Nota: Estas entradas recopilan una serie de cuatro ejercicios que he
disfrutado para una asignatura de mi Grado en Filología Hispánica. En este caso,
el último de los ejercicios, de un listado de citas de pensadores, escritores y
filósofos debíamos escoger una y trazar una reflexión vinculada a la novela
cervantina.
Frase
Escogida: "Las
cosas reales están hechas de materia o de energía; pero las cosas artísticas
-como el personaje don Quijote- son de una sustancia llamada estilo" J.
Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote
Aunque el
propósito de este último ensayo no sea bucear en el autor de la cita reflexiva,
sino meditar entorno a la misma en relación a El Quijote, es imposible no recordar aquel ensayo breve de El Espectador, Estética en el Tranvía, donde a la vista de la imposibilidad para
encontrar un arquetipo unívoco de belleza femenina, Ortega y Gasset culmina
renegando del ideal estético en el sentido clásico. Precisamente, concluye
antes de llegar al final de su trayecto que lo que es aplicable a la belleza
femenina es aplicable a los artistas. Se debe medir a cada autor tomándolo a él
mismo como patrón, en lugar de ambicionar la sistematicidad, a menudo obsesiva,
del canon.
En ese sentido
más importante que si El Quijote es
"la mejor novela de la historia", es ser capaces de postular por qué
es una muy buena novela. En cuanto al podio de los ganadores en el Olimpo
literario universal es mejor dejarlo al gusto de cada persona, pues la
literatura no es una ciencia exacta.
Pese a las
apariencias de que se reviste la ficción cervantina, evidentemente nunca
existió un Alonso Quijano, ni Cervantes tradujo unas notas en árabe de un señor
Berenjena, en buena hora halladas en los anales de La Mancha. En otras
palabras, todo El Quijote es una
ficción. Esto no implica una total inhibición surgida de la nada. Tal vez en
España Cervantes pudo oír hablar de algún caso de locura similar al de su
criatura, pero sin duda alguna su personaje no tiene resortes biográficos.
El Quijote pues no guarda conexión directa con la
realidad material -sin perjuicio de que se vea influenciada por esta, no
únicamente a efectos de la configuración del personaje, sino, aún más
importante, en torno a la descripción de la atmosfera vital de la obra. En
relación con el texto de El Espectador
al que acabamos de aludir esto es importante, ya que significa que, a
diferencia de las realidades materiales y energéticas, ni El Quijote ni la literatura o el arte son medibles con confortable
exactitud.
Cabe entonces
preguntarse qué es esa
"sustancia" llamada estilo. Uno de los primeros rasgos que
podemos convenir es que el estilo es ante todo intuitivo. Casi a todo ser humano
es común la capacidad de percibir cuándo algo o alguien tiene estilo sin que sea capaz de explicar exactamente por qué. Esta percepción no debe ir
necesariamente ligada a que algo nos guste. No es imprescindible que nos guste El Quijote para que si lo leemos dentro
de su contexto atisbemos con nitidez que tiene estilo.
El otro rasgo
del estilo radica en la particularidad. El estilo tiene algo de propio e
intransferible. Cuando se aplica al arte deviene la expresión más emotiva de la
individualidad humana. El estilo siempre tiene ese particularismo, incluso
cuando sienta escuela, somos capaces de distinguir el original de la copia dada
su falta de mecanicismo. Esto sin duda se ve con claridad cuando comparamos la
obra de Cervantes que fluye con naturalidad frente a la encorsetada narración
de Avellaneda carente de estilo.
Podemos concluir
en definitiva que el estilo es una suma de una particularidad difícilmente
medible y sistematizable, pero altamente intuitiva, característica de un
sujeto, a la vez que espontánea, más difícil de sintetizar en lo académico que
de realizar en la práctica. De ahí la gran dificultad para explicar el estilo y
más aún el estilo cervantino.
