Don Quijote vence al Caballero de los Espejos.
Nota: Estas entradas recopilan una serie
de cuatro ejercicios que he disfrutado para una asignatura de mi Grado en
Filología Hispánica. En este caso se trataba de elegir y analizar a un
personaje secundario. Cuanto más secundario mejor, fue la directriz. Yo elegí a
Tomé Cecial.
Aunque ya se sabe
que el escudero del Caballero de los Espejos -quien no es otro que el bachiller
Sansón Carrasco- es Tomé Cecial, vecino de Sancho Panza, como lectores nos
interesa analizar el disfraz por un lado y su identidad por otro. A fin de
cuentas, cuando en la literatura del Siglo de Oro, muy especialmente la
barroca, un personaje se disfraza, ya no digamos se trasviste –piénsese en Dos doncellas-, su identidad adquiere
una matiz. En ocasiones se queda en eso, un simple matiz, un cauce instrumental
del personaje para lograr sus propósitos, en el caso de tantas mujeres, entre
ellas Dorotea, un mecanismo de protección frente a las agresiones de que podían
ser objeto su sexo. Sin embargo, en otros casos, el disfraz adquiere un
ostensible grado de independencia de su dueño, hasta el punto que podemos
analizarlos como dos personajes diferentes. La dualidad entre don Quijote y
Alonso Quijano marca la cúspide de llevar la independencia del disfraz al extremo.
Tomé Cecial y el
escudero del Caballero de los Espejos al igual que su señor se ubicarían en un punto intermedio entre la dualidad casi
esquizofrénica de Alonso Quijano y el Caballero de la Triste Figura, dos
identidades totalmente desdobladas, y el de la doncella que se viste e varón
para poder viajar segura. Incuestionablemente, los personajes del Caballero de
los Espejos y su escudero cumplen una función instrumental, ambos constituyen
el subterfugio, la traza, para tratar de obligar a don Quijote a volver a su
aldea. Sin embargo, a diferencia de la doncella disfrazada, estos personajes no
son únicamente apariencia, tienen que interactuar exponiendo una historia y
experiencias propias, mediante las cuales tratan de persuadir a sus
interlocutores, Sancho Panza y Don Quijote, de que abandonen sus andanzas
aventureras. Su identidad ficticia es mucho más consistente y sobre todo poco
arquetípica que un disfraz común como
la mujer travestida, de modo que se suman al infinito juego de espejos de
narrador y oyente/lector/espectador que Cervantes esgrime con suma maestría a
lo largo de toda su obra magna.
¿Cómo es Tomé
Cecial? Pues no es exhaustivo el texto al describirlo. Sabemos que es compadre
de Sancho Panza, un aldeano labrador que cuida sus tierras para llevar el pan a
casa. Presuponemos que es un hombre con un cierto grado de buena voluntad pues
decide colaborar, al menos un poco, con el bachiller Sansón Carrasco en el rescate del hidalgo y su vecino a fin de
devolverlos a una vida cuerda. Tampoco descartemos que no sea uno de tantos
sujetos del barroco que, buscando divertirse a costa de la burla ajena, salen
escaldados; quizás esto explicaría porque desiste tan rápido de la empresa en
cuanto ve que se complica –si bien, las impresiones de texto nos decanta más en
favor de la primera opción.
En todo caso, más
interesante es analizar cómo es y quién es el escudero del Caballero de los
Espejos. Sorprende que Cervantes inicie con los escuderos el doble diálogo
intercalado. El lector primero les oye hablar a ellos, tan pronto como el escudero
del de los Espejos se lleva a un lado a Sancho Panza para hablar de cuestiones
“escuderiles”. Los caballeros hablarán entre sí después, cuando al lector ya no
le queda duda que allí hay gato encerrado.
Si se tiene en
cuenta que el propósito de Tomé Cecial es conseguir que Sancho vuelva a labrar
sus tierras hay que ver claro que su personaje existe para alcanzar este fin.
El escudero del Caballero de los Espejos exhibe así opulencia en viandas lo que
lleva a Sancho a lamentar la pobreza de sus alforjas, al tiempo que se relaja disfrutando
el obsequio. Como personaje típicamente carnavalesco frente a su amo,
tendencialmente cuaresmal, es paladeando el vino y la buena comida en raciones
copiosas cuando Sancho se regocija, se le suelta la lengua y más aflora su
sinceridad.
