lunes, 18 de mayo de 2015

Dos hombres de Derechas y la Segunda República (IX)

La fragilidad del gobierno Samper


Con la dimisión del tercer gobierno Lerroux, segundo gobierno después de las elecciones del 19 de noviembre de 1933, se empezó a evidenciar lo que Azaña había advertido al Presidente de la República en las consultas de diciembre: cualquier gobierno republicano que saliese de aquellas Cortes quedaría secuestrado por la CEDA.
La obstinación, por desgracia, era una característica de Alcalá Zamora quien tras la nueva dimisión de Lerroux trató de impulsar un nuevo gobierno radical, excluyendo, una vez más, a Gil Robles y su partido. Este último había ofrecido a Lerroux su apoyo para destituir al Presidente de la República, pero, temeroso del efecto que tendría para el régimen ante la imposibilidad de conciliar un sustituto, Lerroux prefirió seguir con las comparsas palaciegas de Alcalá Zamora.

Alcalá Zamora posa con su familia en el Palacio de Oriente.

El líder radical, pese a sus  recelos, sabía que antes o después la CEDA tendría que entrar en el gabinete para que el Parlamento fuese gobernable, él debía reservarse para cuando el Presidente diese su brazo a torcer. Para su preocupación empezaba a verse muy quemado tras sus tres desastrosos gobiernos, así que prefirió ceder el testigo a un edecán, sin personalidad propia a través del que pudiera gobernar a la sombra, a la espera de poder formar un gobierno más sólido.
La propuesta agradó a don Niceto. Un jefe de gobierno débil dependería de él como jefe del Estado para sostener su gabinete. Así pues, invitó a formar gobierno al radical Ricardo Samper cuyo ministerio tomó posesión el 27 de abril de 1934.
La composición del gobierno Samper, prácticamente heredada de gobierno Lerroux III, demuestra hasta qué punto fue un hombre de paja: Presidencia, Ricardo Samper (radical); Estado, Leandro Pita Romero (independiente de centro derecha); Justicia, Vicente Cantos Figuerola (radical); Guerra, Diego Hidalgo (radical); Marina, Juan José Rocha (radical); Hacienda, Manuel Marraco (radical); Gobernación, Rafael Salazar Alonso (radical); Obras Públicas, Rafael Guerra del Río (liberal demócrata de Alcalá Zamora); Agricultura, Cirilo del Río (radical); Trabajo, José Estellada (radical); Industria y Comercio, Vicente Iranzo (independiente de centro derecha); Comunicaciones, José María Cid (agrario).

Ricardo Samper presidió un inestable gobierno entre mayo y septiembre de 1934.

En el debate de presentación ante las Cortes el 2 de mayo fue desastroso. Algunos creyeron que el gobierno no sobreviviría a aquella jornada. Muchos diputados bromearon con el parecido del nuevo consejo de ministros con su predecesor diciendo que el Lerroux se había equivocado al sentarse fuera del banco azul. Samper no había hecho mucho por evitar estos comentarios cuando después de prometer el cargo cinco días antes, públicamente, se abrazó a Lerroux diciéndole con lágrimas en los ojos que él no era más que “un asteroide sin luz” que siempre giraría entorno al verdadero astro que era él.
Durante el debate, sus carencias como orador se pusieron en evidencia. La torpeza de su discurso obligó a Gil Robles y a los agrarios, que querían mantenerse neutrales para no forzar una nueva crisis, a sumarse a la hostilidad de los socialistas. Particular virulencia mostró Indalecio Prieto cuyas sus palabras “Habrá una lucha entre las dos Españas” vaticinaron sin saberlo el trágico futuro del país.

Indalecio Prieto líder socialista.

Aunque el gobierno de Samper resistió al debate de presentación, su debilidad hizo que este gabinete naciera muerto. Su labor legislativa fue prácticamente inexistente. Enfrentado a las izquierdas y a la CEDA, la incapacidad de Samper de asegurarse la disciplina de los radicales sólo leales a Lerroux, le hizo perder el apoyo de su propio grupo, y progresivamente el de los agrarios y liberal demócratas.
Los desórdenes sociales que se habían estado gestando empezaron a manifestarse en el país con cruda agresividad. Se sabía que las izquierdas radicales se armaban en el norte con dinero soviético. En las ciudades se sucedían las huelgas. El déficit de tesoro público empezaba a abultar peligrosamente. Otro hecho aparentemente inofensivo, como la declaración por parte del Tribunal de Garantías Constitucionales de la inconstitucionalidad por falta de competencia de la ley de contratos de cultivo de la Generalitat catalana, no tardaría traer graves consecuencias.

Alejandro Lerroux, gobernó a la sombra durante el gobierno Samper.

Cuando las Cortes se cerraron en julio por las vacaciones de verano, nadie esperaba que el gobierno siguiera en septiembre, la cuestión era cómo derribarlo. Gil Robles mantuvo reuniones con Alcalá Zamora, a quien sugirió que el gobierno dimitiese fuera del parlamento. Así la CEDA se evitaría hacer caer a otro gobierno radical También se reunió con Lerroux, Martínez de Velasco y Melquíades Álvarez, estos últimos líderes de los grupos agrario y liberal demócrata, para esbozar la composición del nuevo gobierno. En esta ocasión exigía que la CEDA formase parte de él o lo obstruiría en el Parlamento desde el primer momento, sin contemplaciones.

En 1933 las huelgas en España y protestas aumentaban.

El 31 de setiembre, a la vuelta de un entierro en Salamanca de un amigo personal, Gil Robles pronunció un durísimo discurso contra el gobierno en el Congreso. “No pueden perpetuarse” declaró “las combinaciones [de gobierno] que no reflejen la voluntad del país en las elecciones de noviembre”. Muchas voces críticas se le unieron contra Samper quien viéndose atacado trató de resistir, apelando a su fortaleza personal oponiéndola a la debilidad de la que acusaban a su gobierno. Fue una estrategia torpe, nadie la acusaba a él como individuo de nada. Samper conoció la pobreza de joven, su vida no fue fácil. Tampoco era un estúpido como algunos pretendieron caricaturizarle. Sencillamente carecía de peso político para seguir de jefe de gobierno, posición a la que no había accedido por sí mismo.

Las minas en el verano de 1933 eran un polvorín

Al terminar el debate, Samper entendió que estaba acabado. Reunió a sus ministros para darles las gracias por su entrega personal, en el despacho del presidente de las Cortes. Después se encaminó al Palacio de Oriente para presentar su dimisión irrevocable. 



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