sábado, 26 de noviembre de 2016

La escena más erótica de El Quijote: la canción de Altisidora

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Altisidora y don Quijote por Gustav Doré.

Nota: Estas entradas recopilan una serie de cuatro ejercicios que he disfrutado para una asignatura de mi Grado en Filología Hispánica. En este caso nos dieron a escoger entre argumentar cuál era la escena más emotiva de El Quijote -excluyendo la muerte del protagonista-, el más ingenioso intercambio de palabras o la escena más erótica -excluyendo el pasaje de Maritornes en la Primera Parte.

Sin duda es un reto buscar una escena erótica en El Quijote. De los muchos adjetivos que nos vendrían a la mente para describir esta magnífica novela “erótico” difícilmente sería uno de ellos. La sexualidad en El Quijote parece soterrarse en lo desaparecido. Incluso en Sancho, que en cierto modo encarna las apetencias de los instintos más básicos del ser humano, la sexualidad duerme; casto guardián de su matrimonio no muestra intenciones hacia las mujeres que se le presentan.
La falta de espacio y de una bibliografía decente imposibilitan ahondar en este punto. Baste con señalar el hecho para consignar la dificultad de escoger una escena erótica. Con todo, precisamente por esto, resultaba interesante tratar de buscar este elemento en sus voluminosas páginas. Mi elección ha sido el pasaje en que Altisidora entona para don Quijote una canción de amor con un arpa.
Para llevar a cabo esta elección el criterio que se ha seguido ha sido un método doble constituido, por una parte, por adoptar el punto de vista del S XVI y en consecuencia su noción de lo erótico, y, por otra parte, tener en cuenta las expectativas que la sexualidad toma siempre en las obras de perfil cómico.
Empezando por lo último, hoy en día nos basta con echar un vistazo a la cartelera de películas cómicas, a menudo un tanto soeces, para percatarnos que en la comedia a menudo la libido suele presentarse con una intensidad obsesiva, únicamente salvada de transmitir una impresión patológica por la atmosfera risueña que la envuelve.
La sexualidad en una obra cómica frecuentemente queda marcada por una frustración en la consumición y una exageración en sus formas, siendo ambos factores clave para despertar la risa. Basta con pensar en los hombres de Lisístrata, la impresión que causan sus genitales tras la metamorfosis al protagonista de El Asno de Oro de Apuleyo, los desamores del protagonista del poema del Arcipreste de Hita, y tantos personajes de comedias que ven imposibilitados sus lances amorosos casi como si de una sublimación del coitus interruptus se tratara.
Más general aún es la regla que el amor y el deseo tamizados por la comicidad no puedan tomarse en serio. La gravedad que se espera acompañe a la manifestación de tales pasiones y/o sentimientos se suspende. Gracias a eso es posible la burla de situaciones tendencialmente tan serias.
Por otro lado, como decíamos, no podemos juzgar los estándares eróticos del principios del S XVII con nuestros parámetros. Antes bien, aún dando por sentado que la obra magna de Cervantes no es pródiga en humor sexual ni erótico, no podemos esperar encontrar las insinuaciones, motivos o escenas que nos brindaría el erotismo de nuestro siglo.
En este punto es prudente hacer una digresión, ya que hay que distinguir erotismo de pornografía. El erotismo se modula con el tiempo y se adapta al lenguaje del cortejo y la insinuación de cada época. La pornografía, más allá de pequeñas variaciones de estética superficial, responde siempre a una visceralidad constante como es la exhibición explícita del universo sexual como fuente de estímulo libidinoso. En ese sentido, seguramente no hallaríamos grandes diferencias -fuera de la mecánica del soporte- entre los frescos que decoraban las salas privadas del emperador Tiberio en Capri, las biblias incautadas durante la reforma del cisterciense por haber dibujado en sus márgenes los escribanos monásticos mujeres desnudas o escenas de cópula, las narraciones del marqués de Sade, o una película de Nacho Vidal.
