martes, 25 de octubre de 2011

Bartleby, el escribiente

Recientemente empecé un cursillo de literatura norteamericana. La historia literaria de los Estados Unidos me era sorprendentemente desconocida. Ignoro por qué este defecto mía es extrapolable a la mayoría de las personas, empezando por los propios norteamericanos, siempre poco cuidadosos con sus artes.

Celebro haber empezado a cambiar para mejor en este campo y aprovechando que algunos de los seguidores de Neonovecentismo sois aficionados a las lecturas breves quiero recomendaros Bartleby, el escribiente de Melville.
El nombre de este autor no puede desasociar de su obra principal, Moby-Dick, que de mala manera ha terminado por eclipsar al resto de su producción. Digo lo de mala manera fundándome en dos motivos, el primero es que si bien la narración de la ballena blanca recoge su mejor trabajo es frecuente que se la lea de manera incorrecta, como la simple caza de una ballena y no como el intenso estudio de la psicología obsesiva del hombre; y el otro motivo es que Moby Dick tampoco logra condesar toda la cosmología literaria de Melville.

Bartleby, el escribiente suele exponerse siempre al lado del adjetivo kafkiano. No haré uso de semejante anacronismo, dado que sí bien es muy ilustrativo, la aclaración que puede hacernos se oscurece por su error cronológico.
Bartleby es un escribiente cuya frase, “Preferiría no hacerlo” se reitera a lo largo de todo el relato. Se niega a trabajar más allá de lo que estipula su contrato y a veces ni eso. Su jefe, el narrador, siente por él una inusual compasión. Le toma por alguien con problemas fruto de un pasado trágico. Intenta ayudarlo de mil maneras. Cuando el pobre Bartleby va a la cárcel le ofrece venirse a vivir con él, pero éste “preferiría no hacerlo”.
El fin trágico de la obra queda acentuado por el contexto ilógico que ha rodeado a todo el argumento. Si esta obra se hubiese escrito en el S.XX sería inevitable pensar en Kafka, pero se escribió en el S. XIX (1853) por ello debemos mirar correctamente y ver algo melvillano en las obras de Kafka y también en las de Camus, ya que ambos autores le tuvieron como referente.

jueves, 20 de octubre de 2011

Votos puntuales o cómo estar con quien gane

Bueno, resulta que ahora que falta un mes todo el mundo está ya sometido a la efervescencia de la campaña electoral, que oficialmente aún no ha empezado.
Después de votar al partido que perdió en las pasadas autonómicas, confieso que me queda el resquemor de ganar. ¡Es que toda mi vida he ido con los perdedores!
Ahora se habla mucho del circo político. Yo más bien hablaría del hipódromo. Y, si bien es cierto que mi caballo favorito tiene un nombre que empieza por "R", también es cierto que un asno (cuyo nombre también empieza por "R") tiene más números de ganar, según sondeos. Pero esto de las carreras es lo que tiene. Nunca se sabe quien gana hasta el final. Así que si el votante quiere apostar por un caballo -equino, o bestia bovina de turno- siempre corre el riesgo de perder.
Dentro de un mes, a primera hora iré al colegio de mi distrito a emitir mis votos puntualísimamente. Y ahora ya sé como ganar. Votaré a los dos grandes partidos: PSOE y PP. "Eso es imposible" me diréis. En absoluto, nada más lejos de la realidad. Básicamente, votaré al PSOE para El Congreso y al PP en el Senado. Votos puntuales a las ocho en punto de la mañana. A la cámara baja a la izquierda y a la cámara alta a la derecha.
Así hago una apuesta sobre seguro, como buen novato, en los hipódromos.

jueves, 13 de octubre de 2011

¡Feliz día de San Eduardo el Confesor!

