domingo, 27 de febrero de 2011

Visita a Reus

Estimat companys de blog, si alguna vegada el Galdrich us diu "Ei, ves a Reus a visitar la Casa Navàs de Domènech i Muntaner, el manicomi i el cementiri, encara que sigui diumenge que segur que és obert" no li feu ni cas, aquests llocs (tots ells!) només obren els dissabtes. Ara, un diumenge res us impideix fer la ruta modernista de Reus com he fet jo.
Aquí teniu la casa Navas de Domènech i Muntaner

El modernisme era força rococó com podeu veure, tot i que també pari coses decents:







Aquí teniu algunes mostres de noegòtic:


I aquí les tres veritats: La bona, l'església gòtica es conserva. La dolenta està en mal estat. La lletja li han construit un adosat pseudorracionalista al costat.

Això m'ha fet gràcia. Mireu plaques de bronze pels gremis a les boreres:


 A totes bandes es fan cutrades, sobretot, quan hi ha un heroi nacional al que podem posar sobre un cavall. Aquí teniu un general Prim equestre i en metall:
No deixa de ser curiós que la biblioteca fos, en altre temps, l'escorxador. M'imagino que per més d'un, encara avui dia deu ser un veritable matadero. (Les de las fotos són ma mare i ma tieta).


No tot és arquitectura. A Reus tots els partits polítics tenen la seva seu, fins i tot el Independentisa d'Unió (algú m'haurà d'explicar com casa això). També he fotografiat una casa d'Aragó que m'ha fet gràcia trobar.
Aquí podem veure el centre antituberculós des de fora (els diumenges és tancat). El meu oncle, un home hàbil amb els mots i amb molt sentit de l'humor ha fet un joc de paraules: "Centre antituberculós. Vaja que no hi volen tubercles aquí dintre".
Per acabar us presento la meva família. D'esquerra a dreta: mamà, Antonio, oncle i tieta.
I aquest sóc jo.

Visiteu Reus!!!

martes, 22 de febrero de 2011

Gadafi, hiponcondría y poder

Muammar al Gadafi lleva 42 años al frente de Libia, sin embargo parece ser que esta semana determinará si cumple o no los cuarenta y tres. Tendiendo en su contra muchos factores, el dictador lleva una semana sofocando una revolución que parece no tener posibilidad de freno. Según la confusa información que nos llega, el sur del país, Bengasi y la mayor parte de la Cirenaica se encuentran ya bajo el control popular, por su parte, según palabras del embajador español, Trípoli es el escenario de una verdadera guerra civil.
Después de enviar a su hijo a modo del octavo jinete del Apocalipsis en dos declaraciones de contenido muy similar, en los cuales aseguraba que habría un mar de sangre, si era necesario, para ahogar la revuelta, hoy el líder de la revolución (así debemos llamarle pues oficialmente no preside el país ni tampoco la jefatura de gobierno) ha ido a la Casa de la Resistencia para hacer unas sorprendentes declaraciones. Con un paraguas gris cubriéndole ha dicho “Estoy en Libia, no en Venezuela como dicen en la radio de los perros (espero que no hablase de la COPE). Me encantaría ir a hablar con los jóvenes congregados en la Plaza Verde, pero está lloviendo y me voy”. Dicho y hecho, ha cerrado su paraguas y se ha marchado.
