Nota. Estos apuntes forman parte de un trabajo para filología hispánica sobre la Divina Comedia.
Existe una leyenda negra entorno a la
Edad Media que lleva a imaginar este vasto periodo de la historia de Europa,
comprendido entre la desaparición del imperio romano de occidente (476 D.C.) y
la toma de Constantinopla (1453 D.C.) por los turcos, como una sucesión de
peste, epidemias, nula higiene, analfabetismo, escasa labor intelectual y
artística, fanatismo religioso y superchería. A la admisión de una considerable
parte de verdad entorno a estas ideas, hay que traer algunos importantes
matices si queremos entender de verdad este periodo.
Apenas un vistazo a los manuales médicos
de Hipócrates y otros médicos del mundo grecorromano obliga a admitir que las
culturas clásicas no disfrutaron precisamente de una medicina avanzada, en
comparación con la que existe en el mundo contemporáneo de nuestros días. No se
debe olvidar que Hipócrates y demás discípulos de Esculapio tardaron siglos en
abandonar la ciencia médica, en otras palabras, los médicos medievales no se
guiaban por conceptos demasiado diferentes a sus predecesores grecorromanos -ni
que sus sucesores renacentistas.
En cuanto a la noción de la
"suciedad", de sus ciudades y forma de vida ajenas a la higiene
colectiva y personal, no parece que haya que asociarlas a una mentalidad
medieval temerosa del agua, sino más bien a la imposibilidad material para
acceder a la misma, así como de articular un sistema de desagües. Esto empezó
mucho antes del saqueo de Ravena y siguió mucho después de la llegada del
renacimiento. Los hombres medievales no eran más responsables de su falta de
higiene que los habitantes del tercer mundo en nuestra época.
También a la pobreza cabe achacar el
estancamiento cultural. Pensar que el hombre medieval perdió las inquietudes de
por su desarrollo cognitivo no sólo es inexacto, sino profundamente injusto.
Sin duda, la inestabilidad política y la carestía dificultaron la difusión de
la cultura y su elaboración en los términos de la época clásica del imperio
romano, pero no podemos olvidar que sí el mundo clásico ha llegado hasta
nosotros, precisamente ha sido gracias a que en el medievo, copistas monásticos
y sus homónimos seglares de las cancillerías y palacios llevaron a cabo una
extraordinaria labor de conservación guiados por su amor a la cultura. Pensemos
que en un mundo sin imprenta ni nuestras vías de comunicación, en prácticamente
menos de un siglo tras la toma de Toledo por Alfonso VI de Castilla, la obra de
Averroes se traduce y se difunde por toda Europa redimensionando el
aristotelismo hasta entonces casi exclusivamente conocido por la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino.
Menos admisible resulta olvidar que la institución de la universidad nace en este
periodo histórico, en la pontificia Bolonia, apareciendo por primera vez en
España en Palencia -si bien esta facultad fue cerrada, a diferencia de la de
Salamanca, abierta ininterrumpidamente hasta nuestros días.
En cuanto al fanatismo religioso también
merece algún matiz. Sin duda, en la edad media, la vida y el pensamiento
pivotaban entorno al altar, del que se derivaron las persecuciones contra las
llamadas herejías, así como las cruzadas. No obstante, tampoco es menos cierto
que en el antiguo imperio romano la tolerancia religiosa no había sido
precisamente un signo distintivo contra aquellos cultos que como el
cristianismo se consideraban amenazadores para el orden estatal, ni que lo fue
en el renacimiento cuando las guerras de religión aumentaron exponencialmente
el macabro número de víctimas asesinadas por su credo, siendo célebre por sus
dimensiones la masacre de los hugonotes.
En resumen, ni los dos periodos que
circundan históricamente la edad media, el imperio romano y el renacimiento,
fueron periodos de tan despampanante luminosidad, ni el medievo fue tan tétrico
de oscurantismo. El hombre medieval no era menos inteligente que su homólogo
renacentista o romano. En realidad de él hay que admirar una tenacidad amorosa
hacia la civilización sin la cual el posterior humanismo habría sido imposible.
En este sentido a menudo muchos manuales
y teóricos de la literatura se abandonan a la tentación de catalogar la Divina Comedia y demás producción
literaria del trecento especialmente
la petrarquista y la de Boccaccio como "prerrenacentista" o
directamente "renacentista". En nuestras literaturas locales sucede
lo mismo con figuras como Ausias March, Jorge Manrique o el marqués de
Santillana. De alguna manera el canon nos dice: colocándoles la etiqueta de
"prerrenacimiento" que eran "demasiado buenos" para ser
considerados medievales; suenan más modernos, así que si bien no se les puede
considerar en puridad renacentistas hay que integrarlos en algo así como un
forzoso periodo de transición.
