miércoles, 2 de febrero de 2011

Pensando en Proust II: El narrador

Sé, porque me documenté un poco antes de empezar a leer, que el nombre del narrador, Marcel, sólo aparece en dos ocasiones en un relato de más de 3.000 páginas. Ambas se sitúan en el volumen que empezaré a leer justo ahora, La prisionera, y en ambas el nombre de Marcel es pronunciado de forma sutil. Albertina, como un a nueva Beatriz, es la encargada de bautizar al narrador de este poema en prosa. La primera vez lo hace insegura, dice “si el narrador de esta historia tuviese un nombre sería Marcel”. La segunda, gesticula este nombre en un sueño opresivo –o apasionado-. Que el narrador quede tan oculto se debe a que, contrariamente a la opinión general, El tiempo perdido no tiene un tan marcado carácter autobiográfico.
El narrador, como personaje, se ha humanizado antes mis ojos a lo largo de estos cuatro volúmenes. Al principio, parecía tan sólo un reloj que marcaba desacompasado, sin ningún orden en particular, las horas más importantes que había tocado, mientras tuvo cuerda. A medida que la “narración” avanza, esa capacidad de sentir que parecía restringirse al pasado infantil se traslada al pasado adulto. Aparecen las emociones más humanas, especialmente, los celos unidos a una hipersensibilidad exacerbada. El último gesto humano, que he apreciado y que me muestra que es de carne y hueso son sus quejas por la agravación de su alma.

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