Hacia finales de septiembre, leí Los
Buddenbrook de Thomas Mann (1875-1955), prolífico escritor alemán del
pasado siglo y ganador del premio Nobel de literatura en 1929. Este dato,
representativo de su valía como autor, tiene una gran importancia cuando
nombramos a Los Buddenbrook, pues la excelencia literaria de esta novela
(y, todo sea dicho, su gran éxito editorial) contribuyó, en gran medida, a
situarlo cercano al galardón.
Thommas Mann.
La obra, acabada en 1900, fue
editada en una primera tirada en 1901. El editor tuvo frecuentes discusiones
con el autor, pues quería convencerlo de que la acortase. De extensión
considerable (casi 900 páginas en edición de bolsillo) se temía que esto
desincentivase su lectura y por lo tanto su compra. En efecto, la primera
tirada tuvo poco calado. Sin embargo, dos años después, en 1903, una segunda
edición supuso la consagración literaria de Thomas Mann en el canon literario
germánico.
Mansión señorial alemana asociada a la novela.
Los Buddenbrook o La
decadencia de una familia recrea la vida de un linaje familiar de
comerciantes de Lübeck –si bien, el nombre de la ciudad nunca se menciona
directamente, sí se nombran sus calles principales- entre 1835 y 1877. A lo largo de este período, la pequeña
burguesía, notoria dentro de los estados alemanes, aún no unificados, vive su
período de esplendor y su caída. Históricamente, la obra arranca en una época
propicia para los negocios: el fin de las revoluciones de 1830. Más de una
década después, estallan las revoluciones de 1848, aunque llegan a la ciudad
septentrional de Alemania de una forma bastante parodiada, como muy bien se
narra, suponen un importante crack en los negocios familiares de los
Buddenbrook. Finalmente, tras la unificación alemana en 1871, en el Segundo
Reich (hecho que tampoco se menciona directamente en la novela) los negocios de
la pequeña burguesía que no se han sabido adaptar a los nuevos tiempos terminan
por desaparecer.
Casco antiguo de Lübeck, donde transcurre la novela.
La inevitable decadencia del clan
burgués, que, al inicio de la novela, vive rivalizando con los modos lujosos de
la alta aristocracia, se materializa con la desaparición del apellido. Durante
todo este proceso de hundimiento, los golpes económicos, el arraigo en los
negocios de toda la vida y algunos escándalos borran de la sociedad urbana el
nombre de una familia que se había labrado un importante renombre tanto en el
terreno comercial como en el político.
La cálida literaria de esta obra
radica en la descripción de las percepciones humanas sobre los ambientes que
frecuentan. Así pues, es muy lógico que un cambio de ambiente propicie se
cambien los caracteres de los personajes. De menor contenido filosófico que
otras de sus novelas, como La montaña mágica (1924) se hace más amena al
lector.
Richard Wagner, inspirador de Thomas Mann.
No deja de sorprender, sin
embargo, que Los Buddenbrook fuesen un éxito. Esta obra, aunque ciertamente
accesible, no está exenta de profundidad y trascendencia de todos los tipos,
para quien quiera buscarla. Su estructura, verbigracia, imita la de la
tetralogía wagneriana de El Ciclo del
Anillo por eso termina con el
“Götterdämmerung” (crepúsculo de dioses). Que tales vestigios de riqueza
despertasen el interés del lector medio revela cuanto han decaído este y otros perfiles,
en el conjunto de la sociedad occidental actual. ¿A fin de cuentas, quién hoy
día vería como un gesto de rebeldía que un alumno abriese Las narraciones de Edgar Allan Poe bajo su Biblia, durante la clase de religión?
William Faulkner.
Os animo a leerla, porque, no en vano, el notorio escritor
norteamericano, William Faulkner (ganador del Nobel en 1949), calificó a Los Buddenbrook como “La mejor novela del siglo”.