lunes, 10 de febrero de 2014

Apuntes: Clarín, "El Señor"


“Los trabajos iban teniendo menos color y más alma” Clarín Cambio de luz

Recogido en el libro El Señor y lo demás, son cuentos (1893), este relato abre la recopilación de narraciones breves que componen esta obra. Como sucede en Pipá, El Señor, primero en el índice, da nombre al volumen, hecho que muestra la importancia de este cuento dentro de la antología, pues Clarín, no se limitaba al criterio cronológico para ordenar sus compendios de narraciones breves. Si bien, nunca se ha conseguido establecerse un consenso unánime respecto al fin que sus ordenaciones perseguían.

  Portada de El Señor y lo demás, son cuentos.

De entre los otros doce cuentos del volumen, encontramos algunos que no son menos importantes dentro de la obra del autor, tales como ¡Adiós “Cordera”!, Cambio de Luz o La Rosa de Oro, que cierra el volumen, ubicación no menos significativa que el inicio. En consecuencia, no se debe pensar que ni la calidad literaria ni la trascendencia de El Señor es superior a la de sus compañeros de volumen. Sin embargo, su temática, profundamente arraigada a lo espiritual, tuvo quizá mayor importancia para el “último Clarín”, tan influenciado por el espiritualismo que Tolstoi había depositado en su obra, después de su conversión religiosa.


Billete conmemorativo de Clarín.

Quizá porque no se veía a sí mismo como un pecador, Clarín nunca sintió la necesidad por romper con su obra pasada, a diferencia de Tolstoi que renegó de sus grandes obras Guerra y Paz y Ana Karenina por considerarlas literatura anticristiana. De hecho, su trayectoria como escritor, aún con los cambios de estilo, mantiene la homogeneidad constructiva de un todo completo. La carencia de puntos de ruptura, sin embargo, no limitó su evolución. Hacia el final de su vida, tras haber luchado contra una larga y penosa mala salud, el autor krausista necesita potenciar la espiritualidad del hombre, fuente de su bondad, por encima de cualquier otra consideración, lo que le conduce a simplificar sus argumentos, descripciones y demás recursos narrativos a favor del mensaje que desea transmitir. Esta evolución ideológica no afectó sólo al escritor, el jurista que daba clases en la universidad también experimentó esta transformación ideológica.

La influencia del Tolstoi cristiano apartó a Clarín del naturalismo puro y lo llevo hasta el realismo espiritual.
 
Después de su muerte e incluso en vida, Clarín fue calificado por muchos como anticlerical, o directamente ateo. Su obra quedó sometida a todo tipo de vejaciones. Cuando recuerda sus años de juventud en el instituto de San Lorenzo de El Escorial, en su novela autobiográfica El jardín de los frailes, Azaña escribe “para los frailes [Clarín] era arquetipo de lo impío” (Azaña. 2003, pág. 10). Pero contra lo que muchos –incluso entre sus partidarios- creen, Clarín se encontraba muy lejos del ateísmo, no tanto así del anticlericalismo. Toda su vida se estructuró entorno a unas firmes convicciones religiosas. Precisamente éstas lo llevan a atacar con saña al alto clero en La Regenta y otros tantos escritos. Lo espiritual impregna su obra de múltiples maneras. Tanto en lo que se refiere a la temática como a la exposición narrativa, su subyugación a la moral es total. Para muestra véase su puritanismo, que excluye prácticamente toda descripción de temática sensual, apenas y aún con reticencias tolera los besos. También el trasfondo, el mundo interior de sus personajes, reflexivo y poblado de emociones inexpresables deriva de ahí.

De profundas convicciones morales, pero con sentido del humor. A Clarín siempre le divirtieron sus caricaturas, como ésta que lo parodia como crítico implacable que era.
 