Yo pensaba que frases de este estilo sólo las escuchaba uno en las mini series de Telecinco donde un actor interpretando al rey de España puede recurrir a oratorias tan memorables como “el café está horrible, me voy a la ducha”, pero parece ser que me equivocaba. Tales cosas pueden pasar en la vida real. Gadafi ha venido a decir algo así: “Obviamente, estaría encantado de ir a ver a los jóvenes de la Plaza Verde, que piden mi cabeza a gritos, pero llueve así que me vuelvo a casa. Les dejo en la televisión estatal con los mejores repertorios de nuestra música nacional”. Cómo degenera el poder.
Hoy no voy a hablar de los errores de la revolución, ni de la barbarie sino de algunos vestigios personales del carácter. Igual mi tono da pie a que me tachéis de frívolo, pero los que me lleváis leyendo mucho tiempo sabéis que no lo soy. Gadafi es hipocondríaco, además empedernido, siempre viaja acompañado de una exuberante enfermera ucraniana que le hace un electrocardiograma cada noche (después ignoro que hacen…). Las famosas doscientas vírgenes con las que viaja siempre, que todos los informadores idiotas creen que son para irlas desvirgando durante el viaje, no cumplen en absoluto tal función. Estas mujeres son expertas en artes marciales, son una especie de escolta personal, también vinculada a su hipcondría. Los hipocondríacos desarrollamos muchas manías, que a menudo rallan en la superstición, y según parece el líder libio cree que la virginidad femenina contagia salud, especialmente en los viajes donde hay más riesgo de ponerse enfermo. Por eso, no será con su consentimiento o por su “mano” que se desflore a ninguna de ellas.
Siento un poco de empatía con el dictador porque también padezco de hipocondría. Como él yo también tengo mis neuras absurdas: en invierno no tomo lácteos porque estoy convencido de que inducen a la inflamación de los pulmones, cuando creo que voy a caer enfermo me abrigo hasta el punto de pasar calor porque creo que así la sangre fluirá más dilatada y podrá frenar la infección; y mi clásico es que cuando el más mínimo dolor de cabeza, estómago o cualquier otra parte se patenta tengo que ir urgentemente al médico a que me demuestren que no padezco ningún tumor.
En el caso de Gadafi no puedo evitar preguntarme si su hipocondría no habrá trascendido a su liderazgo, porque es frecuente que los hipocondríacos veamos venir todas las enfermedades excepto las que tenemos; y Gadafi, en ese sentido, ha visto venir mil y una conspiraciones internacionales contra él, mil y una resultas internas que han costados muchas purgas, sin que después se hubiese podido probar que tal resulta existía en verdad, pero a ésta, la que parece que lo va a derrocar, la ha tratado con una absoluta indiferencia desde su comienzo.

