miércoles, 5 de enero de 2011

Proust y el ser del arte

Ayer acabé de leer Por el Camino de Swann el primero de los siete volúmenes que conforman la obra El Tiempo Perdido de Marcel Proust.
Proust no fue un escritor muy prolífico, a decir verdad, dedicó a la escritura sus últimos años de vida, cuando seriamente enfermo de asma se enclaustró en una habitación insonorizada con corcho, para ponerse a escribir frenéticamente una especie de memorias que concluiría con una antelación escasa a su muerte.
Ayer un amigo mío me inquirió sobre cual era el argumento de El Tiempo Perdido y no supe responder de forma concisa ¿Se trata simplemente de unas memorias como le dije? Bueno, supongo que no le mentí, pero la obra de Proust junto con la de Joyce representa lo que se conoce como novela moderna y eso es una incógnita. Este es un género muy particular, se mire por donde se mire. Desde una lectura romántica los sentimientos del artista quedan demasiado diluidos en un mar de símbolos psicológicos, diálogos y otras menudencias para que podamos llegar a entenderlos. Una lectura estructuralista o desestructuralista resulta imposible, pues la hazaña titánica de este estilo reside precisamente en establecer un caos ordenado, inimitable que no sigue ningún patrón regular. Un punto de vista marxista es igualmente estéril de caras a la comprensión de la novela moderna, ya que si bien suelen ambientarse en el tiempo en que se han escrito, describen este ambiente de un modo tan enrevesado y nublado a la par, casi cercano al mundo onírico, que al final terminan reflejando sólo unas pocas escenas costumbristas saturadas sobre sí mismas que no describen en absoluto su tiempo.
Aparentemente la novela moderna queda circunscrita pues al campo psicoanalítico. No obstante, el vasto conocimiento de las tesis del Dr. Freud tampoco no sirve de método interpretativo, porque el estilo de Proust o Joyce se encierra en sí mismo de tal forma que al final no hay interpretación posible.
Sin embargo este parece ser el objetivo del autor: la novela moderna busca la saturación del lector a través de descripciones rimbombantes y diálogos que se pierden en la complejidad de lo simple. Todo es tan sumamente insulso que no termina de llevar a ninguna parte, tan sólo a una especie de masturbación artística que se recrea en un profundo onanismo.
La misión del arte no puede ser recrearse en sus propias fantasías sin mayor cometido. Aunque tampoco debe convertirse en didáctica pura. El arte siempre debe ser un medio de comunicación entre la mente del artista y el público ¿Qué debe comunicar? Ideas.
Obviamente, se podrá complicar el mensaje y el código de comunicación para estimular el valor artístico, pero nunca debe distorsionarse tanto que no quede nada a entender. El ideal de un artista debería alcanzar el equilibro entre sus propias fantasías, que no necesariamente son bellas en el sentido ortodoxo del término (hay fantasías que deliberadamente pueden buscar la repugnancia del espectador como medio para acceder a la emoción pura por un camino que la belleza no alcanzaría), y la transmisión de un ideal grandioso. El envoltorio artístico nunca puede eclipsar el ideal que contenga porque entonces el arte se convertirá en pura técnica, o falta de la misma, para volverse en algo inservible.
El verdadero arte debe influir en las masas haciendo que se replanteen sus ideales desde nuevas perspectivas. Es decir el arte de verdad es la suma de arte en sí más filosofía; siendo así un arte útil para el pueblo.
A los que digan que este ideal está antiguado, incluso se subterfugien en el lema parnasianita de “el arte para el arte” se equivocan. Porque si la gente ve en el arte un simple mercado donde el artista expone sus recreaciones más introspectivas sin mayor fin que el de hipotecar una parte del tiempo del espectador ofreciéndole tan sólo un deleite pasajero –y a veces ni eso-, entonces el arte empezará a ser visto como algo sin un fin más allá del exhibicionismo apto sólo para unos pocos selectos. Esta vía separará el arte del apoyo popular, su verdadera esencia. El pueblo irá a caer en los entretenimientos más obscenos y banales, constituyéndose así el fin del arte. Pero ¿será suya la culpa? ¿o la será de aquellos que han convertido el mundo artístico en un parque de recreo para particulares?

1 comentario:

  1. ¿Quien dicta cual ha de ser la misión del arte?

    Lo mejor del arte es su variedad y su capacidad para expresar o no expresar (que es una manera de expresar). Sólo si no hay principios seremos libres de crear y de recibir.

    Me gusta el "nulla estetica sine etica" de un Equip Crònica (de hecho fue mi primer apunte del blog) y me gusta el arte minimalismo.

    Crear en uno y otro sentido siempre tiene su punto de exhibicionismo onanista... como publicar en un blog.

    ¡Bienvenido al parque de recreo de particulares que crean buscando público o independientemente de si hay público!

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