Altisidora y don Quijote por Gustav Doré.
Nota: Estas entradas recopilan una serie de cuatro ejercicios que he disfrutado para una asignatura de mi Grado en Filología Hispánica. En este caso nos dieron a escoger entre argumentar cuál era la escena más emotiva de El Quijote -excluyendo la muerte del protagonista-, el más ingenioso intercambio de palabras o la escena más erótica -excluyendo el pasaje de Maritornes en la Primera Parte.
Sin duda es un
reto buscar una escena erótica en El
Quijote. De los muchos adjetivos que nos vendrían a la mente para describir
esta magnífica novela “erótico” difícilmente sería uno de ellos. La sexualidad
en El Quijote parece soterrarse en lo
desaparecido. Incluso en Sancho, que en cierto modo encarna las apetencias de
los instintos más básicos del ser humano, la sexualidad duerme; casto guardián
de su matrimonio no muestra intenciones hacia las mujeres que se le presentan.
La falta de
espacio y de una bibliografía decente imposibilitan ahondar en este punto.
Baste con señalar el hecho para consignar la dificultad de escoger una escena
erótica. Con todo, precisamente por esto, resultaba interesante tratar de
buscar este elemento en sus voluminosas páginas. Mi elección ha sido el pasaje
en que Altisidora entona para don Quijote una canción de amor con un arpa.
Para llevar a
cabo esta elección el criterio que se ha seguido ha sido un método doble
constituido, por una parte, por adoptar el punto de vista del S XVI y en
consecuencia su noción de lo erótico, y, por otra parte, tener en cuenta las
expectativas que la sexualidad toma siempre en las obras de perfil cómico.
Empezando por lo
último, hoy en día nos basta con echar un vistazo a la cartelera de películas cómicas, a menudo un tanto
soeces, para percatarnos que en la comedia a menudo la libido suele presentarse
con una intensidad obsesiva, únicamente salvada de transmitir una impresión
patológica por la atmosfera risueña que la envuelve.
La sexualidad en
una obra cómica frecuentemente queda marcada por una frustración en la
consumición y una exageración en sus formas, siendo ambos factores clave para
despertar la risa. Basta con pensar en los hombres de Lisístrata, la impresión que causan sus genitales tras la
metamorfosis al protagonista de El Asno
de Oro de Apuleyo, los desamores del protagonista del poema del Arcipreste
de Hita, y tantos personajes de comedias que ven imposibilitados sus lances
amorosos casi como si de una sublimación del coitus interruptus se tratara.
Más general aún
es la regla que el amor y el deseo tamizados por la comicidad no puedan tomarse
en serio. La gravedad que se espera acompañe a la manifestación de tales
pasiones y/o sentimientos se suspende. Gracias a eso es posible la burla de
situaciones tendencialmente tan serias.
Por otro lado,
como decíamos, no podemos juzgar los estándares eróticos del principios del S
XVII con nuestros parámetros. Antes bien, aún dando por sentado que la obra
magna de Cervantes no es pródiga en humor sexual ni erótico, no podemos esperar
encontrar las insinuaciones, motivos o escenas que nos brindaría el erotismo de
nuestro siglo.
En este punto es
prudente hacer una digresión, ya que hay que distinguir erotismo de
pornografía. El erotismo se modula con el tiempo y se adapta al lenguaje del
cortejo y la insinuación de cada época. La pornografía, más allá de pequeñas
variaciones de estética superficial, responde siempre a una visceralidad
constante como es la exhibición explícita del universo sexual como fuente de
estímulo libidinoso. En ese sentido, seguramente no hallaríamos grandes
diferencias -fuera de la mecánica del soporte- entre los frescos que decoraban
las salas privadas del emperador Tiberio en Capri, las biblias incautadas
durante la reforma del cisterciense por haber dibujado en sus márgenes los
escribanos monásticos mujeres desnudas o escenas de cópula, las narraciones del
marqués de Sade, o una película de Nacho Vidal.
En contraste con
la pornografía, el erotismo se basa en anular este carácter explícito de lo
carnal. Exhibir una insinuación es un proceso más sofisticado y mucho más
condicionado socialmente que el sexo en sí mismo.