En su prosa
Cervantes no se nos revela un obseso de la estética. Desde Mayans hasta Martín
Riquer se ha convenido en que al autor castellano poco le importaban las pequeñas
erratas o inconexiones de su prosa. Repetirse un poco o cosas similares nunca
parecieron preocuparle demasiado. Su estilo radica pues no sobre cuidadosa
disposición de las palabras, como sería el caso de Flaubert, sino más bien en
la capacidad de interacción de sus personajes.
Y a mi entender esa
es precisamente la palabra clave: "interacción". Cervantes es en
verdad un autor altamente original en lo que al diseño de sus criaturas se
refiere. La páginas de El Quijote
rebosan de personajes complejos que llevan siglos siendo analizados, por
supuesto nos referimos a don Quijote y Sancho, pero también a Sansón Carrasco,
Marcela, Cardenio, Ricote etc. Además su genio en esta materia no muere en su
obra magna, véanse al protagonista de El
Licenciado Vidriera o El Coloquio de
los perros verbigracia. No obstante, el verdadero rasgo que marca la
diferencia en Cervantes y le da estilo propio reside en la interacción de estos
personajes, más exactamente en la comunicación de sus diversas voces. Dentro y
fuera de El Quijote sus personajes se
pasan la vida hablando, contando historias a sus interlocutores, historias que
en cierto modo suelen revelar algo sobre ellos mismos.
La crítica suele
hablar de la heterofonía de los personajes de Cervantes. Sin duda este es un
rasgo elemental de su estilo. Al menos en lo que a la faceta formal se refiere.
Ahora bien, el fondo siempre esconde dos dramas entorno a la conversación, o
bien que los partícipes del diálogo son incapaces de entender a su
interlocutor, como don Quijote con el cura y el barbero; o aunque se comprendan
algo hace imposible que puedan comunicarse, como si la empatía desbordara a las
palabras que marcan un anillo de hierro, una frontera de soledad para el yo que
aunque sea comprendido nunca se sentirá entendido. Este sería el caso de Sancho
hacia su amo o del mismo hacia Ricote. Entiende la situación de sus
interlocutores, le gustaría ayudarles de algún modo; de hecho, les ayuda, pero
no con palabras. Las palabras nunca consiguen llegar a transmitir del todo sus
sentimientos ni le permiten ser entendido por quienes le rodean.
Si asumimos este
punto de vista, vemos que la oralidad en la narración cervantina se bifurca en
dos sendas bien diferenciadas. Por un lado la oralidad que sirve para contar o
leer historias, como El curioso
Impertinente o el relato del Cautivo. Esta siempre consigue su propósito,
fascina al oyente que la escucha embelesado. La otra oralidad es, como acabamos
de ver, el diálogo como forma de intercambiar perspectivas, hacerse entender y
mostrar comprensión hacia el otro. Esta segunda forma de oralidad siempre
conduce a malentendidos.
Esta idea de que
el lenguaje no satisface como vehículo de comunicación -aunque sea un magnífico
entretenimiento- ha sido un tópico y hasta un dolor de cabeza para infinitos
autores y filósofos, antes y después de Cervantes, aunque pocos lo aborden con
su ironía alejada de cualquier postura trágica.
En su caso
podemos decir que acepta al lenguaje tal como es, como vehículo de interacción
entre seres humanos, exitoso en la satisfacción de ese instinto ancestral que
es querer que nos cuenten un cuento,
pero frustrante para la comprensión mutua. Y sin embargo, no basta la reiteración
de tan frustrante fracaso para que el ser humano desista de hacerse entender y
anhele mostrar a otros que los comprende. En el modo en cómo trata esta idea,
más constante en la obra cervantina de lo que pueda parecer a primera vista
cuando se comparan sus otros trabajos con El
Quijote, donde sin duda este tópico devine omnipresente, radica esa
sustancia no medible a diferencia de la materia y la energía que se denomina
estilo.
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