En contraste con la pornografía, el erotismo se basa en anular este carácter explícito de lo carnal. Exhibir una insinuación es un proceso más sofisticado y mucho más condicionado socialmente que el sexo en sí mismo.
Si con estas premisas leemos el pasaje del Capítulo XLIV de la Segunda Parte de El Quijote, vemos que asistimos a una parodia del amor cortés. En efecto, es un pasaje paródico, como el resto de la novela, pero no por ser paródica debemos obviar el contenido erótico de la escena.
La doncella -es decir, una mujer virgen- que tañe un instrumento en este caso un arpa arrullando de amor por un hombre es una imagen clásica de elevado contenido erótico en diversas novelas de caballerías, materia de Bretaña, obras pastoriles y demás literatura del contexto histórico. Des del amor cortés, el canto de amor se ha convertido en una fórmula sublimada de la proclamación amorosa, una previa al encuentro sexual -o en su defecto, como las albadas, posteriores al encuentro pasional.
En ese sentido, cuando tomamos en abstracto esta escena estamos incuestionablemente ante una situación tópica en el contexto amoroso y erótico para cualquier contemporáneo de Cervantes que se hubiera dado cuenta de ello. Bajo nuestro punto de vista es absolutamente paródica la imagen de Altisidora con el arpa queriendo "matar la caspa" de su amado rascándole la cabeza, mientras don Quijote se lamenta de su mala suerte de que todas las doncellas se le miran se enamoren de él a pesar de que su corazón pertenece por entero a Dulcinea del Toboso. Pensamos en el burlado caballero absurdamente seguro de sí mismo, capaz de creerse tan patente embuste y nos viene la risa. La escena debió ser sin duda igual fuente de risas para el lector barroco. Sin embargo, para él la presencia del elemento erótico parodiado debió percibirse con mucha más intensidad que para nosotros obteniendo una impresión parecida a la que apreciamos cuando en una asistimos a ciertos diálogos cinematográficos cargados de ironía sexual.
Evidentemente el erotismo de esta escena, como el valor, al sabiduría, la justicia y todos los demás elementos que aparecen en El Quijote queda, como ya hemos señalado, caricaturizado en la parodia. Mas por coherencia, sería injusto negar a esta escena una esencia erótica de base y, sin embargo, admitir que los disparatados parlamentos de don Quijote contienen destellos de sabiduría o nobleza.
En caso de que nos apetezca ponernos trágicos, leer la escena como la leyeron los románticos, podemos inquirirnos sobre qué vemos. Sin duda algo dramático, un loco -o un idealista, todo depende de lo románticos que nos pongamos- que cree en el sincero amor de una mujer que en realidad está jugando con él para divertir a sus amos. En el siguiente pasaje, con una vihuela tratará sanar el mal de amores de Altisidora ante los que se siente conmovido y sin duda atraído. Tanto en la escena del arpa, como en la siguiente, como en el pasaje en que los duques le harán recibir una ducha de gatos, don Quijote pugna con sus instintos y la atracción que siente por la hermosa doncella y la lealtad hacia su dama -igual que en la escena de Maritornes. Pero incluso en esta lectura más propicia a la compasión y a dolerse de la crueldad inclemente del mundo percibimos el elemento erótico en la mente enloquecida del Caballero de los Leones.

Por último quisiera cerrar este breve ensayo con una reflexión personal. En un mundo tan ansioso de saber y actividades "útiles" en el sentido práctico -y explotable-, el placer del hacer por hacer, conocer por conocer, parece haber ocupado el lugar de la acidia en la antigua escala de los pecados capitales. En ese sentido,  diría a quienes consideren que la lectura de literatura clásica es "inútil" que ya que son incapaces de gozarla por sí misma, la vivan como un ejercicio que estimule su empatía. Entendiendo lo que una obra literaria puedo significar para su época adquiere para nosotros otro significado más rico, más completo. Así conociendo mejor otras ideas y pensamientos, enriquecemos nuestra mente.

Eduard Ariza

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