lunes, 11 de mayo de 2015

Dos hombres de Derechas y la Segunda República (VII)

Las Elecciones de 1933: Victoria de las Derechas



El periodo republicano de 1933 a 1936 es conocido como bienio de derechas o bienio negro. Personalmente, la segunda expresión me parece más adecuada. De los muchos gobiernos constituidos durante esta época, ninguno estuvo presidido por un derechista de partido. Las derechas ni siquiera llegaron a ser mayoría en el gabinete. Además, la inestabilidad política y la violencia social que lo caracterizaron, hacen merecedores a estos años del calificativo "negro".
El gobierno de Martínez Barrio, que tenía el mandato expreso de supervisar las elecciones generales del 19 de noviembre de 1933, cumplió fielmente con su cometido y dimitió tras la constitución del nuevo parlamento. Su imparcialidad propició que aquellos comicios fueran de los más limpios en la historia de España.

El gobierno Martínez Barrio (en el centro del sofá) supervisó las elecciones generales de 1933.

También fue la primera vez que las mujeres pudieron votar el Congreso. Las españolas se habían estrenado en las urnas a principios de ese mismo año en unos comicios municipales, en los que las derechas obtuvieron una victoria arrolladora. Respecto a las anteriores citas electorales, en el 1931 se les permitió ser candidatas, pero sin derecho a voto. Temeroso del voto femenino conservador, en 1932, Macià impidió que las mujeres votaran el Parlament catalán –pese a que la constitución estatal ya les reconocía ese derecho- amparándose en que todavía no había una ley catalana aprobada.
En cuanto a nuestros dos memorialistas, vivieron los comicios de un modo muy diferente. Gil Robles consiguió impulsar una gran federación de partidos de derechas, Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) que tuvo como eje central Acción Popular, partido joven fundado por él mismo poco después de llegar la república. En sus memorias, No fue posible la paz, dedica largas redacciones a narrar como fraguó sus alianzas electorales.

Gil Robles en un mitin electoral.

Define Acción Popular y la CEDA como partidos conservadores, católicos, de perfil democrático. Su insistencia en asegurar que admitía el sistema republicano, pese a confesarse de corazón y estética monárquicos, se convierte en una constante desde este momento hasta el final del libro. Incluso se molesta en detallar unas entrevistas que mantuvo con el ex rey Alfonso XIII en París a quien le prometió restaurar a la monarquía cuando fuese posible, pero advirtiéndole que como político sería leal a la república, porque era un "hombre de honor".
Algo más olvidadizo es su relato respecto a sus numerosos contactos y entrevistas con Hitler, Mussolini, Dollfuss y numerosos líderes fascistas europeos, como el belga León Degrelle. ¿Por qué estas omisiones y aquella perorata? Pues bien, mientras escribe sus memorias, Gil Robles pretende reconciliarse con los monárquicos a cuyo lado participará en el “Contubernio de Munich”. Como sabemos, en aquella cumbre se reunieron la oposición monárquica y republicana al franquismo para fraguar acuerdos de caras a la transición. Eso sí, ningún partidario totalitario era bien recibido.
De ahí se explica su necesidad de  elidir sus amigables relaciones con los regímenes totalitarios, a los que apenas dedica un pie de página en las más de 800 de su libro (!) y su participación como ministro de la guerra en 1935 en la fragua del golpe del 18 de julio, pretendía lavar su imagen. Así mismo, al desvincularse del fascismo, Gil Robles trata de argumentar que Alcalá Zamora obstruyó su camino a la presidencia del gobierno por antipatía personal y por provenir de una familia monárquica –su padre fue diputado carlista por Salamanca-, en lugar de sus simpatías hacia el totalitarismo.

Hitler y Mussolini, la democracia se ahogaba en Europa.

Sin embargo, sus ataques de amnesia no bastan para ocultar su naturaleza totalitaria que, de vez en cuando, se trasparenta a pesar de sus esfuerzos. No fue posible la paz está plagada de estas transparencias, como cuando describe el objetivo de la CEDA como: “la prosecución del bien común exigen la participación en las tareas de gobierno de los llamados cuerpos intermedios; es decir, las sociedades infraestatales –región, municipio, familia-, que deben concurrir al perfeccionamiento colectivo […] en el goce de una autonomía, mayor o menor, de acuerdo con el grado de personalidad” (Gil Robles, 1968: 125).
Para cualquiera que conozca un poco acerca de la concepción social del fascismo italiano o austríaco, este discurso le sonará a paráfrasis de Mussolini y Dollfuss a quienes se acerca no sólo por las palabras que dice –familia, región, perfeccionamiento, bien común- sino también por las silenciadas - política, democracia, soberanía popular o libertad. Expresiones como estas conviven en su libro con otras que las matizan, las corrigen o directamente las contradicen, pero se aprecia en esas modificaciones la falta de naturalidad espontánea.

Engelbert Dollfuss, canciller autríaco entre 1932 y 1934 fue capaz de adaptar su gobierno al fascismo desde la democracia.

