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miércoles, 14 de noviembre de 2012

Anécdotas de esta mañana...



Esta mañana estoy enfrascado en la lectura de mis libros de derecho. La palabra “consuetudinario” me sigue sonando igual de rara, a pesar de que ya sé su significado. Al final decido levantarme del escritorio para ir hacia el balcón donde espero encontrar algo de aire fresco que me despeje.
Mi padre está en allí, mirando a la calle. Abajo se oyen las sirenas y las proclamas voceadas por unos veinte “piquetes”. A nervioso paso de hormigas desorientadas caminan sin marcar un ritmo estable. Diseminados por la calle, los del principio del grupo parecen ansiosos por encontrar un comercio abierto ante el que ponerse a gritar sus consignas. Un Mercadona no tarda en concederles esa satisfacción. Los de atrás del grupo, más rezagados y dispersos, aunque en sus pechos cuelgue el identificador del sindicato CCOO o UGT, llevan acabo su misión con mucha más parsimonia. Algunos tienen el móvil en la mano sobre cuya pantalla digital teclean algo con el dedo. Otros van charlando con el compañero más cercano.

A veces los políticos demuestran que ven las papeletas de sus propios votos como papel mojado.

-Esto no es serio –comenta mi padre con disgusto.
Él ha secundado la huelga y esta tarde irá a la manifestación, pero no puede menos que disgustarse ante semejante escena. Yo, mucho más escéptico para todo, siempre he mirado a la lucha sindical con reservas, cuestionando su utilidad y viendo la mayoría de sus instrumentos como anacronismos que necesitan una renovación. Me quedo callado e intento sacar una composición objetiva del panorama.
Justo en ese momento, un señor vestido con camisa roja, americana negra y corbata también negra bien sujeta con una aguja al pecho, y que, según dice mi padre, llevaba peluquín –cosa de la que no estoy muy seguro- grita al paso de los piquetes.
-¡No, no, no a la huelga general! ¡Queremos trabajar!
Uno de los piquetes más jóvenes y una señora de mediana edad no tardan en encararse con él. El señor se siente muy seguro rodeado por sus siete u ocho amigos, con quienes se estaba fumando unos gruesos cigarros de hoja, aunque no me ha parecido que fuesen puros. La conversación no tarda en subir de tono.
-¡Yo estoy en paro! –le grita la señora.
-Pues busca trabajo –le responde el señor.
-¡Tú lo que eres es un mafioso cabrón! –a este último piquete joven tienen que sujetarlo sus compañeros para que no se abalance sobre el provocador.
Desde el balcón por un momento temo que voy a presenciar una pelea callejera en su faceta más cruda. Si aquel chico joven se hubiese tirado encima del señor y éste se hubiese visto ayudado por sus amigos, los piquetes también habrían entrado en la pelea. A saber cómo hubiese terminado… Por suerte, el chico es retenido por sus colegas y a paso lento y desorientado el grupo de piquetes se aleja de donde puedo verlos, no sin volver a mostrarme a los dispersos que siguen tecleando en sus móviles como si nada hubiese pasado. Al poco rato, una señora mayor, de pelo rubio teñido, vestida con un abrigo de futon blanco se acerca al señor de la corbata para felicitarlo.

 
Hace una semana me preguntaron si creía que había motivos para una huelga.
-Si consideras la huelga un medio para reivindicarte sí. –respondí.
Quizá me encubrí demasiado, pero creo que conseguí decir exactamente lo que pensaba. Y eso, no siempre es fácil. Naturalmente que hay motivos para el descontento social. La gestión gubernamental de la crisis económica se aparta a menudo de toda empatía hacia los ciudadanos. Si bien, la cosa es aún peor. Porque el gobierno Rajoy no sustituye su vocación de servicio a los ciudadanos por un pragmatismo maquiavélico. Entonces al menos, se podría decir que el gobierno salvaguarda los intereses del estado; intereses que cuesta concebir al margen de los ciudadanos, aunque según algunos teóricos de la política, bastante rancios por cierto, aseguren lo contrario. Pero es que ni por esas. Nuestro gobierno actual, con el estilo de su predecesor, da palos de ciego sin saber que está haciendo. El resultado es una interminable lista de daños colaterales para las personas más frágiles desde el punto de vista económico.