Aquí no se pretende negar que en la
historia de la literatura hay a menudo prolongados periodos de transición que
deben ser analizados según los propios parámetros de su idiosincrasia. Ahora
bien, la etiqueta "prerrenacimiento" se utiliza en casos como los
señalados con una total arbitrariedad, negando a la edad media la posibilidad
de producir obras de gran calidad si estas no se caracterizan por una sonoridad
anacrónica.
Una de las principales justificantes
para la tesis de la etiqueta prerrenacentista radica en el trato del amor dado
a la dama en la dolce still nuovo,
tan extraordinariamente desarrollada por Dante y Petrarca. Podemos encontrar
abundantes referencias a la contraposición entre esta y la lírica provenzal
basada en una mímesis del vasallaje aplicada al lance amoroso. Así mismo las
experiencias del poeta pasan a un segundo plano. De hecho tanto la Vita Nuova como el Canzioniere apenas tienen acción, quedando en ellos el yo poético
como un observador, un observador conmocionado hasta un extremo que, visto
desde una perspectiva moderna y carente de empatía con el propósito artístico
de ambas creaciones, se asemejaría a una actitud patológicamente obsesiva. Al
poema ya no sólo se le sustrae el contacto con la dama -muchos trovadores
idolatraron a damas a quienes nunca llegaron a conocer en persona- sino que
incluso el ansia de conocerla parece quedar en un segundo plano.
Algunos han querido ver en esta actitud
una anticipación del neoplatonismo, más adelante volveremos sobre este punto
clave en esta sección. Sin embargo, se ignora el propósito original de los
poetas sobre sus creaciones, propósito que por cierto, basta con leer el Secretum de Petrarca o la
correspondencia de Dante con Guiddo de Calvalcanti -o las propias confesiones
del peregrino de la comedia- para ver que no está tan oculto, no es otro que el
ansia de perdurar en la memoria de los hombres a través del genio literario. Si
se sigue esta línea, llegamos a la comprensión de que más allá de su existencia
en carne y hueso, Laura y Beatriz operan como figuras simbólicas, un pretexto
para la perfección del ejercicio retórico de la lírica, imprescindible para
poder llevar a cabo la creación literaria, aunque sin dejar un verdadero poso
de su identidad personal en la misma.
Otro pretexto serian los metros.
Ciertamente la presencia de la terza
estrofa de tres versos endecasílabos supone una innovación de la Comedia respecto a la métrica del
momento. Ahora bien, no parece que por sí mismo el cambio de metros baste para
justificar el nacimiento de un nuevo periodo literario. De ser así, entre los
versos alejandrinos de los mesteres de juglaría y clerecía, y los octosílabos
del romance, la historia de la literatura española debiera configurar dos
periodos distintos, mientras que apenas se distinguen entre géneros y escuelas.
Debemos asumir pues que bajo un mismo
periodo, pueden coexistir una pluralidad de estilos, en particular en lo que al
ámbito formal se refiere. Sin embargo, la clasificación por periodos o etapas
de la historia de la literatura, salvo que sea indiferente incurrir en
etiquetaciones arbitrarias, impone que estas se fundamenten en nexos temáticos,
inquietudes vitales mutuas derivadas del momento histórico y sobre todo la
filosofía o concepción ideológica que cimienta su noción de la realidad y en su
caso del arte. Esto último explica por qué en el S XX conviven diversas
corrientes literarias y artísticas solapadas en el ámbito temporal, algo muy
difícil de admitir para los teóricos del S XIX quienes asociaban cada época
histórica a un gran movimiento.
En ese sentido, la dolce still nuovo, termino, por cierto, acuñado por Dante en un
verso del Purgatorio había sido
previamente practicada por los poetas Guido Guinizelli y Guido Cavalcanti
inspirados e influenciados por la poesía provenzal. Más aún, no se debe olvidar
que de Brunetto Latini, a quien en el Infierno
el peregrino llama respetuosamente maestro, el propio Dante adquirió la
maestría en la escritura del latín así como en la lengua romance. Sería el gran
humanista al retorno de su exilio quien aportaría a Dante los modelos para
obras de juventud como LL Fiore
(1295-1300) en las que el poeta florentino adaptaría al verso italiano el Roman de la Rose.
Hay que tener presente que cuando
Guinizelli y Cavalcanti sentaron cátedra fundando Escuela de los Fedeli d'Amore, inspirados por el
pionero algo más lejano Guittone d'Arezzo, la poesía italiana en lengua vulgar apenas
disfrutaba de su quinta década de vida en Italia. La influencia provenzal sobre
su estilo fue incuestionable. En cierto modo, es pacífico afirmar que la
"mujer angelical", que aúna belleza física y espiritual no se halla
tan alejada de la dama en la lírica provenzal, sino que la relación de
vasallaje se transfigura a la adoración religiosa.