El Señor es la historia de la evolución espiritual de Juan de Dios que termina con un encuentro místico con Dios. Hijo de una viuda humilde, atrapada en una situación de pobreza casi indigente, la devoción de su madre lo lleva a diario a la iglesia, donde la vocación de Juan no tardará en manifestarse. Los curas le hacen cabida en el seminario y empieza a estudiar.
Desde el principio, su personalidad parece construirse en oposición a la de Fermín de Pas. Carece de toda ambición, su inocencia es tal que ve el universo en los siguientes términos: “venía a ser como un gran nido que flotaba en infinitos espacios; las criaturas piaban entre las blandas plumas pidiendo a Dios lo que querían, y Dios, con alas, iba y venía por los cielos , trayendo a sus hijos el sustento, el calor, el cariño, la alegría.” (Clarín: 2013, pág 13). Cualquier honor le repugna, le parecen una “diabólica invención” (Clarín: 2013, pag 15) que atenta contra el papel de igualdad que Dios tiene asignados a los hombres. A fin de no ser más que ninguno de sus compañeros, rehúsa la carrera eclesiástica. Se conforma con ayudar a otros, pues no quiere ningún protagonismo. ¿Es que no tiene ningún sueño? Sí, desea ir a evangelizar a las tierras de Asia, donde podrá sufrir el martirio que cree le tiene reservado Dios, pero su madre, que hasta el momento ha aceptado todas las peculiaridades de su carácter, se niega a esta posibilidad.

Portada ilustrada por Llimona, de la primera edición de La Regenta (1884).
 
Juan se resigna a permanecer en su tierra natal. Cuidar de los enfermos y de los más desfavorecidos se convierte en su principal ocupación. Particularmente le interesan aquellos enfermos con dudas de fe, a quienes debe consolar doblemente para devolverlos a la doctrina. Para su sorpresa, esto no le hace feliz, pues comienza a sentirse mal por forzar las convicciones de otros en su lecho de muerte, aunque estuviesen equivocados. “Él hubiera querido vencer sin luchar” (Clarín: 2013, pág 20) a esos “infelices heterodoxos” (Clarín: 2013, pág 21) que sabe que en el fondo poseen alma de verdaderos cristianos. Estas sensaciones lo desesperan y sus deseos por ir a Asia o a otro lugar lejano a predicar y sufrir el martirio van aumentando.
Con esta angustia vive, hasta que el amor llega a su vida. Mientras va por una plazoleta de la ciudad, ve a Rosario en un balcón: “cerca de la torre esbelta, que en las noches de luna, […] se destacaba romántica tiñendo de poesía mística todo lo que tenía sombra” (Clarín: 2013, pág. 23). La fisionomía de la muchacha la seduce desde el primer momento:

“La niña era ya una joven esbelta, no muy lata, delgada, de una elegancia como enfermiza, como una diosa de la fiebre. El amor por aquella mujer tenía que ir mezclado por una dulcísima caridad.” (Clarín: 2013, pág. 21)

Rosario se presenta, pues como un prototipo de belleza enferma, heredada del romanticismo. La salud quebradiza y la cercanía de la muerte, si no a Dios, al menos la acercan a la pureza.

Busto conmemorativo de Clarín.
 
Juan de Dios va conociendo la historia de la joven preguntando por la ciudad. Descubre que su enfermedad no permite albergar esperanzas de recuperación. No es la salud el único aspecto donde la joven ha sido desgraciada, ya que tuvo un novio cuyos padres, que querían para su hijo a una mujer más adinerada, lo mandaron de viaje mucho tiempo hasta que la relación se cortó. Desde entonces vivía enclaustrada, rodeada de médicos, sin salir nunca, sin conocer a nadie. “Había, lo decía el doctor, que evitar una emoción fuerte. Era menos malo dejarse matar poco a poco” (Clarín: 2013, pág. 23), dice el autor, quien por sus propios problemas de salud debió escribir esto desde la experiencia de la hiperestesia emocional que se deriva de una mala salud física.

En Pipá (1886) el primer cuento también da nombre a la antología.

