremberg.
 
La tradición, la descripción de los discursos, los sucesos bélicos y las pequeñas anécdotas que casi rayan el costumbrismo son la base de esta forma de narrar la historia. ¿Qué no se rige por las pautas modernas? Cierto. Pero consigue sus objetivos: preservar la memoria colectiva de su pueblo, como una verdadera memoria y no una lista de cifras, de tal modo que aún hoy la revivimos los sucesos de entonces; y agradar a sus lectores, a quienes en última instancia se dirige.
El estilo, no obstante, no siempre es diáfano. Algunos historiadores componen sus crónicas con una pesada densidad. Son muchos quienes para empezar a explorar este género recomiendan empezar por César y sus Comentarios de la Guerra de las Galias. Personalmente, quizá porque yo lo hice así, recomiendo antes Los Doce Césares de Seutonio. Su texto ocupa un periodo de tiempo más dilatado, lo que le concede más dinamismo que a la narración de César, además, aunque, por razones obvias el lector actual no lo perciba, su latín es más pulcro.

Los Doce Césares de Seutonio.

La obra se compone de doce pequeñas biografías de los primeros emperadores romanos. Empieza con Julio César. Prosigue con la dinastía Julio-Claudia: Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. Recoge también a los cuatro césares del año 68-69, o año de los cuatro emperadores: Galba, Otón, Vitelio y Vespesiano. El último junto con sus hijos, Tito y Dominiciano forma la dinastía Flavia que cierra la obra.
Este periodo de la historia de Roma no sólo suscitó el interés de Seutonio. Tácito dedica también a los doce primeros césares sus Anales e Historias. Pero el enfoque de Seutonio es íntimamente biográfico, sin divagar demasiado en los grandes eventos históricos. Sus retratos de cada emperador siempre mantienen la siguiente estructura: vida antes de reinar, su reinando enumerando primero las grandezas seguidas de los abusos, los vicios y las perversiones tanto en el ámbito público como en el privado, y finalmente la muerte y exequias.

 Bustos de Julio César, Augusto y Tiberio.

Su criterio narrativo suele gozar de una notable objetividad. Tiene sus prejuicios, especialmente hacia las obscenidades sexuales, la promiscuidad y la homosexualidad del emperador si gozaba de otro hombre, por decirlo en palabras actuales, como pasivo; lo que, por cierto, era muy frecuente. Salvando estos puntos de su moral, sus elogios suelen argumentarse tan bien como sus críticas. Su único favoritismo hacia Otón se explica porque el padre del historiador luchó por este emperador que apenas reinó treinta días.

Efigie de Otón, único emperador a quien Seutonio ennoblece deliberadamente.

Seutonio es un maestro en mezclar sucesos históricos con anécdotas. Su obra goza de un elevado nivel de concisión exquisito. En su conjunto es un buen punto de partida para quien desee aproximarse o simplemente conocer un poco la historiografía clásica.