Quizás no exista un explicación unívoca
sobre esta transformación, pero no podemos ignorar el contexto sociopolítico
italiano difiere del provenzal. El arraigo feudalismo era sin duda la
estructura "estatal" del último lugar, donde la importancia del noble
al que se servía dejaba al rey -francés o aragonés- en un segundo plano, casi
renegado a un nominalismo simbólico, en contraste con la fuera relación del
vasallo con su señor feudal. Esto facilitaba la traslación lírica de los
trovadores que equiparaban el amor con dicha relación de vasallaje. La
península italiana en cambio no presentaba esta estructura feudal sino un
amasijo heterogéneo de ciudades Estado, pequeños señoríos nobiliarios -que no
tenían un origen feudal-, los dominios imperiales del Sacro Imperio Germánico y
por supuesto los Estados Pontificios. Con tan diversas formas políticas, no
cabe duda que para los italianos quedaba mucho más cercano el ámbito de la
adoración religiosa que el vasallaje feudal ajeno a su tierra. Este factor de
proximidad nos permite entender la mutación de la traslación del ámbito amoroso
a la religiosidad, si bien la técnica no es tan diferente en el momento de
abordar el amor en su génesis.
Tampoco podemos desconocer el hecho de
que en la Italia medieval la efervescencia cultural y filosófica era mucho más
elevada y generalizada que en cualquier otro lugar de Europa. Quizás únicamente
la universidad de París pudiera rivalizar hasta la consolidación de Wittemberg
con las universidades italianas. Dicho poso cultural y filosófico impregnaba
cualquier aspecto cultural y artístico de las creaciones dentro de sus
fronteras. Lo apreciamos en cuadros, libros y por supuesto poemas de la época.
Sin embargo, nada de esto basta para que
se pueda hablar de "prerrenacimiento".
Llegados a este punto debemos
preguntarnos cuál es la diferencia fundamental entonces entre renacimiento y
edad media, pues si en ambas épocas los tópicos literarios son los mismos y la técnica
se revela continuista corremos el riesgo de aventurarnos a pensar que la
división sea arbitraria. Algo que tampoco sería correcto.
Quien lea a Dante y tantos poetas
medievales verá que es un error pensar que la influencia clásica resurgió con
el renacimiento. Nunca dejó la literatura. Ahora bien, cambia la perspectiva.
Miquel Angello, Da Vinci o Bramante no sólo imitan a los maestros clásicos sino
que aspiran a superarlos en su técnica, haciendo realidad en sus obras la
máxima de haber llegado a lo más alto por descansar posados sobre los hombros
de los gigantes. Así pues, mientras el poeta medieval tiene en las artes
clásicas -no sólo en la poesía, sino en la retórica, la filosofía etc- un ideal
que en el mejor de los casos puede aspirar a igualar, el genio renacentista se
cree capaz de superar los antiguos modelos gracias a su perspectiva histórica.
En ese sentido atisbamos un rasgo nítidamente medievalizante en su trato a
Virgilio al que idolatra como maestro y más importante aún en el canto del
Limbo, cuando es acogido y admitido como uno más entre los antiguos poetas clásicos Horacio, Lucano, Homero
y Ovidio. Así se constata que la máxima aspiración del poeta florentino es
igualar -no superar- a aquellos maestros clásicos que idealiza.
La otra gran diferencia entre
renacimiento y medievo radica en el sustrato filosófico de ambos periodos. A
partir de la influencia de Pico della Mirandola, el neoplatonismo se convertirá
en el principal sustrato ideológico del planteamiento renacentista. Por el
contrario, la edad media contempla el mundo en todas sus formas a través de la
escolástica de sustrato aristotélico cristianizado por Santo Tomás de Aquino.
No es que Platón sea un completo desconocido, pero sí su importancia se ve
aminorada.
Santo Tomás de Aquino con la Suma Teológica. |
La poesía de Dante se arraiga en la
tradición escolástica. Esto lo podemos ver claramente en la descripción
ptolomea del cosmos, la exposición de los diferentes elementos y la interacción
entre ellos, pero especialmente en el viaje ascensional que nos muestra su Comedia. Tampoco debemos obviar que la
distribución de los pecados entre veniales y más graves que aparece tanto en el
infierno como en el purgatorio y más aún el especial lugar que en ellos ocupa
la acidia/pereza [según la traducción] no precisamente entre los más leves se
vinculan estrechamente a Suma. El
encuentro con la divinidad en última instancia no se traduce en las
exaltaciones del alma expresadas en sensaciones corporales como harán los
místicos renacentistas, sino como la culminación de un arduo proceso de
maduración intelectiva.
Por último está el espíritu pedagógico y
en cierto modo doctrinal de la obra. Dante no pretendía realizar una mera
creación artística. Mas si bien el peso de la lírica trasciende sin duda a la
vocación doctrinal, no por eso debemos ignorar a la última. La contemplación de
los horrores del infierno en contraste con la gloria del paraíso, deben
inspirar un propósito de enmienda vital -personal y social como veremos- que
trasciende lo artístico. Tal fervor y
sobre todo, como acabamos de comentar, el modo en que se expresa, constituyen a
su vez otro rasgo que enmarca la Divina
Comedia en la literatura medieval.
Eduard Ariza Ugalde
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