viernes, 18 de febrero de 2011

Yo no he perdido el Tiempo

Esto de tener insomnio puede ser muy práctico de caras a contar tu vida a tus nietos. En los años venideros, podré decirles que terminé de leer “días”, la última palabra de En Busca del Tiempo Perdido, a las 6:20 de la mañana. Ciertamente, he acabado de leer los tres últimos volúmenes de la obra de Proust, La Prisionera, La Fugitiva y El Tiempo recobrado, y no tengo la sensación de haber perdido o malgastado mi tiempo. Por eso, quiero escribir aquí las últimas impresiones literarias que he recibido de esa obra titánica.
La Prisionera y La Fugitiva son una historia propia. Se podrían independizar del resto de la obra. Narran la trágica historia del amor entre el narrador y Albertina. Él sospecha, de una forma más o menos fundada, que ella lo engaña y además con mujeres. Recordemos que Albertina es el alter ego de un hombre, por lo tanto, su bisexualidad debe interpretarse, en una lectura romántica, a la inversa de cómo se nos muestra en el libro. Los celos llevan al narrador a observar y vigilar todos los movimientos sociales de su amada, encerrándola progresivamente. Un día ella escapa y vuelve con sus tíos. Así empieza La Fugitiva. Si en La Prisionera las reflexiones habían circulado en torno a la concepción del amor, en La Fugitiva el constante monólogo interno aborda primero la obsesión derivada de la pérdida y finalmente su paulatina desaparición. En esta obra, el narrador escribe a Albertina en intentos infructuosos para que retorne a su lado. Un día, le llega un telegrama, su amada ha muerto por una caída de caballo. Pero la verdadera tragedia viene después, cuando recibe con retraso una carta de Albertina en la que ella le decía que pensaba volver a su lado. El narrador queda desolado, sin embargo, no va al entierro, ni a la tumba de su amada. Hecho que menciono por su significancia, ya que dentro de El Tiempo perdido donde la muerte abunda relativamente, apenas se hacen referencias a entierros, cementerios u otros elementos fúnebres.
Para recuperarlo, su madre lo lleva a Venecia. Allí, una “mala lectura” le hace creer que Albertina está viva y que todo ha sido una farsa con el fin de engañarlo y que ella pueda casarse con otro. Pero incluso, mientras cree esta mentira (que al final se descubre que es falsa) ya no siente rencor, ni celos; Albertina ya es agua pasada. Deshecho el entuerto, quien se casa es Gilberta Swann con Roberto Saint-Loup. Como el narrador comenta “los homosexuales sería buenos maridos si no fingiesen constantemente que les gustan las mujeres”. Personalmente, no podría estar más de acuerdo. El caso, no obstante, es que Saint-Loup sí que finge.
Recientemente, he vivido una experiencia “de amor” que la otra persona quería degradar al romanticismo más barato. La persona en cuestión quería, entre otras perlas, que imitásemos a los protagonista de Tres metros sobre el cielo (uno de esos ejemplos de pornografía barata corruptora de mentes juveniles con un toque de inocencia que se queda muy lejos de Balthus). Romanticismo no es ver morir a tu amado entre palabras absurdamente vacías mientras el trasatlántico en el que viajabas naufraga en el Atlántico norte. Es, por el contrario, un acto de rebeldía de un “yo” individual contra un “nosotros” social que le oprime. De la misma forma, el amor, especialmente el conyugal, no es darse de comer fresas mutuamente con una cucharita de plata. El amor entre dos adultos, como bien refleja Proust, es una tortura psicológica. Ya lo dijo Jaime Gil “porque quererse es un castigo/ y es un abismo vivir juntos”. Ojala se hiciese leer un poco a Proust para preparar a la juventud para la realidad.
Bueno, creo que me he desviado un poco, vuelvo a mi camino. En El Tiempo reencontrado, la muerte se apodera del narrador “como si fuese un amor”. Si bien, como él mismo dice, no lo está en absoluto. La Gran Guerra sirve a Proust para escenificar la llegada mayúscula de la muerte. Muere Saint-Loup, dejando a Gilberta con una hija. La madre comenta maliciosamente que, “por sus gustos”, el padre hubiese preferido que fuese un varón. Poco a poco, la muerte se lleva a muchos personajes, entre ellos la princesa y la duquesa de Guermantes. Los escenarios donde se ha representado la Comedia Humana de la vida se van vaciando; el hotel Guermantes se cierra por la ruina de los propietarios, de la misma forma que la mayoría de los círculos intelectual-aristocráticos que frecuentaba el narrador.
El derrumbe de la aristocracia queda constatado con la caída de los Guermantes, los Villasparis, y más simbólicamente la figura de mesieour Charlous, ya que el barón homosexual queda paralizado de un ataque de apoplejía sumado a una progresiva perversión de sus gustos que degeneran en pedofilia, alegorizando en su conjunto la caída del mundo aristocrático al que pertenece el narrador.
En síntesis todos los personajes, van dejando el escenario. Al principio cada personaje tenía varios “yo” a ojos del narrador, progresivamente, estos yo, se van sintetizando para desaparecer finalmente.
El estilo también contribuye a esta sensación. El llamado estilo proustiano llega su éxtasis en los volúmenes de A la sombra de las muchachas en flor y El mundo Guermantes, se estanca en Sodoma y Gomorra y en los últimos tres volúmenes se fragmente progresivamente, como efecto del asma cada vez más grave en el autor. No obstante, al final, este defecto se torna en virtud, ya que un texto más fragmentado y con un número elevado de lagunas contribuye a dar sensación de cansancio, olvido, decadencia e incluso hastío vital.
En los momentos finales del libro, el narrador se queda solo en su habitación. Toda su vida ha deseado escribir algo sensacional, pero no ha encontrado el tema. El tema no debe ser algo trascendente, simplemente debe ser su vida. Esa es la conclusión. El narrador termina escribiendo compulsivamente en su cuarto, lamentando que su enfermedad no le permitirá a Proust cerrar su circuito metaliterario.