San Eduardo el Confesor
Éste es el primero. San Eduardo el Confesor rey de Inglaterra de 1042-1066. Hijo de Entelredo II el Indeciso y Emma de Normandía, tuvo que exiliarse de joven con su madre y su hermano, Alfredo, al país de su madre. Durante este periodo su padre combatió contra el rey rival, Sven I. A pesar de ganar la batalla, Entelredo II dejó a su mujer y sus hijos en Normandía. Durante sus 27 años en el exilio, Eduardo se contagió del espíritu católico que posteriormente impregnaría su reinado.
Al morir su padre en 1016, Canuto II de Dinamarca ocupó el trono de Inglaterra. La madre de Eduardo, se casó con el nuevo soberano a quien dio dos hijos. El gesto de Emma, demuestra el poco afecto que sentía por sus hijos con Entelredo II. Al morir Canuto II (1037) el trono le fue arrebatado a su hijo legítimo, Canuto Hardeknut (hijo de Emma y medio hermano de Eduardo), por Harold Harefoot.
 Escudo de armas del rey San Eduardo el Confesor
Éste tuvo que afrontar una nueva guerra civil contra Eduardo y su hermano Alfredo, haciendo prisionero a éste último y obligando a Eduardo a huir de nuevo a Normandía. Conservó el trono hasta su muerte en 1040, cuando lo recuperaría Canuto Hardeknut quien gobernaría Inglaterra desde Dinamarca. El despótico gobierno de su regente, el conde de Wessex, llevó la situación al colapso. Para calmar los ánimos, el mismo Canuto invita a Eduardo a ser su corregente en Inglaterra en 1041. Un año después, aclamado por el pueblo de Londres es nombrado rey.
 El rey San Eduardo el día de su coronación.
Tras tan tortuoso camino al poder, el nuevo rey se muestra como un monarca benévolo. Destituyó a varios nobles que abusaban de sus poderes feudales, estableció un sistema de erarios públicos mejor administrado e incluso dio pie a unas primitivas cortes nobiliarias y plebeyas con quienes debía consensuar sus decisiones.
Su fervor religioso le llevó a no consumar nunca su matrimonio con Edith de Wessex, prima suya. Asentó, así mismo, el cristianismo en el reino, definitivamente. A modo de símbolo, edificó la Abadía de Westminster, dejándola casi acabada, si bien se amplió posteriormente. Fue el primer rey que eligió enterrarse en ella, tradición que desde 1066, con contadas excepciones, siguen todos los monarcas británicos.
 Abadía de Westminster (Londres)
Como se alude brevemente en la obra de Shakespeare, Macbeth, a Eduardo el Confesor se le atribuía el poder de sanar a enfermos sólo con tocarlos. El rey Enrique II promovió su canonización, finalmente concedida por el papa Alejandro III en 1161 (un tiempo record para estos procesos). Dado que no había sufrido una muerte violenta, no se le dio el sobrenombre de mártir, sino de “el confesor”. Fue patrón de Inglaterra hasta 1348, cuando fue reemplazado por San Jorge.
Sin embargo, su muerte en 1066, dejó un panorama poco halagüeño. Sin hijos, sus tres sobrinos, Harold Halrald III de Noruega, Harold el Sajón y Guillermo I el Conquistador de Normandía se disputaron, una vez más, el trono inglés, resultando vencedor el último.
¡Feliz día de San Eduardo!

lunes, 10 de octubre de 2011

Contextualizar un poco...





Portada de el cómic Tintín en el Congo


Recientemente, topé con una noticia un tanto sorprendente: el cómic de la colección Tintín, Tintín en el Congo, había sido denunciado por racista. El primer titular que cayó en mis manos pecaba de sensacionalismo, pues aseguraba que el ejemplar de la mítica saga podía dejar de publicarse en Bélgica.

Luego de afinar las fuentes de información, descubrí que el demandante, Bienvenu Mbutu Mondondo, no exige tal cosa, sino que conste en su portada una advertencia, como contienen tantos otros libros, para que éste cómic se destine a un público mayor de dieciocho años, además de informar al lector sobre su contenido racista. El motivo es que considera que el cómic exhibe a la raza negra como seres inferiores con problemas de inteligencia.

El denunciante, Bienvenu Mbutu Mondondo, con el cómic entre las manos.

