domingo, 23 de enero de 2011

Sade Ficción Literaria I

El Marqués de Sade (1740-1814) posiblemente sea la mayor adquisición artística del rococó francés, la máxima expresión de ese movimiento y con el mérito añadido de no saberlo ni él mismo. Su figura ha sido motivo de una fuerte polémica y su obra objeto de una gran controversia. De ésta última muchos prefieren dejarla en “inclasificable”, otros, secundados por la opinión de André Breton, hablan de él como un claro precedente del surrealismo. Decir eso de alguien que vivió dos siglos antes de la redacción de El Primer Manifiesto Surrealista y más de un siglo antes de la redacción del psicoanálisis freudiano puede parecer precipitado, sin embargo no está totalmente ausente de lógica. Frases como “Querida ceñíos el más grande de vuestros consoladores a la cintura y sed mi marido después de que yo haya sido el vuestro” en la boca de un hombre, desde cierta perspectiva, se pueden considerar un antecedentes de los deseos sexuales que reprimimos según revelan las teorías del Dr. Freud. Pero, a pesar de estas tesis, no se puede entender a Sade como un preludio de las vanguardias. Su verdadera esencia sólo se entiende dentro del rococó.
Obviamente, su literatura no es neoclásica, pues, aunque posible cronológicamente, carece de todo el espíritu de servicio social al colectivo. Sade plantea su literatura desde una perspectiva de autocomplacencia para el lector, eso sólo lo hacía en el S. XVIII el rococó. Este movimiento (1750-1789), lejos de ser el período eglucorado de amor casto y pasional como se nos ha venido planteando desde la historiografía convencional, presenta una vertiente erótica e incluso pornográfica de grana fluencia entre el público aristocrático. Fregonard o Boucher son sólo algunos de los nombres más notables de una larga lista de artistas de esta línea. Evidentemente, ninguno de ellos en ningún género llegó a ser tan pornográfico, tan sádico, tan sadomasoquista, o tan escatológico como Sade. Esto tal vez entregue a sus obras una gran peculiaridad, pero no le exime de su espíritu rococó, ni de ocupar un puesto clave en la recreación aristocrática.
El gran problema que nos desorienta para encajar artísticamente a El Divino Marqués es, probablemente, que la mayor parte de su obra se escribió hacía el final de su vida, cuando, sobre el plano teórico, el rococó ya había expirado.

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