viernes, 11 de febrero de 2011

Tótem: Freud

En estos tiempos de continua innovación, se pretende condenar al ostracismo todo lo que tiene el estatus de clásico, degradándolo a la idea de viejo y, por lo tanto, de obsoleto. Este proceso de innovación salvaje nos lleva a menospreciar a las grandes ideas y pensadores que creemos que ya no forman parte de nuestro presente, verbigracia el Dr. Freud y sus tesis.
La ridiculización del psicoanálisis por parte de personas aparentemente intelectuales es la más pueril de las actitudes narcisistas. ¿Tanto duele aceptar que sólo somos deseo sexual y violencia maquillados y castrados por la censura cultural y, en consecuencia, que todas las explicaciones de nuestra conducta mueren en estos instintos tan naturalmente básicos, como moralmente bajos? Parece que muchos son demasiado orgullosos para aceptar de qué piedra están hechos y que la forma de la misma la realiza el cincel cultural a golpe de traumatismo.
Se cree que el Dr. Freud se sobrepasó matematizando la conducta humana. Pero la degradación de su tesis no es responsabilidad suya, sino de la escuela psicoanalítica, cuyos miembros no supieron interpretar los pasajes de su obra escritos de forma forzada, para superar la censura moral de la tradicionalista Austria. Pasajes que, por otro lado, habrían sido reescritos en Londres si un cáncer bucal no le hubiese arrebatado su vida antes de tiempo.
Freud era algo más que un médico o un experto, era un genio con mayúsculas. Sus trabajos y el testimonio de sus pacientes demuestran que tenía una gran capacidad intuitiva con las personas, una especie de don que le permitía diagnosticar (acertadamente) a sus pacientes. Su único error fue confundir diagnostico con cura. En cualquier caso, tal vez el fracaso del psicoanálisis después del doctor se debe a que no todo el mundo estaba tan capacitado. De la misma forma que existen pintores sublimes e irremplazables, por qué hemos de negar que exista un hombre genial en la psique.
Pero no son sus avances en el terreno psiquiátrico los que ensalzan al Dr. Freud, sino su aportación a la filosofía. La división del pensamiento en inconsciente y consciente no sólo destruye por igual la idea del determinismo y el libre albedrío tal como lo entendían deterministas e indeterministas, sino que también anula el alma y el concepto de pecado en el campo de la metafísica y la teología abriendo a los hombres a una nueva realidad antropológica y espiritual.

jueves, 3 de febrero de 2011

Pensando en Proust VII: Edición

No sería fácil editar En busca del tiempo perdido de Proust traduciéndolo al castellano, para mí sería una tarea imposible. Aunque, no podemos negar su dificultad, muchas editoriales castellanas han salido bastante bien del reto, apoyándose en excelentes traductores. También algunas editoriales catalanas lo han hecho recientemente, si bien, las críticas de los expertos no son tan buenas en cuanto al ámbito lingüístico se refiere.
Yo opté por comprar El tiempo perdido de Alianza Editorial, una de mis editoriales preferidas. Los siete volúmenes fueron a parar bajo el árbol, el pasado 25 de diciembre, cada uno con una dedicatoria de mis familiares más allegados. Cuando leí las contraportadas me di cuenta de cuan difícil sería la lectura. Generalmente, la contraportada suele resumir un poco el argumento de un libro, pero en el caso de los siete que componen El tiempo perdido siempre se hace la misma nota: un breve elogio del autor por su capacidad de descripción de ambientes y de sociedad, seguida de una enumeración de todos los títulos que componen la obra. Que no se pueda hacer un resumen para una contraportada de un libro, ya nos muestra un elevado nivel de complejidad.
Alianza opta por escoger entre tres traductores los textos de su edición. Posiblemente, el más enigmático –y menos trabajador- sea Pedro Salinas, famoso poeta de la Generación del 27, quien firma individualmente Por el camino de Swann y, de forma compartida con Quiroga-Plá, A la sombra de las muchachas en flor. Sin embargo en ambos volúmenes su labor se ciñe al terreno de la corrección, aunque su firma, más comercial, acabó eclipsando a la de Quiroga-Plá, poeta, también, de la Generación del 27, que desarrolló la mayor parte de su obra en el exilio. El abandono de la labor editorial, hizo que el segundo volumen de El tiempo perdido tuviese una firma compartida en la traducción y que el tercero, El mundo Guermantes, lo firmase exclusivamente Quiroga-Plá. Sin embargo, a partir de aquí, la editorial elige para los textos del resto de volúmenes a una traductora más moderna, pero no menos diestra, Consuelo Berges, experta en Proust. Ella ha traducido el volumen de Sodoma y Gomorra que ayer terminé de leer, así como los otras tres que completan la obra.
Muchos os estaréis preguntado que pinta al inicio de la entrada Una tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte del puntillista Seurat. Bien, se trata de la imagen que Alianza ha dividido en siete detalles ilustrando con cada uno de ellos la portada de un volumen. Me costaría mucho pensar en una imagen o cuadro que pudiese recoger el espíritu de El tiempo perdido (ilustrar la obra, como hacer un guión de cine, sería un proyecto condenado al fracaso por las mimas razones). Supongo que este óleo de Seurat puede transmitir la imagen de “el tiempo perdido” en el sentido del tiempo libre durante el que uno no hace nada productivo, pero no es ésta la esencia de El tiempo perdido de Proust, aunque supongo que ésta jamás podrá ser captada visualmente por los ojos.
En fin, concluyo recomendándoos la edición de Alianza, por si alguien se anima a invertir su tiempo en una lectura tan bella como compleja y difícil.

