Gustave Flaubert (1821-1880) es junto a Balzac y Stendhal el mejor representante del realismo francés. Con obras como Madame Bovary (1857), La educación sentimental (1869), o La tentación de San Antonio (1874) se hizo un autor dentro del canón literario internacional ya en su presente.
Posiblemente sea su narración sobre la vida, el matrimonio y la muerte atroz de Emma Bovary la que más fama le ha reportado a su autor. Su personaje se convirtió en un prototipo a imitar por todos los realistas: la mujer infiel. Ésta aparece en obras de autores de cualquier país que cultivaron el realismo y aún después del movimiento. Podemos destacar muy especialmente Ana Karenina de Lev Tolstoi así como las novelas españolas de Fortunata y Jacinta y La Regenta cuyas autorías se corresponden a Benito Pérez Galdós y Clarín respectivamente.
No guardo demasiadas simpatías hacia la célebre protagonista de Flaubert. Si Ana Karenina o nuestra Ana Ozores me parecen dos mujeres verdaderamente desesperadas por escapar de una atmósfera opresora y Jacinta y Fortunata dos pobres engañadas, Emma Bovary me parece una mujer movida por unas pretensiones mucho más bajas. Su materialismo y sed erótica son los únicos ingredientes que componen sus infidelidades a Charles. Ella no vive atormentada, sencillamente se aburre.
Me permito hacer un poco de lectura romántica leyendo al personaje entre las líneas biográficas del autor. No son pocas las fuentes que afirman que Flaubert también menospreciaba a su personaje y que intentaba plasmar en él los vicios más superficiales de Louise Colet, amante con la que mantuvo una relación bastante tormentosa y con quien rompió antes de acabar la novela. Haciendo a un lado estas cuestiones nadie puede dudar de que hay excelencia, por encima de nuestros gustos particulares, en Madame Bovary. Su arte en describir los pormenores de la época y sus retratos psicológicos le hizo ganarse la admiración de Zola. El padre del naturalismo francés siempre le consideró su maestro. Desgraciadamente, también le acarreó un juicio por escándalo, pues los sectores más puritanos de la sociedad francesa lo consideraron poco menos que un pervertido. Seguramente los mismos que en 1857 arrastraron a Flaubert ante los tribunales tipificaron de “orgía perversa” Desayuno sobre la hierba de Manet en 1863, y es que ciertas castas sociales abominan de la perversión más inocente como si temiesen ver en ella una parte de si mismos o, lo que sería peor, de sus profundos deseos.
Desayuno en la hierba de Manet.
Flaubert fue declarado absuelto del proceso contra Madame Bovary, pero un carácter sensible como el suyo difícilmente se recupera después de recibir semejante muestra de virulencia.
Decidió alejarse del presente “donde mi pluma ya se ha mojado en exceso y que por lo demás me disgusta tanto reproducir que solo verlo me asquea”. Entre abril y junio de 1858 viajó por el norte de África, especialmente Túnez, donde contempló algunas de las pocas ruinas del período púnico así como de otras culturas clásicas. Allí el autor se inspiró para narrar una novela histórica, un estilo cultivado con anterioridad por Walter Scott, ambientada en la ciudad de Cartago. Su proyecto, titulado originalmente Cartago, vio la luz en 1862, llevando por segunda vez el nombre de la mujer protagonista: Salambó.
El escritor no prestó tanta importancia a diferenciar culturas como a hacerse un cuadro general de lo que pudo haber sido Cartago incorporando elementos romanos si era necesario. No obstante, si excusamos algunas licencias literarias y errores sin importancia (muchos de los cuáles, en su época no tenía recursos para evitar) tales como las descripciones de armas de guerra típicamente romanas en el norte de África, es imposible poner en duda la extensa documentación que siguió el autor antes de ponerse a escribir Salambó. Leyó entre otros a Polibio, Plutarco y Plinio.
