sábado, 30 de julio de 2011

André Gide

 
André Gide (1869-1951) es uno de esos autores que ha pasado desapercibidos en el abarrotado marco de literatos del S. XX. Dicho sea de paso su estilo no es tan claro ni tan innovador como para dejar una huella característica, sobre todo si lo comparamos con autores de la talla de Marcel Proust, Oscar Wilde, James Joyce, Albert Camus y otros de los que fue contemporáneo.
Como aproximadamente el quince por ciento de la población, Gide fue homosexual. No obstante contrajo matrimonio con su prima Madeleine. Esta mujer mantuvo una presencia muy fuerte en la vida de este hombre huérfano de padre y criado severamente (en el sentido religioso de la palabra) por su madre, su institutriz y su tía. El matrimonio, no consumado fue un punto de apoyo psicólogico de gran importancia para este hombre atormentado. Madeleine aparece en muchas de las obras y novelas de Gide, siempre con pseudónimos literarios para camuflar el carácter autobiográfico de las mismas. Después de su muerte, en 1937, el autor escribió unos apuntes más bien breves, Et nunc manet in te, donde rinde homenaje a esta figura, su ángel moral. En el libro rememora el gran amor que esta mujer sentía por todo el mundo y como exponía su salud para ayudar a los más desfavorecidos. Nunca vio (o no quiso ver) las infidelidades de su marido con el sexo masculino. Estas ya se dieron durante el viaje de bodas de la pareja en 1895, cuando Gide se dedicó a hacer fotos “provocativas” de campesinos napolitanos (y otras cosas para las que no necesitó cámara) que expuso a su esposa como algo de carácter artístico. También tuvo una hija fuera del matrimonio, a quien su mujer aceptó sin problemas, tan pronto, como conoció su existencia.
Ser homosexual “una causa a la que faltan mártires” acarreó mucho sufrimiento a este hombre, quien sin embargo huyó del victimismo tano como pudo. Él mismo rememora sus “pecados” con gran pesar. Gide intenta reflexionar sobre la naturaleza de su tendencia a lo largo de los cuatro diálogos que componen Corydon. Los interlocutores de los mismos son un narrador en primera persona que dentro de la carambola ficticia de la literatura habríamos de identificar con el propio autor y Corydon, el personaje homosexual, cuyo nombre nos remite a un pastor con esta tendencia de Las Geórgicas de Virgilio.
Corydon expone su teoría sobre la pederastia y es que a principios de siglo rara vez se hacía distinción entre los términos de pederasta, homosexual y sadomasoquista. En referencia a esto, me permito salirme un momento del hilo que estaba enhebrando, para comentar que la famosa acusación de Salvador Dalí contra el dramaturgo Ángel Guimerà a quien calificó de “pelut pederasta” se enmarca en esta línea de confusión de términos que no hemos despejado hasta la segunda mitad del pasado siglo.
El personaje nos habla primero de tesis darwinianas y de otros naturalistas citando los abundantes ejemplos de casos de homosexualidad entre las especies animales. Un tanto falocentrista (no sabría decir si también misógino) Corydon siempre trata la homosexualidad masculina, no habla en ningún momento del lesbianismo más allá de una referencia puntual en que lo califica de una actitud “perversa” en el sentido de cruel por parte de la mujer. Según su concepción el exceso de libido y de número llevan a los machos animales a la sodomía. En el caso de los hombres el fenómeno es educacional y es que Corydon no cree en el instinto sexual como algo neto y matemático. Desde su punto de vista, el número de homosexuales aumentaría si desde pequeños no se nos inculcase una pauta educacional.
Más adelante aborda la cuestión desde un punto de vista social y estético. Algunas de sus exposiciones son un tanto hiperbólicas y se aguantan con gujas, pero el mismo Corydon dice que su teoría no tiene porque ser la mejor.
Independientemente de lo que podamos pensar al examinar sus textos desde nuestra perspectiva más moderna, debemos agradecer a la figura de André Gide el haber dedicado al mayor parte de su obra literaria a afrontar directamente el fenómeno de la homosexualidad. Como todos los pioneros en una materia comete errores en forma y en fondo, pero su voluntad de acero puede notarse con leer apenas una de sus líneas. Debemos situarnos en el contexto de la primera mitad del siglo pasado, pensar en las persecuciones legales contra la homosexualidad de la mayoría de los países (por no hablar ya del Holocausto) y una vez allí, en esos parajes preguntarnos porque un hombre se dedicó a abordar un tema tan peligroso en aquel entonces, en lugar de camuflarlo dentro de su universo literario como antes que él hicieron Proust, Wilde, Baudelaire (que era bisexual) etcétera, etcétera.