Pensando en Proust VI: Las mujeres (II)

En cuanto a Albertina, aún no la conozco demasiado, pues los volúmenes en los que tiene más protagonismo, La prisionera y La fugitiva, no los he leído aún. Sin embargo, puedo avanzaros que su presentación en Sodoma y Gomorra no es casual. Albertina es el alter ego de un hombre, un cochero con quien Proust tuvo una relación abrupta que tocó a su fin con una repentina separación tras algún episodio de carácter violento.
Aunque hace reflexiones sobre la homosexualidad a través de la ambivalente relación del señor Charlus y Morel. Albertina, además, es amiga de dos lesbianas, con lo cual, mirando el marco completo, no cuesta demasiado ver el cuadro. Sin embargo sus valoraciones acerca de este amor prohibido –el homosexual- lo hace desde la distancia, tratándolos con una benevolencia fría que hace que cualquier relación personal con ellos se aleje en apariencia del narrador y Albertina. Refuerzo el “en apariencia”, ya que Proust se toma la molestia de dejar pequeñas grietas para que el lector vea más allá del espejismo. La descripción de Albertina, centrada en sus ojos azules, no tiene un solo rasgo concretamente femenino, simplemente, consta del cúmulo de sensaciones que le produce. Además la besa en el cuello “como besaba a mi madre”, remarcando la dimensión edípica de su amorío, que en un contexto freudiano lo aproxima bastante al amor homosexual.
La duquesa de Guermantes describe por antonomasia el mundo aristocrático lleno de hipocresía y banalidad que recorre el narrador a lo largo de la novela. Este mundo de conversaciones sin sustancia y frivolidad sumado a su fracaso amoroso desarrolla en el narrador la idea de que su vida ha sido “tiempo perdido”. Preocupada sólo por como aparece de caras a la sociedad y envuelta en un velo de falsa modestia, la duquesa de Guermantes es el arquetipo del personaje femenino secundario y aristocrático de la obra de Proust. En ella podemos englobar la sustancia de otras mujeres, por ejemplo madame Villaparis.
La última mujer con una presencia constante a lo largo de la obra es Francisca, la vieja criada de la familia que sirvió a la hermana de la madre, antes de pasar a su servicio y hacer de “niñera” del narrador en su infancia. Ella tiene una relación mucho más maternal con el narrador que la propia madre. Le da consejos y se permite censurar abiertamente como “tira el dinero” en su relación con Albertina. Sería una verdadera madre para el narrador de no ser por la falta de complejo de Edipo hacia ella.

