domingo, 2 de enero de 2011

République de Côte d’Ivoire

La República Francesa, concretamente la Quinta República Francesa, hubo de supervisar durante los años cincuenta y sesenta la progresiva desintegración de su Imperio Colonial. Este imperio, que en lugar de emperador tenía presidente electo (varios presidentes de hecho), tomose la molestia de dejar un cierto legado a sus colonias. La lengua francesa, sus modelos de vida, su religión, las multinacionales, entre otras muchas cosas fueron parte del legado francés a los territorios de su imperio.
Aunque siempre que tenemos que poner nombre a la idea de Imperialismo Colonial pensamos, no sin razón, en el Imperio Británico, nos sorprendería ver el acérrimo control que París ejercía sobre sus colonias. Posiblemente, cuando la descolonización fue inevitable, pocas potencias imperiales meditaron tan bien la neocolonización.
Si examinamos la África colonial y la comparamos con la postcolonial podremos ver que Francia fue el país más afortunado en lo que a la creación de estados, literalmente, se refiere. En muchas colonias existían sentimientos nacionales autóctonos que permitieron la creación de estados, aglutinadores, es cierto, de un gran número de problemas regionales fruto de la rigidez fronteriza, mas con un innegable espíritu nacional. Este sería el caso de Sudán, Egipto, Guinea, Zimbawe, o Sudáfrica por parte Británica, Libia de parte italiana, o incluso de las portuguesas Angola y Mozambique.
Distinta fue la partición del basto territorio regido por París bajo el nombre de África Occidental Francesa. Los estados surgidos de esta inmensa colonia de explotación se fundan en líneas sobre el mapa sin ningún sentido, muy a menudo subyugando bajo el dominio de una etnia mayoritaria al resto de las integradas en el llamado territorio nacional. Dentro de este marco podemos ver claramente estados de cuño artificial como Mali, Chad, Níger, o la República (y breve imperio) Centroafricana.
Costa de Marfil, aparentemente, escapó de esta constitución tan abstracta en el momento de cimentarse como estado. Conocida con ese nombre por ser uno de los lugares de explotación de marfil por excelencia en el mundo decimonónico (hoy inexplotable en ese sentido puesto que ya no quedan elefantes), esta pequeña colonia de explotación se independizó de su metrópoli en el año 1968. Con un cierto sentimiento nacional, los marfileños constituyeron un estado bastante próspero económicamente. Se agruparon entorno a un gran líder, Houyhouët-Boigny que dirigió el país primero con el título de Jefe de Estado en un larga y bien preparada transición, para alcanzar posteriormente de forma legítima el título de Presidente, cargo que ocupó hasta 1993 cuando falleció ejerciendo dichas funciones. Su habilidad política le permitió transfigurar el primitivo gobierno autoritario capitaneado por un gobernador impuesto a dedo desde Francia en una república presidencialista a imitación del modelo francés. En el sistema actual, el país es un régimen democrático bicameral con un presidente cuyas competencias ejecutivas son objetivamente superiores a las de su primer ministro. Además del establecimiento de este nuevo sistema, Houyhouët consiguió superar las diferencias sociales entre los musulmanes del norte y los cristianos del sur. También fue quien mejor acepción supo hallar en el término, hacía tiempo definido, de negritud, reivindicando la igualdad entre las razas y el orgullo de la piel oscura frente a los complejos inculcados por los colonizadores, sin caer, no obstante, en un estúpido revanchismo.
Con su muerte empezaron los problemas. Su sucesor, Bédie no supo hacer frente a los problemas sociales con la misma entereza que su antecesor. Al mismo tiempo que el conflicto socio-religioso estallaba en 1999 con un intento de golpe de estado del ex comandante Robert Güei, Francia empezó a poner el ojo sobre las vastas plantaciones de café y cacao de su antigua colonia viéndolas como recursos primos para sus empresas alimenticias y las de cierto país aliado. En su conjunto, un año después, la crisis se saldó con un cambio de presidente, le tocó ocupar el cargo a Laurent Gbagbo, actualmente en funciones.
Francófilo, Gbagbo condujo a su país a una situación económica precaria. Aumentó el paro, bajaron los salarios como consecuencia de las injerencias extranjeras. Por último, se elevó la tasa de VIH al 10% en una población de veinte millones de habitantes.
En el 2002 se armó una nueva guerrilla paramilitar en el norte para dar otro golpe de estado. Este fracasó, pero en esta ocasión el conflicto no se pudo saldar con tanta rapidez y degeneró rápidamente en una guerra civil. Gbagbo hubiese caído ese mismo año, sin hipótesis de duda, de no ser porque Chirac, el presidente francés, envió tropas francesas camufladas bajo las enseñas de Naciones Unidas a defender Yamusukro, la capital, y los intereses económicos de Francia en el país.
La Guerra Civil se saldó en el 2004 con la victoria de las fuerzas progubernamentales. No podemos hablar de una forma tajante de genocidios, aunque indudablemente hay que hablar de un elevado número de pérdidas humanas, de dos millones de desplazados, así como de un coste económico que disparó la deuda nacional. Esta situación propició que la antigua colonia se entregara todavía más a su ex metrópoli. Del lema nacional de Costa de Marfil, “Unidad, disciplina y trabajo” empezó a contar tan sólo la palabra central, yendo las distensiones sociales en contra de la primera, y la supresión de muchos derechos y garantías laborales en contra de la última.
En este último año, con el conflicto social agravado por el creciente extremismo religioso musulmán propagado por todo el Magreb hasta las regiones septentrionales de Costa de Marfil y la economía debilitada e hipotecada, se han celebrado elecciones presidenciales. La derrota de Gbagbo frente a Bouacké no ha sido asumida por el gobierno, quien ha cometido un fraude electoral, reconocido así por la ONU.
Los franceses, preocupados, se han tomado muchas molestias para garantizar el orden nacional. Eso sí, lo hacen de tal forma que aún no han reconocido ni desmentido el fraude electoral, y tampoco han tomado partido por ninguno de los dos candidatos a la presidencia. ¿Están esperando una nueva ocasión de hacer negocio? No puedo afirmarlo.
Al margen de esto, para no continuar adentrándonos en los abismos más oscuros del neocolonialismo, vergonzoso para los europeos y los occidentales en general, creo que deberíamos reflexionar sobre como queremos estar informados. Las noticias sobre este conflicto llegan fragmentadas y siempre de forma superficial. Le debemos a las dosmil personas (y las que las seguirán) que presas del pánico por las nuevas escaladas de violencia han cruzado la frontera con Liberia tener al menos consciencia plena de lo que está pasando y porqué está pasando.
Dejando a un lado el debate sobre si las injerencias extranjeras en los países tercer mundistas nos benefician, son una explotación, o si son, o no, necesarias para el continente africano, es necesario que desentrañemos las raíces de éste y de cualquier conflicto, más allá de los boletines oficiales que se retransmitan de forma repetitiva por los noticiarios. Es deber de todos los que estamos bien posicionados, hacer lo que podamos para entender los acontecimientos que mueven el mundo y que arrastran a otros a destinos miserables.

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