Si con estas
premisas leemos el pasaje del Capítulo XLIV de la Segunda Parte de El Quijote, vemos que asistimos a una
parodia del amor cortés. En efecto, es un pasaje paródico, como el resto de la
novela, pero no por ser paródica debemos obviar el contenido erótico de la
escena.
La doncella -es
decir, una mujer virgen- que tañe un instrumento en este caso un arpa
arrullando de amor por un hombre es una imagen clásica de elevado contenido
erótico en diversas novelas de caballerías, materia de Bretaña, obras
pastoriles y demás literatura del contexto histórico. Des del amor cortés, el
canto de amor se ha convertido en una fórmula sublimada de la proclamación
amorosa, una previa al encuentro sexual -o en su defecto, como las albadas, posteriores
al encuentro pasional.
En ese sentido,
cuando tomamos en abstracto esta escena estamos incuestionablemente ante una
situación tópica en el contexto amoroso y erótico para cualquier contemporáneo
de Cervantes que se hubiera dado cuenta de ello. Bajo nuestro punto de vista es
absolutamente paródica la imagen de Altisidora con el arpa queriendo
"matar la caspa" de su amado
rascándole la cabeza, mientras don Quijote se lamenta de su mala suerte de que
todas las doncellas se le miran se enamoren de él a pesar de que su corazón
pertenece por entero a Dulcinea del Toboso. Pensamos en el burlado caballero
absurdamente seguro de sí mismo, capaz de creerse tan patente embuste y nos
viene la risa. La escena debió ser sin duda igual fuente de risas para el
lector barroco. Sin embargo, para él la presencia del elemento erótico
parodiado debió percibirse con mucha más intensidad que para nosotros
obteniendo una impresión parecida a la que apreciamos cuando en una asistimos a
ciertos diálogos cinematográficos cargados de ironía sexual.
Evidentemente el
erotismo de esta escena, como el valor, al sabiduría, la justicia y todos los
demás elementos que aparecen en El
Quijote queda, como ya hemos señalado, caricaturizado en la parodia. Mas
por coherencia, sería injusto negar a esta escena una esencia erótica de base
y, sin embargo, admitir que los disparatados parlamentos de don Quijote
contienen destellos de sabiduría o nobleza.
En caso de que
nos apetezca ponernos trágicos, leer la escena como la leyeron los románticos,
podemos inquirirnos sobre qué vemos. Sin duda algo dramático, un loco -o un
idealista, todo depende de lo románticos que nos pongamos- que cree en el
sincero amor de una mujer que en realidad está jugando con él para divertir a
sus amos. En el siguiente pasaje, con una vihuela tratará sanar el mal de
amores de Altisidora ante los que se siente conmovido y sin duda atraído. Tanto
en la escena del arpa, como en la siguiente, como en el pasaje en que los
duques le harán recibir una ducha de gatos, don Quijote pugna con sus instintos
y la atracción que siente por la hermosa doncella y la lealtad hacia su dama
-igual que en la escena de Maritornes. Pero incluso en esta lectura más
propicia a la compasión y a dolerse de la crueldad inclemente del mundo
percibimos el elemento erótico en la mente enloquecida del Caballero de los Leones.
Por último
quisiera cerrar este breve ensayo con una reflexión personal. En un mundo tan
ansioso de saber y actividades "útiles" en el sentido práctico -y explotable-,
el placer del hacer por hacer, conocer por conocer, parece haber ocupado el
lugar de la acidia en la antigua escala de los pecados capitales. En ese
sentido, diría a quienes consideren que
la lectura de literatura clásica es "inútil" que ya que son incapaces
de gozarla por sí misma, la vivan como un ejercicio que estimule su empatía.
Entendiendo lo que una obra literaria puedo significar para su época adquiere
para nosotros otro significado más rico, más completo. Así conociendo mejor
otras ideas y pensamientos, enriquecemos nuestra mente.
Eduard Ariza
Jajajajaja que elaboración en el comentario Lushien
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