Mientras la lucha electoral se preparaba, Joaquín Chapaprieta disfrutaba en Alicante de lo que ya consideraba su jubilación, ajeno a todo. Recordemos que tras ver frustradas sus aspiraciones electorales en 1931, había abdicado de la política.
Sin embargo, un día, sin previo contacto, recibió una carta del líder de la CEDA en la provincia levantina, el señor Alberola. Consciente de su popularidad electoral en la provincia entre el centro derecha conservador, la federación de Gil Robles le hizo una oferta inmejorable. Le propondrían como cabeza de lista y además le permitirían ser elegido como diputado independiente, libre de disciplinas de partido, si hacía campaña por ellos. Tentado por volver a la arena política, el sexagenario aceptó. Así obtuvo en 1933 su acta de diputado independiente.

Chapaprieta encabezó la lista de la CEDA en Alicante como independiente.

El suyo no fue un caso aislado. Una estructura de partido de nuevo cuño como aquella se dedicó a la “caza de talentos”, ofreciéndoles grandes ventajas, para incorporar a sus listas a todos lo que pudiesen aportar votos, a pesar de que no fuesen demasiado próximos a su ideario, como ocurrió en el caso de don Joaquín partidario siempre de la democracia y la libertad.
Por su parte las izquierdas parecían no entender la gravedad de su situación. Los socialistas seguían peleados entre sus familias, a la vez que con los comunistas. Los sindicalistas anunciaron que no pedirían el voto por las formaciones de izquierda. En saco roto cayeron las advertencias de Azaña instando a una unión electoral para no verse perjudicados por la ley electoral que las mismas izquierdas habían aprobado en verano. Ya se sabe que la izquierda nunca ha tenido demasiado sentido de la supervivencia.
Así estaban las cosas, el 19 de noviembre el resultado electoral fue el siguiente: el primer grupo de la cámara, que tenía 473 escaños, fue la CEDA de Gil Robles que obtuvo 115 escaños, amén de una decena más de diputados elegidos como independientes entre los que se encontraba Chapaprieta. Este hecho en sí mismo suponía una crisis del régimen, pues ganaba las elecciones un partido que jugaba a la ambigüedad en lo de definirse republicano e incluso cuestionaba la necesidad de la democracia –aunque Gil Robles reescribiera las cosas de otra manera.

Las Cortes de 1933.

El segundo partido fue el centro derecha del Partido Radical de Alejandro Lerroux con 102 escaños. El PSOE bajó al tercer puestos respecto a las constituyentes quedando con 59 escaños de los 133 que tenía.
El cuarto puesto, con 30 escaños, fue para los agrarios que recogían buena parte de los elementos monárquicos liderados por Martínez Velasco. Tras ellos venía la Lliga Regionalista, partido de derechas catalán, liderado por Cambó con 24. Su homólogo vasco, el PNV, obtuvo 11. No muy lejos de la Lliga los carlistas de Comunión Tradicionalista se hicieron con 20 escaños.
Esquerra Republicana de Catalunya con 17 escaños, los mismos que el Partido Republicano Conservador, fue la última minoría “sólida” de izquierdas. El resto de fuerzas izquierdas obtuvieron exiguas representaciones. Acción Republicana de Azaña únicamente pudo salvar 5 escaños de sus antiguos 26. Los radical socialistas de UGT bajaron de 61 escaños a 1 y así suma y sigue.

Colas electorales.

El descalabro para la izquierda fue de sepulcro, apenas consiguieron en total un centenar de representantes, frente a los 170 del centro derecha, conformado por los radicales y los partidos regionalistas conservadores, y los más 200 diputados de derechas, entre quienes, por cierto, se encontraba el hijo del dictador Primo de Rivera, José Antonio Primo de Rivera único diputado de Falange que no quiso integrarse en la CEDA.
Las nuevas Cortes eligieron presidente a un diputado radical, don Santiago Alba, antiguo liberal monárquico –bisabuelo de Esperanza Aguierre- como su presidente.
Desde el primer momento Alcalá Zamora quiso apartar la CEDA del poder. Además quiso buscar gobiernos que se dejaran tutelar por su persona, gobiernos débiles en el Parlamento. Abrió una de sus largas rondas de consultas en la que departió con personas de todas las posiciones políticas. El consejo más contundente se lo dio Azaña quien sin ambages les dijo que lo mejor era disolver las Cortes antes de que los gobiernos políticamente republicanos quedasen presos en ellas de Gil Robles.

Santiago Alba, nuevo Presidente de las Cortes.

Algunos quisieron ver ambición tras estas palabras, pero como sabemos por las cartas a su cuñado, Cipriano Rivas de Cherif, el ex presidente del gobierno se sentía entonces políticamente acabado. Tras su bienio en el poder, había conseguido salvar su escaño porque un amigo electo por Valencia le cedió el suyo. Poco podía depararle ya la política. O eso creía él…
Finalizadas las consultas, el Presidente de la República encargó a Lerroux formar gobierno.


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