Su documentación no sólo se remite los hechos netamente históricos, sino a las formas de vida, costumbres, rituales religiosos, divinidades y hasta cuestiones tan mañosas como conocer los nombres de medidas, meses, plantas y objetos propios de la cultura púnica así como una descripción muy elaborada de sus sistemas de gobierno y sociedad.
“Pero este pueblo, que se sentía aborrecido, apretaba contra su corazón su dinero y sus dioses, y su patrimonio se sostenía por las constitución misma de su forma de gobierno. […] El poder dependía de todos, sin que nadie fuese lo bastante fuerte para acapararlo. […] Sólo los ricos podían optar a las magistraturas, y aunque el poder y el dinero se perpetuaban en las mismas familias, se toleraba la oligarquía con la esperanza de alcanzarla”. Fluabuert Salambó DEBOLSILLO Pág. 108.
Mapa de Cartago.
Cartago vivía en un sistema de una oligarquía similar a la de algunas polis de la Grecia Clásica, aunque tampoco está exenta su comparación con la de la Roma Republicana. Ambos estados vivían de la explotación de unas colonias a través de las cuales pretendían dominar el comercio naval del Mediterráneo. Ambos estados hicieron una transición de una monarquía a una democracia clasista y ambos tienen unos orígenes míticos en las figuras de Dido y Eneas a las que Virgilio trató de vincular, para justificar el antagonismo de ambas culturas. En el caso de la República de Cartago, los dirigentes no se denominan patricios sino sufetas. Los poderes del estado emanan del Gran Consejo que agrupa a los sufetas y un Consejo de Ciento que se compone de los sufetas venerables. Como en Roma también existe la figura de los pontífices representantes del poder religioso.
La narración de Flaubert transcurre en la Cartago republicana de después de la Primera Guerra Púnica 264-241 aNE. Este conflicto costó a los púnicos la pérdida de Cerdeña, Córcega y Sicilia. En tanto el estado intentaba ampliar sus posesiones coloniales en la Península Ibérica para buscar una salida a la debacle económica de haber perdido tres de sus más prósperas colonias, tienen los púnicos que afrontar otro reto: pagar a la gran cantidad de mercenarios que han luchado en la guerra y que se hospedan en la capital.
La ciudad no puede atender esos gastos, o más bien una parte de la aristocracia no quiere. Empiezan a haber disturbios en las calles, cuando Salambó, la hija de Amílcar, sube al altar de Tanit para invocar la concordia mediante rituales religiosos. Uno de los caudillos bárbaros, Mato, se ve deslumbrado por la figura de la atractiva joven, a quien equipara poco menos que a la misma divinidad.
“Perlas de variados colores pendían en largas sartas sus orejas sobre los hombros hasta los codos. Su cabellera estaba peinada con rizos que simulaban una nube. Llegaba, alrededor del cuello, plaquitas de oro, de forma cuadrangular, que representaban a una mujer entre dos leones empinados; y su vestido reproducía en un todo la vestimenta de la diosa. Su túnica de color jacinto, de amplias mangas, le ceñía el talle, ensanchándose por abajo. El bermellón de sus labios hacía resaltar la blancura de los dientes, y en el antimonio de los párpados agrandaba sus ojos. Sus sandalias, hechas con plumas de pájaros, tenían los tacones muy altos, y toda ella, sin duda a causa del frío, estaba extraordinariamente pálida.” Ídem. Pág. 146
A partir de aquí se empieza a desarrollar la trama. Mato conoce a Espendio, un esclavo griego ambicioso que ha luchado con los mercenarios. Ya en la ciudad, Espendio propone a Mato planes de rebelión para hacerse con el poder, pero este, hechizado aún por la fuerza del ritual de Salambó los desoye.
Cuando los bárbaros son expulsados de Cartago, Espendio se las ingenia para volver a entrar en la ciudad a través del acueducto. “¡Lo confieso! Mi opinión secreta es que no había ningún acueducto en Cartago” escribe el autor en a su amigo y crítico Sainte-Beuve en diciembre de 1862. En efecto el acueducto pertenece a la cultura romana, si bien es esta una de las licencias artísticas a las que ya hemos aludido antes. No es esta la única que vez que aparece la construcción en la novela. Durante el cerco a Cartago, ya hacia el final de la obra, los bárbaros cortarán el suministro de agua a la ciudad haciendo uso del acueducto.