 
Sin embargo, aunque acepto esto, no puedo dejar de tener mis reservas entorno a la idea de la huelga. Personalmente la considero un mecanismo que ha perdido su efectividad. Especialmente, cuando las victorias que obtienen sus convocantes en la calle no se traducen después en victorias en el parlamento. Que nadie se engañe, en una democracia tan necesario es lo uno como lo otro.
Debe de ser monstruosa la desconfianza de la izquierda en su clase política para que su desplome en la intención de voto no parezca tener fin. Resulta realmente extraño, que tras todas las medidas adoptadas, el PP aguante al grueso de sus votantes y el PSOE siga cayendo en lugar de producirse la inversión de valores típica de la alternancia política. Y, si a alguien no le gustan las siglas del principal partido de oposición, me valen las de cualquier otro. El caso es que ninguna formación de izquierdas se constituye ahora por ahora en una alternativa de poder con propuestas sólidas y creíbles.

¿Por qué aquí dentro no se expresa la voluntad de la ciudadanía de quien emana el poder que ostenta?
 
De todos modos, esta reflexión se aparta un poco de lo que estábamos tratando. Volviendo a la huelga, a mí me deja un sabor agridulce. Es agradable ver la respuesta ciudadana, aunque inquieta un poco saber que el pequeño comercio de tu barrio no va a cerrar por convicción, sino por miedo a que los piquetes les rompan un cristal. También es lamentable la imagen de mucha gente siendo abucheada por sus compañeros de trabajo por el sencillo hecho de no compartir su ideario. Ya no hablemos de los incidentes, siempre puntuales hay que decirlo, de violencia callejera. Estos problemas, fácilmente corregibles, deberían solventarse para que la huelga no se tiñese de ningún toque autoritario como los que ahora empañan la actitud del gobierno.

Y la gran pregunta es si volveremos a esto... A veces todo parece tan negro que llegas a creer que sí.

Sobre qué métodos emplearía yo… Casi me avergüenza decirlo, por lo utópico de la idea. Creo que la ciudadanía debería recurrir a la insurrección fiscal masiva cuando considerase que la clase política no gestiona bien su dinero, es decir, el poder del estado. Confieso que es más improbable que esto llegue a suceder que obligar a rectificar su rumbo a unos políticos sordos, de corazón endurecido, mediante una cívica muestra de descontento social en las calles. Así que… no sé por qué critico tanto.


viernes, 23 de marzo de 2012

Préstamos "libres" de intereses...


Hay muchos libros que leer en hispanoamericana: Los diarios de Colón, Poesía Completa de Sor Juana Inés de la Cruz, Martín Fierro de José Hernández, Poesía Completa de José Martí, El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias, La Antología Poética de Mario Benedetti, Rayuela de Cortázar, Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, Poemas y Antipoemas de Nicanor Parra, y Estrella distante de Bolaño. Son frecuentes los préstamos entre los estudiantes de filología que dilapidamos nuestras “pensiones” del mes en las librerías y otros que prefieren gastar menos o sencillamente no pueden permitírselo.
Ayer en el vestíbulo del edificio Salvador Espriu me esperaba la señorita Y…, mi compañera de materia. Me devolvía el libro de El Señor Presidente y yo le iba a dejar un nuevo préstamo, Poesía Completa de José Martí y Martín Fierro. Y… es una de esas personas que ama particularmente los libros. Le preocupa mucho dañarlos o el sencillo hecho de que su poseedor los eche en falta. Bibliófilo como soy, no me gusta demasiado prestar libros, pero lo hago encantado a personas que como Y… entienden su valor. Sé que ella tendrá especial cuidado con ellos. Además, tal como le dije ayer al despedirnos: “No te preocupes más. Si les pasase algo, sé que no habrá sido con mala intención. Mujer, sólo son libros…”
Con lo de “sólo” pretendía decir que, por mucho que los valore, nunca un libro me importará más que un ser humano.