La complejidad del personaje Hergé (1907-1983) queda oscurecida por su fácil adaptación a la conversión de Bélgica en una provincia del Tercer Reich gobernada, entre 1940 y 1944. Se le llegó a señalar incluso como un “reixista”, nombre del colectivo fascista belga que colaboró estrechamente con los nazis, durante la ocupación. Esta hipótesis tiene poco fundamente, ya que Hergé, en múltiples alegorías, crítica en sus cómics el expansionismo de los regímenes fascistas, por Europa. Su escasa oposición a la invasión, como él mismo confesó, se debió a su desencantó con el sistema político. En 1973, declaró para el Haagse Post: «Reconozco que yo también creí que el futuro de Occidente podía depender del Nuevo Orden. Para muchos la democracia se había mostrado decepcionante y el Nuevo Orden traía nuevas esperanzas. A la vista de todo lo que pasó se trataba naturalmente de un gran error haber podido creer en ello”.

 Instantánea de Herge, autor de Tintín.

Más difícil que autoritario sería encontrar a un herré próximo al antisemitismo o a los prejuicios raciales. La descripción de lo que fue “El Congo Belga” en África, llevada a cabo por Hergé en Tintín, muestra, ciertamente, a una raza negra empobrecida desde el punto de vista cultural occidental. Gente que no sabe sumar ni restar, que se sorprende ante el flash de una cámara o de los ultrasonidos de la radio, aparecen, en varias ocasiones, a lo largo de las tiras de viñetas. Estos, objetivamente, eran hechos reales. Herré no deja de pecar de mostrar una historia eglucorada que evita abordar los dramas de la colonización. Pero, entiéndase que se cómic no era un medio de denuncia sino de pasa tiempo.

 Viñeta final de Tintín en El Congo.

No es Hergé el único que ha padecido estas interpretaciones tan subliminales de su trabajo, la novela (posteriormente llevada al cine) Lo que el viento se llevó de Margaret Mitchell, o la aún más célebre Cabaña del tío Tom H. B. Stowe han sido acusadas de contener clichés racistas. Muchos trabajos del periodo medieval, como Tirant lo Blanc, tiene, sobre ellos la acusación de machismo o, incluso, de incentivar la violencia, aunque suene ridículo.

 Portada de Gone with the wind, por M. Mitchell.

Para evaluar correctamente una obra, más aún cuando esta tiene un carácter artístico, primero debemos situarla en su contexto. Así evitaremos vituperarla con conceptos modernos que son ajenos a su tiempo. Después hay que evaluar el contexto social del personaje y, al final, entender la finalidad del trabajo, pues no se puede evaluar, con los mismos ojos, una obra que pretenda marcar tendencia ideológica que una destinada al divertimento.
Por supuesto, si alguien se siente ofendido leyendo las viñetas de Hergé, después de haber hecho todo este proceso, libre es de no leerlas, aunque de ahí a la denuncia hay un salto, tal vez, excesivo.
Esta mañana leía El Quijote de Cervantes, más exactamente el capítulo 29, donde Dorotea se hace pasar por la princesa de Micomicón y pide protección y matrimonio a Don Quijote. Todo forma parte de la trama del cura y el barbero, que persigue devolver al desvalido hidalgo a su pueblo. Sancho también cae en el engaño y ve a su señor coronado en breve rey de Micomicón y él, al fin, con el ducado o la preciada ínsula “que por grande que fuera” sabrá gobernar. Sólo una cosa inquieta al honrado escudero que sus vasallos sean negros, sin embargo, pronto encuentra un remedio que le satisface:

"¿Habrá más que cargar con ellos y traerlos a Espalo, donde los podré vender, y adónde me pagarán de contado, de cuyo dinero podré comparar algún título o algún oficio con que vivir descansado todos los días de mi vida?"
El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Cervantes, Saavedra, Miguel. Editorial Planeta 2002. Edición a cargo de Martín de Riquer.