Pensando en Prosut V: Las mujeres (I)

Proust tiene un trato particular con el bello sexo en su obra. Muy probablemente, este venga condicionado por su orientación sexual, pero, en cualquier caso, En el tiempo perdido, cada mujer recibe una atención especial y ninguna queda desatendida.
La abuela es con él la más dulce, la más cálida, la única que le comprende y que le aporta el cariño que necesita. Posiblemente se por eso que se toma la molestia de hace un alto en su confusamente turbia narración, dedicándole a su muerte un capítulo.
La madre es mamá, la aspiración sexual del niño. Tiene con ella las relaciones tortuosas que comportan un exacerbado complejo de Edipo. Necesita que le venga a dar un beso todas las noches cuando es pequeño, si no la angustia no le permite dormir. Esto propicia un chantaje emocional que permite a la madre dominar a su hijo ligándolo a una cadena opresora de afecto que le coaccionará toda su vida, incluso cuando se adulto. El veneno, que se desprende de este vínculo tan necesario como nocivo para el narrador, lo arrastra a la hipersensibilidad.
Gilberta, la hija de Odette y Swann es la novia del protagonista, durante A la sombra de las muchachas en flor. La descripción del noviazgo y el matrimonio de sus padres en el primer volumen de la obra, bajo el título de Unos amores de Swann, sirve al Proust, para definir desde el principio de su obra su concepto del amor. Él no concibe el amor sin celos dañinos que extremen la necesidad y el deseo de la posesión sobre la persona amada. La historia de amor entre Odette y Swann permite al narrador (quien no había nacido cuando se produjeron) establece un paralelismo con los dos amores del narrador, la hija de estos, Gilberta, y posteriormente Albertina, ambas unidas por los celos. La diferencia entre estas dos novias queda patentada en la pasión que siente el narrador por la segunda, muy por encima de la primera a quien abandona sin luchar.

Pensando en Proust IV: Proust y Dreyfus


Nadie ha abordado de un forma más sutil el famoso “affaire Dreyfus” que Proust. Es un tema de conversación omnipresente en todos los círculos de la alta sociedad por los que se deja caer el narrador. El mundo está dividido entre los partidarios y los detractores del comandante judío. Roberto Saint-Loup, amigo del narrador, aboga por su inocencia, aunque no es lo bastante valiente para decirlo en público frente al duque de Guermantes, el más adicto “antidreyfuyista”. El termino “dreyfuyista” es usado por Guermantes y otros detractores como un claro insulto contra personas que les caen mal, sin conocer a ciencia cierta su opinión. Sólo Swann, nieto de un judío, se atreve a oponerse a la opinión absoluto del duque, si bien, no llegará a encararse y se limitará a matizar su absoluta certeza respecto al veredicto de culpabilidad.
Proust no muestra el debate entorno a Dreyfus desde un punto de vista intelectual, sino aristocrático. Para este eslabón social, Dreyfus no es un ser humano, ni siquiera es un símbolo, es un simple pasatiempo. Quien cree en su inocencia sólo está significándose provocativamente para llamar la atención en los círculos sociales, por esta razón le importará poco si, en efecto, es culpable o inocente. De la misma los que le señalen como culpable, simplemente, buscan hacer gala de su antisemitismo convencional, sin importarles demasiado que pruebas haya o dejen de haber sobre la mesa.
Esta frivolidad, casi inhumana, sólo concebible en una mente aristocrática o hueca así como el deseo de apariencia por encima de la vida humana son captados por Proust de un modo sencillamente magistral. Por encima de sus galantes y pomposas descripciones, el lector puede ver en el texto la esencia de un mundo vacío, descarnado, preocupado sólo por la banalidad de “el que dirán de mí, si digo…”.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Pensando en Proust III: ¿Proust futurista?

La pasión de mesieour Marcel por elementos modernos, tales como el yate a motor, el avión, el coche (más exactamente el Rolls Royce) o el teléfono, presente en el tan enigmático texto de la magdalena, para servir a la analogía, ha llevado a algunos a considerarle un futurista. Concepto tan ambiguo, como erróneo.
Proust murió en el año 1922, seis años después de que falleciera el reconocido escultor futurista Boccioni, esto nos permitiría enmarcarle cronológicamente en el movimiento sin problemas. Su amor por los nuevos progresos y su ruptura formal con el estilo naturalista-realista de Zola, Stendhal o Balzac podrían llevarnos a precipitarle, también, ideológicamente en esta vanguardia. No obstante, Proust no firmó ninguno de los manifiestos de Marinetti. No rompió de forma radical, ni propugnó la destrucción del “viejo arte”, y, para colmo, era homosexual, algo inadmisible en el grupo futurista tan cercano al fascismo.
Descartemos por lo tanto su adhesión a ésta u otra vanguardia. Pese a que toda su acción creativa se orientó hacía el progresismo y la innovación artística, es demasiado sui generis para ponerle una etiqueta.