Una vez dentro de la ciudad, Espendio propone a Mato que roben el zaimph, el velo sagrado de Tanit, diosa protectora de la ciudad, vinculada entre otras atribuciones al amor. Este velo se guarda como una reliquia y nadie puede verlo o tocarlo. Mato y Espendio roban la prenda asesinando a los guardianes del templo, pero el bárbaro no quiere huir. En vez de eso, lleva el velo a Salambó a quien sorprende en su lecho. La mujer grita maldice al desdichado soldado que venía a ofrecerle su amor. Mato finalmente abandona la ciudad envuelto en zaimph, para que nadie se atreva a tirar una flecha contra él.
Tal vez algunos opinéis como yo y veáis similitudes entre este pasaje de Flaubert y el robo en Troya por Ulises de una estatua de Atenea, a la que estaba vinculada la suerte de la ciudad. Como en la mítica Troya, la Cartago de Flaubert se sume en el pánico religioso. Además empiezan a circular insidias contra el honor de Salambó, hasta el punto que algunos de los más miserables en la urbe van a maldecirla e insultarla a las puertas de su casa.
El Gran Consejo ordena al general Amón, un anciano sufeta que se ponga al frente de un gran ejército pagado por la ciudad para derrotar a los bárbaros, quienes ahora, apoyados por Har-Navas, rey de los númidas, están asediando Útica y otras importantes ciudades. Amón marcha contra los bárbaros con gran material bélico y elefantes. Debemos señalar aquí otra licencia del autor, en efecto, un general cartaginés luchó y murió contra los bárbaros en la llamada “Guerra de los Mercenarios”, pero su nombre era Aníbal. Flaubert estimó llamarlo mejor ponerle el nombre de Amón, otro general púnico también muerto por sus mercenarios pero en Cerdeña, para ahorra confusiones al lector medio.
En cualquier caso, inicialmente consigue levantar el cerco a Útica. La ciudad temerosa del comportamiento de un gran ejército dentro de sus muros, obliga a sus libertadores a permanecer fuera. El contraataque nocturno sorprende a Amón quien pierde todo el ejército con el consiguiente coste para la ciudad. Piensa en suicidarse, pero finalmente decide regresara a Cartago para aceptar allí, en todo caso, el voto de condena del Gran Consejo.
Sus compatriotas ya no están de humor para castigar a nadie. Han perdido hombres, elefantes, armas, dinero y alimento. Afrontan una guerra contra los bárbaros además de una situación de hambruna para el invierno. Justo entonces, reciben un respiro y Amílcar regresa navegando en su tirreme. Es recibido y aclamado. El Gran Consejo que intentó hacerle cargar con la responsabilidad de la derrota de la guerra contra Roma, debe ahora escuchar sus críticas, incluso sus amenazas y concederle plenos poderes a fin de resolver la crisis desatada. Un viejo sufeta resentido, sin embargo, no se abstiene de comentarle los rumores que circulan en toda la ciudad sobre su hija y el líder de los rebeldes que apareció en su casa la noche del robo de zaimph. Amílcar decide no encarar el asunto con su hija, si bien la herida queda abierta y desembocará en algún episodio de gran tensión entre padre e hija.
Flaubert, como buen realista, siente una especie de complejo de guía. (Y para quien diga lo contrario ahí queda “el síndrome de Stendhal”). Todos conocemos que una de las características de este estilo es la narración de extensas descripciones con poco diálogo, especialmente explicando al lector los pequeños pormenores de la vida cotidiana del personaje, costumbrismo. En una especie de “costumbrismo histórico” se adentra Flaubert en el momento de narrar toda la descripción de costumbres púnicas, si bien es particularmente interesante la descripción en que aborda el sistema esclavista, por entonces imperante en cualquier cultura, durante el capítulo Amílcar Barca.