Confío en que todo el mundo vea descabellado que alguien fuese a pleitear a los tribunales contra una de las obras clave de la literatura española, pretextando que encierra un contenido racista.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Releyendo "La Metamorfosis"

A propósito de esta segunda lectura que he tenido que hacer de tan extraordinario relato, para la asignatura de literatura en la facultad, se me ha ocurrido hacer una entrada, sobre la misma.
Siempre he sido un gran defensor de la cultura psicoanalítica, antes incluso que de la biográfica, como vehículo para desentrañar la visión del artista. Admito que este sistema, fácil de parodiar y aún más fácil de caer en su propia caricatura, puede llegar a resultar grotesco. Yo, sin embargo, lo empleo obteniendo a menudo muy buenos resultados.

Franz Kafka (1883-1924)




La historia de Gregorio Samsa, un joven que amanece un día convertido en un insecto, revela el talento de Kafka, para aplicar en el S. XX un tópico literario propio de los tiempos de Ovidio. Su “metamorfosis” no tiene nada de plácida, es atroz y monstruosa. Pero ¿qué se esconde bajo ella?
Indagando un poco, no tardaremos en descubrir las pésimas relaciones que el autor mantenía con su familia. Su odio hacia su padre queda bien patentado (y, dicho se en su honor, de forma muy educada) en su famoso escrito La carta al padre. Su madre y sus hermanas, por lo visto, tampoco eran objeto de su estima. Se conserva una carta de un moribundo Kafka, fechada en 1924, donde le pide a su amigo y editor, Max Brod: Todo lo que se encuentre entre mis cosas […] debe ser quemado. Kafka no quería que sus papeles terminasen, como lo hicieron, en manos de su familia.


Igual que Gregorio Samsa Kafka tuvo que trabajar en un almacén y otros lugares, a fin de cubrir las deudas familiares. Tal vez, él se sintiesen orgulloso haber proporcionad a sus padres y hermana tan sosegada existencia, en marco tan lindo, como Gregorio, pero haberse degradado de este modo  haber renunciado a sus aspiraciones fueron las causas de que el autor se acabase sintiendo como un insecto.
Este sentimiento de menosprecio y desamparo queda perfectamente transmitido. Gregor no es consciente en el relato de que transmite repulsión y siente ésta como algo extraño e inesperado. A fin de no acabar en una narración descarnada, Kafka, con cierto genio lo enmascara con la lógica de su universo particular y evitando decir las cosas con excesiva claridad. Pensemos que en el momento de la publicación de La metamorfosis, 1916, su familia tuvo acceso a la misma.

No obstante, la claridad de las pistas es tan evidente como su disposición deliberada. Gregorio tiene en su habitación el retrato de una dama con un traje de pieles. Cuando su madre y su hermana entran a llevárselo junto con los demás muebles, él sale de debajo de la cama, para impedir que se lo arrebaten. Encajar este dato con sus tres romances fallidos, a causa de la oposición paterna y familiar, no cuesta demasiado. Tal vez, porque esa dama envuelta en pieles del retrato no es una sola persona, carece de un nombre concreto en el relato.
Una vez ya transfigurado, Gregorio descubre que su padre le había ocultado que aún poseía cierta cantidad de dinero de su antigua fortuna, con el que podrán vivir un tiempo. Verdad es que Gregorio tampoco le había preguntado nada en particular y también es cierto que un rasgo biográfico paralelo nos llega del autor en la, ya mencionada, Carta al padre.

Manuscrito de La Metamorfosis 




No olvidemos el brutal episodio, en que Gregorio es atacado por su padre que le arroja manzanas hasta malherirlo para que se esconda en la habitación. En ese momento la madre amarrarlo y detenerlo le suplicaba que perdonase la vida al hijo.
Kafka terminó muriendo de tuberculosis, “reventando”, en cierto modo, siguiendo los pasos de su protagonista. El sentimiento de abandono y desprecio que le fustigó toda su vida, tal vez, le permitió predecir, más de una década antes de su propia muerte, que al fallecer Gregorio Samsa, su familia no sólo se muestra indiferente; es que hasta se siente aliviada.