miércoles, 21 de diciembre de 2016

Ecos de la URSS en "1984"

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"En la zona de la soledad insondable y del amor rechazado, abarcando así la dimensión del infierno" Benedicto XVI

Solo cuando remueve las angustias más profundas del ser humano la distopía alcanza el clímax de su propósito. De otra forma, no deja de ser un híbrido narrativo de ciencia ficción y terror.
¿Qué duda cabe que si este género tiene una obra cubre esta es 1984? Un mundo sin futuro, sin pasado y sin presente. Sin esperanza, donde el ser humano vive sometido al control más absoluto. Ni siquiera una actitud sumisa le da esperanzas de seguridad. Cualquier día, sin explicación, puede ser vaporizado.

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Hace unos meses mi pareja y yo empezamos a leer juntos esta novela de George Orwell. A veces hemos comentado la lectura. Aún le debo un esbozo de la esencia de la URSS como inspiradora de la Oceanía del libro. Así pues con este escrito saldo mi deuda.
En la vida de Orwell hay muchas sombras y contradicciones. Comunista, pero antagonista de la URSS. Revolucionario, pero simpático a la individualidad hasta enemistarse con cualquier forma de colectivismo social. Siempre ansioso por buscar la esperanza de un mundo mejor, no supo sino plasmar la desesperación y el temor que el porvenir le inspiraba. Los más recientes estudios biográficos han revelado que aparte de su complacencia juvenil -y no tan juvenil- por ciertas acciones violentas, en sus últimos meses de vida delató a muchos posibles comunistas a la inteligencia británica. En definitiva un hombre complejo, imperfecto, pero ante todo capaz de examinar su realidad con ojos críticos.

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George Orwell

A lo largo de la primera mitad del S XX muchos comunistas occidentales quedaron "en tierra de nadie". Desencantados con la URSS de Stalin cuyas atrocidades tardaron mucho en creer, se alejaron del régimen soviético que en breve tiempo los consideraría sus enemigos. Aunque poco conocido, en España tenemos el testimonio de Jesús Hernández, comunista, ministro de Largo Caballero y Negrín durante la Guerra Civil, que en sus memorias nos relata el terrible desengaño que supuso para él vivir en la URSS. Cual San Pablo marxista, la presencia de pobres, obreros explotados, hambre y prostitutas en la sociedad rusa le tiró del caballo. A partir de entonces se alinearía con el comunismo contrario a los soviets.
Para su desgracia y la de tantos otros, al lado libre del telón no había demasiados ánimos de distinguir entre comunistas. Todos eran tratados como potenciales espías, y en muchos países, como Reino Unido, Francia y sobre todo Estados Unidos sujetos a una brutal campaña de persecución en que por cierto más de un McCharthy aprovecho el peligro real soviético para destruir a enemigos ni siquiera vinculados al bolchevismo.

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Una vez caído en desgracia, Yezhov fue "borrado" de muchas fotografías junto a Stalin.

Pero volviendo a la idea de base, debemos entender que para muchos comunistas asumir la realidad de la URSS fue un golpe devastador. El prometido paraíso proletario era un infierno.
Este desengaño aflora en la obra de Orwell, por primera vez en 1945 cuando publica Rebelión en la Granja. La novela se cierra con una nueva esclavitud para los animales, ahora bajo el yugo de los cerdos que acaban imitando a los hombres hasta en la forma de andar. La riqueza histórica que subyace en la fábula aparentemente sencilla tiene demasiados detalles para comentarlos aquí. Baste con aludir al paralelismo de la lucha entre Nerón y Snowball con la rivalidad de Stalin y Trotsky.
Cuatro años después, en las postrimerías de su vida termina 1984 donde proyecta el sueño del totalitarismo, una dictadura capaz no sólo de controlar los actos del ser humano, sino de llegar a doblegar sus pensamientos, hasta el extremo de someter las más elementales reglas de la lógica, como el resultado de 2+2, a la voluntad del partido. Más aún, el plan futuro es destruir el lenguaje lo suficiente para que ya ni siquiera puedan concebirse ideas enemigas del régimen. En su conjunto la atmósfera de la novela advierte del riesgo de colectivizar al ser humano, hasta privarlo de existencia dejándolo vivo.

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El mundo en 1984.

No puede dudarse de que la URSS y en especial los testimonios que pudiera recibir de la Gran Purga (1937-1938) orquestada por Yezhov, que costó la vida a unas 700.000 personas inspiran la narración. Como en la dictadura bolchevique los miembros del Socing de la Oceanía de 1984 se tratan de "camarada" aunque nadie puede confiar en nadie, porque todos pueden, en un momento dado, ser tratados como enemigos del pueblo y aliados de Goldstein, quien hasta en su descripción física evoca a Trotsky.
El monstruoso "doblepiensa" y el vocabulario del partido donde las palabras "amor", "abundancia", "libertad" y "paz" se identifican con "tortura", "pobreza", "esclavitud" y "guerra", aunque algo más obvio, no es más perverso que la jerga soviética donde las palabras "reeducación" o "seguridad" envolvía en un aura de pavor los edificios públicos cuyas puertas coronaban.

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Trotsky desparece del lado de Lenin.

Haber sido un fiel servidor del partido no es garantía de nada. El protagonista Winston recuerda bien como vio a varios dirigentes de la "primera generación del partido" llorando en el Café del Nogal, caídos en desgracia, esperando su ejecución después de haber confesados sus crímenes. Su descripción recuerda con facilidad a los penitentes Zinóviez, Kámenev y Bujarin, importantes compañeros de revolución de Lenin caídos en desgracia y es que como en la novela, las purgas soviéticas destruyeron a la primera generación de líderes del partido. Lo que ocurría después guarda un siniestro parecido con la vaporización de la novela, ya que si bien no "desaparecían" completamente, la historia oficial era reescrita para degradar su importancia, restarles protagonismo, "quitarlos de ciertos lugares" y especialmente de los callejeros -pocos países han rebautizado tantas calles, plazas y ciudades como la URSS durante sus purgas. 
Evidentemente no todo el relato se ambienta en la URSS, pero el poso es mayor del que muchos críticos parecen apreciar. Hay mucha inhibición, una gran imaginación, y por supuesto una profundidad filosófica entorno al Ministerio del Amor que trasciende las cámaras de tortura soviéticas. En cierto modo, 1984 es la mejor plasmación de lo que en Los Orígenes del Totalitarismo Hanna Arendt denomina el anillo de hierro ese conjunto de opresiones propias sólo del Estado Totalitario que aíslan a las personas unas de otras y les hacen sentir la más angustiosa soledad, miedo y desesperanza.

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Para escribir su obra maestra Orwell tuvo que sufrir la desperanza de perder la fe en el movimiento revolucionario y aceptar que la vacuidad sádica del poder puede convertirse en un fin en sí mismo tan irracional como cruel. Seguramente sin el gran terror que sucedió a la desilusión de comprender qué era realmente la URSS una de las novelas más angustiosas de la historia jamás habría podido escribirse.

Eduard Ariza