“¿Para qué me sirven estos viejos?” dice Amílcar a su mayordomo, Gidenem “¡Véndelos! Hay demasiados galos, ¡son unos borrachos! ¡Y demasiados cretenses: son unos mentirosos! Cómprame capadocios, asiáticos y negros. […] ¡Todos los años, Gidenem, debe haber nacimientos en esta casa! Dejarás todas las noches las casillas abiertas para que se junten libremente.” Ídem. Pág. 162
La rígida línea que separaba al amo del esclavo no se rompe en ningún momento a lo largo de la novela, con una excepción. Cuando hacia el final, los bárbaros cerquen Cartago y le corten el suministro de agua, los pontífices realizarán sacrificios de niños a Moloch. El pequeño Aníbal es a duras penas salvado por su padre, quien sin embargo no hace nada para salvar al hijo de uno de sus esclavos que rompe a llorar. La empatía que llega a sentir por el esclavo, resulta extraña a Amílcar.
“Nunca se le había ocurrido […] que pudiese haber entre ellos nada en común. Esto incluso le pareció un especie de ultraje y como una usurpación de sus privilegios.” Ídem. Pág 294.
Retomando el curso cronológico. Amílcar sale de Cartago con un ejército y derrota a Mato en una gran batalla. Podría incluso haberlo aniquilado, pero desde la ciudad, la camarilla de sufetas temerosa de que pueda llegar a tener demasiado poder se niegan a enviarle los refuerzos prometidos.
Samlabó por su parte ha sido enviada a reclamar el zaimph por un sacerdote quien la domina haciendo acopio de los escrúpulos religiosos de la joven. El sacerdote tiene pocas esperazas de que la joven pueda volver con vida, pero “si el zaimph se recobraba y Cartago se salvana ¡Qué importa la vida de una mujer!” Ídem. Pág 211.
Salambó llega sola a cabalgando hasta el campamento bárbaro e irrumpe en al tienda de Mato. Allí el jefe bárbaro queda anonadado por tan inesperado reencuentro. Se derrumba en los brazos de la joven y se pone a llorar. Le declara su amor. Así que en el momento en que esta le anuncia que solo ha venido a llevarse el velo, él la amenaza con matarla, pero la fuerza del amor es más poderosa y vuelve a romper a llora.
“¡Y este es el hombre terrible que hace temblar a Cartago! Pensaba Salambó” Ídem. Pág. 132.
Finalmente la joven deja a un lado sus sentimientos y corre con el zaimph hacia el campamento de su padre. La exhaustiva descripción de la tienda de Amílcar parece tener como referente la descripción de la tienda del califa en la batalla de las Navas de Tolosa (1212). Éste también la recibe con extrañeza, recelando que el honor de su hija no se haya manchado para recuperar el velo sagrado.
El sufeta aparta sus dudas y lanza un ataque contra las fuerzas bárbaras. Entonces el rey númida, Har-Navas abandona al los mercenarios en cuyo bando ha combatido y se presenta en la tienda de Amílcar. Se postra ante él y le jura lealtad. Justifica sus actos de rebeldía contra la República de Cartago y pide perdón. Amílcar no sólo lo perdona sino que le promete a Salambó en matrimonio al finalizar la guerra. Polibio parece apoyar esta narración, ya que según sus textos, en el curso de la guerra, un rey númida de nombre Naravas, se pasó al bando cartaginés. Amílcar, por aquel entonces acuciado a falta de refuerzos, le prometió a su hija en matrimonio.
“Amílcar quiso unirlos inmediatamente con esponsales indisolubles. Pusieron en las manos de Salambó una lanza que esta ofreció a Har-Navas; les ataron sus pulgares con una correa de buey, luego les derramó trigo sobre las cabezas y los granos que caían alrededor de ellos sonaron como granizo que rebota.” Ídem. Pág. 240.
