lunes, 8 de junio de 2015

Dos hombres de derechas en la Segunda República (XV)

El Gobierno Lerroux VI y su gran revelación



Aunque no por méritos propios, el sexto gobierno de Alejandro Lerroux fue un poco más longevo que los anteriores que había presidido. Ello no lo convirtió en un gabinete más coordinado ni eficiente.
Los cinco ministros cedistas solían reunirse en un “gabinete aparte” para conciliar sus posturas de caras a los consejos de ministros, donde su cohesión frente a los radicales era el principal apoyo de su intransigencia –Gil Robles omite esta estrategia en sus memorias.
Para Lerroux, la concepción de la república se asemejaba a una monarquía sin rey. Un cambiarlo todo para no cambiar nada, respecto al régimen de 1876. No sentía ni la necesidad de disimular su comodidad por salir y entrar de sus breves gobiernos. Siempre vivió la acción de gobierno como una actitud decorativa, una pose frente a la calle, similar a la que adoptaba en sus mítines frente a los obreros, sólo que desde una tribuna parlamentaria. De ahí que sus gabinetes anduvieran siempre los caminos de las circunstancias, sin tratar jamás de trazar una senda propia.

Don Joaquín Chapaprieta, minsitro de Hacienda del gobierno Lerroux VI.

Gil Robles sí tenía un plan: avanzar hacia el coorporativismo católico que Dollfuss había implantado en Austria. Pero no dejaba de ver frustradas sus aspiraciones. Había derribado a todos los gobiernos desde 1933, pero eso era insuficiente; necesitaba tratar de operar desde uno para lograr algo.
Sin embargo, ni el líder radical ni el líder cedista aportaron nada al gobierno Lerroux VI. Su gran revelación fue el hombrecillo de salud frágil al que se había entregado la cartera de Hacienda: Chapaprieta.
Desde los años de Alfonso XIII, el político levantino había tenido claro qué España necesitaba una serie de reformas que acabasen con las estructuras clientelistas del poder, la corrupción endémica y el enchufismo que parecían traspasarse de régimen a régimen. Extraordinariamente humilde, tenemos que remitirnos a No fue posible la paz, en vez de a sus propias memorias, para encontrar descripciones de sus éxitos.

A Alejandro Lerroux siempre se le dio mejor el mitin que el gobierno.

Pocos días después del 6 de mayo de 1935, cuando tomó posesión el nuevo gobierno, Alcalá Zamora preguntó, en unos de los consejos que presidía en Palacio, si para final de año podría haber un presupuesto. La grave inestabilidad política había imposibilitado actualizar las cuentas públicas desde 1932. Para sorpresa de todos, el ministro de Hacienda les comunicó que en pocas semanas tendría preparado el nuevo presupuesto. Ni en el gobierno ni en el parlamento, nadie le tomó en serio.
Las burlas que sufrió en 1922 al asumir la cartera de trabajo, se repitieron en 1935 al ocupar Hacienda, en gacetillas, diarios y hasta en los corrillos del Congreso. Aquel hombre frágil parecía poco indicado para la tarea. Leal a su carácter, Chapaprieta nunca prestó oídos a las dudas infundadas sobre su persona. Tampoco se preocupó de rebatir una a una las críticas del debate político. Se limitó a trabajar infatigablemente durante varias semanas.

Gil Robles, ministro de la Guerra.

A lo largo de su trayectoria política, laboral y humana, Chapaprieta siempre confió mucho más en la dedicación que en el talento su “jornada en el Ministerio, apenas se interrumpía desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche, para terminar siempre cenando con alguno de sus colaboradores” (GIL ROBLES. 1968: 281). Por otro lado, su salud quebradiza exteriorizada en su lesión de columna que le había causado un aspecto ligeramente jorobado había constituido un obstáculo para granjearse el respeto ajeno, especialmente en la vida pública. Aquel desprecio no eran nada nuevo para él.
Tal vez por eso, el 29 de junio, ante el asombro general, se cumplían sus previsiones: las Cortes aprobaban los presupuestos de 1935, entre grandes aplausos y no sólo con los votos de la derecha. Muchos, entre ellos Augusto Barcia, miembros de la Acción Republicana de Azaña, se acercaron a felicitarle al banco azul, donde el hombrecillo sonreía satisfecho del resultado.

Imagen del Congreso durante la Segunda República.

Aquellos fueron los últimos presupuestos de la república y un sólido intento de impulsar la economía nacional por medio de políticas keinesianas, invirtiendo desde el Estado en infraestructuras clave. “Para obras públicas e hidráulicas, para creación de nuevas riquezas, para defensa nacional y para obreros, para todo eso, no solamente no haré economías sino que pondré a disposición de los ministros todo lo que necesiten. Lo vamos a ahorrar de los abusos, de los enchufes, de las inmoralidades” (Gil Robles. 1968:280).
No contento con esto, en menos de un mes, el 26 de julio consiguió sacar adelante la Ley de Restricciones, con la que pretendía iniciar un saneamiento exhaustivo de la administración. Entre otras medidas, consecuencia de esta ley fueron la moderación de altos salarios de cargos públicos, para subir la nómina a los funcionarios menores, suprimir dietas, despedir al personal público que hubiese abusado de su cargo para obtener réditos ilegales, unificar departamentos ministeriales, y suprimir en más de 300 el número de coches oficiales. Hay que decir que estas medidas siguen de bastante actualidad en el tercer milenio.
En sus memorias, Gil Robles habla de este pack económico como un mérito colectivo del gabinete. Nada parece justificar ese sentimiento de orgullo. Precisamente él se sientió agraviado al ver el presupuesto de su ministerio de guerra reducido a favor de de Obras Públicas e Instrucción Pública (educación). Las prioridades del ministro de Hacienda truncaron su deseo de renovar los uniformes de todo el estamento castrense, importar armas nuevas y abrir laboratorios para investigación de las primeras armas químicas.

Colonias españolas contemporáneas.

Otro punto importante de su gestión como ministro de Hacienda fue tratar de poner orden en las cuentas de las colonias. Aunque el antiguo imperio se había reducido al Sahara, el norte de Marruecos y Guinea Ecuatorial, lo cierto es que los desmanes en las cuentas de aquellos lugares parecían no tener fin.
Por desgracia, el resto del gabinete no pareció inspirarse en el metódico proceder del señor Chapaprieta. Las luchas internas entre cedistas y radicales se encarnizaban en su agresividad, azuzados el señor Portela que actúo como catalizador de la cizaña, se supone que inducido por el Presidente de la República. Lejos servir de distensión, las vacaciones del verano incrementaron la tensión, pues los distintos miembros del gobierno y sus partidos se lanzaron ataques desde diversidad de actos públicos.

Portela Valladares, ministro de gobernación (interior).

Así las cosas, el 20 de septiembre se celebró un consejo de ministros extraordinario. Una vez concluido, Lerroux fue a palacio para presentar la dimisión en pleno de todo el gabinete. Aquella sería la última vez que recibiría el encargo de formar gobierno. Para un hombre que en 1931 se pavoneaba, parafraseando al conde Romanones, de que “no moriría sin presidir un gobierno”, en ninguna de las seis ocasiones en que lo hizo puedo aportar a España, ya no una visión constructiva de Estado, sino un mínimo de estabilidad



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