Pensando en Proust II: El narrador

Sé, porque me documenté un poco antes de empezar a leer, que el nombre del narrador, Marcel, sólo aparece en dos ocasiones en un relato de más de 3.000 páginas. Ambas se sitúan en el volumen que empezaré a leer justo ahora, La prisionera, y en ambas el nombre de Marcel es pronunciado de forma sutil. Albertina, como un a nueva Beatriz, es la encargada de bautizar al narrador de este poema en prosa. La primera vez lo hace insegura, dice “si el narrador de esta historia tuviese un nombre sería Marcel”. La segunda, gesticula este nombre en un sueño opresivo –o apasionado-. Que el narrador quede tan oculto se debe a que, contrariamente a la opinión general, El tiempo perdido no tiene un tan marcado carácter autobiográfico.
El narrador, como personaje, se ha humanizado antes mis ojos a lo largo de estos cuatro volúmenes. Al principio, parecía tan sólo un reloj que marcaba desacompasado, sin ningún orden en particular, las horas más importantes que había tocado, mientras tuvo cuerda. A medida que la “narración” avanza, esa capacidad de sentir que parecía restringirse al pasado infantil se traslada al pasado adulto. Aparecen las emociones más humanas, especialmente, los celos unidos a una hipersensibilidad exacerbada. El último gesto humano, que he apreciado y que me muestra que es de carne y hueso son sus quejas por la agravación de su alma.

Pensando en Proust I: Nunca le rodarán un guión de cine.

Hoy, dos de febrero de 2011, he acabado de leer Sodoma y Gomorra, el cuarto volumen de la obra de Proust En busca del tiempo perdido. Leer a este autor está siendo todo un reto, que nunca había experimentando, como lector experimentado y veloz que soy.
He pensado que sería bueno volver a escribir algo sobre él. Le dediqué una entrada breve cuando estaba leyendo A la sombra de las muchachas en flor, algo hastiado contra el autor, ya que mi prejuicio de ver en la literatura una idea que se disponga a servir al lector me impedía gozar de un autor como él. Después de haber avanzado en la lectura y haber asistido a unas conferencias sobre el autor, cuyo conferenciante, Carles Bessa, traspiraba pasión hacía el autor, creo que le entiendo un poco mejor. No pretendo dar una clase magistral, sólo deseo compartir aquí algunas reflexiones a las que me ha llevado la lectura.
Como decía el señor Bessa, sería muy difícil, por no decir imposible, realizar un guión cinematográfico sobre El tiempo perdido. Hasta donde he leído, encuentro dos objeciones: a) Ninguna imagen podría captar las descripciones de Proust. La continúa asociación de objetos a través del recuerdo, las personificaciones, las analogías etc. Todo esto se pierde en la película. Aunque un cámara enfocase el plano de una iglesia pequeña de carácter gótico, igual que la descrita en la ficticia villa de Combray, aunque enfocase desde múltiples planos y perspectivas o a diferentes ritmos, jamás podría transmitir al espectador la fuerza masculina con la que el campanario asciende al cielo. Tal descripción, donde lo sacral se une a lo profano queda vedada al mundo visual. Porque, y esto es muy curioso, cuando el lector lee una descripción de Proust, concretamente una ecfrasis, deja de ver formas y colores para percibir tan sólo el concepto espiritual. b) La obra de Proust es excesivamente estática en la acción, y cambia de forma repentinamente a través de flashbacks u otros recursos. Pro ejemplo, en El mundo de Guermantes, se describe la llegada del narrador al hotel Guermantes y a partir de ahí, jugando con el nombre –nobiliario- de Guermantes, Norporis, madame Verdurin entre otros, narra, al mismo, sin saltos que avisen al lector, hechos y conversaciones de estos personajes entre ellos o dirigiéndose a él, junto con otras que tuvieron los antepasados de estos nombres insignes –y ficticios- en la época de los monarcas borbónicos.
Vemos, en consecuencia, que un film sobre En busca del tiempo perdido es un proyecto destinado al fracaso además de al absurdo.