Sin embargo esta descripción de esponsales no es púnica, sino más bien greco-romana. Podemos disculpar al autor en este punto ya que, como en tantas culturas anexionadas por los romanos, tenemos pocos datos sobre los ritos maritales de la cultura cartaginesa.
La guerra no está aún ganada. Los cartagineses sufren un nuevo revés y deben retirarse una vez más a su ciudad a la espera de reorganizar su ejército y recibir apoyos del rey númida. Allí el cerco los condena a la hambruna y, especialmente, a la sed. Los pontífices deciden sacrificar niños para aplacar a Moloch y que les envíe lluvias.
Las lluvias llegan aliviando la sed de los cartagineses. Amílcar finalmente rompe el cerco y se lanza a una persecución mortal de los bárbaros apoyado por Har-Navas. Amón que intenta recuperar su honor y evitar que Amílcar se lleve todo el prestigio cae preso en una emboscada y es crucificado. La descripción de su cuerpo es aterradora:
“Le arrancaron los vetidos que le quedaban… y el horror de su cuerpo apareció. Las úlceras cubrían aquella masa innoble; la grasa de sus piernas le cubría las uñas de sus pies, pendían sus dedos como pingajos verdosos, y sus mejillas daban a su cara un aspecto espantosamente triste como si ocupase más espacio que ningún otro rostro humano. Su diadema real, medio deshecha, arrastraba con sus cabellos blancos en el polvo.” Ídem. Pág. 335
El general intentó suplicar e incluso ofreció a Mato pasarse a su bando. Pero el líder de los mercenarios sabiendo que su suerte ya está echada decide matarle sin piedad.
Finalmente el propio Mato es capturado y su ejército destruido en el desfiladero de Hacha, donde según Polibio tuvo lugar el desenlace. Flaubert ofrece al lector la descripción un tanto tremebunda (más aún para su época) de los leones devorando los cuerpos de los caídos:
“Echado sobre él, sentado sobre el vientre, con la punta de su colmillo y lentamente, le fue desgarrando las entrñas.” Ídem. Pág.
Hay motivos fundados para dudar de la verdad de esta descripción ya que nada indica que los leones sean carroñeros.
En Cartago se desata el júbilo. Salambó siente con extrañeza su enlace con Har-Navas, pero no se atreve a desobedecer a la autoridad paterna ni tampoco a confesarse sus sentimientos. Convertida en un trofeo desfila por las calles de la ciudad el día de la victoria:
“De los tobillos a las caderas, iba envuelta en una red de mallas estrechas, que imitaba las escamas de un pez y que brillaban como el nácar; una zona completamente azul, que ceñía su talle, dejaba ver sus dos senos, por un escote en forma de media luna; unas arracadas de carbunclos ocultaban sus pezones. Llevaba un peinado hecho con plumas de pavo real, cuajadas de pedrería; un amplio manto blanco caía flotando sobre sus hombros, y con los codos pegados al cuerpo, juntas las rodillas, y aros de diamantes en lo alto de los brazos permanecía erguida, en actitud hierática” Ídem. Pág. 354-355
Salmabó es testigo de la muerte de Mato a quien, después de mucho deliberar, los pontífices arrancan el corazón tras haberlo flagelado con látigos de piel de hipopótamo. Mientras brinda en sus esponsales Salambó palidece y fallece de pronto “por haber tocado el zaimph” dice el narrador. Seguramente, más que a un castigo religioso, Flaubert se refiere a la prenda de Tamith como un vínculo con el amor de Salambó por Mato. Recordemos que Tamith se vincula a Afrodita en la cultura púnica. Así pues, Salambó fallece ni más ni menos que por amor.
¿Qué pretendió Flaubert con semejante obra y qué consiguió? Tal vez estas preguntas sean demasiado complejas para poder responderlas en esta breve disertación. El autor que teorizó sobre “le mot just” tuvo grandes problemas para acabar esta novela. El capítulo La batalla de Macar fue reescrito más de catorce veces. A través de su epistolario sabemos que no tuvo en ningún momento pretensiones de convertirse en historiador. Su gran ambición le llevó a sentirse decepcionado por los resultados, siendo esto muy frecuente cada vez que acababa un trabajo. Tal vez, nunca llegó a asumir el prodigio de su creación.