Una vez lo tiene
en su salsa es cuando el escudero del de los Espejos empezará a exponerle sus
verdaderas intenciones. Se queja de la dura vida del escudero que soporta mil
desgracias a la espera de la prometida ínsula. Hasta hace alguna alusión
melancólica al lugar de origen, a la seguridad del campesino que tiene en el
trabajo de la tierra y el pago del jornal la base de su forma de vida.
Hagamos un
momento un breve excurso. Si nos fijamos este personaje escuderil responde a la expectativa del lacayo: cumplidor
de sus funciones, pero ante todo interesado y materialista. Se parece al Sancho
Panza de Avellanada. Como cabría esperarse por lógica, el escudero del libro
apócrifo terminará abandonando al hidalgo loco para irse a servir a un amo rico
que le pague bien. Si duda este falso Sancho Panza no habría duda de seguir en
su propósito al escudero del Caballero de los Espejos, hasta podría haber sido
él mismo tal escudero.
Sin embargo, la
respuesta de Sancho rompe las expectativas de su interlocutor y del propio
lector. Aunque ya viene demostrando notables signos de nobleza e inteligencia, aquí
por primera vez da manifestaciones claras de lo que se ha venido a llamar su
“quijotización”. No sólo reconoce que tiene a su amo por un loco rematado –algo
de lo que sabemos es consciente al menos desde que en la Primera Parte hace de
correo para Dulcinea del Toboso. Además, muestra un relativo interés en la ínsula.
Por supuesto que le gustaría ser gobernador, pero a su amo le une la lealtad,
ya que le ve como a un ser de corazón bondadoso y noble, inocente como un niño.
El escudero del
de los Espejos entonces insiste, pero Sancho no cede. Casi para abortar la
discusión, le dice que al menos acompañará a su amo hasta las justas de
Zaragoza –cuando luego cambie de propósito le seguirá más lejos. Entonces su
interlocutor cambia de estrategia: de la persuasión pasamos a la intimidación.
Asusta a Sancho diciéndole que en su tierra es costumbre que los escuderos se
batan al tiempo que lo hacen sus amos y aunque, tras las reticencias de este,
que no duda en rendirse sin dar batalla, empieza a proponerle formas atenuadas
de lucha, no consigue sino que Sancho vaya a refugiarse entre las faldas de su
amo ante la brutalidad del tosco escudero cuya nariz parece casi un racimo de
uvas tan llena como está de verrugas.
Cuando el
caballero de los Espejos rueda por el suelo, Tomé Cecial se desprende de su
disfraz temeroso de que en su locura don Quijote pueda cometer un homicidio.
Sin embargo, no será hasta un poco después cuando certifique la muerte de su
personaje. Nos referimos al momento en que, cuando ya está el bachiller
encamado, reponiéndose de su costilla rota y tramando su venganza, Tomé se
despide diciéndole que no cuente con él para seguir con más farsas
caballerescas, que se vuelve a sus labranzas. No habrá más escudero para el
Caballero de los Espejos.
Tomé Cecial es
el contrapunto de Sancho Panza. A diferencia de su compadre, nunca se cree un
verdadero escudero, es consciente que interpreta un papel –de ahí su dualidad
entre su personaje y su persona no se encuentre en Sancho. El Escudero del
Caballero de los Espejos es quejumbroso, echa de menos su vida doméstica y no
parece tener más afecto por su señor que la paga de la ínsula. Este personaje,
seguramente ideado por Sansón Carrasco, partía de la expectativa de crearle un
par a Sancho, un homónimo de ambiciones y aspiraciones, con quien se pudiera
entender y por quien se dejase convencer. Pero el escudero del caballero de los
Espejos no se asemeja más a Sancho que el personaje apócrifo de Avellaneda. La
noble lealtad fraterna de Sancho quiebra sus previsiones y desvela al lector
que Sancho no es el tonto que se creía. La diferencia entre ambos se extremará
cuando Tomé abandone al bachiller a la primera dificultad. Sancho nunca lo
haría. Quizás la lealtad al margen del interés no es para los cuerdos.
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