sábado, 26 de noviembre de 2016

El Quijote entorno a una cita de Ortega y Gasset

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Nota: Estas entradas recopilan una serie de cuatro ejercicios que he disfrutado para una asignatura de mi Grado en Filología Hispánica. En este caso, el último de los ejercicios, de un listado de citas de pensadores, escritores y filósofos debíamos escoger una y trazar una reflexión vinculada a la novela cervantina.

Frase Escogida: "Las cosas reales están hechas de materia o de energía; pero las cosas artísticas -como el personaje don Quijote- son de una sustancia llamada estilo" J. Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote

Aunque el propósito de este último ensayo no sea bucear en el autor de la cita reflexiva, sino meditar entorno a la misma en relación a El Quijote, es imposible no recordar aquel ensayo breve de El Espectador, Estética en el Tranvía, donde a la vista de la imposibilidad para encontrar un arquetipo unívoco de belleza femenina, Ortega y Gasset culmina renegando del ideal estético en el sentido clásico. Precisamente, concluye antes de llegar al final de su trayecto que lo que es aplicable a la belleza femenina es aplicable a los artistas. Se debe medir a cada autor tomándolo a él mismo como patrón, en lugar de ambicionar la sistematicidad, a menudo obsesiva, del canon.
En ese sentido más importante que si El Quijote es "la mejor novela de la historia", es ser capaces de postular por qué es una muy buena novela. En cuanto al podio de los ganadores en el Olimpo literario universal es mejor dejarlo al gusto de cada persona, pues la literatura no es una ciencia exacta.
Pese a las apariencias de que se reviste la ficción cervantina, evidentemente nunca existió un Alonso Quijano, ni Cervantes tradujo unas notas en árabe de un señor Berenjena, en buena hora halladas en los anales de La Mancha. En otras palabras, todo El Quijote es una ficción. Esto no implica una total inhibición surgida de la nada. Tal vez en España Cervantes pudo oír hablar de algún caso de locura similar al de su criatura, pero sin duda alguna su personaje no tiene resortes biográficos.
El Quijote pues no guarda conexión directa con la realidad material -sin perjuicio de que se vea influenciada por esta, no únicamente a efectos de la configuración del personaje, sino, aún más importante, en torno a la descripción de la atmosfera vital de la obra. En relación con el texto de El Espectador al que acabamos de aludir esto es importante, ya que significa que, a diferencia de las realidades materiales y energéticas, ni El Quijote ni la literatura o el arte son medibles con confortable exactitud.
Cabe entonces preguntarse qué es esa "sustancia" llamada estilo. Uno de los primeros rasgos que podemos convenir es que el estilo es ante todo intuitivo. Casi a todo ser humano es común la capacidad de percibir cuándo algo o alguien tiene estilo sin que sea capaz de explicar exactamente por qué. Esta percepción no debe ir necesariamente ligada a que algo nos guste. No es imprescindible que nos guste El Quijote para que si lo leemos dentro de su contexto atisbemos con nitidez que tiene estilo.
El otro rasgo del estilo radica en la particularidad. El estilo tiene algo de propio e intransferible. Cuando se aplica al arte deviene la expresión más emotiva de la individualidad humana. El estilo siempre tiene ese particularismo, incluso cuando sienta escuela, somos capaces de distinguir el original de la copia dada su falta de mecanicismo. Esto sin duda se ve con claridad cuando comparamos la obra de Cervantes que fluye con naturalidad frente a la encorsetada narración de Avellaneda carente de estilo.
Podemos concluir en definitiva que el estilo es una suma de una particularidad difícilmente medible y sistematizable, pero altamente intuitiva, característica de un sujeto, a la vez que espontánea, más difícil de sintetizar en lo académico que de realizar en la práctica. De ahí la gran dificultad para explicar el estilo y más aún el estilo cervantino.
En su prosa Cervantes no se nos revela un obseso de la estética. Desde Mayans hasta Martín Riquer se ha convenido en que al autor castellano poco le importaban las pequeñas erratas o inconexiones de su prosa. Repetirse un poco o cosas similares nunca parecieron preocuparle demasiado. Su estilo radica pues no sobre cuidadosa disposición de las palabras, como sería el caso de Flaubert, sino más bien en la capacidad de interacción de sus personajes.
Y a mi entender esa es precisamente la palabra clave: "interacción". Cervantes es en verdad un autor altamente original en lo que al diseño de sus criaturas se refiere. La páginas de El Quijote rebosan de personajes complejos que llevan siglos siendo analizados, por supuesto nos referimos a don Quijote y Sancho, pero también a Sansón Carrasco, Marcela, Cardenio, Ricote etc. Además su genio en esta materia no muere en su obra magna, véanse al protagonista de El Licenciado Vidriera o El Coloquio de los perros verbigracia. No obstante, el verdadero rasgo que marca la diferencia en Cervantes y le da estilo propio reside en la interacción de estos personajes, más exactamente en la comunicación de sus diversas voces. Dentro y fuera de El Quijote sus personajes se pasan la vida hablando, contando historias a sus interlocutores, historias que en cierto modo suelen revelar algo sobre ellos mismos.
La crítica suele hablar de la heterofonía de los personajes de Cervantes. Sin duda este es un rasgo elemental de su estilo. Al menos en lo que a la faceta formal se refiere. Ahora bien, el fondo siempre esconde dos dramas entorno a la conversación, o bien que los partícipes del diálogo son incapaces de entender a su interlocutor, como don Quijote con el cura y el barbero; o aunque se comprendan algo hace imposible que puedan comunicarse, como si la empatía desbordara a las palabras que marcan un anillo de hierro, una frontera de soledad para el yo que aunque sea comprendido nunca se sentirá entendido. Este sería el caso de Sancho hacia su amo o del mismo hacia Ricote. Entiende la situación de sus interlocutores, le gustaría ayudarles de algún modo; de hecho, les ayuda, pero no con palabras. Las palabras nunca consiguen llegar a transmitir del todo sus sentimientos ni le permiten ser entendido por quienes le rodean.
Si asumimos este punto de vista, vemos que la oralidad en la narración cervantina se bifurca en dos sendas bien diferenciadas. Por un lado la oralidad que sirve para contar o leer historias, como El curioso Impertinente o el relato del Cautivo. Esta siempre consigue su propósito, fascina al oyente que la escucha embelesado. La otra oralidad es, como acabamos de ver, el diálogo como forma de intercambiar perspectivas, hacerse entender y mostrar comprensión hacia el otro. Esta segunda forma de oralidad siempre conduce a malentendidos.
Esta idea de que el lenguaje no satisface como vehículo de comunicación -aunque sea un magnífico entretenimiento- ha sido un tópico y hasta un dolor de cabeza para infinitos autores y filósofos, antes y después de Cervantes, aunque pocos lo aborden con su ironía alejada de cualquier postura trágica.
En su caso podemos decir que acepta al lenguaje tal como es, como vehículo de interacción entre seres humanos, exitoso en la satisfacción de ese instinto ancestral que es querer que nos cuenten un cuento, pero frustrante para la comprensión mutua. Y sin embargo, no basta la reiteración de tan frustrante fracaso para que el ser humano desista de hacerse entender y anhele mostrar a otros que los comprende. En el modo en cómo trata esta idea, más constante en la obra cervantina de lo que pueda parecer a primera vista cuando se comparan sus otros trabajos con El Quijote, donde sin duda este tópico devine omnipresente, radica esa sustancia no medible a diferencia de la materia y la energía que se denomina estilo.

Eduard Ariza Ugalde             

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