El joven sacerdote “no dio nombre a lo que sentía, ni aun al llegar a verlo en forma de remordimiento.” (Clarín: 2013, pág. 23). Para él, sus sentimientos tienen un componente “inefable, incalificable” (Clarín: 2013, pág. 24). Trata de buscar consuelo en el confesionario, o con compañeros de hábitos que puedan haber experimentado una sensación similar. Ni estos ni los confesores le dan la importancia que él espera, lo reducen todo a una “tontería sentimental” (Clarín: 2013, pág. 25) que habrá de pasarse antes o después.

Portada de "¡Adiós, Cordera!"  en una edición separada de El Señor y lo demás son cuentos.

Ante tan fría reacción, el joven opta por guardar para sí sus sentimientos. En su mundo interior sus emociones maduran. Empieza a ir a la plazoleta muy a menudo para verla en el bacón, incluso de noche, “sin remordimiento ya, saboreando Juan aquella dicha sin porvenir, sin esperanza y sin deseos de mayor contento. No pedía más, no quería más, no podía haber más.” (Clarín: 2013, pág. 26). A menudo se pregunta si ella sospecha que alguien la está observando. De este modo, se manifiesta uno de los rasgos típicos de los personajes de Clarín, el goce de la contemplación. Ni siquiera aspira a conocerla, esta situación le basta, porque de alguna manera siente que ya existe una conexión espiritual entre ambos. Semejante relación recuerda a otras de los personajes del escritor, particularmente a los sentimientos de Fermín de Pas hacia Ana Ozores y más todavía a los protagonistas de El dúo de la tos.

Sello conmemorativo de Clarín, con la catedral de Oviedo detrás.

Un día, como tantas veces, en la iglesia lo mandan a dar la extremaunción a casa de una moribunda. Ésta resultará ser Rosario. Las primeras palabras que entabla con el ser a quien tanto ama son para despedirla de este mundo. De vuelta a la iglesia, absorto en su dolor, tropieza y los sagrados óleos se le caen al suelo. Por todos los medios trata de limpiarlos para que ningún inocente cometa el sacrilegio de pisarlos. Mientras se arrodilla sobre las baldosas para frotarlas con ahínco, una voz interior le dice: “¿No querías el martirio por amor Mío? Ahí le tienes. ¿Qué importa en Asia o aquí mismo? El dolor y Yo estamos en todas partes.” (Clarín: 2013, pág. 32)

Monumento a Ana Ozores en Oviedo.

Los críticos más reticentes pretenden presentar esta voz como aun proyección de su conciencia, pero se trata de Dios, sin ninguna duda. Juan, por fin ha llegado al misticismo, su periplo vital recorre la vía purgativa, la vía iluminativa y finalmente estas palabras consagran la vía unitiva del encuentro con el Señor. El sufrimiento lo ha a llevado hasta la divinidad; como ya se dijo al principio, Clarín fue un hombre de profundas convicciones religiosas, atípico es un texto suyo que de un modo no encierre un lema moral.


Bibliografía Consultada

AAVV. Historia de la literatura. (Vol. 5) Madrid. Ediciones Akal. 1993. Pág. 367-387
ALVAR, Carlos, MAINER, José-Carlos, NAVARRO, Rosa. Breve historia de la literatura española. Madrid. Alianza Editorial. 2011. Pág. 482-542.
AZAÑA, Manuel. El jardín de los frailes. Madrid. El País Ediciones. 2003.
CLARÍN, Leopoldo Alas. El Señor y lo demás son cuentos. Ed. Sobejano, Gonzalo. Barcelona. Austral Básicos. 2013.
CLARÍN, Leopoldo Alas. La Regenta. Ed. Torres Nebrera, Gregorio. Barcelona. Debolsillo. 2007.
CLARÍN, Leopoldo Alas. Pipá. Ed. Ramos-Gascón, Antonio. Madrid. Cátedra. 2010.

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