Salambó es una figura atípica dentro de la escritura realista-naturalista tan focalizada en el presente. Reabrió en ciertos niveles la novela histórica, ampliando sus posibilidades por nuevos caminos. Como la pintura de Eduardo Rosales, se adentra en el ámbito del realismo histórico, una línea que por más que exploremos siempre será infinita en posibilidades porque permite una gran libertad imaginativa al escritor a la vez que le ofrece un marco bastante acotado.
El Testamento de Isabel la Católica Eduardo Rosales
¡Animaos! ¡Disfrutad de su lectura!
Diria que l'evocació final al mediocre Rosales farà retirar-se a un munt de voluntariosos lectors excitats per les sensuals odalisques delacroixianes...
ResponderEliminarHe corregut a baixar-me l'Mp3 de 12h37' amb la integral del Salammbó per a cecs. Cartaginès que és un!
Enhorabon Girbén. Ets el primer deixar un comentari d'entrada. A mi Rosales m'agrada força, a més és la cosa més propera que tenia per il·lustra el realisme històric fora de la literatura.
ResponderEliminarEt trobo molt moralista respecte del que dius d'Emma Bobary. Cada persona ha de bregar amb el que té i ella té bellesa i sap que s'avorreix a la província. Un no és culpable de llegir novel·lotes si no dóna per més. Els adjectius "baixa i obscena" m'han recordat un capellà reprimit dels anys 50. Karenina i Ozores no són millors que Emma Bovary. Pertanyen a mons més distingits, això sí. Per més que Flaubert s'hi entestés, Colet s'assembla poc a Bovary. Són dones diferents i, diguem-ne, inquietes.
ResponderEliminarSalutacions!
Hola Glòria, sempre és un plaer tenir una seguidora nova, encara que et digui capellà reprimit dels anys 50.XD
ResponderEliminarEl cert és que no definiria la meva actitud de "moralista", perquè no la avaluo segons patrons propiament morals. Si fos moralista tampoc aprobaria la conducta d'Anna Ozores o Anna Karenina. M'he excedit amb els adjectius, però en qualsevol cas, considero Emma Bobary molt més buida que les seves alter ego.
És clar que és mes buida! És molt superficial però això no la condemna respecte de les altres. És alló que diem: No n'hi ha més. Mentre Karenina, enamorada de debó, ens resulta sublim, la pobra Bovary acaba mal·lament pel seu mal cap.
ResponderEliminarDe totes formes -excedit d'adjectius-has fet un treball molt interessant, Eduard.
Per sobre de les interpretacions que fas, que sempre poden ser vàlides si et fan gaudir de la lectura, has fet una excel.lent contextualització i anàlisi de l'obra de Flaubert. L'antirromanticisme de l'autor (formal i ideològic,tan evident a Madame Bovary) també hi és present a Salambó, malgrat que, aparentment, la "fugida" cap a Cartago i una certa dosi de "fantasia creadora" semblin eclipsar el rigor de la seva documentació. Va inventar el "bovarisme", però no ha trascendit el "salamboisme", segurament perquè la força d'Emma (que, amb les adaptacions pertinents, és la de Ana Ozotes o Ana Karenina) no hi es a l'"exòtic personatge" de la seva novela de 1862. Per Flaubert "escriure és una forma de viure" i Emma Bovary li queda més aprop de la vida que Salambó.
ResponderEliminarMolt interessant, tant el teu comentari al fil de l'argument com la valoració final.
Ábradas muchas gracias por tu aportación de experto. Lo cierto es que la busqueda de la huída de su prensente parece bastante apropiada a través de los personajes femeninos. Pues tristemente la mujer decimonónica pràcticamente no tuvo voz ni voto en su tiempo salvo en alguna rara excepción.
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